I.
La experiencia de una mujer
El documento del Concilio Vaticano II Apostolicam Actuositatem
habla de María como el modelo perfecto de la espiritualidad
apostólica (n° 4). He querido encontrar las líneas de la
experiencia espiritual de María, estimulada por el hecho de
estar ante la experiencia de una mujer, clave y punto de
referencia para la Iglesia en todas las épocas.
Cuando digo "experiencia espiritual", deseo destacar
el sentido que doy a esta expresión. A menudo, cuando
hablamos de espiritualidad, cuando empleamos la palabra
"espiritual" alteramos su significado bíblico. En
muchos casos "espiritual" se opone a
"material", "corporal" o
"temporal", como si lo espiritual fuera una realidad
inmaterial, abstracta, desencarnada, antihistórica, alejada
de la vida concreta personal y colectiva. No es el sentido
ciertamente de la terminología de la escritura. Por eso,
cuando hablo de experiencia espiritual, me refiero al método
de vivir y dejarse conducir por el Espíritu de Dios, allí
donde se encuentran las líneas que definen la actitud
religiosa de una persona ante Dios y ante del mundo, su manera
de seguir Jesús.
En el enfoque de Maria, quise encontrar sobre todo las líneas
que me permiten afirmar que es modelo de vida apostólica.
Recorro con ustedes la experiencia espiritual de Maria, mujer,
discípula e imitadora de Jesús y en consecuencia referente
para nosotros todos, creyentes, hombres y mujeres.
En su itinerario, encuentro las siguientes fases:
- Observar
- Escuchar
- Responder
- Anunciar
1 - Observar
Si examinamos atentamente los textos de la Escritura,
encontramos una experiencia religiosa de Maria previa al diálogo
de la Anunciación. Para mí fue ciertamente un descubrimiento
ver que existen señales de experiencias previas en su relación
con Dios. Podemos deducirlo de las palabras del Magnificat:
"... porque ha puesto los ojos en la humildad de Su
sierva" (Lc 1, 48a). En esta frase se encuentra la mayor
parte de la experiencia primitiva de intimidad entre Dios y
Maria. Sin duda no es la frase primitiva de intimidad entre
Dios y María. Sin duda no es la frase central del himno,
desde el punto de vista teológico; ella parece sin embargo
ser la frase síntesis de la experiencia primitiva de Maria,
vivida conscientemente con Dios.
La expresión " ha puesto los ojos " es la síntesis
de una experiencia: Maria canta una "mirada" de Dios
que ha experimentado. Se siente objeto de una atención del
Otro que se fijó en ella, que lleva impresa en sus ojos. María
sintió una iniciativa por parte de Dios, acoge la
"mirada" atentamente y se deja "mirar" por
él. Eso no fue una mirada cualquiera, sino más bien una
mirada que produjo, por una parte alegría en ella (véase
Magnificat), y turbación en otras ocasiones - turbación que
Lucas vuelve explícita en la Anunciación - mirada decisiva,
que se fijó en la experiencia personal de Maria.
Estamos a un nivel de comunicación no verbal y, sin embargo,
ciertamente en una experiencia de comunicación en la cual María
percibió una llamada y se abre a ella. Y esta mirada de Dios
sobre ella le permite verse en una nueva luz, con nuevos ojos.
Dios la mira y, bajo esta mirada, comienza a descubrirse tal
como está, en la desnudez de su verdad; percibe su condición
de criatura y dice que Dios miró "la humildad de Su
sierva".
Ante la mirada de Dios se verifica la experiencia que Catalina
de Siena supo recoger en las palabras así conocidas: "Yo
soy el que Es; tú eres la que no es ". Es el encuentro
primordial, donde Dios toma la iniciativa y va al encuentro de
sus criaturas, a las que manifiesta su amor primero e
incondicional, libre y gratuito, delante del cual el ser
humano puede reconocerse realmente como es. Tal experiencia no
produce frustración ni desaliento, ya que nos conocemos bajo
la mirada de Dios; en Maria se transforma en alegría, en
canto. Dios nos permite conocernos en nuestra verdad más íntima
y descubrir nuestra necesidad existencial más profunda: ser
transformado y habitado por El. En María, la condición de
pequeñez humana, reconocida y hecha suya, no produce una
sumisión destructora. Al contrario, recibida con alegre
libertad, se transforma en apertura, que permitirá aceptar el
diálogo sucesivo de Dios con ella y, más tarde, abrirse a
una presencia única de Dios con ella.
