La historia de Fátima  

Renzo Allegri

 

El día 13 de mayo, en Fátima (Portugal) serán beatificados dos de los tres pastorcitos que en el año 1917, en Fátima (Portugal), vieron a la Virgen. Son Jacinta y Francisco Marto, los dos más pequeños del trío, que eran hermanos y fallecieron pocos años después de las apariciones, cuando tenían respectivamente 9 y 11 años. La tercera vidente, Lucía, prima de ambos, está aún viva y cuenta con 92 años; es monja de clausura en el Carmelo de Coimbra.
Las apariciones de Fátima constituyen uno de los eventos religiosos que han tenido una gran influencia sobre los fieles de todo el mundo católico y son todavía de gran actualidad sobre todo por las profecías en relación a Rusia, anunciadas por los tres niños en el año 1917 y que han encontrado un desconcertante realismo justamente en estos últimos años.
En el lugar de las apariciones ha surgido uno de los santuarios más famosos. Millones de creyentes, provenientes de todas partes del mundo, acuden en peregrinación cada año. Hasta dos Papas han ido a rezar a ese santuario: Pablo VI, en 1967, y Juan Pablo II dos veces: en 1982, para agradecer a la Virgen por haber sobrevivido al atentado sufrido en plaza San Pedro el año anterior, y en 1991. Pero la Virgen de Fátima es venerada por doquier: miles y miles de iglesias, de capillas, de lugares de culto están dedicados a ella.
Todo comenzó el 13 de mayo de 1917. Mientras pastoreaban la grey en una localidad llamada Cova da Iria, en la comuna de Fátima, Jacinta, Francisco y Lucía, cerca del mediodía, vieron imprevistamente a una señora más resplandeciente que el sol sobre la copa de un árbol: No tengan miedo -dice la señora-, no quiero hacerles daño. Les encomendó rezar y regresar a ese lugar el día 13 del mes siguiente. Comenzó así su aventura y el evento que marcó profundamente la vida religiosa del siglo XX.
Jacinta tenía 7 años, Francisco 8 y Lucía 10. Las apariciones fueron seis: la última, el 13 de octubre de 1917, acompañada de un asombroso fenómeno, un ‘milagro’ del que fueron testigos oculares más de 70 mil personas que estaban presentes en el lugar. 
En la segunda aparición, la misteriosa señora dice a los pequeños videntes que pronto llevaría consigo, al Paraíso, a Jacinta y a Francisco, mientras que Lucía quedaría por largo tiempo en la tierra para dar testimonio de cuanto habían visto. Francisco murió en 1919 y Jacinta en 1920. Lucía, como ya dijimos, está aún con vida. 
La noticia de la beatificación de los dos videntes, publicada el 13 de octubre de 1999, ha suscitado grandísimo entusiasmo en Fátima. Los peregrinos, siempre numerosos, han crecido en número. Las tumbas de los dos pequeños videntes, que están en el interior del gran santuario, son visitadas por gran cantidad de gente proveniente de todas partes del mundo. 
¿Pero, quiénes son Francisco y Jacinta? ¿Cómo se ha desarrollado su breve existencia terrenal? ¿Por qué la Iglesia ha decidido elevarlos a los altares aunque hayan muerto siendo niños?
Para contestar a estas preguntas, que sin lugar a dudas muchos se formularán, y para reconstruir la historia de los misteriosos eventos de los que Francisco y Jacinta, junto a Lucía, fueron protagonistas en 1917, me he trasladado a Fátima en búsqueda de testimonios y documentos. En esta investigación he tenido la dicha de contar con un guía de privilegio: Padre José dos Santos Valinho, que es sobrino de sor Lucía y sobrino segundo de Jacinta y Francisco. Fue él quien me acompañó a los lugares de las apariciones, y donde viven los parientes de Francisco y Jacinta, proporcionando informaciones preciosas y a menudo inéditas.
En primer lugar, el Padre Valinho me hizo encontrar con el hermano de Francisco y Jacinta, João (Juan) que tiene 93 años, vive en Aljustrel, cerca de la casa donde nació y transcurrió su infancia junto a los dos hermanitos que ahora serán beatificados. Es un viejito muy lúcido y goza de buena salud. Nos sale al encuentro caminando con buena prestancia. Me dice que prefiere hablar al aire libre, entre los árboles. Nos sentamos en un banco, en un gran patio, cerca de su casa. Aquí jugaba con Francisco y Jacinta -afirma mirando sonriente a su alrededor-, en aquel entonces teníamos poco tiempo para jugar, pero a la nochecita, cuando habíamos guardado la grey, sobre todo en verano, cuando los días son más largos, se estaba aquí con los demás niños correteando.
Sonríe y su rostro quemado por el sol se llena de arrugas. Lleva la gorra típica de los campesinos portugueses, tiene pequeños bigotes blancos y mirada indagadora. Es un bello y fresco día. Son las 6 de la tarde. A esta hora los peregrinos están en los hoteles o se encuentran en el santuario para las celebraciones vespertinas, por lo tanto no hay nadie en la calle. 

