La Virgen de la Caridad en la independencia 
y la historia de Cuba

Rogelio Zelada

 

Imagen de la Virgen de la Caridad que peregrina por todas las parroquias de la Arquidiócesis de Miami desde mayo de 2002.

Desde su hallazgo, la Virgen de la Caridad, con la cruz y el Niño en los brazos, es el puente privilegiado que permitió a la fe católica resonar en el alma de un pueblo que comenzaba a serlo.

A los cien años de la colonización de Cuba por Diego Velázquez, la prodigiosa “aparición” de la imagen de la Virgen de la Caridad “acentuó la formación de lo criollo” y le dio al cubano “el elemento espiritual necesario para completar su personalidad”, según el historiador cubano Calixto Masó.

La Virgen nos trajo junto con ella un mensaje de libertad y de justicia. Fue allí en el Cobre donde primero se obtuvo la libertad de los esclavos, decretada por expresa voluntad de su Majestad el Rey de España, cuya Real Cédula, leída al pie de la Ermita el 19 de mayo de 1801, lo comprometía a respetar la libertad de los cobreros y su derecho a la tierra.

A fines de 1868, Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, marcha con su estado mayor a la Ermita del Cobre para colocar sus armas a los pies de la Virgen de la Caridad, porque la siente solidaria con su lucha libertaria y porque en la manigua no hay un mambí que no lleve al pecho su medalla, como lo hacía Agramonte, Céspedes, los Maceo, los Moncada, los García, los Rabí; otros llevaban la estampa de la Virgen o la cinta con la medida de la imagen guardada dentro de un cilindro, de los que había para el tabaco, convertido en relicario.

Junto con Carlos Manuel de Céspedes, el primer presidente de la República de Cuba, se postraron ante la imagen venerada, entre otros, Pedro Figueredo, autor del Himno de Bayamo, Francisco Vicente Aguilera, Calixto García, Máximo Gómez, Donato Mármol y el Comandante Rosendo Arteaga, padre del primer Cardenal Cubano, Manuel Arteaga y Betancourt.

Ya desde entonces la Virgen era una señal indiscutida de cubanía, mucho anterior a la aparición de la bandera y el escudo.

Un ilustre sagüero, Jorge Mañach, afirmó que “no hay Patria sin Caridad del Cobre”, tal vez recordando el grito de guerra de Agramonte al cargar al machete en el rescate de Sanguily: “¡Que la Caridad del Cobre nos ilumine!”, o el valor del Titán de Bronce, que sin municiones salió a la batalla “con el machete y con la Caridad del Cobre”. Cubanísima es la copla que se escuchaba en los campamentos insurrectos durante la Guerra de los Diez Años: Virgen de la Caridad, / Patrona de los cubanos, / Con el machete en la mano / Pedimos la libertad.

Fermín Valdés Domínguez, compañero de José Martí escribió que “la milagrosa y cubana Virgen de la Caridad es santa que merece todo mi respeto, porque fue un símbolo en nuestra guerra gloriosa”. La Virgen de la Caridad estuvo tan ligada a la liberación de Cuba que fue considerada mambisa.

En 1898, los cubanos no fuimos invitados a asistir a la firma del Armisticio; sólo los jefes del ejército norteamericano y el del español sellaron el fin de la guerra, en ausencia del General Calixto García. Por orden de éste, el Estado Mayor del Ejército Libertador Cubano marchó al Santuario del Cobre, para celebrar el triunfo de Cuba sobre España “con una misa solemne con Tedeum a los pies de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre”; hecho que sin lugar a dudas constituye la “Declaración mambisa de la Independencia del pueblo cubano”.

El 24 de septiembre de 1915, Jesús Rabí, a nombre del ejército libertador mambí, solicita al Papa Benedicto XV que proclame a la Virgen de la Caridad del Cobre patrona de Cuba. En su petición resonaban las palabras del General Antonio Maceo: “Todos debemos darle gracias a la Virgen de la Caridad del Cobre, porque ella también está peleando en la manigua”. Esa misma mañana, el Mayor General Jesús Rabí con más de dos mil mambises a caballo llegaron al Cobre para ofrecer la Santa Misa en la Casa de la Madre. Durante la homilía el Padre García Bernal dijo la frase justa y precisa: “La Patria cubana ha nacido al calor de vuestra devoción a la Virgen de la Caridad”. Los generales tuvieron el honor de sentarse en el presbiterio, cerca de la Virgen, y un seglar, el General Padró Griñán subió al púlpito para leer la petición oficial de los veteranos del Ejército Libertador, dirigida a la Beatitud de Benedicto XV. Al final el general Cebreco, ayudante de Antonio Maceo, depositó sobre el altar mayor del Santuario una bandera cubana, símbolo de la unión del amor a la patria con el amor a la Virgen.