2 - Escuchar
La mirada de Dios sobre Maria, como lengua no verbal, la
prepara a ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, a
establecer una comunicación más profunda. En el diálogo, la
primera palabra, como en la primera experiencia de comunicación
no verbal, es de Dios. La iniciativa sigue siendo suya. La
mirada fue preliminar necesario, sirvió de base, creó una
confianza radical. Sin embargo no es suficiente para que Dios
resida en ella. Ciertamente, se reveló a ella con la mirada,
pero no es bastante: lo que es, lo que pide, debe decirlo.
Detrás de la estructura de la narración de la vocación, se
encuentra la idea teológica de la forma en que Dios establece
un diálogo, y cómo, en este caso, lo hace con una mujer,
porque la reconoce capaz de establecer una relación libre y
auténtica.
Dios se dirige a María designándola inmediatamente con un
nuevo nombre: "llena de gracia" (Lc 1, 28), y cuando
ella se turba ante esta palabra, dice: "no temas María"
(Lc 1, 30). Dios comienza un diálogo y María se pone a la
escucha de la Palabra. La escucha de María es una escucha
activa. Las primeras palabras que el evangelista pone sobre
los labios de Maria son una pregunta: ¿"Cómo se hará
eso, si no conozco varón?" (Lc 1, 34) Hay una importante
diferencia entre la pregunta espontánea y la pregunta
consciente y voluntaria. La pregunta que refiere Lucas
pertenece sin duda alguna a la segunda manera; sólo la
pregunta consciente y voluntaria es realmente activa en el diálogo.
Todo eso indica una actitud personal que se asemeja poco a la
de una mujer silenciosa y sumisa. Vemos al contrario que ella
asume un rol activo en el diálogo, una escucha que recibe y
que busca una verdadera correspondencia con la persona con
quien habla.
3 - Responder
Dios comenzó un diálogo en el cual Maria participa con sus
palabras; al dirigirse a ella, espera su respuesta, personal y
libre: ninguna otra relación bíblica de tipo vocacional
presenta un diálogo tan articulado y respetuoso de la
libertad del ser humano, como el que se desarrolla entre el ángel
y Maria.
Maria responde a Dios y su palabra tiene una fuerza
particular, es una palabra creadora. El "hágase” de
Maria evoca otra palabra de Dios: el "hágase " del
Génesis, por la cual todo fue creado. En el Génesis sin
embargo, la palabra creadora realiza su actividad en soledad,
es una creación en la pasividad y en mandato. En la Anunciación
al contrario, estamos ante una creación que nace en el diálogo,
en una relación, en la libertad. Maria facilita a Dios su
nueva creación, en la cual en adelante no crea ya solo.
Porque Dios lo quiere, Maria es auténtica y verdadera
co-creadora, dado que Dios no puede y no quiere crear sin la
libertad y la capacidad de Maria, a fin de poder hacer algo
que El no puede: engendrar al Hijo en la historia.
4 - Anunciar
Todo el itinerario de la relación entre Dios y María que
hemos recorrido hasta ahora, está en función de una misión:
la maternidad mesiánica. Y bien, esto no es la única tarea
que le confió. En el evangelio de Lucas, Maria no es sólo la
mujer de fe que, libre y confiada, acepta que el Verbo se haga
carne en su seno, ella también se presenta como la primera
evangelizadora. La Palabra no sólo se acepta y se gesta, sino
que también se anuncia y se difunde por el testimonio de la
vida, con la fuerza de su palabra.
