Estudios de los Reflejos en los ojos de la imagen

Dr. Enrique Graue y Díaz González. 

 

Mucho es lo que, en el curso de más de cuatro siglos, se ha escrito sobre al Virgen de Guadalupe, pero sólo hasta hace muy pocos años se ha atendido otro aspecto de su imagen, el cual ha dado lugar a estudios, controversias y aseveraciones no siempre bien fundadas. Me refiero a la notica según la cual "en los ojos de la Virgen de Guadalupe, se aprecia reflejada la imagen o busto de un hombre.."

En efecto, hasta 1951 no se había intentado un examen de los ojos de la imagen, con el auxilio de una buena lupa y una buena iluminación. Fue don Carlos Salinas Chávez quien, el 29 de mayo de ese añ, inició tan interesante labor, siguiéndole luego otros insignes investigadores como Luis Toral Gonzáles, Manuel de la Mora y el doctor Rafael Torija Lavoignet y otros muchos científicos, entre los que se cuentan no pocos oftalmólogos del país y del extranjero.

El suscrito fue invitado, en diversas ocasiones, allá por los años sesenta, a examinar los ojos de la Virgen y dar su parecer con respecto a la figura que se decía reflejada en ellos. Me negué, alegando algún pretexto, pues sentía que científicamente tal cosa no podía ser, y no deseaba, por otra parate, desilusionar a las personas que me ivitaban y que de toda buena fe creían en algo que yo estimaba, repito, como imposible. Sin embargo, en 1974, accedí a practicar dicho examen, a condición de que pudiera efectuarlo en forma directa, esto es, sin que se interpusiera, entre el ayate y mis aparatos, el cristal que protegía a la imagen, y de que se me facilitara una "torre" o andamio, sobre el cual pudiera trabajar, desembarazadamente, a la altura en que estaba colocada la tilma en el altar mayor de la antigua Basílica. Añad&iaucte; que, sin presión alguna, rendiría mi testimonio, ya a favor, ya en contra del hipotético reflejo.

Con el debido respeto, principié por el examen de la tilma: medidas, estado de conservación, colorido, etc., para proceder luego a una escrupulosa inspección del rostro y de los ojos de la imagen. Observé, entre otras cosas sorprendentes, lo ya descrito por otros: al proyectar la luz de una lámpara de bolsillo sobre el segmento anterior del ojo, el irirs brilla más que el resto, no así la pupila, lo que da una sensación de profundidad; pareciendo, además, como si el iris fuera a contraerse, de un momento a otro, como el de una persona viva. Inspeccioné, luego, la córnea de ambos ojos y las manchas que se afirmaba correspondían al reflejo o "retrato" de un hombre y, si bien es cierto que noté algo, ello no fue lo suficiente como para sentirme capaz de emitir un dictamen. Así lo hice saber al descender del andamio y afirmé que, como oftalmólogo, no estaba aún en condicines de certificar cosa alguna, por lo que solicité se me permitiera practicar ulteriores exámenes, asistido de mejores aparatos que los utilizados en esa primera ocasión. Se me concedió el permiso y así, algunas semanas después, efectué tres exámenes, en otras tantas fechas, que me hicieron comprobar, con absoluta certeza, una realidad tan extraña, tan fuera de toda posibilidad, cmo la de ver reflejado, en la córnea y en el cristalino de los ojos de la imagen, el busto de un hombre barbado.

Para entender con mayor claridad este asunto de los reflejos, creo necesario hacer estos comentarios:

En primer lugar, de todas las membranas del ojo, las dos únicas que pueden reflejar algo son la córnea y el cristalino; ni en el irirs, ni enalguna otra, se da ningún reflejo. Esta es una verdad física y óptica indestructible.

En segundo lugar, es un hecho conocido, particularmente de los pintores, que cuando se pinta una cara, para darle "vida" al retrato se pone en los ojos un rasguito blanco, en forma de una "coma", ya que la córnea refleja cualquier luz ambiental y por eso se le llama "córnea espejeante".

