María, todo un acontecimiento

Padre José Oceguera Méndez

 

La Iglesia como «signo Universal de salvación», debe estar siempre en la perspectiva de nuestro entorno trascendente y para estar en sintonía con México y con el «Continente de la Esperanza», quiero tomar como documento de iluminación -por lo que implica de riqueza en su contenido-, la exhortación de la Conferencia Episcopal Mexicana: «La presencia de la Santísima Virgen de Guadalupe y el compromiso evangelizador de nuestra fe», publicado allá por el año 1978.

La realidad

Nuestros obispos, de cara al futuro de México y de Latinoamérica, señalaban entonces -y es perfectamente válido para hoy-, «la convulsión de las instituciones y el choque de las ideologías». La hora presente de nuestra Patria exige cambios profundos de mentalidad, de conducta y de estructuras que debemos llevar a cabo, con el espíritu del Evangelio. «Debemos avizorar los cambios previsibles en un futuro próximo, para interpretarlos y darles sentido salvífico, a la luz del Evangelio liberador». De esta manera, atisbaban nuestros obispos el futuro que veían llegar. De manera que su voz implicaba previsión y certeza. A la vuelta de los años, lo hemos corroborado y lo seguiremos corroborando.

Aspecto Guadalupano

Sería necedad mencionar el aspecto Guadalupano, prescindiendo de María de Guadalupe. De Ella, nuestros obispos dicen: «Mujer de fe recia y abierta al Espíritu, que meditaba en su corazón todas las palabras y acciones de Jesús y se ofrecía incondicionalmente a la voluntad del Señor y a la obra de su Hijo. Resulta providencial el que lo haga bajo la advocación de Guadalupe, pues la Virgen se apareció, para ser la Primera Evangelizadora de estas dilatadas tierras americanas, sobre las que iba a extender su ‘Patronato’ de amor y protección».

El Beato Juan Diego

Crasa necedad sería también intentar excluir la figura de Juan Diego del «Hecho Guadalupano», toda vez que en diciembre de 1531, la Virgen se le apareció a este indígena en la colina del Tepeyac, y lo nombró su emisario ante Juan de Zumárraga. Lo hizo portador de su mensaje.
La Virgen alcanzó de Dios que brotaran frescas rosas de las mismas rocas, en pleno invierno. Esas rosas serían las cartas credenciales de Juan Diego en su misión de embajador... «Esta es la señal que llevarás al obispo». ¿Qué tiene de extraño entonces que el Papa Juan Pablo II lo haya beatificado el domingo 6 de mayo de 1990? Ciertamente no faltó alguien que se «rasgara las vestiduras», pero entonces como hoy y siempre, la virtud de la humildad y la fidelidad prevalecieron sobre la soberbia y Juan Diego llegó a los altares, para gozo de un pueblo que, sin razonamientos protagónicos, jamás desvinculó a Juan Diego del «Hecho Guadalupano».

El centro del Hecho Guadalupano y los cambios en México

Indudablemente que el centro, o si se prefiere la razón de ser, es la propia Virgen María, «Madre del verdadero Dios por quien se vive». Su mensaje es una exigencia permanente de renovación, para encarnar en estructuras e instituciones la verdad. Afortunadamente, hoy soplan nuevos vientos a lo largo y a lo ancho del País. Esperamos que la simulación, el discurso populista y pragmático del sistema otrora omnipotente, sea ya parte de la historia. Esperamos que el federalismo hoy sí sea efectivo y creíble: Que el Ejecutivo sea el rector nato de la buena marcha del País, pero que el Legislativo y el Judicial asuman sus responsabilidades respectivas, normando sus funciones en un marco de orden, justicia y honestidad.

Nuestro aporte

Si líneas antes hablábamos de la exigencia que nos ofrece el “Hecho Guadalupano”, en el sentido de ser mejores ciudadanos y efectivos Guadalupanos, no perdamos de vista que en el nuevo orden de cosas va apareciendo un aporte indispensable de parte nuestra. Cual nuevo Israel, México tiene que traducir su existencia como participación, como laboriosidad para el desarrollo integral. Pedíamos a gritos la democracia. Ya está aquí, pero no olvidemos que es un proceso en el cual ningún mexicano debe sentirse ajeno. La Virgen de Guadalupe quiso posar sus benditas plantas en nuestro suelo, para bendecirlo y alcanzarle su liberación integral. Hagamos nuestra parte. Reafirmemos esta convicción con Pío XII: «Imagen dulcísima que la labor corrosiva de los siglos respetaría maravillosamente».


Fuente: Semanario, Arquidiocesis de Guadalajara, México