María, modelo de profetas

Padre Alfredo Mª Pérez Oliver, cmf

 

Con frecuencia, ya desde hace siglos, el profeta es el que “ve antes” y “dice antes”. Sin embargo, desde la perspectiva bíblica ese “antes” tiene relativa poca importancia. En la Biblia el verdadero profeta es el que es capaz de ver porque escucha y tiene la valentía de decir.

¿Qué es lo que ve el profeta y qué es lo que dice? No ve el futuro en cuanto futuro sino que ve a Dios dentro de un mundo que no percibe a Dios. Y en ese mundo “dice palabras de Dios”. El profeta es el hombre o la mujer que responden al ansia de conocer a Dios.

La auténtica profecía bíblica responde a la nostalgia de Dios, al ansia de saber, de ver, de escuchar a Dios.

Hoy aparecen amplios sectores de población carentes de esta nostalgia. El verdadero profeta tropieza con la dificultad de encontrar oídos y corazones con ansia de escuchar el mensaje de Dios. En sus oídos sólo resuenan otra voces muy distintas.

Juan Pablo II describe estas voces así: «La cultura hedonística, el materialismo ávido de poseer y las concepciones de libertad que prescinden de la verdad y de la norma moral.»

Los oídos de muchos, como los del “yupi”, no captan la belleza del gorjeo del ruiseñor.

Estas tres características que denunciaba el Papa producen esta situación de agnosticismo e indiferencia que se extienden como una mancha de petróleo en el mar.

El pensador y novelista Fernando Pessoa busca las raíces de este mal y diagnostica: «He nacido en un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes han perdido la creencia en Dios por la misma razón que sus mayores la habían tenido sin saber por qué. Mejor, no es que la hayan perdido, es que nunca la han tenido en serio.»

Si esto es verdad, se explica que no hayan sido capaces de resistir la invasión hedonista y materialista que domina en el -quizá mal llamado- primer mundo.

Este panorama desolador es el que ha sugerido el exegeta W. Bruegemann, la “palabra alternativa” como núcleo de la profecía. Con razón tituló su libro “La imaginación profética”. Hace falta fantasía para hacer caer de los ojos, como a Pablo, una especie de “escamas” y así poder recuperar la vista.

Si los revolucionarios del mayo del ‘68 bociferaban pidiendo la «Imaginación al poder», con mucha más razón debemos gritar los cristianos: «Envía, Señor, profetas con imaginación». Porque la necesitarán -y mucha- para arrancar al mundo de sus instalaciones y ayudarles a descubrir nuevas formas de ver las cosas, de entenderlas, y de hacerlas.

Al fin y al cabo, es lo que reclama el Papa a los nuevos evangelizadores: nuevo ardor, nuevos métodos, nuevas expresiones.

La alternativa profética es lo contrario del Falcon Cresth

Me encontraba a gusto en aquella recoleta capilla. Estaba rodeado de treinta jóvenes en una convivencia de fin de semana. El evangelio del día nos pedía conversión pues «el Reino de Dios estaba cerca».

-A ver, ¿quién me dice qué es ese rollo del Reino de Dios?
Silencio en la sala.
-Vamos, estoy seguro de que habéis oído hablar cientos de veces del Reino.
Al final, se arranca el guitarrista:
-Yo, no sé bien qué es, pero el otro día oí decir a un cura que el Reino de Dios era lo contrario al Falcon Cresth.
Carcajada general. Dejé que rieran a gusto para después añadir:
-Es una definición que me vale y que me gusta.

Y les fui mostrando cómo esa novela-culebrón, como otras muchas películas presentaban unos personajes para los cuales lo importante en la vida es el dinero, el placer y la ambición de poder. No se escatiman medios para conseguir los más millones posibles. Si es necesario falsificar testamentos, se falsifican. Si hay que cobrar comisiones ilegales, se cobran. Si hay que dejar hambrientos y tiranizar pueblos, se tiranizan. Todo amparado por Bancos que facilitaban esa “cultura del pelotazo”.

Y así fuimos juntos analizando todas esas soterradas formas de invasión, contaminación y destrucción humana.

Entonces, ¿qué es el Reino? El Reino debe ser lo contrario a todo eso. Así lo fuimos viendo al analizar la predicación que Jesús hacía de él y los mensajes que presentaban batalla a esos tres ciclones desbocados: el ansia de placer, la avidez del dinero fácil e injusto y el egoísmo insolidario.

Jesucristo, el profeta de Nazareth, la auténtica alternativa

El profeta es el cauce de la Palabra de Dios. No de sus propias ideas, ni de sus propios intereses. Los falsos profetas son los que hablan por propia iniciativa o presionados por intereses terrenos.

Llegó la plenitud de los tiempos. Dios quiso revelar torrencialmente «el misterio mantenido en secreto desde la eternidad». Y para eso envió a su Hijo, el profeta que no sólo decía “palabras de Dios” sino que era Él mismo “la Palabra de Dios”. Esto explica que las palabras por él pronunciadas no sonasen a hueco ni dejaran frío el corazón. Eran palabras nuevas que producían un mundo nuevo. Una novedad tan alternativa y tan distinta que ni sus mismos discípulos comprendían todo su alcance aunque experimentasen ya sus vigorosos efectos.

Si cambiaba el nombre a una persona, ésta quedaba transformada. Si pronunciaba palabras sobre un enfermo, éste sanaba. Si las pronunciaba sobre el embrabecido mar, éste enmudecía y perdía su bravura.