Veinte años después, el 20 de diciembre de 1936, más de cien mil personas, cifra enorme para la época, se concentraron en la Alameda Michaelsen, en el Congreso Eucarístico de Santiago de Cuba, para presenciar la Coronación solemne de las benditas imágenes de la Virgen y el Niño Jesús.

Aquel fue el acto público religioso más grande que se había celebrado en toda la historia de Cuba. Mientras Mons. Zubizarreta colocaba las coronas de oro y piedras preciosas sobre las cabezas de la Madre y el Hijo, sonaban las campanas de todos los templos, disparaban los cañones del ejército, atronaban los voladores, un aeroplano lanzaba flores desde el cielo y las bandas de música tocaban el Himno Nacional entre los aplausos de toda la multitud.

La coronación canónica de la imagen inició entonces una etapa de crecimiento en la historia católica cubana, hasta entonces ceñida al marco de los templos y los colegios de la Iglesia.

Por eso el episcopado cubano confió a la Virgen de la Caridad la preparación espiritual de la celebración del cincuentenario de la República. El 20 de Mayo de 1951, la Virgen Mambisa, una imagen de la Virgen que había estado en los campamentos insurrectos, saldría del Santuario Nacional para bendecir con su presencia, como escribiera el Cardenal Arteaga: “las ciudades, y los campos de Cuba: las iglesias, los hogares, los hospitales, las cárceles, las fincas…”.

La Virgen llegó a todos los pueblos y bateyes de Cuba en un gigantesco recorrido acompañada por la predicación de un venerable franciscano, el Padre Manuel Oroquieta.

Su peregrinación a la Habana para el Congreso Católico Nacional el 28 de noviembre de 1959 convocó una muchedumbre llena de fervor, a pesar de la fría y tenaz lluvia y del viento que aquella noche destrozó los toldos del templete eucarístico, como un signo de la otra tormenta que se cernía sobre la nación.

Luis Felipe Rodríguez escribió en 1934 una cubanísima interpretación del hallazgo de la Virgen en el que ésta insiste tanto en quedarse en el Cobre que el autor concluye reconociendo que “no hubo más remedio que dejar a la Virgen que hiciera lo que le diese su santísima gana”. Cubana y tenaz, la Virgen salió una y otra vez a visitar campos y ciudades para preparar la visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998, provocando el asombro de aquellos que creían haber apagado la fe del pueblo cubano.

La Virgen de la Caridad del Cobre ha sido capaz de convocar a sus hijos no sólo en la Isla sino también en todos los exilios. Valdés Domínguez, en el periódico Patria, en Nueva York, el 9 de junio de 1894 da noticias acerca de “la peregrinación anual que cada 10 de octubre celebraban en el exilio las mujeres católicas de los mambises, para pedir a la Virgen cubana por la independencia de la patria”.

Fue la celeste marinera la que en 1961 le mostró a la entonces diócesis de Miami el rostro sufriente de miles de cubanos reunidos por primera vez como exilio para celebrar su fiesta. Ella no sólo los hizo visibles al cuidado y la preocupación pastoral de los obispos, sino que levantó su santuario junto a la bahía para acompañar a su pueblo y escuchar las plegarias dichas de cara a la Patria lejana.

A partir del 20 de mayo de este 2002, centenario de la Instauración de la República de Cuba, de la Ermita –hoy santuario nacional– saldrá nuevamente a peregrinar la Virgen tenaz, para hacernos ahondar en el misterio del dolor y la esperanza.

Por ser cubana y mambisa, la pequeña imagen marinera recorrerá las parroquias de la Arquidiócesis de Miami para aunar la oración de sus hijos y devotos por Cuba y por esta tierra a donde hemos venido a comer el pan del destierro.

Es una imagen que quiere reproducir a la original que se conserva en el Cobre y por eso sus vestidos son semejantes a los que llevaba cuando el Papa la coronó en Santiago de Cuba, en enero de 1998.

Empinada sobre un trono de caoba de Santo Domingo, tierra del Generalísimo, lleva sobre el manto, con legítimo honor, la medalla que la patria cubana dio a cada mambí al terminar la guerra del 98, y sobre el corazón un relicario con tierra cubana.

Tenía que ser así porque ella es símbolo indiscutible de cubanía. Así lo vio el dominico Paulino Alvarez, que en 1902 publicó su Breve Historia de la Virgen de la Caridad del Cobre: “La Virgen de la Caridad del Cobre será patrona oficial de Cuba, para que en Cuba reine la caridad; porque sin caridad no hay unión, sin unión no hay paz y sin paz la vida es muerte”.

Fuente: La Voz Católica, Arquidiócesis de Miami