Decreto

concerniente a la celebración de la Fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe en todo el continente americano, el día 12 de diciembre de cada año

     María, hija de Adán, por su plena correspondencia a la palabra divina se convirtió en Madre de Jesús y abrazando con corazón limpio de pecado y lleno de generosidad la voluntad salvífica de Dios, se consagró a sí misma, como Esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, con Él y bajo su guía, sirviendo, por la gracia de Dios todopoderoso, al misterio de la redención. Por medio ella, la Vida misma que renueva todas las cosas, fue efundida en el mundo, convirtiéndose, de tal suerte, en Madre nuestra en el orden de la gracia. En fin, asunta a la gloria de los cielos, acompaña continuamente con amor materno a la Iglesia peregrinante, que contempla en la Madre de Dios la imagen de su propia perfección y de su misión e instruye a todas las gentes con el anuncio salvífico del Evangelio, reuniendo a los nuevos pueblos del orbe de la tierra bajo el influjo del Espíritu Santo. Por esta razón, el pueblo cristiano la venera admirablemente como Madre y Reina suya, invocando su auxilio en las dificultades y en los momentos de angustia, e impetrando, por su intercesión, la misericordia de Dios.

     Esta íntima relación entre la Madre celestial y los fieles cristianos constituidos en América, se manifiesta de modo admirable en el cerro del Tepeyac, donde la Madre de Dios, bajo el título de la siempre Virgen Santa María de Guadalupe, es honrada fervientemente, desde hace más de cuatro siglos, como Emperatriz de todas las Américas, mostrando en su propio semblante la necesidad de proclamar en este continente la perfecta armonía de la palabra de Dios con la sensibilidad natural de los pueblos nativos. Desde esas lejanas fechas, ella sigue siendo un ejemplo sublime de solicitud por los pobres y necesitados; de allí que su devoción haya continuado a extenderse y a enraizarse firmemente hasta nuestros días. Así, llegados al umbral del tercer milenio de la encarnación del Salvador, los miembros de Sínodo Especial de los Obispos de América, reunidos en Roma en el año 1997, invocaron fervorosamente a la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe como Patrona de todas las Américas y estrella de la primera y, también, de la nueva evangelización del Continente.
     Por este motivo, el Sumo Pontífice JUAN PABLO II, asegundando la petición de los Padre Sinodales y accediendo pleno de gozo a sus súplicas con ocasión del primer centenario del Concilio plenario para América Latina celebrado en Roma, por medio de la Exhortación Apostólica post-sinodal Ecclesia in America, promulgada en la Ciudad de México el 22 de enero de 1999, y de la homilía pronunciada al día siguiente en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, benignamente establece que en todo el continente americano la conmemoración de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe se celebre, de ahora en adelante, con el grado de fiesta, implorando vehementemente, a la vez, que la Madre Santísima, por cuya intercesión fue robustecida la fe de los primeros discípulos, guíe con su amor maternal a la Iglesia que está en este continente y obtenga para ella la efusión del Espíritu Santo, para que la nueva evangelización florezca en testimonio de vida cristiana.
     En consecuencia, este Dicasterio declara que sea inscrita con el grado de fiesta en los calendarios de cada nación y territorio de América, el día 12 de diciembre, y que se celebre cada año en todas las diócesis del Continente, quedando invariable la concesión del grado de solemnidad otorgada por la Sede Apostólica en favor de determinados territorios e iglesias.
     En lo que respecta a los textos que deben ser utilizados para la celebración de esta fiesta en las regiones de lengua española, adóptense en futuro los que se adjuntan con el presente Decreto, que se declaran textus typici. Las traducciones en otras lenguas se realicen a partir de los mismos, de acuerdo con la norma del derecho, sometiéndolos a la aprobación de la Conferencia de los Obispos y a la recognitio de la Santa Sede.
     Sin que obste nada en contrario a cuanto aquí se decreta.
     Dado en Roma, en la Sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el día 25 de marzo de 1999, en la solemnidad de la Anunciación del Señor.

Jorge A. Card. Medina Estévez
Prefecto

Mario Marini
Subsecretario