Orar ante Iconos: El Icono de la Madre de Dios

 

Padre Alberto María, fmp.

 

 

 
 

Seremos juzgados en el amor

La única pregunta que nos va a hacer el Señor es «¿Lo amas?». ¿Voy a ir yo a Dios para hablarle de lo malo, de lo pecador, de lo pervertido... que es mi hermano? ¿Qué me va a decir el Señor? 
Me preguntará solamente una cosa: «¿Hay amor en tu corazón para tu hermano? 
Ese amor ¿es palpable, es visible, tú lo sientes de verdad?» 
Y al Señor no podemos decirle «¡Pues claro que lo quiero, Señor! Pero eso no tiene nada que ver».
¿Puede convivir en tí juicio, condena y amor? ¿lo bueno y lo malo? ¿lo que es de Dios y lo que viene del mal? Algo está fallando. 
Por eso decíamos más arriba que cuando en mi corazón hay algo, por pequeño que sea, contra mi hermano, ya estoy impidiendo que el Señor me vaya moldeando. 
Por eso -decíamos- el Señor enseñaba: «Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar y tienes algo pendiente con tu hermano, ¡no debes comulgar! Ve a reconciliarte con tu hermano» (cfr. Mt 5, 23).
De ahí la necesidad que nos recuerda también hoy la Madre de Dios de que nuestras relaciones con los hermanos sean según Dios, y esto nos lo recuerda de manera muy sencilla. 
Si recordamos tanto los evangelios apócrifos como los lugares del Evangelio en los que se nos habla de la Madre de Dios, y, sobre todo, si repasamos el Magníficat, descubriremos la armonía que existe en su corazón respecto a todas las cosas: La armonía con que ella vivía con José en el silencio de un posible juicio de mujer adúltera, la armonía cuando se encuentra con su prima Isabel, cuando los Magos presentan las ofrendas, cuando se presentan los pastores en Belén, la huida a Egipto... Si hacemos un recorrido por los lugares conocidos de su vida, veremos siempre que la relación de la Madre de Dios con todos los que la rodean es una relación armónica y pacífica, gozosa y jubilosa.