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Contemplar los
misterios del Rosario I
Jaume Aymar Ragolta
1 El Rosario es una gran oración
meditativa y popular que tiene su origen en un monje contemplativo
cartujano. Alano de Rupe fue el primero en atribuir el origen del Rosario a
Santo Domingo, el fundador de la Orden de Predicadores, pero hay la tesis de
que la visión que tuvo Alano y en la que pudo leer “D. DOMINICUS”, se
refería al cartujo “Dom Dominicus”(de Treveris), en lugar de “Divus
Dominicus” (Santo Domingo).
Sea como fuere, no hay duda de que el rosario, oración repetitiva por
excelencia, favorece en muchos la contemplación. Precisamente, una de las
maneras de rezarlo incluye la expresión: “los misterios que hemos de
contemplar en el día de hoy”. Estos misterio se reparten durante los días de
la semana. Son los lunes y sábados los de gozo; los martes y viernes los de
dolor; los miércoles y domingos los de gloria, y los jueves los de luz.
La Iglesia pone ante nuestros ojos los grandes hechos de la vida de Jesús y
de María para que los contemplemos con fe. Pero, ¿qué ocurriría si
contemplásemos los misterios del Rosario transversalmente? Es decir, si
hilvanásemos todos los primeros, todos los segundos, etc., quizás
obtendríamos una nueva perspectiva.
Veamos: el primero de gozo es la Encarnación; el de luz, el Bautismo; el de
dolor, la oración en el huerto, y el de gloria, la resurrección del Señor.
¿Hay algún elemento que los una? Leamos de modo transversal estos primeros
misterios. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros...”: a través del
sí de María, Dios se encarnó. El Jordán es la gran teofanía, en el momento
del bautismo el cielo se abrió y se oyó la voz del Padre: “Este es mi hijo
amado”. En Getsemaní, Cristo vivió la filiación divina de un modo singular y
dramático cuando pidió al Padre: “Hágase tu voluntad y no la mía”.
Finalmente, la resurrección es la gran respuesta de Dios Padre: tras el
silencio de la cruz, resucita de entre los muertos a su Hijo amado. Vemos
pues que, como un hilo de oro, un mismo sentido teológico enlaza los
primeros misterios. Con diversos acentos, estamos contemplando que
Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre.
Vamos por los segundos: la Visitación (gozo), las bodas de Caná (luz), la
flagelación (dolor), la Ascensión (gloria). La visitación de María a su
prima Isabel, después del anuncio del Ángel, fue motivada por el servicio:
la Virgen sabía que Isabel, de edad avanzada, estaba encinta y fue a
ayudarla gratuitamente. También las bodas de Caná, con la transformación del
agua en vino, fue un gran acto de servicio, un gesto de gratuidad, de Jesús,
por la intermediación de María, a favor de aquellos novios. ¿Qué relación
con todo ello tiene la flagelación del Señor en la columna? Así como en Caná
nos regaló el vino nuevo de la caridad, en cada azote el Señor derramó su
sangre por la remisión de los pecados. Y la Ascensión es la visita que Jesús
hace al Padre, tras anunciar a los discípulos que les haría el mayor regalo:
el Espíritu Santo. La gratuidad, pues, es el hilo conductor de estos
segundos misterios
Fuente: claraesperanza.trimilenio.net
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