Santa
María de la sencillez
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
Hay
muchas maneras de sobresalir, de distinguirnos de los
otros, a veces de una forma estridente, ruidosa y por lo tanto
molesta, como aquel que nos da la impresión de orgullo y
soberbia, mostrándonos con dichos o hechos su idea de
superioridad, incluyendo, por lo tanto, un deprecio a los demás.
A
veces la manera de ser es tan normal, suave, que su presencia se
hace difícilmente notoria, toda su actuación está en orden a su
servicio a los demás, de una manera natural, aportando consigo
una sencillez que hace su presencia acogedora, agradable.
De
las pocas veces que el Evangelio nos habla de María siempre lo
hace para presentárnosla en una actitud de servicio: a Dios (“Hágase
en mí según tu palabra) y a los hombres (visita de Isabel, bodas
de Caná, etc.). La grandeza de María es su sencillez, por eso
Dios la eligió para que fuera su madre. Consciente Ella del
privilegio con que Dios la había adornado, siguió en la misma línea
de humildad, sin pretensiones de llamar la atención. Como
“pobre de Yahvé” sabía que todo es pura gracia de Dios, de
quien procede todo don.
La
vida sencilla de María transcurría en el pequeño pueblo de
Nazaret, externamente no cambió para nada después de la
Anunciación, sólo la experiencia fuerte de la maternidad divina,
pero esto le hizo a Ella ser más humilde al reconocer que no era
mérito propio, tuvo como respuesta un mayor servicio a quien le
necesitase, pues, el apelativo que se había impuesto de
“esclava del Señor” no era sólo palabras bonitas para quedar
bien, sino la expresión sincera de quien reconoce la obra que
Dios hace en la criatura, exigiendo a ésta que no estorbe a su
acción para realizar “obras grandes”.
¿A
quién comunicó María su maternidad divina? A nadie, aunque esto
le supuso una gran humillación y dura prueba respecto a lo que
pudiera pensar su esposo José.
Sí
reconoció su maternidad divina su prima Isabel “llena del Espíritu
Santo”, así la proclama al hacerse María presente, pues, la
sencillez de la visitante ocultaba el gran misterio anunciado
desde antiguo. María no niega aquella alabanza, ya que la
sencillez no está reñida con la verdad.
Lo
importante no es la misión que nos tiene confiada el Señor, sino
la realización que hacemos de la misma, es decir, el cómo la
hacemos, pues, esto depende de nosotros y la misión depende de la
libre voluntad de Dios, y por lo tanto sin mérito personal.
A
Dios le agrada la sencillez, pues, siendo de naturaleza divina, no
hace alarde de ello, sino que se humilla, haciéndose un hombre
como nosotros, excepto en el pecado. Era lógico que escogiera a
una madre, simple criatura, y que ésta no se enorgulleciera por
la dignidad que le había conferido. Buen maestro tenía María
para aprender y practicar la lección de la humildad, sencillez,
pobreza, austeridad, etc... todas estas virtudes están
emparentadas y mutuamente se reclaman.
María
la sencilla mujer de pueblo es a la que Dios le ha confiado la
dignidad anhelada por tantas mujeres judías. Ela al verse así
privilegiada se pone a “servir” a su prima Isabel.
Cuando
en la vida pública de Jesús la encontramos, siempre está en la
misma actitud, en Caná aparece pendiente de la marcha del
banquete, no está para que le sirvan, sino que Ella es la que
sirve. En cierta ocasión nos la ponen como oyente de las
predicaciones de su Hijo, pero no aparece en primera fila para
buscar las miradas complacientes de las personas, sino que la
encontramos entre la muchedumbre, y si una mujer no la hubiera
reconocido, hubiera pasado desapercibida para la mayoría de los
que rodeaban a Jesús. Ella no exige el primer lugar junto a su
Hijo donde mejor le podía ver y oír, sino que cede discreta y
sencillamente este derecho a otras personas.
El
ejercicio de la sencillez de María lo vio reforzado por el
ejemplo que su Hijo le daba, Él había venido no para que le
sirvieran, siendo Dios no necesitaba de nosotros, la lección de
amor, que tiene vertientes distintas, v.gr. servicio, perdón,
comprensión, etc...
Con
esta lección de sencillez la podemos invocar:
Santa
María de la sencillez.
Santa
María de la humildad.
Santa
María del servicio.
Santa
María de la comprensión.
Santa
María del anonimato.
Santa
María de la naturalidad.
Santa
María sin pretensiones.
Santa
María sin renombre social.
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