Con frecuencia, ya
desde hace siglos, el profeta es el que “ve antes” y “dice
antes”. Sin embargo, desde la perspectiva bíblica ese
“antes” tiene relativa poca importancia. En la Biblia el
verdadero profeta es el que es capaz de ver porque escucha y
tiene la valentía de decir.
¿Qué es lo que ve el profeta y qué es lo que dice? No ve el
futuro en cuanto futuro sino que ve a Dios dentro de un
mundo que no percibe a Dios. Y en ese mundo “dice palabras
de Dios”. El profeta es el hombre o la mujer que responden
al ansia de conocer a Dios.
La auténtica profecía bíblica responde a la nostalgia de
Dios, al ansia de saber, de ver, de escuchar a Dios.
Hoy aparecen amplios sectores de población carentes de esta
nostalgia. El verdadero profeta tropieza con la dificultad
de encontrar oídos y corazones con ansia de escuchar el
mensaje de Dios. En sus oídos sólo resuenan otra voces muy
distintas.
Juan Pablo II describe estas voces así: «La cultura
hedonística, el materialismo ávido de poseer y las
concepciones de libertad que prescinden de la verdad y de la
norma moral.»
Los oídos de muchos, como los del “yupi”, no captan la
belleza del gorjeo del ruiseñor.
Estas tres características que denunciaba el Papa producen
esta situación de agnosticismo e indiferencia que se
extienden como una mancha de petróleo en el mar.
El pensador y novelista Fernando Pessoa busca las raíces de
este mal y diagnostica: «He nacido en un tiempo en el que la
mayoría de los jóvenes han perdido la creencia en Dios por
la misma razón que sus mayores la habían tenido sin saber
por qué. Mejor, no es que la hayan perdido, es que nunca la
han tenido en serio.»
Si esto es verdad, se explica que no hayan sido capaces de
resistir la invasión hedonista y materialista que domina en
el -quizá mal llamado- primer mundo.
Este panorama desolador es el que ha sugerido el exegeta W.
Bruegemann, la “palabra alternativa” como núcleo de la
profecía. Con razón tituló su libro “La imaginación
profética”. Hace falta fantasía para hacer caer de los ojos,
como a Pablo, una especie de “escamas” y así poder recuperar
la vista.
Si los revolucionarios del mayo del ‘68 bociferaban pidiendo
la «Imaginación al poder», con mucha más razón debemos
gritar los cristianos: «Envía, Señor, profetas con
imaginación». Porque la necesitarán -y mucha- para arrancar
al mundo de sus instalaciones y ayudarles a descubrir nuevas
formas de ver las cosas, de entenderlas, y de hacerlas.
Al fin y al cabo, es lo que reclama el Papa a los nuevos
evangelizadores: nuevo ardor, nuevos métodos, nuevas
expresiones.
La alternativa profética es lo contrario del Falcon Cresth
Me encontraba a gusto en aquella recoleta capilla. Estaba
rodeado de treinta jóvenes en una convivencia de fin de
semana. El evangelio del día nos pedía conversión pues «el
Reino de Dios estaba cerca».
-A ver, ¿quién me dice qué es ese rollo del Reino de Dios?
Silencio en la sala.
-Vamos, estoy seguro de que habéis oído hablar cientos de
veces del Reino.
Al final, se arranca el guitarrista:
-Yo, no sé bien qué es, pero el otro día oí decir a un cura
que el Reino de Dios era lo contrario al Falcon Cresth.
Carcajada general. Dejé que rieran a gusto para después
añadir:
-Es una definición que me vale y que me gusta.
Y les fui mostrando cómo esa novela-culebrón, como otras
muchas películas presentaban unos personajes para los cuales
lo importante en la vida es el dinero, el placer y la
ambición de poder. No se escatiman medios para conseguir los
más millones posibles. Si es necesario falsificar
testamentos, se falsifican. Si hay que cobrar comisiones
ilegales, se cobran. Si hay que dejar hambrientos y
tiranizar pueblos, se tiranizan. Todo amparado por Bancos
que facilitaban esa “cultura del pelotazo”.
Y así fuimos juntos analizando todas esas soterradas formas
de invasión, contaminación y destrucción humana.
Entonces, ¿qué es el Reino? El Reino debe ser lo contrario a
todo eso. Así lo fuimos viendo al analizar la predicación
que Jesús hacía de él y los mensajes que presentaban batalla
a esos tres ciclones desbocados: el ansia de placer, la
avidez del dinero fácil e injusto y el egoísmo insolidario.
Jesucristo, el profeta de Nazareth, la auténtica alternativa
El profeta es el cauce de la Palabra de Dios. No de sus
propias ideas, ni de sus propios intereses. Los falsos
profetas son los que hablan por propia iniciativa o
presionados por intereses terrenos.
Llegó la plenitud de los tiempos. Dios quiso revelar
torrencialmente «el misterio mantenido en secreto desde la
eternidad». Y para eso envió a su Hijo, el profeta que no
sólo decía “palabras de Dios” sino que era Él mismo “la
Palabra de Dios”. Esto explica que las palabras por él
pronunciadas no sonasen a hueco ni dejaran frío el corazón.
Eran palabras nuevas que producían un mundo nuevo. Una
novedad tan alternativa y tan distinta que ni sus mismos
discípulos comprendían todo su alcance aunque experimentasen
ya sus vigorosos efectos.
Si cambiaba el nombre a una persona, ésta quedaba
transformada. Si pronunciaba palabras sobre un enfermo, éste
sanaba. Si las pronunciaba sobre el embrabecido mar, éste
enmudecía y perdía su bravura.