Esta palabra presenta la novedad del Reino con tal fuerza, que los poderes fácticos sienten que se hunde el terreno bajo sus piés. Y los discípulos la quieren amansar y acomodar a sus reducidas y estrechas cuadrículas mentales. Jesús, entonces, les promete su Espíritu «que les explicará todo».

María de Nazareth, profeta y modelo de profetas

¿Verdad que nos suena extraño este calificativo para María? Sin embargo no es un título ajeno a la realidad que ella vivió. El escriturista Francisco Mª López Melús al comentar el Magníficat en su libro “María, la verdadera discípula”, escribe:

«Este cántico es el espejo del alma de María. En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahwe y el profetismo de la Antigua Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo evangelio de Jesucristo, es el preludio del sermón de la montaña.»

El mariólogo R. Laurentín, toma las aguas más arriba y explica que ya el Antiguo Testamento reconoce el carisma profético en las mujeres. Así lo podemos ver en referencia a la hermana de Moisés, María, en Ex 15, 20; o a Débora que mandó a Barac emprender la batalla en nombre del Dios de Israel. Y entonó el cántico que mil veces repetido mantenía la fe de los israelitas (Jue 5, 1-31). O referido a Hulda cuyo oráculo hizo época en la conversión de Israel (2Re 2, 2-14 y 2Cro 34, 22.)

El evangelio de la infancia de Lucas, además de darle a la anciana Ana el título de profetisa, nos presenta a Isabel y María como las dos primeras profetas del Nuevo Testamento. No las llama ciertamente profetisas pero hace algo más al presentar sus cánticos inspirados. Ven a Dios y expresan para todos los tiempos los caminos de Dios: «Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: “Bendita tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre... Dichosa tú por haber creído» Entonces María dijo: «Mi alma glorifica al Señor...»

El Magníficat, canto profético

De este cántico los teólogos han dicho que es un resumen de la Biblia y síntesis de la historia de salvación

Juan Pablo II escribe que el “Magníficat” emerge de la fe profunda de María y que en él se vislumbra «su experiencia personal, el éxtasis del corazón. En estas sublimes palabras resplandece un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el eterno amor que como don irrevocable, entra en la historia del hombre».

La alternativa que presenta el profeta Jesús exige un nuevo talante. El cántico que brota del corazón de la más perfecta discípula es el paradigma de ese nuevo talante.

Quizá sea necesario explicitar las causas que exigen este nuevo estilo inaugurado por Jesús. «Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía», anuncia tras leer un fragmento del profeta Isaías. Este texto es programático para el futuro de la Iglesia y la fidelidad al Resucitado.

Esta afirmación indica que Jesús deja a su Iglesia el encargo de seguir luchando para que el Reino de Dios avance. El Reino que empezó ya con Jesús pero que aún no ha llegado a su plenitud.

Esto quiere decir que la Iglesia no es el Reino, pero es su germen en continuo crecimiento. Y tiene la misión de anunciarlo e instaurarlo.

Y, como he indicado ya arriba, este luchar por la misma causa por la que Jesús vivió, murió y resucitó, pide a gritos un nuevo talante. Y María, discípula perfecta, es modelo excepcional para que nosotros aprendamos a caminar en el filo de la alternativa de Jesús.
Y así, en primer lugar, el “Magníficat” es el gozo exultante que reconoce la acción gratuita de Dios, que ha mirado su pequeñez y sin ningún mérito la ha llenado de su gracia.

El mariólogo R. Laurentín escribió una obra dedicada al Magníficat donde encontramos estas afirmaciones:
- «El Magníficat es el cántico de María. Ella lo transmitió a la comunidad de Jerusalén, de donde lo tomó Lucas, el metódico historiador».
- «El Magníficat expresa la acción de gracias de María y de todo el pueblo por la salvación encarnada en Jesús».

«María, por su cántico enteramente referido a Dios, se sitúa en la cumbre del profetismo y proclama que su Hijo actuará con el estilo que ha empleado con ella. La predilección por su esclava, la seguirá Jesús con su predilección por los pequeños y oprimidos. Jesús derribará a los poderosos».

Desde esta perspectiva los teólogos descubren la íntima relación que existe entre el Magníficat y las Bienaventuranzas. Esta es la razón por la que la Iglesia desde el s. II con Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría, Orígenes, Cirilo de Alejandría y un largo etcétera, le reconocen el título de profeta.

Conclusiones

El cuarto evangelio presenta una escena de acusada manifestación profética. En Caná, la Virgen Madre tiene prisa en dar a conocer a su Hijo, el esperado. Se nos presenta como la mujer creyente, confiada totalmente en el poder misericordioso de Jesús y deseosa de expandir esta fe: «Y sus discípulos creyeron en Él». La lectura meditada de ese segundo capítulo de S. Juan nos ayudará a ser dóciles a las invitaciones de Jesús para unirnos a su causa. Ella, la Madre de Jesús y Madre nuestra, manda: «Haced lo que Él os diga».

La segunda sugerencia que propongo es encaminar nuestra vida y discernir si estamos más influidos por la avidez de poseer, arrastrados por el consumo, el hedonismo y la libertad permisiva, o por el contrario, estamos influidos por la fuerza alternativa que representa el mensaje evangélico. ¿Son mis valores los valores del Reino?

Fuente:  ciudadredonda.org