|
Predicación en el novenario a Nuestra Señora de
la Soledad
Autor: Padre
Feliz Castro Morales
25 DE ABRIL
María, sostén y modelo de nuestra vida
Están ante nuestra mirada, y arden en
nuestro corazón, dos acontecimientos que están muy en nuestra memoria: La
fiesta y devoción de nuestra Señora de la soledad, y la beatificación del
Papa tan querido para nosotros, Juan Pablo II. Por esto nuestra temática
para este novenario, y la preparación a su beatificación, será: El espíritu
Mariano de Juan pablo II en torno a nuestra devoción a la Madre de Dios,
nuestra Patrona y reina.
Juan Pablo II no es solo un fiel intérprete
de la doctrina sobre la virgen María, sino que expande nuevos caminos en el
pensamiento, en la teología, enseñanza y en la espiritualidad mariana. La
devoción mariana fue un particular carisma de su pontificado, con sus
palabras, en su Magisterio, con los hechos y con sus gestos. De modo que muy
bien podríamos parodiar en él, en su doctrina mariana, lo que dice la
Constitución Dogmática Dei Verbum, “Cristo se reveló, la Palabra se hizo
carne, y reveló el plan de salvación no solo con palabras, sino que con
hechos, con gestos claros que estaban intrínsecamente conexos entre sí, de
forma que las obras y los gestos, por muy pequeños que sean, manifiesten y
confirmen la doctrina. Que los hechos estén explicados por las palabras y
que las palabras, proclamen las obras y esclarezcan el misterio contenido en
ellas” (DV 2).
En la persona y misión de Juan Pablo II, elocuentes
fueron sus gestos. Esos detalles con los que constantemente dirigía la
mirada de toda la Iglesia a la Madre de Dios, y nuestra Madre. Cuántas fotos
podemos contemplar, especialmente en todos los libros que han surgido
después de la muerte, de Juan Pablo II con una imagen de la Virgen. Por
esto, es difícil imaginarnos al Papa sin la Virgen o sin un rosario en mano.
En realidad, Juan Pablo II fue un hombre de palabras, de obras y de
gestos, que se inspiraban en la vida y en la persona de María, en su
relación Trinitaria: Dios Padre “dio a su Hijo único al mundo sólo por medio
de María” y “quiere tener hijos por medio de María hasta el fin del mundo”.
Dios Hijo “se hizo hombre por nuestra salvación, pero en María y por medio
de María” y “quiere formarse y, por decirlo así, encarnarse día a día, por
medio de su amada madre, en sus miembros” (ib., 16 y 31). Dios Espíritu
Santo “comunicó a María, su Esposa fiel, sus dones inefables” y “quiere
formarse, en ella y por medio de ella, a elegidos”.
Por esta razón la
Toda Santa lleva hacia la Trinidad. Repitiéndole a diario Totus tuus y
viviendo en sintonía con ella, se puede llegar a la experiencia del Padre
mediante la confianza y el amor sin límites (cf. ib., 169 y 215), a la
docilidad al Espíritu Santo (cf. ib., 258) y a la transformación de sí según
la imagen de Cristo (cf. ib., 218-221).
De aquí podemos vernos a
nosotros mismos, a nuestra historia, a nuestro presente, y sacar enseñanzas
para nuestra vida y misión ante la mirada del “dolor profundo y del llanto
sin consuelo”, de nuestra Señora de la Soledad, que nos recuerda
permanentemente, el drama del Calvario, el amor de Dios por el hombre, los
méritos redentores de la Cruz, el plan de salvación del Padre, que decide
enviarnos a su Hijo por medio, para que nos redimiera del pecado y de la
muerte.
Por tanto, nos dice el Papa, respecto a la devoción mariana,
cada uno de nosotros debe tener claro que no se trata sólo de una necesidad
del corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde a la
verdad objetiva sobre la Madre de Dios, que nosotros tenemos en su
advocación de Nuestra Señora de la Soledad.
26 DE ABRIL
La
Maternidad de María
La dimensión Mariana
en Juan Pablo II es fruto de toda una vida de profunda devoción a María
Santísima como Madre, que llevó, como él mismo lo ha dicho, un largo proceso
de maduración. Podríamos decir que Juan Pablo II en su experiencia personal
y en su dimensión teológica, coloca, la Maternidad de María como el tronco
sobre el cual se desarrollan todas las ramas (dimensiones) de su vida y
espiritualidad mariana.
