María, Evangelio del amor maternal

Monseñor Francisco Pérez González

 

La fantasía puede volar y crear momentos, escenas, diálogos de la Virgen siguiendo a Jesús, escuchando sus palabras, sugiriéndole con delicadeza insospechable alguna cosa. Juan Pablo II lo advierte en la Rosarium Virginis Mariae: “Excepto en Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús” (n. 21).

Después, durante esos dos o tres años de silencio evangélico, su vida se nos presenta como un jardín florido en el que cada uno de sus hijos podemos ver, con los ojos del corazón, tantas escenas que componen la preciosa película de su seguimiento evangelizador a su Hijo. Jesús se encarga de decirnos unas palabras reveladoras sobre cómo evangeliza su Madre: “... más bien dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28). Escuchando concibió al Verbo encarnado; escuchando le presentó en el templo; escuchando le siguió hasta el Calvario.

María es la Virgen oyente, silente, orante, practicante. Así evangeliza. Y, en medio de la oscuridad del Calvario, su presencia firme evangeliza con su estilo de “estar”. Se oscurece el Sol de sus entrañas, pero las tinieblas hacen brillar a la “Estrella”: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26). Y recibiéndola el discípulo, Ella comienza plenamente a evangelizar con su maternidad universal. Recoge en el cáliz de su corazón, atravesado por siete espadas, la sangre redentora para transfundirla al corazón de todos sus hijos.

El Evangelio de la pasión y muerte de Jesús es el Evangelio de María. Cristo evangeliza sufriendo, pronunciando las siete palabras, muriendo. La Virgen evangeliza compadeciendo, escuchando, místicamente muriendo con la victimación más perfecta de sí misma y repitiendo el ‘SÍ’ de aquel día tan feliz de la Anunciación, consumando su entrega total. Ante la Cruz estaba la madre. En el rostro de su Hijo lacerado por nuestros pecados se expresaba la Redención del ser humano y, mientras, María se ofrecía por entero por los que habían perseguido a su Hijo. “El evangelio del amor maternal se agiganta con el perdón”, indica el Papa.

Testimonio de vida
“La evangelización también debe contener –dice Pablo VI en la Evangelii nuntiandi– siempre como base y centro y, a la vez, culmen de su dinamismo, una clara proclamación de que, en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios” (n. 27). No hay que insistir en la parte activa que tuvo la Virgen en este culmen de la evangelización, ofreciéndose con su Hijo para la salvación del género humano.

Pablo VI en este mismo documento escribe: “Ante todo, y sin necesidad de repetir lo que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto: para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y, a la vez, consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites” (n. 41). “Las palabras vuelan, los hechos arrastran”, dice un aforismo. Jesús apeló a sus obras, al testimonio de vida, ante la incredulidad de los judíos. Y el mismo Señor nos dice: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis” (Jn 13, 15).

La vida de la Virgen es un doble, una réplica fidelísima de la vida de Jesús. Se puede afirmar con toda verdad que “son dos personas con un solo corazón y una sola alma” (Hech 4, 32). Ella con su plenitud de gracia, carente de la culpa original y de sus consecuencias, vive su entrega a Dios en una comunión perfectísima, no interrumpida y consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites.

Santidad ejemplar
Precisamente el Papa Juan Pablo II la proclama “Estrella de la Evangelización”, cuando había recogido “como la gallina a sus polluelos” (Mt 23, 37) a los once, y permanecía con ellos en unión de vida y oración, esperando la venida del Espíritu Santo. Así, María es “Reina de los Apóstoles” y “Estrella de la Evangelización”.

La ejemplaridad, sin par, de su vida la resume el Papa Montini de forma admirable en la Marialis cultus: “María brilla ante la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes. Virtudes sólidas evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios; la obediencia generosa; la humildad sincera; la caridad solícita; la sabiduría reflexiva; la piedad hacia Dios pronta al cumplimiento de los deberes religiosos; la fortaleza en el destierro, en el sufrimiento; la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor; el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz; la delicadeza previsora; la castidad virginal; el fuerte y casto amor conyugal”.

Y el mismo Papa nos dice, a continuación, cómo María evangeliza con estas virtudes mediante la contemplación de ellas en su mismo manantial: “De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos que, con tenaz propósito, contemplan sus ejemplos para reproducirlos en su propia vida” (Aas. 66 [1974], 113-168). María “precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios” (LG 68).

Intentar referir algo de lo que la Virgen haría en los comienzos de la evangelización resulta imposible y parece temerario. La parquedad de los Hechos de los Apóstoles choca frontalmente con aquello que viene a nuestra imaginación y pensamiento durante la vida de los Apóstoles hasta la muerte del evangelista san Juan. Quizás sea preferible, más que hablar y escribir, dejar a cada uno de los hijos fieles de la Iglesia que, iluminados por la que es “Estrella”, experimenten la luz de sus enseñanzas evangelizadoras y el calor maternal de sus inspiraciones. “Cristo hizo que su bendita Madre iluminara a la Iglesia con santas y sublimes enseñanzas. Su resplandor no tiene ocaso, porque procede de Dios, que es la eterna Lumbre” (Consuelo. María, Estrella de la Evangelización. Barcelona, 1999, p. 31).

Ante cualquier imagen de María todos nos encontramos acogidos. Su acogida alivia y alienta en medio de nuestras dificultades y debilidades. ¡Ojalá que sea esta actitud la que mueva el corazón de los nuevos evangelizadores para atraer a tantos que se sienten faltos de amor, de paz y de justicia!

Fuente: domund.org