Querría destacar con fuerza este aspecto importante de la
experiencia espiritual de María. No escucha sino la Palabra,
pero la experiencia de Dios, vivida, la transforma y la lleva
a pronunciar un mensaje de salvación. Maria, después de
haber recibido la Buena Noticia, va inmediatamente a llevar a
los otros el mensaje de salvación de Dios. Se levanta y va a
casa de su prima Isabel. En el diálogo con ella, descubrimos
otra cualidad de la palabra de Maria, que prolonga la cualidad
creadora: su don profético.
Recibir la misión de anunciar la Palabra de Dios, hacerse
expresión de la palabra de su pueblo, interpretar la historia
y ofrecer su propio juicio a los hombres, ésta es la
experiencia y la misión de Maria.
Todo el texto de la Anunciación que ya comentamos en otra
parte, puede leerse también como texto profético. Y bien, en
esta lectura, el texto que viene a continuación (Lc 1,
39-56), es el más denso y el más significativo: en el
Magnificat en realidad, Maria expresa una palabra profética
bajo el aspecto ya mencionado. Lucas pone este cántico en
labios de Maria porque contiene muy bien su idea de Maria. En
él proclama por adelantado el Evangelio.
Si el que habla en público, abiertamente, es profeta, María
también lo es al entonar el cántico que Lucas pone en sus
labios. Hay más. La estructura misma del Magnificat lo dice
claramente: no es una plegaria privada ni tampoco una alabanza
que Maria recita frente su prima; es un himno, una plegaria
colectiva, hecha para ser declarada en la liturgia común.
Maria, por lo tanto, expresa una palabra profética porque
canta un himno y lo hace abiertamente, delante de todos, en
este caso delante de sus familiares.
Y el Magnificat no canta sólo a Dios, sino canta también lo
que Dios ha hecho. Es la palabra de Maria, pero Maria habla en
el lugar de Dios cuando canta sus grandezas, y habla en nombre
de su pueblo, que reconoce en su historia la presencia
salvadora de Yahvé.
El contenido del Magnificat no se termina allí. Expresa también
una denuncia que no debe acallarse. Maria denuncia tres tipos
de pecados radicales: saber (Lc 1, 51), poder (Lc 1, 52) y
tener (Lc 1, 53). Los soberbios, los opresores y los ricos. Y
su manera de denunciar es curiosa: no los acusa directamente,
pero lo hace a través del triunfo de los pobres sobre estas
tres grupos de la sociedad. Y, en la denuncia, está además
el anuncio de lo que Dios realiza con los pobres. Es una forma
muy clara de denuncia: Dios y su obra son más importantes que
todos los pecados del mundo. Lucas anticipa en el Magnificat
lo que será explícito en las Bienaventuranzas de Jesús: en
Maria comienzan a convertirse en realidad.
II. Maria: ¿silencio o palabra?
A la luz del camino recorrido se puede comprender la afirmación
de Vaticano II, cuando dice que María es modelo de
espiritualidad apostólica: Maria, la mujer, la discípula, no
solamente pronunció palabras decisivas en la historia y para
la historia, sino también hizo su fe explícita delante de lo
hombres de su pueblo.
Sin embargo, en mi experiencia pastoral, descubro que estamos
acostumbrados a identificar a Maria con la actitud simbólica
del silencio. La vemos como la mujer que acoge y se calla,
"meditando todas estas cosas en su corazón".
Sabemos muy de dónde viene esta presentación. A menudo
encontramos la bipolaridad: Maria-silencio, Jesús-Palabra. A
menudo presentamos a Maria como modelo en el momento de
aprender a escuchar, recibir, a estar disponibles. Mientras
que, tomando a Jesús como referencia, destacamos que fue un
predicador infatigable, un hombre comprometido completamente
en el anuncio del Reino. Sin embargo, no podemos olvidar los
silencios irreemplazables de Jesús ni las palabras de Maria,
las que hay que tener en cuenta. Jesús pues, habla y se
calla, como Maria.
Fuente:
rosaire.org