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Comer hierba en Lourdes.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Algunos amigos míos,
escépticos de vocación y oficio, me han preguntado a veces por el «mensaje»
–si es que hay alguno– de Lourdes, pues todo lo que allí acontece les parece
folklórico y harto anacrónico.
A pesar de haber estado yo allí varias veces, no podía responderles con
exactitud. Recientemente asistí de nuevo acompañando a otros amigos; por
primera vez me fijé en una lápida grande, de mármol, colocada en la roca
vecina donde numerosos grifos distribuyen la famosa agua. Tiene grabado,
precisamente, lo que aquella Señora le dijo a Bernardette, según ésta contó:
que era la Inmaculada Concepción y, por tres veces, que urgía a la gente
conversión; y mandaba a la niña tres cosas: que besara la tierra, bebiera y
se lavara con aquella agua que fluía cerca y que comiera hierba. Cosas que
Bernardette ejecutó ante el asombro e irrisión de muchos de los presentes.
Hoy los peregrinos, que quieren imitar lo que María dijo a la niña, besan
devotamente la roca de la gruta, beben también de esta agua y hasta se
sumergen en ella, en las piscinas instaladas, pero nadie come hierba. Se han
colocado estos abundantes grifos para que los innumerables visitantes puedan
beber a gusto, o mojarse la cara, ojos, manos... pero creo que nunca los
custodios responsables han instalado mesas con manojos de hierbas de los
alrededores, para que así mismo puedan, los que lo deseen, comer con
facilidad, al menos unas briznas. ¿Por qué? Me gustaría me explicaran los
abbées, los curas, los abades, de aquellos triples santuarios, por qué
marginan la hierba para los que desean imitar a Bernardette.
Quizás digan que esto de comer humildes hojitas verdes, sólo es como un
símbolo. Podríamos entonces preguntar qué significa este símbolo. Además, si
comer hierba era sólo una acción simbólica, que quiere señalar algo real y
más amplio, lo correlativo sería suponer que besar la tierra, beber agua y
lavarse en ella, fueran también actos simbólicos. ¿Por qué, pues, se realiza
literalmente hoy una parte del mensaje y otra sólo se la recuerda como mero
símbolo, sin que haga falta, para nada, ejecutarla?
Recuerdo que nos cuentan que la voz que oía el de Asís, le decía:
«Francisco, reconstruye mi Iglesia» Y el Poverrello fue con sus amigos a
reconstruir una ermita en ruinas que estaba en el valle. Lo que pedía
aquella voz, sin embargo, era que reconstruyera la Iglesia Universal, tan
cuarteada en aquella centuria. Así el alma sencilla de Bernardette besó
aquel suelo, bebió y se lavó con aquella agua, y comió la hierba que junto a
ella crecía. Pero, ¿acaso Nuestra Señora no pediría algo más hondo, que de
momento aquella niña le era imposible interpretar, al igual que le sucedió a
Francisco? Si esta revelación habla algún lenguaje, ha de ser el bíblico
–aunque sea en patois –. Comer hierba nos lleva a aquel pasaje en que se
profetiza que «en el Reino de Dios el león y el cordero pasearán juntos,
comerán hierba».
Que Bernardette coma hierba es, no tanto que la coma materialmente, sino que
todos sus devotos edifiquen a su alrededor la paz y el amor, que logren que
los poderosos no estrujen a los débiles y todos sepan encontrar una
convivencia armoniosa, gozosa y fructífera.
En ese lenguaje simbólico-bíblico besar la tierra sería, con esta expresión
de amor, hacer las paces con la Creación, con el Universo todo. Rechazando
todas las manifestaciones de maniqueísmo que tanto inficionaban las
corrientes espirituales francesas del siglo pasado, llenas de resabios,
además, jansenistas.
La creación está hecha por Dios y es buena; todo el mal uso de la libertad
por parte de los hombres, no ha podido convertirla en mala –como en cambio
sostienen las corrientes protestantes–. Por eso María, resumen e imagen de
la misma, puede ser precisamente inmaculada. Por eso Dios puede encarnarse
en esa creación...
Besar la tierra es, pues, destruir cualquier poso de docetismo. Lavarse con
agua es la ley de sumergirse en esta Creación que nos acoge para
rescatarnos, purificados, gracias a la presencia de Dios mismo, en la
entraña de la propia Creación; y no por panteísmo, sino por Gracia.
Beber agua, como comer hierba, es renunciar a la embriaguez que ocasiona
toda clase de pendencias, de desórdenes y pérdida de los sentidos y de la
recta voluntad. Beber agua es ser pacífico y amistoso.
Bernardette nos transmite, pues, que hemos de abrazar el Universo porque es
bueno; sentirnos parte de él y no pretender evasiones angélicas y poner todo
nuestro esfuerzo en la paz y en el amor de toda la humanidad.
¿Es acaso todo esto folclórico y anacrónico? Creo que no. Más bien me parece
tremendamente urgente y actual. Es como una esperanza que nos espolease para
que el amarnos sea un poco más realidad.
Fuente: claraesperanza.trimilenio.net
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