Peregrina de Dios

Rogelio Zelada

 

Cuando la espuma del mar acarició la barca, las manos del niño negro levantaron del mar aquella tabla que, con obstinada misión profética, proclamaba: “Yo soy la Virgen de la Caridad”. Así, desde el primer momento, la Madre de Dios quiso presentarse ante su pueblo como el más completo signo de su mejor destino, como el más puro ícono visible de su identidad, y como el llamado materno y familiar a reencontrar una y otra vez el camino a casa.

Con el hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad, hace ya casi cuatro siglos, comenzamos, apenas sin percatarnos, el camino firme hacia nuestra identidad como nación y como pueblo. Desde ese amanecer del siglo XVII, discreta pero tenaz, la Virgen de la Caridad irrumpió en nuestra historia con vocación de caminante; de compañía cálida, tierna, amable y consoladora; por eso marchó del mar a la canoa, de la canoa a Nipe, de Nipe al Cobre, del Cobre a las casas y a los bohíos de toda Cuba, de los templos a la manigua y de la Isla a los exilios. Su origen marinero y tormentoso la hizo ser, desde el principo, la madre andariega que nos ha acompañado a todos los rincones del mundo adonde sus hijos hemos ido a comer en paz el pan de la libertad.



Cuadro de la Virgen de la Caridad que está en la Catedral Metropolitana de México. Fotos: Rogelio Zelada



En Yucatán, al visitar un 12 de diciembre el Santuario de la Virgen de Guadalupe de Mérida, encontré, junto al retablo principal de la basílica, una urna de cristal con la imagen de la Virgen cubana, en un espacio amplio y privilegiado, muestra del cariño y la presencia de sus hijos en la península yucateca. 

En la pared del coro de la Catedral Metropolitana de México pude rezar ante un antiguo lienzo de la patrona de Cuba, siempre con velas y flores a sus pies y con el escudo de la república coronando su marco. En Argentina, en la cripta de la Basílica de Luján, hay una hermosa capilla dedicada a nuestra patrona y, junto a su imagen, la bandera de la estrella solitaria pregona su cubanía.

Cuando en cualquier lugar del mundo los cubanos contemplamos la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, experimentamos un encuentro luminoso con nuestra identidad y nuestras raíces, que es como tocar el alma religiosa de nuestro pueblo. Por eso, en Caracas, Venezuela, los cubanos levantamos una parroquia con su nombre, y en la nave principal de la Basílica Nacional de la Virgen Inmaculada, en Washington, D.C., a la derecha del altar, en un lugar muy visible y preminente, una gran talla en marmol de Carrara de la Virgen Mambisa señala a esta nación del norte de América, la presencia y la colaboración pastoral de los cubanos católicos a esta iglesia. Encontramos la imagen de Nuestra Señora de la Caridad en la Catedral de San Juan Bautista, en la isla de Puerto Rico, en el santuario de Monserrat y en otras muchas parroquias de la Isla del Encanto. No es raro verla representada en imágenes o vitrales en muchos templos de la capital de España; la encontramos en el santuario de Torreciudad, en Aragón, o en una pequeña capilla en las Islas Canarias. Su fiesta convoca a sus hijos en cualquien rincón del planeta y es celebrada en Australia con Misa, procesión y un sabroso banquete de lechón, frijoles negros y yuca.

La imagen de la Virgen de la Caridad es un signo importante, presente en la mayoría de las parroquias de Miami, donde, además de ser copatrona arquidiocesana, tiene su Santuario Nacional junto a la Bahía de Biscayne. La Ermita de la Caridad es visitada constantemente no sólo por los cubanos, sino que ha llegado a convertirse, hoy en día, en la casa común a la que acuden a orar a la Madre fieles devotos procedentes de toda Latinoamérica y el Caribe. Por eso su fiesta, celebrada con gran solemnidad cada 8 de septiembre, es el acto mariano más importante y concurrido de todo el sur de los Estados Unidos.

Hace unos años, peregrinado a la hermosa basílica de la “Pequeña Florecilla”, Santa Teresita del Niño Jesús, en Lisieux, Francia, encontré, justo enfrente del altar que guarda el brazo con que la santa escribió la “Historia de un alma”, un hermoso retablo de mármol y bronce dedicado a la Virgen de la Caridad del Cobre, y que, de alguna manera, parece querer expresar la gratitud de la Iglesia de Francia por el apoyo de los católicos de Cuba a la construcción, en 1937, de este precioso templo levantado para la gloria de Dios y el honor de la humilde carmelita, muerta a los 24 años, declarada Doctora de la Iglesia, patrona de las Misiones, de muchos países y movimientos apostólicos. Como no podía ser de otra forma, nuestra “Cachita” se presenta allí a todos los peregrinos en correcto francés: “Je suis la Vierge de la Charité”, pero, para que no queden dudas de su identidad caribeña, añade en finas letras de bronce sobre mármol rosa: “Vénérée Patronne de Cuba”. Sería interesante poder recoger la lista de todas estas experiencias y manifestaciones del cariño a la imagen de la Virgen de la Caridad como signo fundamental de nuestra nacionalidad, para hacer así el mapa de la devoción y la fe de la trashumancia de los cubanos a lo largo y ancho del planeta.

Este próximo 8 de septiembre, el Arzobispo de Santiago de Cuba, junto con sus hermanos en el episcopado, anunciará en la Basílica de El Cobre, el comienzo de un novenario de años para preparar la celebración del 400º aniversario del hallazgo de la imagen en la bahía de Nipe. (Comenzamos en 2004 para terminar en 2013). Junto con la Iglesia y el pueblo de Cuba, nos toca a nosotros, en Miami y en todas las comunidades de la diáspora, recorrer esos nueve años a través de una festiva reflexión que nos haga profundizar en el verdadero y auténtico significado del papel de María, la madre del Redentor y de la Iglesia, bajo la advocación o título de La Caridad: el amor, que es constante invitación al abrazo, al perdón comprensivo y fraterno, en definitiva, a realizar la vocación de ser hermanos.

El 24 de enero de 1998, en Santiago de Cuba, el Papa Juan Pablo II colocó sobre la imagen de la Virgen una corona en cuya base se leía “Arribó sobre las aguas del mar la Madre de Dios, la Virgen de la Caridad del Cobre”, mientras la proclamaba oficialmente “Reina y Señora del Pueblo Cubano”, de un pueblo que, según nos recordó entonces el Arzobispo Pedro Meurice, “vive aquí y vive afuera en la diáspora… Un único pueblo, que navegando a trancos sobre todos los mares, seguimos buscando la unidad, que no será nunca fruto de la uniformidad, sino de un alma común y compartida a través de la diversidad”. Un anhelo que el Santo Padre convirtió en oración a los pies de María:

Madre de la Reconciliación

Reúne a tu pueblo disperso por el mundo.
Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas
para que este pueblo abra de par en par
su mente, su corazón y su vida a Cristo,
único Salvador y Redentor,
que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. 

Amén.

Fuente: La Voz Católica, Arquidiócesis de Miami