Él está convencido que cada discípulo de
Cristo debe encontrarse en las palabras del Maestro en la Cruz: “He aquí a
tu hijo; hijo he aquí a tu Madre” y que estas palabras son el testamento de
Cristo que deben ser acogidas por cada uno de los fieles de la Iglesia. “En
Juan, el discípulo amado, cada persona, descubre que es hijo o hija de
aquella que dio al mundo al Hijo de Dios”.
Para Juan Pablo II,
identificarse como hijo de María, fue determinante en el desarrollo de su
espiritualidad Mariana. Descubrirse en el rostro de San Juan evocó una
profunda conciencia de la necesidad de acoger en su corazón, en su interior,
a la Madre del Salvador, y que era el expreso deseo del Redentor, que él
asumiese ese amor filial, dejando a la Virgen ejercer toda su misión
materna.
Como expresó en la Encíclica Madre del Redentor, 45: “La
maternidad en el orden de la gracia igual que en el orden natural
caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace más
comprensible el hecho que, en el testamento de Cristo en el Gólgota, la
nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a
un hombre: Ahí tienes a tu hijo. En estas mismas palabras está indicado el
motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no
solo de Juan, sino de todo cristiano. El Redentor confía su madre al
discípulo y al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de María,
que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo
hace personalmente a cada hombre. A los pies de la cruz comienza aquella
especial entrega del hombre a la madre de Cristo”.
La Madre de Dios
es la Nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán -Cristo-, comenzando por
la Anunciación, a través de la noche del Nacimiento en Belén, el banquete de
la Boda en Caná de Galilea, la Cruz sobre el Gólgota, hasta el Cenáculo de
Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor es la Madre de la Iglesia. (S.S.
Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza). Estaba “convencido que
María nos conduce a Cristo” pero a partir de allí comenzó “a comprender que
también Cristo nos conduce a su Madre” (Giovanni Paolo II, Dono e misterio,
pág. 37-38).
La maternidad espiritual de María, se expresa
particularmente, con su mediación materna. Ella intercede ante su Hijo e
interviene directamente en el dinamismo de la salvación para alcanzarnos las
gracias de santidad que Cristo ha hecho posible para la Iglesia con su
sacrificio redentor.
En efecto, la experiencia de este pueblo ha sido
desde 198 años de ser La Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia,
en su advocación de la Soledad, la Patrona de la ciudad de Irapuato, siendo
Papa Urbano VIII, y Obispo de Michoacán el Sr. Dn Manuel Abad y Queipo; y,
el 89 aniversario de su coronación pontificia, siendo Papa Benedicto XV, y
Obispo de León, el Excmo. Sr. Emeterio Valverde y Téllez; 7 años como
Patrona de la Diócesis de Irapuato, por voluntad del siervo de Dios, Juan
Pablo II, y siendo primer Obispo de Irapuato su excelencia José de Jesús
Martínez Zepeda; y 5 años de haber sido constituido este Santuario de la
Soledad como sede Parroquial… Desde 1813 nuestros antepasados, los
cristianos y cristianas de Irapuato, la recibieron en su casa, bajo la
advocación de Nuestra Señora de la Soledad, como Juan, el discípulo amado de
Jesús.
27 DE ABRIL
La Encíclica Madre del Redentor del 25 Marzo de
1987
El Siervo de Dios nos legó una
encíclica Mariana: Madre del Redentor, que busca despertar en todos los
fieles, una sólida y necesaria espiritualidad mariana, basada en la
Tradición de la Iglesia y en las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Juan Pablo II al hablar de la maternidad de María, Madre de Cristo y
Madre de Iglesia, dice que “La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en
el plan de salvación”… negarlo, dice, sería negar la historia. En efecto,
María es la nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán -Cristo-, comenzando
en la Anunciación, a través de la noche en Belén, en las bodas de Caná, en
la Cruz sobre el Gólgota, hasta el cenáculo en Pentecostés: la Madre de
Cristo Redentor, es Madre de la Iglesia”.
Esta encíclica a la Madre
del Redentor es la expresión de su devoción y doctrina mariana, el fruto
maduro de un largo camino de relación filial con la Virgen. Sus palabras al
entregar a la Iglesia este documento fueron: “he estado pensando sobre este
tema por un largo tiempo. Lo he ponderado profundamente en mi propio
corazón”.