-¿Siempre vivió aquí?
-¡Siempre!, contesta. Habla sólo el dialecto local. Formulo por lo tanto las preguntas al Padre Valinho quien amablemente traduce y luego me comunica la respuesta.

-¿Qué recuerda del tiempo de las apariciones?
-Muchas cosas. Sobre todo que no se podía vivir porque la gente nos sacaba la respiración. Antes de las apariciones éramos una familia serena y tranquila. Esos eventos nos convulsionaron y no hubo más paz para nosotros.

-¿Cuántos hermanos eran?
-Eramos 9. Mi madre, Olimpia, se casó dos veces. Del primer matrimonio tenía 2 hijos: Antonio y Manuel; con el segundo esposo, Manuel Pedro Marto, tuvo 7: José, Teresa, Florinda, Teresa, João, es decir yo, Francisco y Jacinta.

-¿Usted era más grande que Francisco y Jacinta?
-Tenía 4 años más que Jacinta y 2 más que Francisco. Al tiempo de las apariciones era un muchacho y recuerdo muy bien aquellos eventos.

-¿Cómo eran sus dos hermanitos en aquel entonces?
-Niños normales, nada especiales. No mostraban poseer dones extraordinarios. Francisco era muy pacífico y un poquito reservado. Amaba la naturaleza y los animales. Recuerdo que despedazaba siempre un poquito del pan que se llevaba al pastoreo para darlo a los pajaritos. Una vez le pagó dos escudos a un niño que había capturado un gorrión para que lo dejara en libertad. Había una viejita, tía María, que iba a pastorear y cuando sus ovejas se alejaban demasiado, fatigaba para ir a recogerlas. Entonces Francisco corría siempre en su ayuda y le reunía la grey. Jacinta era, por el contrario, muy vivaz. También ella amaba mucho la naturaleza y los animales. Estaba siempre en medio de la grey y conocía a las ovejas por su nombre. Durante el trayecto para ir y volver del pastoreo, llevaba en brazos a los corderitos para que no se cansaran. Y cuando tenía muchos, los llevaba en brazos por turno.

-He leído que a Francisco le gustaba tocar la flauta.
-Sí, es verdad, pero también a Jacinta le gustaba. Se trataba de una flauta que nosotros cuando chicos nos construíamos utilizando las ramas de un árbol, como una especie de bambú. A mis hermanitos les gustaba también cantar y a Jacinta le gustaba mucho el baile. Eran alegres, como todos nosotros por otra parte.

-¿Cuándo comentaron que habían visto a la Virgen, qué reacciones hubo en la casa?
-Nadie les creyó. Pensábamos que fuera una cosa imposible, que Francisco, Jacinta y Lucía se hubieran inventado todo.

-¿Había notado algún cambio en sus hermanitos después que habían afirmado haber tenido las visiones?
-Su comportamiento había cambiado radicalmente. Rezaban, hacían mortificaciones, pensaban siempre en aquella Señora y hablaban continuamente de ella. Se habían vuelto mucho más sumisos con todos. No se enojaban aun cuando se los provocaba, aceptaban todo sonriendo y sin demostrar molestias. Quedé muy impresionado sobre todo por Francisco, quien se había puesto a rezar continuamente. Jacinta me confió que la Virgen, luego de haber dicho a Francisco que moriría pronto, como ella, le había encomendado rezar muchos rosarios para merecer el Paraíso. Y Francisco estaba siempre con la corona en la mano rezando. Se escondía en los matorrales y rezaba. A veces lo buscábamos y lo encontrábamos como obnubilado, encantado. Lo tocábamos, lo sacudíamos para volverlo a la realidad. Mi madre lo reprochaba porque lo había buscado por horas y él contestaba: Pero siempre he estado aquí. Pensaba en el Señor. Me gusta pensar en El y quiero consolarlo.

-¿Y usted qué pensaba viéndolo así?
-Me disgustaba. Pensaba que fuera víctima de una cruel enfermedad o de alguna brujería.

-¿Entre sus padres, quién estaba más preocupado?
-Ambos. Pero no en forma excesiva. Veía que la tía María Rosa, la mamá de Lucía, se enojaba muchísimo con su hija. Mis padres, por el contrario, eran mucho más comprensivos. No creían en las apariciones, pero tampoco reprendían a Francisco y a Jacinta.

-¿Cuándo comenzó a creer que las apariciones de la Virgen podían ser verdaderas?
-Mucho tiempo después. Exactamente cuando mis hermanos se enfermaron. Entonces vi que se estaban realizando las cosas que ellos habían dicho en casa en el tiempo de las apariciones, y así comprendí que algo extraordinario había acontecido.

