María, mujer apostólica

Sor Isabel Barroso, o.p.

 

I. La experiencia de una mujer 

El documento del Concilio Vaticano II Apostolicam Actuositatem habla de María como el modelo perfecto de la espiritualidad apostólica (n° 4). He querido encontrar las líneas de la experiencia espiritual de María, estimulada por el hecho de estar ante la experiencia de una mujer, clave y punto de referencia para la Iglesia en todas las épocas. 

Cuando digo "experiencia espiritual", deseo destacar el sentido que doy a esta expresión. A menudo, cuando hablamos de espiritualidad, cuando empleamos la palabra "espiritual" alteramos su significado bíblico. En muchos casos "espiritual" se opone a "material", "corporal" o "temporal", como si lo espiritual fuera una realidad inmaterial, abstracta, desencarnada, antihistórica, alejada de la vida concreta personal y colectiva. No es el sentido ciertamente de la terminología de la escritura. Por eso, cuando hablo de experiencia espiritual, me refiero al método de vivir y dejarse conducir por el Espíritu de Dios, allí donde se encuentran las líneas que definen la actitud religiosa de una persona ante Dios y ante del mundo, su manera de seguir Jesús. 

En el enfoque de Maria, quise encontrar sobre todo las líneas que me permiten afirmar que es modelo de vida apostólica. Recorro con ustedes la experiencia espiritual de Maria, mujer, discípula e imitadora de Jesús y en consecuencia referente para nosotros todos, creyentes, hombres y mujeres. 

En su itinerario, encuentro las siguientes fases: 
- Observar 
- Escuchar 
- Responder 
- Anunciar 

1 - Observar 

Si examinamos atentamente los textos de la Escritura, encontramos una experiencia religiosa de Maria previa al diálogo de la Anunciación. Para mí fue ciertamente un descubrimiento ver que existen señales de experiencias previas en su relación con Dios. Podemos deducirlo de las palabras del Magnificat: "... porque ha puesto los ojos en la humildad de Su sierva" (Lc 1, 48a). En esta frase se encuentra la mayor parte de la experiencia primitiva de intimidad entre Dios y Maria. Sin duda no es la frase primitiva de intimidad entre Dios y María. Sin duda no es la frase central del himno, desde el punto de vista teológico; ella parece sin embargo ser la frase síntesis de la experiencia primitiva de Maria, vivida conscientemente con Dios. 

La expresión " ha puesto los ojos " es la síntesis de una experiencia: Maria canta una "mirada" de Dios que ha experimentado. Se siente objeto de una atención del Otro que se fijó en ella, que lleva impresa en sus ojos. María sintió una iniciativa por parte de Dios, acoge la "mirada" atentamente y se deja "mirar" por él. Eso no fue una mirada cualquiera, sino más bien una mirada que produjo, por una parte alegría en ella (véase Magnificat), y turbación en otras ocasiones - turbación que Lucas vuelve explícita en la Anunciación - mirada decisiva, que se fijó en la experiencia personal de Maria. 

Estamos a un nivel de comunicación no verbal y, sin embargo, ciertamente en una experiencia de comunicación en la cual María percibió una llamada y se abre a ella. Y esta mirada de Dios sobre ella le permite verse en una nueva luz, con nuevos ojos. Dios la mira y, bajo esta mirada, comienza a descubrirse tal como está, en la desnudez de su verdad; percibe su condición de criatura y dice que Dios miró "la humildad de Su sierva". 