Con esta encíclica, Juan Pablo II quiso recalcar que la
Virgen tiene un lugar preciso en el dinamismo de la salvación porque ella
estaba destinada desde el principio para ser la Madre del Hijo de Dios, que
nacería de ella en la plenitud de los tiempos. Esta plenitud revela, que el
culmen de la historia, hacia la que caminaba y desde la que parte, es la
Encarnación del Hijo de Dios, llevada a cabo por el poder del Espíritu Santo
y la cooperación materna de María. Los reyes magos, representan la historia:
recorren largos y difíciles caminos tras una estrella hasta que su búsqueda
termina con el Mesías, y desde ahí parten por otro camino. Pero ellos, igual
que los pastores, encuentran al Mesías en brazos de su Madre. La humanidad,
la historia, cada corazón está llamado a encontrar al Señor, que se ha
encarnado y que ha venido al mundo por medio de una Mujer, la Virgen.
Por consiguiente, es una hermosa coincidencia el que nosotros nos
preparemos a la Fiesta de Nuestra Señora de la Soledad, a través del
pensamiento y vivencia mariana de Juan Pablo II, y también nos preparemos de
la mano de nuestra Patrona y Reina a recibir el don de la beatificación de
nuestro querido Papa. Ambos acontecimientos son una oportunidad para:
1) Profundizar en la doctrina de fe sobre María, pero que esta sea “una
fe vivida, la teología del corazón”, para que nuestra Iglesia, cada uno de
nosotros, viva una auténtica “espiritualidad mariana”.
2) Que optemos
por convertirnos en verdaderos misioneros de Nuestra Madre, y vivamos
nuestra consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para
vivir fielmente el compromiso del bautismo.
3) Preparar, de cara al
futuro, el Bicentenario del Patronato de Nuestra Señora de la Soledad, sobre
la ciudad de Irapuato. Nuestra preparación en estos dos años, nos debe
llevar a es “remar mar adentro” (¡Duc in altum!) para proclamar a Cristo
Señor y Salvador, Camino, Verdad y Vida, la meta y fin de la historia
humana.
Siguiendo la figura la enseñanza y el testimonio de Juan
Pablo II, vemos que la figura de María tiene que estar fuertemente presente
en nuestra vida ordinaria. Su enseñanza y su testimonio ve a la
Bienaventurada Madre de Dios “maternalmente presente y partícipe en los
múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos,
de las familias y de las naciones; la ve socorriendo al pueblo cristiano en
la lucha incesante entre el bien y el mal, para que ‘’no caiga’, o, si cae,
‘se levante’”.
28 DE ABRIL
El rosario
Juan Pablo II aprovechó siempre toda ocasión para hablar a la Iglesia sobre
la Madre del Señor, porque, María de Nazaret, ha sido el centro de la vida
espiritual de los discípulos de Jesús, después de Él, que es la Puerta, el
primero y el último, el centro y fin de la historia. El Papa Juan Pablo II
ha dicho que la devoción mariana es signo de la fe viva del pueblo de Dios a
la Virgen María, así como su expresión de vida cristiana y misionera:
discípulos y misioneros de Jesucristo por medio de María.
Hoy les
propongo algunas ideas sobre la carta apostólica de Juan Pablo II de “El
Rosario de la Virgen María”. Con el rosario el pueblo cristiano aprende de
María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la
profundidad de su amor. Es una oración típicamente meditativa y se
corresponde de algún modo con “la oración del corazón” u “oración de Jesús”.
Fomentar el rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para
contrastar los efectos desoladores de la crisis actual.
El ritmo del
rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en
quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a
través del corazón de María.
Cuando dos amigos se frecuentan, suelen
parecerse también en las costumbres; así nosotros, conversando familiarmente
con Jesús y la virgen María, al meditar los misterios del rosario y formando
juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de
nuestra pequeñez, parecidos a ellos.
La oración de la Iglesia está
como apoyada en la oración de María. La contemplación del rostro de Cristo
no puede reducirse a su imagen de crucificado, ¡El es el resucitado! Quien
contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en
Él, la verdad sobre el hombre. Por tanto, cada misterio, bien meditado,
alumbra el misterio del hombre.
Para comprender el rosario es
necesario entrar en la psicología propia del amor. Y así, se afirma que la
familia que reza unida permanece unida, porque el amor es vínculo de la
perfecta unión.
