Nuestra Señora de los Misterios

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La vida de María fue una sucesión de misterios vividos en espíritu y en verdad. Cuando rezamos el Rosario los vamos evocando. Son momentos de gozo, de dolor, de luz y de gloria, que ella plasmó en el Magnificat, ese deslumbrante cántico de fe. 

Su experiencia de Dios, la convirtió en la primera evangelizadora y neumatófora, es decir en la portadora del Espíritu Santo. Por eso, impulsada por ese mismo Espíritu, visitó a su prima Isabel, apresurándose a comunicarle el mensaje de la salvación. 

Nosotros sus hijos, los creyentes, también recorremos y asumimos a lo largo de nuestra historia, cuenta a cuenta y golpe a golpe, con penas y alegrías, nuestros propios misterios, que de igual manera son misterios de fe. 

Pero esas cuentas del rosario de nuestra vida, tienen que están enhebradas en un hilo conductor que les dé sentido y firmeza. Y ese cable que las sostiene se llama: la fidelidad de Dios. 

Nuestra fe como la de María debe apostar y adherirse a la fidelidad de un Dios que no defrauda. Porque no basta desgranar misterios distraídamente. Todo rosario cobra su sentido pleno desde la cruz que lo cierra y lo corona. Es el broche de oro. Es la cruz que con óptica pascual, desemboca en la luz de la resurrección. 

María adelantándose con su fe totalizante, nos sacó ventaja. El misterio de su Asunción nos anticipa la victoria de la pascua y nos ilumina el derrotero de nuestra vida. 

Por eso, la festejamos y nos alegramos por haber sido ella en cuerpo y alma, engrandecida y exaltada más allá del horizonte. Y pedimos que nos proteja, para que un día podamos concelebrar con ella el triunfo de su Hijo Jesucristo, a quien pertenecen el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén

Fuente:  Monasterio Santa María de los Toldos , Argentina