Santa María, La Virgen Blanca

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¡Salve María!
Hoy en la liturgia se hace memoria libre, según la piedad de los fieles, en honor a María, bajo el título popular de LA VIRGEN BLANCA.

Este título alude a una leyenda piadosa del siglo IV. Según cuenta la antigua tradición, un matrimonio romano, que no tenía descendientes y disponía de muchos bienes, quería honrar a Santa María, y no sabía cómo hacerlo. 

Una noche de agosto, en sueños, creyó ver marcado con líneas de nieve, el lugar elegido y reservado para que en él se construyera un templo hermoso dedicado a la Santísima Virgen, y el matrimonio exultó de gozo. Entendió qué quería la Virgen.

Así fue como surgió en Roma la bellísima basílica que llamamos de “Santa María la Mayor” o de la “Virgen de las Nieves” o de la “Virgen Blanca”. 

En España hay muchas capillas de la Virgen Blanca; pero es especialmente conocida la fiesta de la Virgen Blanca como patrona de la ciudad de Vitoria, ciudad erigida por voluntad del rey Sancho el Sabio de Navarra, que la fundó en el siglo XII. Nosotros, amigos y hermanos en la fe y devoción mariana, nos asociamos con piedad y cantos a esa liturgia de blanca belleza en honor de Nuestra Señora.



HIMNO DE ALABANZA:

Vos navegáis, alma mía, por el mar del pensamiento, 
do sois de contrarios vientos combatida cada día; 
para no temer la fortuna mirad siempre aquella Estrella 
del norte, pues, sin ella no habréis bonanza ninguna.

Y para más la obligar decidle por oración 
esta devota canción: ‘Ave, la Estrella de la mar, 
Madre de Dios criadora siendo virgen de contino, 
puerta dichosa , camino del cielo, y emperadora...

Mostraos, Virgen, ser madre a los tristes que padecen, 
tome por Vos nuestras preces el que siendo vuestro Padre, 
por nosotros quiso ser vuestro hijo, y, siendo Dios,
se hizo, dentro de vos, hombre para padecer...

Sea alabanza, por tanto, a Dios Padre Criador, 
y a Cristo, muy gran Señor, con el Espíritu Santo; 
una honra a todos tres sin dar ventaja a ninguno;
pues todo lo que es de uno, y de todos ellos es. ( C.Castillejo )



Palabra creadora
Apocalipsis 21, 1-5:
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque la primera tierra y el primer cielo han pasado, y el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el cielo: Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Ahora hago el universo nuevo”.

Esta visión, aplicada la Virgen María, Madre de Dios encarnado, nos hace contemplar a la Virgen-Madre como morada nueva, única, fecunda, prometedora. Ella será la Madre de Jesús que lo renovará todo en el Espíritu.

Evangelio según san Lucas 11, 27-28:
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: ¡Dichoso el vientre que te llevó en su seno y los pechos que te criaron! Y Jesús respuso: -Mejor; ¡Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen! 

Esa mujer, llamada en el Apocalipsis a ser morada de Dios, nueva Jerusalén, madre fecunda, es María de Nazaret, madre de Jesús, esposa de José. ¡Dichosa ella, por elegida y llena de gracia! ¡Salve, María!



Momento de reflexión: 
Imagen de la Virgen Blanca
Quienes hemos recibido el don de la fe en Dios, en Cristo, en María, somos afortunados. Nosotros, creyentes, podemos permitirnos el lujo de comunicaros con Dos, con Cristo, con María, mediante un lenguaje íntimo, lleno de sentido espiritual.

Los no creyentes (a los que deseamos fe sincera) no pueden disfrutar de ese don, a ellos las palabras del Misterio de amor de Dios les resbalarán infecundas. Convoquémoslos a nuestra oración.

Nosotros, afortunados hijos, podemos jugar filialmente con en expresiones de fe y amor, porque sabemos que somos escuchados cuando cantamos a Dios, nuestro Padre, y lo vemos tras cien rostros graciosos; cuando cantamos a Cristo, nuestro Redentor, en su gozo, luz, dolor y gloria; y cuando honramos a María, Madre de Jesús, y le dedicamos noventa palabras de amor y agradecimiento por su fidelidad. 

¿Cómo la cantamos y damos gracias en esta liturgia? Hoy, Señora, te llamamos María, la Virgen Blanca. Y en esa palabra e imagen descubrimos y ponemos 

tu pureza, tu ternura, tu amor, tu cercanía, poder, bendición, fuerza protectora. 

¡Bendita seas, blanca paloma, gracia inmaculada, belleza maternal!

Fuente: Mercab.org