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Nuestra Señora de Guadalupe
Fray José María Prada
Dietes, O.P.
El
13 de agosto de 1521 fue conquistada por los españoles la capital del imperio
azteca, lo que hoy es Méjico. Esta derrota tuvo consecuencias fatales para
los indígenas, tanto en plano militar y político, como en el religioso y
cultural, porque además de haber muerto muchos de sus habitantes, fueron
destruidos con gran ferocidad su cultura, sus templos y sus divinidades. Diez
años después de esta catástrofe, el 12 de diciembre de 1531, se aparece la
Virgen de Guadalupe, como salvadora de los indígenas.
Primera aparición. Era la mañana del sábado 9 de diciembre de 1531, cuando
un humilde indio llamado Juan Diego, recién convertido del paganismo y
bautizado, se dirigía a la Iglesia para asistir al catecismo. Pasando cerca
de la colina llamada Tepeyac, oyó un canto bellísimo de muchísimos
pajaritos, que más parecía una música celestial. Asombrado Juan Diego, se
detuvo y oyó un voz lejana que venía de la montaña, que le decía:
“Juanito, Juan Dieguito”. Al oír esta voz celestial, se puso en camino
hacia la colina de donde salían las voces. Cuando llegó a la cumbre vio a
una Señora bellísima que lo invitaba a acercársele. Su vestidura era
radiante como el sol; posaba sus pies sobre una alfombra de piedras preciosas
y la tierra resplandecía como el arco iris.
Juan Diego se arrodilló delante de aquella señora y ella le dijo:
“Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿adónde vas? Y él le contestó:
voy a las clases de catecismo que nos enseñan nuestros sacerdotes, delegados
de nuestro Señor”. Y ella le contestó: “Juanito, el más pequeño de mis
hijos. Y Yo soy la siempre Virgen María, madre de Dios. Deseo vivamente que
se me erija aquí un templo desde donde le mostraré a todas las gentes mi
amor y compasión. Quiero oír los lamentos de estas pobres gentes, que son
también mis hijos para remediar sus miserias, penas y dolores. Id al obispo
de Méjico y dile todo lo que has visto y oído”. Juanito se puso
inmediatamente en camino hacia la casa del obispo a cumplir el mandato de la
Virgen.
El obispo lo recibió y no le creyó. Le pidió que si era cierto, que la señora
le diera una señal. Al otro día pasó el indiecito otra vez por la colina
del Tepeyac y le dijo a la Virgen que el obispo no le había creído y que le
pedía una señal para creer. La Virgen María lo envió con el mismo recado
al obispo pero ese insistía en una señal para creer. Por último la Virgen
le dio la señal que pedía el obispo: le mandó que recogiera todas las
flores que veía a su alrededor. Y se identificó con nombre y apellido: “Yo
soy la siempre Virgen María de Guadalupe”. El indiecito quedó sorprendido
de ver toda clase de rosas y flores perfumadas en aquel lugar porque allí jamás
se cosechan estas clases de flores. Las recogió como pudo y las envolvió en
su ruana y se fue gozoso a presentárselas al obispo. Se arrodilló, le repitió
el mensaje de Ntra Señora de construirle allí un templo. Cual no sería la
admiración al ver aquel prodigio y al desocupar la ruana, quedó allí
estampada la bellísima imagen de nuestra Señora, que hace más de cuatro
siglos han venerado los mejicanos.
La aparición de la Virgen de Guadalupe fue un segundo nacimiento para el
pueblo mejicano. La respuesta de los indios a la iniciativa de la Virgen fue
una explosión de peregrinaciones, de fiestas y de conversiones a la religión
de la Virgen. Lo que para los conquistadores españoles, medio incrédulos,
era una simple aparición, para el pueblo mejicano, sometido y destinado a
desaparecer, fue el renacer a una nueva vida, a una nueva civilización. Para
la filosofía nahualt, mejicana de la época, las flores y el campo,
representaban toda la belleza, la verdad, la grandeza, el misterio de la
divinidad y eran el medio único para comunicarse con su dios.
A partir de este momento, la Virgen se mostraba como la primera evangelizadora
del pueblo mejicano. Ella más que ninguno, sabía que no había un medio más
eficaz para entrar en el alma del pueblo mejicano que las flores, el canto de
los pajaritos y la madre naturaleza como la llamaban. Ese fue el lenguaje simbólico
que empleó la Virgen par conquistar los corazones de los hombres para Dios. Más
de ocho millones de indios se convirtieron a la religión católica por medio
de la Virgen María.
Precisamente allí en el cerro del Tepeyac, árido y sombrío, los indios
mejicanos adoraban a una diosa llamada Tonantzin y allí le habían construido
un hermoso templo, destruido ahora por los españoles. La fe de los
antepasados, destruido por la barbarie de los conquistadores, fue reemplazado
por un nuevo Edén ( paraíso ), desde el cual la virgen lanza una invitación
de amor y de esperanza a los pobres indígenas que andaban como ovejas sin
pastor.( Dic,Mariología s.Pablo ).
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