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Nuestra Señora de Guadalupe. Madre también de los
indios
Padre Gustavo Vélez
Vásquez
“En cuanto Isabel oyó el saludo de
María se llenó del Espíritu santo y dijo a voz en grito: Bendita tú entre
las mujeres”. San Lucas, cap. 1.
Diez años después de la toma de México por los conquistadores, hubo paz en
aquella comarca. Y el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del
mes de diciembre, Nuestra Señora la Madre de Dios se manifestó de forma
milagrosa al indio Juan Diego, a quien el papa Juan Pablo II beatificó el 6
de mayo de 1990 y canonizó el 31 de julio de 2002.
Esta piadosa tradición nos llega, ante todo, por el Nican Mopohua. Un
documento así llamado en razón de sus primeras palabras: “Aquí se narra”. El
texto fue redactado en elegante nautlal, sobre papel de pulpa de maguey,
como los antiguos códigos aztecas. Su autor, Antonio Valeriano indio noble y
sabio, quien lo concluyó en 1545, fecha cercana a la muerte de Juan Diego.
Era sábado muy de madrugada, dice el relato, cuando Juan Diego de paso junto
al cerro del Tepeyac, oyó que alguien con voz dulce le llamaba: "Juanito,
Juan Dieguito".
Al ganar el cerro, el indígena vio a una señora, de sin igual hermosura, que
le dijo: “Soy la Madre de Dios y deseo vivamente que aquí se erija un templo
para en él mostrar todo mi amor. Ve al obispo de México y le dirás que yo te
envío”.
La crónica apunta que en días siguientes la Señora volvió a aparecerse al
indio. Pero como el obispo Juan de Zumárraga se negara a creer sus mensajes,
la Virgen María ofreció un signo.
Pidió a Juan Diego que recogiera por el cerro flores que allí se abrían, a
pesar del gélido clima de entonces. Éste obedeció, y al presentar al obispo
un manojo multicolor de rosas, el prelado pudo admirar que sobre la tilma
del indio aparecía grabada una bellísima imagen de la Señora.
Al rededor de este hecho se fue tejiendo, con el correr de los años, una
admirable devoción a la Madre de Dios, no sólo en México sino en todo el
continente americano. Pío X proclamó a Nuestra Señora de Guadalupe "Patrona
de toda la América Latina".
La liturgia de hoy nos pone delante la visita que hizo María a su prima
Isabel. Nuestra Señora también estaba encinta “por obra y gracia del
Espíritu Santo”. Según la tradición esto ocurrió en Ain-Karim, un pequeño
pueblo de “las montañas de Judea”.
La esposa de Zacarías acoge emocionada a su parienta: “Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Una alabanza que, unida a aquel
saludo del arcángel Gabriel, ha conformado nuestra oración mariana por
excelencia.
María proclama que “el Señor derribó a los potentados de sus tronos y exaltó
a los humildes”.
Mientras en Europa se discutía si los indígenas de América tenían alma
racional, una intervención de lo alto viene a mostrar la dignidad de los
nativos.
Vale entonces pensar que los hombres de todas las razas, somos iguales ante
el Señor. Igualmente que a ejemplo de María, encinta de Dios, hemos de
mostrar a Jesús a todos nuestros hermanos. Y finalmente que cuando decimos
Patrona de América estamos sintiendo en cada una de nuestras circunstancias,
la valiosa intercesión de quien es Madre de la Iglesia. 12 de diciembre
Fuente:
buenasnoticias.org
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