Carrel vio, y creyó

 

Ángel Las Navas Pagán

 

 

No conocía Lourdes y tenía deseos de ir, sobre todo, cuando leí a Alexis Carrel (1873-1944), Premio Nóbel de Medicina (1912) y Presidente de la Academia de Ciencias francesa. Este eminente científico, cirujano y excelente ensayista, escribió varios libros muy sugestivos. En uno de ellos habla extensamente de Lourdes. Su relato vivencial tiene hondo dramatismo. Me interesó vivamente. 
Lourdes, desde el pasado siglo hasta nuestros días, es un pueblo mundialmente famoso, centro de muchas, podríamos decir constantes, peregrinaciones de hombre, mujeres y niños en elevado número (bastantes enfermos) de todos los continentes y razas. Recientemente lo he visitado, y me ha producido profunda emoción todo lo que he visto.

Su historia empieza el 11 de febrero de 1858. La protagoniza una niña de catorce años: Bernardette Soubirous, que pertenece a una familia de molineros arruinados y en la mayor pobreza. Además de los padres, son varios hermanos pequeños. Están alojados en una casa miserable. Bernadette se dedica a ayudar a sus padres como puede. Unas veces guarda ovejas; otras, va a recoger leña a las afueras del pueblo. 

Estando en esta tarea, frente a una pared rocosa de un cerro, en la que existe una gran oquedad, nota a su alrededor fuertes ráfagas de viento, que, como cosa curiosa, no mueven las hojas de los árboles. Al instante, se ilumina con muy intenso resplandor la gruta, y aparece una celestial señora vestida de blanco. La niña queda atónita, tremendamente sorprendida; se restriega los ojos para comprobar que no está soñando. La Señora la mira dulcemente. Es una aparición, que se repitió dieciocho veces (la última el 16 de julio de 1858), con numerosos y diversos prodigios y mensajes, manifestando su identidad: Soy la Inmaculada Concepción. Recordemos que, poco antes, el Papa Pío IX había proclamado este dogma mariano.

Pronto corrió la noticia de las apariciones, y el pueblo (especialmente los enfermos y necesitados) empezó a acudir a la gruta, solicitando remedio a sus problemas. Extraordinarias curaciones se sucedieron sin cesar, que motivaron un constante incremento de las peregrinaciones. Para la Francia oficialmente atea de la época, aquello era un inusitado escándalo, que no podía tolerar. Medidas policiales, amenazas, coacciones, acciones judiciales, propagandas en contra, etc…, nada pudieron. Al contrario, no solamente venían, cada vez en mayor número, peregrinos de todos los pueblos y ciudades de Francia, sino también de otros países europeos. Lourdes llegó a ser una seria complicación para el Gobierno francés. 
Fracasados los políticos, intervinieron en su auxilio los científicos. El citado Alexis Carrel, con su gran prestigio de máximo intelectual y una de las más destacadas eminencias de la Medicina gala, incrédulo positivista, forma una comisión de relevantes figuras de la Academia de Ciencias, que preside, para trasladarse a Lourdes y, allí mismo, en el escenario de los supuestos fenómenos curativos, examinar éstos para desmentirlos categóricamente, refutando de una vez y para siempre, incluso para el mundo internacional, la ya tan difundida leyenda de las sanaciones.

Alexis Carrel vio con sus propios ojos varios milagros de curaciones súbitas de enfermos muy graves e incurables. Aquello no era una sugestión. Humanamente no tenía explicación alguna. Ante la gruta de la Virgen, su mundo de ideas se derrumbó estrepitosamente. Sufrió un colosal impacto. Enormemente conmovido, aceptó serenamente la realidad. Desde aquel día hasta su muerte, fue un fervoroso devoto de la Virgen.

Fuente: Arquidiócesis de Madrid. España