Hoy, como en los tiempos de primeros fervientes
devotos de Nuestra Señora de la Soledad, es necesario anunciar a Cristo a
esta ciudad de Irapuato, que camina desde hace doscientos años bajo el
patrocinio de su Patrona, porque que se está alejando de los valores
cristianos y pierde incluso su recuerdo. Con la esta bendita Imagen como
telón de fondo, la propuesta del Rosario adquiere el valor histórico de un
nuevo empuje en el anuncio cristiano en nuestro tiempo, porque el Rosario es
camino de María.
En la carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” el
Papa decía que el Rosario es una oración orientada por su propia naturaleza
a la paz. No sólo porque nos lleva a invocarla, apoyados en la intercesión
de María, sino también porque nos hace asimilar, junto a el misterio de
Jesús, su proyecto de paz, don de Dios para cada uno, y para cada familia.
Este es el mensaje de la cruz de Jesús resucitado, que nos sigue bendiciendo
por manos de nuestra patrona y reina.
29 de ABRIL
Consagración mariana
El Papa Juan Pablo II resume su consagración con su lema “Totus tuus ego
sum. Et mea omnia tua sun”: Soy todo tuyo. Y todo lo mío es tuyo, y ha
propuesto la Consagración a Cristo por manos de María como medio eficaz para
vivir fielmente el bautismo (RM 48). Este es nuestro último tema de este
novenario: PINCELADAS DEL MAGISTERIO MARIANO DE JUAN PABLO II, como
preparación a nuestra fiesta y a su beatificación, el próximo domingo.
Consagrarse es entrar en alianza, comunión profunda de corazón con el
Corazón Inmaculado para así ser llevados a alcanzar una plena comunión de
corazón con el Corazón de Cristo. “Debemos permanecer en alianza con el
Corazón de Jesús a través del Corazón Inmaculado de María”. Se dedicó a
llevar a toda la Iglesia hacia una profunda unión espiritual con Cristo a
través de María, por medio de la Consagración Total. Se ha dedicado a
despertar en toda la Iglesia, el amor, y devoción filial a la Santísima
Virgen.
Juan Pablo II hizo de la consagración mariana un punto clave
en su vida personal y en su misión petrina. Un famoso mariólogo, Stephano
D’Fiores afirma que “Si los últimos Papas han hablado favorablemente sobre
la Consagración Mariana, Juan Pablo II la ha hecho una de las
características claves de su Pontificado. Para Juan Pablo II, la
consagración Mariana, es un punto elemental en su programa de vida
espiritual y pastoral”.
Su profunda piedad mariana, teológicamente
enriquecida, llevó a Juan Pablo II, hacia una espiritualidad de profunda
confianza. Es este sentido de confianza lo que llevó al Santo Padre a
pronunciar estas palabras en Czestochowa en 1979, en el monasterio de Jasna
Gora, durante su primera peregrinación a Polonia: “Soy un hombre de una gran
confianza, aquí aprendí a serlo. Aprendí a ser un hombre de profunda
confianza aquí, en oración y meditación frente al gran ícono de María, la
primera discípula: Hágase en mí según tu Palabra”.
Nosotros
necesitamos volver a María, consagrarnos a ella, e iniciar una profunda
renovación en cada persona y en cada familia. Necesitamos volver nuestros
ojos y nuestros corazones a Nuestra Señora de la Soledad, porque urge
recuperar a los que están lejos, a los que se nos han ido y fortalecer a los
que están cerca.
En cada novenario, en cada fiesta del 30 de abril,
hemos de recordar que Cristo nos ha confiado al cuidado materno de Nuestra
Señora de la Soledad, comprendamos que a tal amor materno solo podemos
responder con la entrega total y generosa de sí, al Corazón de nuestra
Madre. Y ya que María fue dada como Madre personalmente a “discípulo de
Jesús, hemos de responder con ‘la entrega’ con una auténtica devoción. La
entrega es la respuesta al amor de una persona, y, en concreto al amor de la
madre. Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan,
introduce a María en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su yo
humano y cristiano”, afirma Juan pablo II.
Ahora, al final del
novenario, hagamos nuestra consagración a Nuestra Señora de la Soledad…
ACTO DE CONSAGRACIÓN
¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios y
Madre de los hombres y de las mujeres: Reina y Patrona Nuestra, Señora de la
Soledad!