Ante la mirada de Dios se verifica la experiencia que Catalina de Siena supo recoger en las palabras así conocidas: "Yo soy el que Es; tú eres la que no es ". Es el encuentro primordial, donde Dios toma la iniciativa y va al encuentro de sus criaturas, a las que manifiesta su amor primero e incondicional, libre y gratuito, delante del cual el ser humano puede reconocerse realmente como es. Tal experiencia no produce frustración ni desaliento, ya que nos conocemos bajo la mirada de Dios; en Maria se transforma en alegría, en canto. Dios nos permite conocernos en nuestra verdad más íntima y descubrir nuestra necesidad existencial más profunda: ser transformado y habitado por El. En María, la condición de pequeñez humana, reconocida y hecha suya, no produce una sumisión destructora. Al contrario, recibida con alegre libertad, se transforma en apertura, que permitirá aceptar el diálogo sucesivo de Dios con ella y, más tarde, abrirse a una presencia única de Dios con ella. 

2 - Escuchar 

La mirada de Dios sobre Maria, como lengua no verbal, la prepara a ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, a establecer una comunicación más profunda. En el diálogo, la primera palabra, como en la primera experiencia de comunicación no verbal, es de Dios. La iniciativa sigue siendo suya. La mirada fue preliminar necesario, sirvió de base, creó una confianza radical. Sin embargo no es suficiente para que Dios resida en ella. Ciertamente, se reveló a ella con la mirada, pero no es bastante: lo que es, lo que pide, debe decirlo. Detrás de la estructura de la narración de la vocación, se encuentra la idea teológica de la forma en que Dios establece un diálogo, y cómo, en este caso, lo hace con una mujer, porque la reconoce capaz de establecer una relación libre y auténtica. 

Dios se dirige a María designándola inmediatamente con un nuevo nombre: "llena de gracia" (Lc 1, 28), y cuando ella se turba ante esta palabra, dice: "no temas María" (Lc 1, 30). Dios comienza un diálogo y María se pone a la escucha de la Palabra. La escucha de María es una escucha activa. Las primeras palabras que el evangelista pone sobre los labios de Maria son una pregunta: ¿"Cómo se hará eso, si no conozco varón?" (Lc 1, 34) Hay una importante diferencia entre la pregunta espontánea y la pregunta consciente y voluntaria. La pregunta que refiere Lucas pertenece sin duda alguna a la segunda manera; sólo la pregunta consciente y voluntaria es realmente activa en el diálogo. 

Todo eso indica una actitud personal que se asemeja poco a la de una mujer silenciosa y sumisa. Vemos al contrario que ella asume un rol activo en el diálogo, una escucha que recibe y que busca una verdadera correspondencia con la persona con quien habla. 

3 - Responder 

Dios comenzó un diálogo en el cual Maria participa con sus palabras; al dirigirse a ella, espera su respuesta, personal y libre: ninguna otra relación bíblica de tipo vocacional presenta un diálogo tan articulado y respetuoso de la libertad del ser humano, como el que se desarrolla entre el ángel y Maria. 

Maria responde a Dios y su palabra tiene una fuerza particular, es una palabra creadora. El "hágase” de Maria evoca otra palabra de Dios: el "hágase " del Génesis, por la cual todo fue creado. En el Génesis sin embargo, la palabra creadora realiza su actividad en soledad, es una creación en la pasividad y en mandato. En la Anunciación al contrario, estamos ante una creación que nace en el diálogo, en una relación, en la libertad. Maria facilita a Dios su nueva creación, en la cual en adelante no crea ya solo. Porque Dios lo quiere, Maria es auténtica y verdadera co-creadora, dado que Dios no puede y no quiere crear sin la libertad y la capacidad de Maria, a fin de poder hacer algo que El no puede: engendrar al Hijo en la historia. 

4 - Anunciar 

Todo el itinerario de la relación entre Dios y María que hemos recorrido hasta ahora, está en función de una misión: la maternidad mesiánica. Y bien, esto no es la única tarea que le confió. En el evangelio de Lucas, Maria no es sólo la mujer de fe que, libre y confiada, acepta que el Verbo se haga carne en su seno, ella también se presenta como la primera evangelizadora. La Palabra no sólo se acepta y se gesta, sino que también se anuncia y se difunde por el testimonio de la vida, con la fuerza de su palabra. 

