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Orar
ante Iconos: El Icono de la Madre de Dios
Padre
Alberto María, fmp.
Vuestro
corazón abundará en la alegría
Y
continúa el relato de Isabel, diciendo: «¿Quién soy yo para
que me visite la Madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a
mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (Lc
1,43).
Uno de los deseos manifestados por Jesús es que «... deis frutos
para la vida eterna» (Jn 4, 36).
Y uno de los frutos más elocuentes de la vida eterna, de los que
ya permanecen en nosotros cuando el hombre vive de esta manera, es
la alegría (cfr. Gal 5, 22).
Quien vive de esta manera no siembra tristeza, no se le ve nunca
ensimismado, reconcomido, irónico, maledicente, ni se le ve nunca
malhumorado, cabizbajo, entristecido, porque todos esos frutos no
son los que da del Espíritu Santo, sino los frutos de la carne
(Gal 5, 19-21), y, por consiguiente no son frutos que produzcan
vida eterna.
El fruto de la presencia de Jesús en el seno de María fue claro:
«la criatura saltó de alegría».
La alegría fue el primer signo de la presencia de Dios.
Por eso nos insistirán tantísimo los Padres: «Si estás triste
vuelve tu mirada al Señor, porque la tristeza quiere decir que,
probablemente, has apartado tu mirada de Dios».
La alegría es el primer fruto que aparece -según el Evangelio-
cuando Dios está en ti.
Alegría en ti y alegría en los demás, en los que te rodean.
El gozo de la fe
Y, por fin, Isabel hace la gran proclamación de este pasaje: «Dichosa
tú porque has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá» (Lc 1,45).
Es decir, es la proclamación de la fe del cristiano. Si nosotros
creemos en Jesús, si confiamos en El, si nos dejamos «lo que sea»
por Jesús, porque nos fiamos realmente de El, todo lo que El nos
ha prometido se cumplirá en nosotros. No hay restricciones. «Dichosa
tú por que has creído lo que te ha dicho el Señor» -a nosotros
a través de la Escritura y de la Iglesia-, porque si lo creemos
de verdad se cumplirá
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