Al final de este novenario queremos “CONSAGRARNOS A TI ANTE
ESTE ALTAR Y TU BENDITA IMAGEN”, y ofrecerte el homenaje de nuestra vida y
de nuestro amor; para felicitarte, como hijos tuyos, por los incomparables
privilegios con que Dios te adornó desde el primer instante de tu concepción
inmaculada, y para alegrarnos contigo por la gloria sublime de que ahora
gozas en el cielo.
(—) Bendita seas, Señora Nuestra, (…) por tu
santidad y por tu poder de mediadora universal; por tu piedad y tu
misericordia.
Tu nunca te olvidas de que has sido levantada hasta el
trono de Dios, no sólo para tu gloria, sino también para nuestra salvación;
no te olvides de que Dios te ha llevado al cielo en cuerpo y alma, para que
así intercedas mejor por nosotros, pobres pecadores.
Llenos de
confianza en tu poder y en tu bondad, y sabiendo que, como Madre buena, oyes
los ruegos de tus hijos y de tus hijas, te suplicamos con todo el fervor de
nuestro corazón, que no nos dejes de tu mano, porque, si tú nos dejas, nos
perderemos para siempre.
¡No nos abandones y danos fortaleza, Santa
Madre de Dios!
Para luchar contra las malas inclinaciones de nuestra
naturaleza, herida por el pecado.
Para dominar las miradas
peligrosas, y para impedir las conversaciones atrevidas.
Para
apartarnos de compañías que nos lleven al pecado; para cumplir decididamente
nuestros deberes de trabajo y estudio.
Para ser buenos y leales con
los que convivimos y amigos, caritativos y atentos con los pobres y los
enfermos, constantes y devotos en la recepción de los sacramentos de
Confesión y Comunión.
Danos fortaleza para luchar y vencer; ¡Oh
celestial vencedora de todas las batallas de Dios!
Y concédenos que
los que hoy nos hemos reunido ante Ti para haceros entrega de todo nuestro
ser mediante esta consagración, cantar tus alabanzas y pedir tu protección,
nos reunamos un día en la gloria del paraíso para ofrecer contigo nuestro
amor a tu Hijo y Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive
y reina por los siglos de los siglos.
30 DE ABRIL
FIESTA A NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD 2010
Nuestra Patrona (1813-2010) y Reina (1922-20010): proximidad del
bicentenario de su Patronato sobre Irapuato
La Fiesta a nuestra
Señora de la Soledad nos invita a cantar y alabar: “Salve, Reina poderosa,
Que tus bondades derramas. Sobre todos los que amas Compasiva y generosa.
Nuestros ojos siempre fijos Tenemos en tu bondad (Pbro. Ángel Miranda). Esta
es una fiesta de esperanza, porque la Madre de Dios y Madre nuestra, es
nuestra esperanza y protección.
Desde nuestra Madre de la Soledad
podemos encontrar el sentido a nuestra vida: desde el corazón de nuestra
Reina, encontramos el sentido al dolor y a la soledad, que llevamos pegados
siempre a nuestra piel. Nuestra vida, en la medida en que comienza a
identificarse con la de Ella, entendemos mejor el misterio Pascual, pasión,
muerte y Resurrección del Señor Jesús, y con ella, en unión con el Redentor,
sabemos que el dolor es redentor, y la soledad, una oportunidad para hacer
espacio a Dios en nuestra intimidad: todo ofrecido al Padre por el Hijo, en
unión con María, tienen precio de eternidad, para si y para la humanidad,
para nuestra ciudad, para nuestra familia. Así nos lo ha enseñado la Reina
de Irapuato, sí, La del dolor más amargo, nos ha dicho que el dolor
purifica, y “lo que es puro, es lo santo, es la virtud, la belleza, lo
inmortal, lo inmaculado. ¡Salve a ti! ¡Paz a tus hijos! ¡Linda joya de
Irapuato!”[1].
Vista desde Jesús y María y José las penalidades de la
vida humana, todo se convierte como “ojos que penetran a través de la niebla
que confunde los objetos y difumina las verdades, y al atravesarla nos
permite llegar a lo que verdaderamente es y a lo que verdaderamente importa,
pues significa acallar toda clase de voces confusas y discordantes para que
se pueda oír la Palabra viva, clara y penetrante”. Todo desde Cristo y desde
María de la Soledad tiene sentido, tiene luz, tiene precio de eternidad.
