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Madre
Admirable, Madre mía
Mons. Gustavo E. Podestá
Santísima
Virgen María, tú, que, desde pequeña, aprendiste a escuchar la
Palabra de Dios y hacerla tuya con tu querer.
Tú que siempre dijiste sí a Dios, sabiendo que todo lo que te
pedía era para tu bien y el de los tuyos.
Tú, que, por eso, recibiste, llena de gracia, la misión de traer
a nuestras vidas, en tu cuerpo de madre, al Hijo de Dios.
Tú que, en el darte de tus deberes de mujer y de madre, hasta las
tareas más humildes, todo lo hiciste, en profunda comunión con
Dios, siempre trabajando para El.
Tú que llevaste de la mano a Jesús en sus primeros pasos, en sus
primeras palabras, y fuiste la que, además de las cosas
necesarias para todos los días, le enseñaste, antes que nada, a
amar a su Padre, Dios.
Tú que le acompañaste en sus enfermedades y penas, lo alentaste
en sus desánimos, lo cobijaste con tu cariño, lo ayudaste a
aceptar la muerte de José.
Tú, sobre todo, que estuviste junto a El, de pie, junto a la Cruz
y luego abrazaste por última vez su cuerpo herido y muerto.
Tú que, en tu dolor, viviste la Esperanza y la serenidad de la
prometida Resurrección.
Tú que en la oración te uniste a los discípulos para implorar
la llegada del Espíritu de Vida.
Tú que en todo esto te comportaste como madre admirable de tu
Hijo.
A ti, ahora Señora en el cielo, dueña de todas las cosas de la
tierra, reina de todos los reinos y de toda la historia, te
pedimos que también seas nuestra madre.
Quieres serlo, pero no podrías serlo si nosotros no te aceptáramos
como tal. María, sé nuestra madre, quiero declararte madre mía
, quiero que también a mi me lleves de tu mano y me enseñes
a caminar, a entender la Palabra de Dios, a crecer a la manera de
Jesús.
Quiero que me ayudes en mis estudios, en mi trabajo, en mis
responsabilidades de todos los días, en mi querer ser mejor y
dejar de lado mis defectos y mis culpas. Quiero que me abraces
fuerte, fuerte, cuando esté con penas.
Te ruego que estés muy cerca de mí cuando sufra cruz, que me
enseñes a orar para conseguir el Espíritu, que me hagas muy
amigo de tu Hijo, y que me lleves, junto con todos los míos, un
dichoso día, a donde estás para siempre con El
Fuente: catecismo.com.ar
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