Con María, hasta el fin

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Los que me honran,
obtendrán la vida eterna. 
Eclo 24, 31.

La verdadera devoción a María que, según el Vaticano II, consiste en «conocer, amar e imitar sus virtudes», constituye una de las mayores señales de predestinación que pueden encontrarse en una determinada persona; entre otros motivos porque:

1º. Dios ha dispuesto que todas las gracias que han de concederse a los hombres pasen por María, como Mediadora y Dispensadora universal de todas ellas. Por lo mismo, el verdadero devoto de María entra en el plan salvífico de Dios, que lo ha dispuesto libremente así. Y, por el contrario, el que se aparta voluntariamente de María, se aparta, por lo mismo, del plan divino de salvación.

2º. La devoción a María es necesaria para la salvación de todos los que conocen la existencia de María y saben que es obligatoria la devoción a Ella. Ahora bien, el verdadero devoto de María cumple esta obligación y muestra, por lo mismo, que está en camino de salvación, a la que llegará infaliblemente si no abandona esta devoción salvadora. Por el contrario, como dice Juan XXIII, «quien, agitado por las borrascas de este mundo, rehúsa asirse a la mano auxiliadora de María, pone en peligro su salvación».

Y el Rosario es, sin discusión alguna, la más excelente de las devociones marianas, como consta por el testimonio de la misma Virgen, el Magisterio de la Iglesia y su contenido teológico.

REFLEXIÓN

El Rosario es un collar de cincuenta perlas... un piropo.

El piropo más bello y selecto que jamás oyó una mujer.

Piropo purísimo de Dios a la más pura mujer, cincuenta veces repetido en cada rezo.

No le niegues, a tu Madre, ni el collar, ni el piropo: que si ellos son su debilidad, ellos serán, para ti, tu fortaleza.

Explota, pues, el punto flaco de la Virgen.

Y mientras dialogas con la Madre y el Hijo, comparte con ellos las alegrías, los dolores y los gozos de cada jornada.

Y ellos harán... más hondas tus alegrías, más leves tus dolores y más puros tus gozos.

* * * * *

Tú que esta amable devoción supones 
monótona y cansada y no la rezas 
porque siempre repite iguales sones...

Tú no entiendes de amores y tristezas: 
¿qué pobre se cansó de pedir dones? 
¿qué enamorado de decir ternezas?

E. Menéndez Pelayo.

Fuente: mercaba.org