Y es que si por medio de la Santísima Virgen vino Jesucristo al mundo,
por medio de Ella debe también reinar en el mundo; y si por María vino el
Salvador, el Redentor, El Camino y la luz al mundo, por medio de María
tenemos el camino cierto para saber vivir en los gozos y las alegrías, las
angustias y las tristezas de nuestro corazón, y conseguir la salvación,
caminando por donde ella caminó, haciendo lo que ella amó y vivió.
Prueba del patrocinio de la Santísima Virgen, como de la filial gratitud de
sus devotos, es el magnífico templo que fue edificado en la primera mitad
del siglo XVIII, en el cual se venera la bendita Imagen, y el cual es un
monumento de la generosidad de los habitantes de Irapuato puesta al servicio
de la piedad y del amor. Y que ahora, todos, nos hemos dado a la tarea de
restaurarlo: baste como signo, lo que hemos hecho, para vislubrar lo que nos
falta por hacer…
La grande obra, la epopeya de Irapuato, el apoteosis
de Nuestra Señora de la Soledad, el colmo del entusiasmo religioso, la
cumbre de la perfecta vida social, el fundamento de nuestra felicidad
temporal, el augurio de nuestra dicha futura, fue la declaración solemne
como Patrona de Irapuato, en 1813, y la Coronación, en 1922, de Nuestra
Señora de la Soledad.
A nosotros nos ha tocado en hora ver a María de
la Soledad en su palacio irapuatense, asistirla en su trono, aclamarla por
Reina nuestra, bendecirla con nuestros corazones, alabarla con nuestras
lenguas, y acogernos a Ella como Reina, Patrona y Madre. Al celebrar la
grandeza y hermosura de Nuestra Señora de la Soledad, los irapuatenses hemos
de profesar ante el cielo y la tierra que queremos ser para siempre la peana
de sus pies.
30 de abril de 1813 y de 1922, son fechas que llenaron
de fe y de gozo a nuestros antepasados, que nada ni nadie debería borrar de
nuestra memoria, porque un pueblo sin memoria, se queda infantil, se
despersonaliza. Me refiero, sobre todo, a las solemnísimas fiestas,
celebradas en honor de la “Linda Joya de Irapuato”, los días 30 de abril
desde 1813 y de 1922. Estos días eran muy lucidos: se llevaba en procesión a
su Patrona, era llevada en andas, conducida con todo respeto y veneración de
su iglesia a la parroquia, pasando por diversas calles. El clero, sacerdotes
religiosos y diocesanos, las cofradías y hermandades, las colegialas de la
“Enseñanza”, los alumnos del Colegio de San Francisco de Asís, y los de
otras escuelas, el pueblo todo, prácticamente formaban las procesiones.
María de la Soledad, ¿por qué quisiste venir a este pueblo?, ¿qué
tenemos, que haz querido vivir con nosotros, si tu eres la Reina, la madre
de Dios?, Así como tu Hijo, que tomó lo nuestro para que fuéramos ricos, tú
ha venido a nosotros porque éramos y somos pobres, y tu amor se ensancha
ante los pobres y afligidos… Así lo han expresado nuestros antepasados:
“Heme aquí, Oh Madre, ante tus pies postrado. Heme aquí, Oh Madre, contrito
y humillado; Delante de tu altar; pues, tu nombre a tanto alcanza, Que al
llamarte Madre, crece mi esperanza tan grande como el mar.
Ser
dóciles a las enseñanzas de Jesús, ser fieles devotos de Nuestra Señora de
la Soledad, amarla e imitarla, es la respuesta que los niños y ancianos,
jóvenes, hombres y mujeres, padre y madres de familia, sacerdotes y Obispo,
es la mejor forma de no echar en saco roto, la fe, la esperanza y el amor
que testimoniaron nuestros mayores a nuestra Reina de la Soledad, como
expresara en 1922, el Sr. Obispo Miguel M. Mora: ¡Oh Virgen de la Soledad
profunda, Y del llanto sin consuelo, Mira, oh tierna Madre, a tu pueblo;
Mira, ¡cómo te ama!, ¡Haz que te ame más y más, Y que tus hijos de Irapuato,
Primero pierdan la vida; que dejarte de amar! (Del Sr. Obispo Miguel M.
Mora).
|
|