La Virgen de la Caridad del Cobre
Patrona de Cuba

Camilo Valverde Mudarra

 

Deus Charitas est (1 Jn 4,8-21), dice San Juan. “El que no ama no ha conocido a Dios. Dios es amor y el que está en el amor está en Dios y Dios en él”. Y añade: “este es el mandamiento que hemos recibido de Él, que el que ame a Dios, ame también a su hermano”.

La Santísima Virgen es la madre de la Caridad, porque Ella, con la aceptación libérrima de los designios de Dios, en

la Encarnación del Hijo, da cumplimiento anticipado a las

enseñanzas que va a predicar Jesucristo, presentes, luego, en el

N. T.

María, por amor, se la hace la esclava del Señor; por amor,

sufre las dudas de su Esposo; por amor, recibe a los pastorcillos

y canta con ellos el “Gloria a Dios en las alturas”. Por amor, en

cuanto oye la noticia, sale presurosa a visitar a Isabel para felicitarla y ayudarle. Por amor, soporta las espadas que traspasan su corazón con la profecía de Simeón a la entrada del Templo y, con inmenso amor recibe el cuerpo exánime de su querido Hijo, desecho de la humanidad, Siervo de los siervos, al pie de la cruz.

Aun con lo poco que sabemos de su vida, podemos intuir que toda su trayectoria fue el amor, todo su vivir se encierra en la caridad. Llevó a cabo la caridad que expresa Cristo: Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros. Como yo os amé, así también vosotros amaos mutuamente. En esto reconocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,34). María con la finura que caracteriza el alma femenina supo hacer realidad fructífera el nuevo y esencial Precepto. Por lo que pudo decir San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.

En este mismo sentido, podemos pensar que San Pablo que, debió tener el gozo de conocer a la Madre de Nuestro Señor, tenía en su mente a María Santísima, mientras escribía el himno glorioso y extraordinario a la Caridad: Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tuviera caridad soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviese el don de profecía y conociese todos los misterios y toda la ciencia y aunque tuviese tanta fe que trasladase las montañas, si no tuviera caridad, nada soy. Y aunque distribuyese todos mis bienes entre los pobres y entregase mi cuerpo a las llamas, si no tuviera caridad, de nada me sirve.

La caridad es paciente, es servicial, no es envidiosa, no se pavonea, no se engríe; la caridad no ofende, no busca el propio interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal; la caridad no se alegra de la injusticia, pero se alegra de la verdad; todo lo excusa, lo cree todo, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad no pasa jamás (1 Cor 13,1-8).

No podía ser de otro modo, que Nuestra Cuba Hermana, la perla preciosa de los océanos, no tuviera el Amor de la Virgen, y que el extenso manto de blancura y oro la cubriera con su Caridad viva y solemne, en medio de ya tantos tristes avatares que ha sufrido y sufre.

Virgen de la Caridad, Madre de ojos tiernos, tiende tu mirada amorosa a tus hijos cubanos; concédeles el impulso de la resistencia para llegar a puerto, dales la fuerza para vencer el mal y expulsarlo y, por decisión libre, poder optar un día por volver o quedarse al calor de sus brisas. Pero, estén donde estén, derrama en ellos la vitalidad de la fe heredada y la Caridad que, a raudales, fluye de tu corazón maternal. 

Madre, diles que luchen, que aguanten, que orgullosos busquen la victoria, que no están solos que sus hermanos españoles van con ellos y juntos triunfarán.