Esta palabra presenta la novedad del Reino con tal fuerza,
que los poderes fácticos sienten que se hunde el terreno
bajo sus piés. Y los discípulos la quieren amansar y
acomodar a sus reducidas y estrechas cuadrículas mentales.
Jesús, entonces, les promete su Espíritu «que les explicará
todo».
María de Nazareth, profeta y modelo de profetas
¿Verdad que nos suena extraño este calificativo para María?
Sin embargo no es un título ajeno a la realidad que ella
vivió. El escriturista Francisco Mª López Melús al comentar
el Magníficat en su libro “María, la verdadera discípula”,
escribe:
«Este cántico es el espejo del alma de María. En ese poema
logra su culminación la espiritualidad de los pobres de
Yahwe y el profetismo de la Antigua Alianza. Es el cántico
que anuncia el nuevo evangelio de Jesucristo, es el preludio
del sermón de la montaña.»
El mariólogo R. Laurentín, toma las aguas más arriba y
explica que ya el Antiguo Testamento reconoce el carisma
profético en las mujeres. Así lo podemos ver en referencia a
la hermana de Moisés, María, en Ex 15, 20; o a Débora que
mandó a Barac emprender la batalla en nombre del Dios de
Israel. Y entonó el cántico que mil veces repetido mantenía
la fe de los israelitas (Jue 5, 1-31). O referido a Hulda
cuyo oráculo hizo época en la conversión de Israel (2Re 2,
2-14 y 2Cro 34, 22.)
El evangelio de la infancia de Lucas, además de darle a la
anciana Ana el título de profetisa, nos presenta a Isabel y
María como las dos primeras profetas del Nuevo Testamento.
No las llama ciertamente profetisas pero hace algo más al
presentar sus cánticos inspirados. Ven a Dios y expresan
para todos los tiempos los caminos de Dios: «Isabel, llena
del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: “Bendita tú
entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre... Dichosa
tú por haber creído» Entonces María dijo: «Mi alma glorifica
al Señor...»
El Magníficat, canto profético
De este cántico los teólogos han dicho que es un resumen de
la Biblia y síntesis de la historia de salvación
Juan Pablo II escribe que el “Magníficat” emerge de la fe
profunda de María y que en él se vislumbra «su experiencia
personal, el éxtasis del corazón. En estas sublimes palabras
resplandece un rayo del misterio de Dios, la gloria de su
inefable santidad, el eterno amor que como don irrevocable,
entra en la historia del hombre».
La alternativa que presenta el profeta Jesús exige un nuevo
talante. El cántico que brota del corazón de la más perfecta
discípula es el paradigma de ese nuevo talante.
Quizá sea necesario explicitar las causas que exigen este
nuevo estilo inaugurado por Jesús. «Hoy se ha cumplido ante
vosotros esta profecía», anuncia tras leer un fragmento del
profeta Isaías. Este texto es programático para el futuro de
la Iglesia y la fidelidad al Resucitado.
Esta afirmación indica que Jesús deja a su Iglesia el
encargo de seguir luchando para que el Reino de Dios avance.
El Reino que empezó ya con Jesús pero que aún no ha llegado
a su plenitud.
Esto quiere decir que la Iglesia no es el Reino, pero es su
germen en continuo crecimiento. Y tiene la misión de
anunciarlo e instaurarlo.
Y, como he indicado ya arriba, este luchar por la misma
causa por la que Jesús vivió, murió y resucitó, pide a
gritos un nuevo talante. Y María, discípula perfecta, es
modelo excepcional para que nosotros aprendamos a caminar en
el filo de la alternativa de Jesús.
Y así, en primer lugar, el “Magníficat” es el gozo exultante
que reconoce la acción gratuita de Dios, que ha mirado su
pequeñez y sin ningún mérito la ha llenado de su gracia.
El mariólogo R. Laurentín escribió una obra dedicada al
Magníficat donde encontramos estas afirmaciones:
- «El Magníficat es el cántico de María. Ella lo transmitió
a la comunidad de Jerusalén, de donde lo tomó Lucas, el
metódico historiador».
- «El Magníficat expresa la acción de gracias de María y de
todo el pueblo por la salvación encarnada en Jesús».
«María, por su cántico enteramente referido a Dios, se sitúa
en la cumbre del profetismo y proclama que su Hijo actuará
con el estilo que ha empleado con ella. La predilección por
su esclava, la seguirá Jesús con su predilección por los
pequeños y oprimidos. Jesús derribará a los poderosos».
Desde esta perspectiva los teólogos descubren la íntima
relación que existe entre el Magníficat y las
Bienaventuranzas. Esta es la razón por la que la Iglesia
desde el s. II con Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría,
Orígenes, Cirilo de Alejandría y un largo etcétera, le
reconocen el título de profeta.
Conclusiones
El cuarto evangelio presenta una escena de acusada
manifestación profética. En Caná, la Virgen Madre tiene
prisa en dar a conocer a su Hijo, el esperado. Se nos
presenta como la mujer creyente, confiada totalmente en el
poder misericordioso de Jesús y deseosa de expandir esta fe:
«Y sus discípulos creyeron en Él». La lectura meditada de
ese segundo capítulo de S. Juan nos ayudará a ser dóciles a
las invitaciones de Jesús para unirnos a su causa. Ella, la
Madre de Jesús y Madre nuestra, manda: «Haced lo que Él os
diga».
La segunda sugerencia que propongo es encaminar nuestra vida
y discernir si estamos más influidos por la avidez de
poseer, arrastrados por el consumo, el hedonismo y la
libertad permisiva, o por el contrario, estamos influidos
por la fuerza alternativa que representa el mensaje
evangélico. ¿Son mis valores los valores del Reino?
Fuente:
ciudadredonda.org