¿Cómo ser dignos guadalupanos?

Sergio Ibarra 


«Ve, hijo. Cumple con el mandamiento de tu Maestro, y por Él te ruego que en una de las ciudades de España, en donde mayor número de gente a su santa fe convirtieres, edifiques un templo en mi memoria conforme yo te diere la orden» (palabras de la Virgen María al apóstol Santiago el Mayor, traducidas del códice de los Moralia in Iob de san Gregorio Magno).

La visión del sitio donde se hace realidad la orden a la que se refieren estas palabras fue justamente junto al río Ebro, en Zaragoza, España, una ciudad milenaria fundada antes del nacimiento de Cristo. La Virgen María ordenó de manera muy especial la construcción de este templo. El mismo apóstol Santiago, con sus propias manos y con la ayuda de los fieles que habitaban el lugar, edificó allí el templo encomendado.

Han pasado alrededor de 1900-1950 años. Aún existe aquel pilar. Sin embargo, con el tiempo resultó insuficiente, de manera que el pueblo de Aragón se dio a la tarea de construir una nueva casa, que diese cabida a los fieles. Así fue construida una de las basílicas más bellas y grandes del mundo, la basílica de Nuestra Señora del Pilar, concluida en el siglo XVII, rodeada de edificios con una vida milenaria, formando y siendo la parte central de una de las plazas mas hermosas que existen en el mundo. De ahí el nombre con el que se ha bautizado a miles de mujeres, María del Pilar, la Pilarica. Una historia que nos deja ver que la Virgen María no se quedó mirando nada más lo que pasaba con la tarea de la evangelización. Personalmente hizo suya la encomienda que Jesús hizo a los apóstoles.

Conmemorar la presencia de la Madre de Nuestro Señor es una fiesta que los mexicanos hemos hecho nuestra, hemos adoptado a la Morena de las morenas. No se trata de una fiesta llena de «mochila» o ignorancia, se trata de una comunión con ella, con María, con la Madre de Jesús. María fue un ser humano entregado a Dios. Asumió el rechazo y la persecución. La descalificación. El juicio de la sociedad de su tiempo. No le puso pretextos, no busco excusas, no renunció a la voluntad de Dios y nos dejó un enorme legado. Una Madre ejemplar que acompañó a su hijo hasta el final y se hizo portadora de su mensaje. Al igual que el pueblo español, María nos distingue con su presencia. No es de casualidad, es causalidad. ¿Cuál será la encomienda que la Virgen nos dejó con aquella aparición y la del Tepeyac? ¿Cuál será la mejor forma de corresponder y cumplir y ser dignos guadalupanos?

Fuente: elobservadorenlinea.com