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Sor Lucía, vidente Padre José Ignacio Munilla Aguirre
Lo
acostumbrado suele ser que la muerte de un personaje sea ocasión
propicia para ensalzar su obra y mensaje. A muchos católicos nos ha
impresionado –aunque a estas alturas, no diremos ya “sorprendido”-
el hecho de que algunos teólogos hayan aprovechado el fallecimiento de
sor Lucía para denostar públicamente su figura, así como los
acontecimientos y el mensaje de Fátima.
Este hecho deja patente el gran desencuentro existente entre el pueblo
fiel católico y determinadas corrientes teológicas que han asumido la
mentalidad liberal de nuestra cultura, hasta el punto de disolverse en
ella. René Laurentin, destacado mariólogo francés, ha recordado
acertadamente un hecho incontestable: mientras que las masas abandonaban
la práctica religiosa en
la vieja Europa
, lo único que estaba en auge eran las peregrinaciones a los santuarios
en los que habían tenido lugar apariciones marianas, u otros hechos místicos
extraordinarios. Esto pone en cuestión los postulados aprióricos de la
teología liberal, según los cuales el hombre moderno necesita una "religiosidad
desmitificada" y "depurada
de todo aspecto mágico", para poder así hacerse
comprensible y creíble a la mentalidad moderna. Sin embargo, los signos
de los tiempos han resultado ser bien distintos de los diseñados por
determinados modelos académicos. La gran atracción de los santuarios
marianos y de los santos místicos, refleja una especie de "rebelión
del pueblo fiel” hacia esa parte del mundo eclesiástico
que ha caído en la trampa racionalista. Nos explicamos así las
ampollas que levanta en muchos ambientes todo lo relacionado con Fátima
y sor Lucía; aunque, sinceramente, no deja de impresionar la falta de
delicadeza de la que se ha hecho gala en la hora de su muerte. Sin
perder un minuto más en este prolegómeno, paso a destacar brevemente
algunos aspectos menos conocidos de la figura de sor Lucía:
Un signo muy importante de la autenticidad del testimonio de la que fue
vidente de la Virgen, es su talante y estilo de vida. La priora de su
comunidad, sor María Celina de Jesús, ha declarado que sor Lucía era
«la joya» del Carmelo de Coimbra, subrayando de forma particular su
sencillez: “Ni siquiera el «peso» del secreto que la vidente llevó
consigo por décadas modificó su humildad”. “Las religiosas no le
hicimos jamás preguntas”. La ausencia de protagonismo por parte de la
vidente fue tan relevante que, según testimonio de la priora, cuando
ella misma ingresó en el Carmelo de Coimbra, estuvo «ocho días sin
saber quién era Lucía de Fátima». De la misma forma que el afán de
protagonismo es altamente sospechoso, nos sentimos cautivados por el
testimonio de esta sencilla mujer que ha escondido su vida en Dios.
Muchos católicos desconocen que las revelaciones privadas que sor Lucía
recibió en Fátima, se vieron completadas años después en España.
Estando sor Lucía entonces en la congregación de las religiosas
Doroteas, antes de ingresar en la clausura carmelitana, recibió
diversas revelaciones en Tuy y en Pontevedra. De esta forma, a finales
de 1925 y comienzos de 1926, se cumplía el anuncio hecho por la Virgen
en su aparición del 13 de Julio de 1917, en la que prometía que volvería
de nuevo para pedir la extensión de la devoción al Corazón Inmaculado
de María, así como la consagración de Rusia al Corazón de María.
Los mariólogos especialistas en Fátima han llegado a afirmar que
Pontevedra es el “Pentecostés de Fátima”. De hecho,
la Iglesia Católica
ha integrado en su liturgia y prácticas marianas diversas aportaciones
de las revelaciones privadas de Pontevedra. Por ejemplo, el próximo 22
de Mayo, en el Pilar de Zaragoza, nuestra Conferencia Episcopal en pleno
se dispone a renovar la consagración de España al Inmaculado Corazón
de María. Mientras que algunos se ríen del valor de las
consagraciones, la Iglesia confía en el poder de mediación e intercesión
que Cristo ha puesto en manos de su Madre.
Así mismo, muchos desconocen también el hecho de que sor Lucía y
la Santa Sede
han tenido como adversarios, no sólo a los incrédulos y detractores de
las apariciones de Fátima; sino que también han tenido que hacer
frente a otros intentos de manipulación, por el extremo contrario. En
efecto, grupos católicos integristas, han querido apropiarse en
diversas ocasiones del mensaje de Fátima. Especialmente, tras los
atentados terroristas del 11 de Septiembre, quisieron involucrar a sor
Lucía en episodios de nuevas revelaciones y en reinterpretaciones de
corte apocalíptico del mensaje de Fátima. Por ese motivo el Papa envió
el 20 de Diciembre de
2001 a
Mons Bertone al carmelo de Coimbra, para despejar cualquier sospecha de
que no se hubiese publicado el texto íntegro de la tercera parte del
secreto de Fátima, tal y como algunos movimientos "fatimitas"
denunciaban. La religiosa portuguesa cortó por lo sano con las falsas
noticias que se estaban divulgando: «Se
ha publicado todo por parte de
la Santa Sede
; no hay más secretos».
Ciertamente, sabemos que el valor de las revelaciones privadas, caso del
mensaje de Fátima, no es comparable al de la revelación pública. Esta
última nos exige a los católicos nuestro asentimiento de fe; mientras
que en el caso de las revelaciones privadas, los fieles están
autorizados a dar su adhesión prudente, después de que la Iglesia haya
juzgado que el mensaje en cuestión no contiene nada que vaya contra la
fe y las costumbres. Las revelaciones privadas son una ayuda para
comprender y vivir el Evangelio en el momento presente. Lo propio de éstas,
no es la aportación de datos nuevos, sino subrayar y acentuar aspectos
del Evangelio que hayan podido caer en el olvido en el momento presente.
Por lo tanto, la categoría teológica de las revelaciones privadas es
la equiparable al carisma de profecía. Así lo dice la primera carta de
San Pablo a los Tesalonicenses: "No
apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinad cada
cosa y quedaros con lo que es bueno" (1 Tes 5, 19-21).
A las 17.25 horas del 13 de Febrero, se cerraron los ojos de esa humilde
pastorcilla que vio el rostro de
la Virgen. Sor
Lucía
es ahora de nuevo -y esta vez para siempre-, “vidente”.
Confiamos en que, llegado el momento, así será proclamado solemnemente
por
la Iglesia Católica.
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