La Virgen de los Desamparados, compendio de la «civilización del amor»

+ Agustín García-Gasco Vicente, Arzobispo de Valencia, España

 

El misterio de María, la Madre de Dios, es el modelo de la Iglesia, de la condición humana redimida por Jesucristo. En ella se resumen los anhelos de todas las generaciones. Apoyándonos en esta realidad, se puede considerar igualmente que la contemplación y la invocación de María como Madre de los Inocentes y de los Desamparados resume en ella misma todos los contenidos y aspiraciones de la Doctrina Social de la Iglesia, proponiendo de manera sintética la civilización del amor, compendio de la misión social de la Iglesia.

El relato de los orígenes de la devoción a la Virgen María de los Inocentes y de los Desamparados es sumamente ilustrativo. El Padre Juan Gilabert Jofré, en los albores del siglo XV, al ser testigo presencial de los malos tratos que recibían los disminuidos psíquicos y los perturbados mentales, interpeló a los fieles valencianos que le escuchaban en la Catedral Metropolitana con las siguientes palabras: «En la presente ciudad hay muchas obras piadosas y de gran caridad y sustentación, sin embargo falta una que es de gran necesidad: un hospital o casa donde los pobres inocentes o furiosos sean acogidos». Un año más tarde, y en respuesta a esta invitación, un grupo de notables de Valencia erigió un Hospital con tales características. Se buscó que sus patronos fueran los Santos Inocentes Mártires «por ser los únicos a los que la Iglesia tributa culto a pesar de no haber llegado al uso de razón», y se buscó poner la nueva fundación bajo la protección de la Virgen María de los Inocentes y de los Desamparados.

Encontramos aquí un esquema de actuación que retrata perfectamente el adecuado comportamiento de los fieles católicos ante la realidad humana que sale a su encuentro: reconociendo a Cristo en el hombre que sufre y que es amenazado y elevando, así, el reconocimiento de su dignidad, proponen acciones, medios y maneras para responder con generosidad y eficacia a esta llamada al amor. La pobreza humana, la debilidad, la miseria, la fragilidad de nuestros semejantes pasan a ser ocasiones privilegiadas para actuar con la lógica de la entrega, que enaltece tanto al que recibe como al que da.

Ese camino, que ilumina la advocación de la Virgen de los Desamparados, sigue siendo plenamente vigente para el hombre y la Iglesia de hoy. A diario, la mirada de la fe impide que nos quedemos impasibles ante los nuevos atentados contra la dignidad de los más pobres e indefensos. Vemos en nuestros días la muerte silenciosa de niños concebidos, a los que se les niega el derecho a nacer; la utilización de embriones que son llamados a la existencia tan sólo para manipularlos, para utilizarlos en provecho de otros sujetos más poderosos; el ataque implacable contra la familia fundada en el matrimonio, auténtica ecología humana en la que la fidelidad sin límites entre los esposos garantiza la acogida y el desarrollo cuidadoso de sus hijos; el desprecio y la supresión de la vida humana débil y enferma; la invitación a terminar deliberadamente con la propia vida sometida a duras enfermedades; la indiferencia hacia los que padecen hambre, subdesarrollo, paro o marginación; la explotación sexual de mujeres y menores; la violencia terrorista y la brutalidad indiscriminada en su represión bélica; la incitación al odio y a la violencia racial…

Ante todas esas realidades y otras muchas análogas, se nos puede volver a decir que en nuestra sociedad hay muchas obras piadosas y de gran caridad y sustentación, pero que falta una auténtica cultura de la vida que cuide de los seres humanos más indefensos como el tesoro más precioso encomendado a la sabiduría y al poder de los tiempos actuales. Éste es el anuncio más urgente de la Doctrina Social de la Iglesia, hoy, tanto cuanto más sordo quiere ser nuestro mundo a las exigencias morales y jurídicas que acompañan al respeto de las fuentes de la vida y a la veneración del carácter sagrado de toda vida humana.

Bajo la inspiración de la Virgen, los valencianos del siglo XV se sintieron llamados a concretar su preocupación por los más débiles en una obra eficaz. Los valencianos de hoy podemos encontrar la guía maternal de la Mare de Déu dels Desamparats para desarrollar un programa amplio y profundo, que abarca todos los aspectos de la cultura y la vida social. Y así entregarnos a la humanización misericordiosa de las relaciones entre los pueblos, buscando el perdón y la paz con un corazón nuevo; renovar la política, poniendo en el centro la dignidad de todo ser humano y su participación en el bien común; orientar el trabajo de las personas, las familias y los pueblos para que todos podamos contribuir a la vida lograda de todos; injertar la cultura desde los valores más definitivos de la vida humana; animar a educar y a dejarnos educar en las sendas de la primacía del ser sobre el tener, del dar sobre el recibir, del amar sobre el consumir.

En María, Virgen de los Desamparados, se encuentra la esencia de la presencia cristiana en la vida social y política: servir a Dios con todo el corazón y con toda la inteligencia, sirviendo a aquellos cuya vida indefensa está más amenazada. Así se conoce el Corazón de Dios. Así se propone su Amor, verdadera salvación del mundo.

Con mi bendición y afecto,