Los iconógrafos. La Virgen de Platytera

 


Luis Silvestre Casas, Capuchino

 

 

LOS ICONÓGRAFOS

Los iconógrafos son los autores anónimos de estas pinturas que nos han trasmitido un arte y una experiencia de fe. Ante todo el iconógrafo es un servidor de la Iglesia y de la fe del pueblo de Dios. La Iglesia le concede una bendición especial y le unge las manos para que su ministerio tenga esta gracia. Es también un testigo de la tradición; sin perder su huella personal, se deja instruir por la iglesia y deja que su arte se ajuste a los cánones impuestos por la tradición, para que refleje la fe y exprese la teología del misterio que él pinta.

Es costumbre antiquísima que durante el ejercicio de la iconografía, los pintores ayunen, oren mucho y ejerciten su arte cantando salmos e himnos, para que su servicio sea completamente un ministerio de alabanza que más allá del momento de la ejecución quedará expresado para siempre como “glorificación de Dios”.

Otra curiosidad del ejercicio de la iconografía es que el iconógrafo tiene que pintar por primera vez, como su examen de habilitación, el “icono de Cristo” que es el icono original; pero los monjes tienen que ejecutar el icono de la Transfiguración del Señor. Puede explicarse esta costumbre por el hecho que el iconógrafo quiere hacer participes a los fieles de la belleza del misterio del Monte Tabor, de la contemplación a la que fueron invitados los discípulos del Señor en la santa montaña; por eso la tradición oriental habla de la contemplación como de la “luz tabórica”. 

VIRGEN PLATYTERA

El nombre de Platytera procede del griego y recuerda que la Virgen está hecha “más allá del cielo”, como recuerda una liturgia oriental en la que se dice “se ha hecho el seno de María más grande que el cielo”.

En este icono, la Virgen está pintada frontalmente en una actitud majestuosa y seria, cuya mirada está dirigida hacia un punto más allá del espectador. La madre toma al niño entre sus brazos y lo presenta a los hombres para que se fijen en él y le sigan. De este modo está representado el lugar de María en la historia de la salvación: la aceptación de la invitación divina a ser Madre de Dios y su ejemplo como primera discípula aventajada. En la seriedad de su rostro se puede percibir el final que le fue vaticinado por el anciano Simeón cuando la Presentación en el templo. En el fondo, en rojo, destacan las letras MP y OY que proceden de la expresión en lengua griega “Madre de Dios” (MATEP OEOY).

El hijo está sentado sobre su regazo, con las manos levantadas en señal de bendición y con los brazos abiertos en señal de acogida. Los rasgos de hombre adulto de su cara presagian el camino que seguirá el Salvador y los brazos abiertos en cruz recuerdan aquellas palabras dichas por él: cuando yo sea alzado en la cruz atraeré a todos hacia mí. 

Fuente: El Propagador, Capuchinos, Valencia, España