Seguidamente, hay que notar que la figura de la Virgen es algo menor que la del tamaño natural correspondiente a una adolescente, y que por lo mismo los ojos son pequeños y están, además, viendo hacia abajo, por lo cual para examinarlos mejor hay que verlos de abajo hacia arriba. La medida horizontal de las córneas de los ojos de la imagen fluctúa entre los ocho y los nueve milímetros y el busto que se ve reflejado en ellas ocupa como un tercio de las mísmas, por lo que lo que sus dimensiones no pueden exceder los cuatro milímetros.

Ahora bien, en las córneas transparentes de los ojos de la imagen, así sean tan pequeñas como acabo de omentar, se aprecian científicamente colocados los reflejos del busto mencionado, de manera total y perfectamente acordo (con la distorsión óptica de un ojo a otro) a las leyes físico-ópticas de Purkinje-Sanson. En pintura alguna se ha encontrado algo semejante y todos los especialistas afirman, unánimes, que nadie hubiera sido capaz de realizar tan delicados y preciosos rasgos en una tela, y mucho menos sobre la burda urdimbre de la tilma. Una miniatura tal, sólo podría ser obra de un artista verdaderamente excepcional, que la habría de ejecutar sobre una superficie tan lisa y dura como la del marfil.

Hay, todavía, algo más: las imágenes reflejadas se aprecian, no sólo en las córneas, sino también y de acuerdo con la ley de Purkinje-Sanson en el cristalino o lente cristaliniana de los ojos de la imagen. Trataré de explicarlo: en todo ojo normal, con sus medios transparentes normales (córnea, humor acuoso, cristalino y humor vítreo), las imágenes de Purkinje son tres: la primera se aprecia en la superficie anterior de la córnea; la segunda, en la superficie anterior del cristalino; y la tercera, en la superficie posterior del mismo cristalino. La córnea y la superficie anterior del cristalino obran como espejos convexos y los objetos reflejados son más pequeños y "derechos", o sea de acuerdo con la posición que normalmente tienen; la cara posterior del cristalino actúa como un espejo cóncavo, dando imágenes más pequeñas aún que las anteriores, e "invertidas".

Pues bien, en los ojos de la Virgen, examiandos directamente y sin cristal alguno entre el ayate y la lupa, se pueden observar en el ojo derecho las tres imágenes de Purkinje (las dos primeras con mayor claridad que la tercera). En el izquierdo, se aprecia algo borrada la primera imagen, aunque con la distorsión perfecta, resultante de la curvatura natural de la córnea; la segunda, no pude apreciarla, y la tercera se adivina por un reflejo posterior brillante. Esto, puede atribuirse a la posición inclinada de la cabeza, que permitió que el ojo derecho estuviera más cerca del sujeto reflejado, que el izquierdo.

Aquí conviene hacer notar que fotógrafos expertos han logrado impresionar placas en las que se reproducen estos reflejos en los ojos de una persona, que para el caso representaría a la Virgen, colocada a unos treinta y cinco centímetros de otra que tomaría el lugar de Juan Diego. Iluminando intensamente el rostro de esta última y colocando la cámara en su pecho, las placas obtenidas permiten apreciar en los ojos de la primera el reflejo del supuesto Juan Diego, en la misma posición y con la misma distorsión que se observa en los ojos de la imagen estampada en la tilma.

Para aceptar un milagro, aparte de la evidencia humana de los hechos, se hace necesaria la apertura de espíritu hacia aquello que transciende lo meramente ntural. Ya en el terreno de lo real y concreto -sujeto a la observación imparcial del que sigue un método científico- la comprobación de ciertos fenómenos, como la conservación del ayate y de su colorido, el estampamiento de la imagen y los reflejos a que hemos aludido, nos hace admitir la existencia de algo que está mucho más allá de nuestro entendimiento y de nuestros conocimienotos.


Fuente: mexico.udg.mx