-¿No quedó impresionado por el famoso milagro del sol acontecido en la aparición, el 13 de octubre de 1917?
-No fui a Cova da Iria ese día y no vi nada. Supe de cuanto había acontecido. Todos hablaban de ello. Y también en familia la cosa despertó mucho interés. Aquel día había 70 mil personas en Cova da Iria. Habían llegado de todas partes, también del exterior. Había llovido todas las noches y seguía lloviendo. La gente tenía las vestimentas empapadas de agua y de barro porque Cova da Iria se encontraba en medio de la campiña. A pesar del mal tiempo, todos estaban allá, inmóviles, una gran muchedumbre. Lucía, en un cierto momento, durante la aparición, dijo: Miren el sol. Y en ese instante las nubes se abrieron y apareció el sol. Que no se quedaba estático en el cielo sino que se movía, danzaba, rotaba sobre sí mismo, se bajaba como si tuviera que caer sobre la muchedumbre. La gente, espantada, gritaba de miedo. El fenómeno duró unos minutos y luego todo volvió a la normalidad, y la gente se dio cuenta entonces, que tenía las vestimentas completamente secas. Del acontecimiento hablaron todos los diarios, fue una cosa inaudita y muchos, que antes eran escépticos, creyeron. Pero yo no estaba presente en aquel acontecimiento, no había ido al lugar de las apariciones aquel día y por eso seguí haciendo parte del grupo de los escépticos.

-¿Jacinta y Francisco le decían algo por el hecho de que no creyera?
-Me decían que era malo, que me iría al infierno. Me lo decían riéndose y yo no los tomaba en serio.

-¿Cuándo entonces comenzó a creer?
-Durante la enfermedad de mis hermanos. Desde la segunda aparición, Francisco y Jacinta habían comentado que la Virgen había dicho que ellos dos morirían muy pronto, mientras que Lucía quedaría por muy largo tiempo sobre la tierra para testimoniar las apariciones. Y yo les tomaba el pelo a causa de esta profecía. Pero en 1919 Francisco se enfermó y al poco tiempo murió. Entonces mi escepticismo comenzó a vacilar. Luego se enfermó también Jacinta. Recordaba que ella me había hablado muchas veces de aquella enfermedad. Decía: Me llevarán al hospital, pero no servirá de nada. La Virgen me ha dicho que no sanaré. Iré a dos hospitales, pero sólo para sufrir más para la conversión de los pecadores. Y aconteció todo como Jacinta había dicho. Se enfermó de pulmonía y en aquel entonces esa enfermedad causaba estragos. En casa la habíamos asistido con todos los medios posibles. Mis padres lloraban y ella seguía repitiendo que su hora estaba cerca. En el hospital de Vila Nova de Ourém, donde quedó internada por dos meses, fue dada de alta porque no había más nada por hacer. Con el tiempo, parientes y amigos convencieron a mis padres de intentar internarla en otro gran hospital de Lisboa. La llevamos también hasta allá, pero fue un viaje inútil. Murió la noche del 20 de febrero de 1920. Constatando que cuanto mis hermanitos habían dicho, se había cumplido, me di cuenta que algo de extraordinario había acontecido, y comencé a cambiar de opinión respecto a ellos.

-¿Recuerda el comportamiento de sus hermanitos mientras estaban enfermos?
-Claro que sí. No se quejaban nunca, no les tenían miedo a los sufrimientos, seguían rezando, ofrecían su vida a Dios para la conversión de los pecadores. Y creo que tenían también algunas apariciones. Mi madre recordaba que en el momento final, Francisco, miraba hacia la ventana y le decía: Mamá mira que bella luz, y sonreía como si hubiera reconocido a alguien. La enfermedad de Jacinta duró un año y tres meses. Jacinta sufría muchísimo pero no lo demostraba. Repetía a Lucía que la venía a ver: No quiero que tú digas a nadie que yo sufro, ni siquiera a mamá, porque no quiero que se preocupe. Cuando los sufrimientos eran muy fuertes repetía: Oh Jesús, ahora puedo convertir a muchos pecadores, porque este sacrificio es muy grande. En una palabra vivían aquella enfermedad y aquellos sufrimientos con alegría, y no era una cosa normal.

-¿Fueron muy solemnes los funerales de Francisco y Jacinta?
-No, no hubo funerales importantes. Cuando murió Francisco en su funeral estábamos nosotros, los familiares y algunos parientes. Poquísimas personas. Y también para Jacinta, nada de gente. También porque los funerales en ese período a causa de la pulmonía, la española y otras crueles enfermedades, eran cosas de todos los días. Además de Francisco y Jacinta, yo perdí en aquel entonces dos hermanas más, Teresa y Florinda, las dos murieron de pulmonía.

-¿Pensaba, entonces, que dos de sus hermanos habrían de llegar a ser santos?
-No, en absoluto.

-¿Y ahora, qué emociones tiene?
-Estoy contento. Pero también preocupado. Es algo importante. Tiempo atrás fui invitado a un Congreso en Lisboa, organizado por algunos curas. Me pidieron que dijera algo acerca de mis hermanitos. Relaté todo lo que recuerdo, y luego expresé esta preocupación. Dije que si Francisco, que era tan bueno e inocente, había tenido que rezar tantos rosarios para subir al cielo, ¿qué tendría que hacer yo que soy un pecador?, ¿y qué tendrían que hacer ellos también? Mis palabras fueron recibidas con un gran silencio.
João Marto sonríe con picardía. Se levanta. Ya había caído la noche. Me saluda cordialmente y se dirige hacia su casa acompañado por el Padre Valinho. Cada tanto se da vuelta y sigue saludándome moviendo su mano.

Fuente: sanantoniodepadua.org