Querría destacar con fuerza este aspecto importante de la experiencia espiritual de María. No escucha sino la Palabra, pero la experiencia de Dios, vivida, la transforma y la lleva a pronunciar un mensaje de salvación. Maria, después de haber recibido la Buena Noticia, va inmediatamente a llevar a los otros el mensaje de salvación de Dios. Se levanta y va a casa de su prima Isabel. En el diálogo con ella, descubrimos otra cualidad de la palabra de Maria, que prolonga la cualidad creadora: su don profético. 

Recibir la misión de anunciar la Palabra de Dios, hacerse expresión de la palabra de su pueblo, interpretar la historia y ofrecer su propio juicio a los hombres, ésta es la experiencia y la misión de Maria. 

Todo el texto de la Anunciación que ya comentamos en otra parte, puede leerse también como texto profético. Y bien, en esta lectura, el texto que viene a continuación (Lc 1, 39-56), es el más denso y el más significativo: en el Magnificat en realidad, Maria expresa una palabra profética bajo el aspecto ya mencionado. Lucas pone este cántico en labios de Maria porque contiene muy bien su idea de Maria. En él proclama por adelantado el Evangelio. 

Si el que habla en público, abiertamente, es profeta, María también lo es al entonar el cántico que Lucas pone en sus labios. Hay más. La estructura misma del Magnificat lo dice claramente: no es una plegaria privada ni tampoco una alabanza que Maria recita frente su prima; es un himno, una plegaria colectiva, hecha para ser declarada en la liturgia común. Maria, por lo tanto, expresa una palabra profética porque canta un himno y lo hace abiertamente, delante de todos, en este caso delante de sus familiares. 

Y el Magnificat no canta sólo a Dios, sino canta también lo que Dios ha hecho. Es la palabra de Maria, pero Maria habla en el lugar de Dios cuando canta sus grandezas, y habla en nombre de su pueblo, que reconoce en su historia la presencia salvadora de Yahvé. 

El contenido del Magnificat no se termina allí. Expresa también una denuncia que no debe acallarse. Maria denuncia tres tipos de pecados radicales: saber (Lc 1, 51), poder (Lc 1, 52) y tener (Lc 1, 53). Los soberbios, los opresores y los ricos. Y su manera de denunciar es curiosa: no los acusa directamente, pero lo hace a través del triunfo de los pobres sobre estas tres grupos de la sociedad. Y, en la denuncia, está además el anuncio de lo que Dios realiza con los pobres. Es una forma muy clara de denuncia: Dios y su obra son más importantes que todos los pecados del mundo. Lucas anticipa en el Magnificat lo que será explícito en las Bienaventuranzas de Jesús: en Maria comienzan a convertirse en realidad. 

II. Maria: ¿silencio o palabra? 

A la luz del camino recorrido se puede comprender la afirmación de Vaticano II, cuando dice que María es modelo de espiritualidad apostólica: Maria, la mujer, la discípula, no solamente pronunció palabras decisivas en la historia y para la historia, sino también hizo su fe explícita delante de lo hombres de su pueblo. 

Sin embargo, en mi experiencia pastoral, descubro que estamos acostumbrados a identificar a Maria con la actitud simbólica del silencio. La vemos como la mujer que acoge y se calla, "meditando todas estas cosas en su corazón". Sabemos muy de dónde viene esta presentación. A menudo encontramos la bipolaridad: Maria-silencio, Jesús-Palabra. A menudo presentamos a Maria como modelo en el momento de aprender a escuchar, recibir, a estar disponibles. Mientras que, tomando a Jesús como referencia, destacamos que fue un predicador infatigable, un hombre comprometido completamente en el anuncio del Reino. Sin embargo, no podemos olvidar los silencios irreemplazables de Jesús ni las palabras de Maria, las que hay que tener en cuenta. Jesús pues, habla y se calla, como Maria.

Fuente:  rosaire.org