El apostolado del Rosario


F. Vincent de Couesnongle, O.P. 

 

Sabemos el puesto importante que el Rosario tiene en el apostolado y en la vida de oración de la Orden. El Congreso Internacional de los hermanos consagrados a este ministerio, celebrado en Roma, en mayo de 1976, me ofrece la oportunidad de examinar con nuevos ojos esta realidad evangélica y mariana de nuestra tradición. Sin embargo, es un deber para mí el subrayar el éxito de este encuentro de casi 90 religiosos (además de algunas religiosas), venidos de todos los rincones del mundo: Europa, ciertamente, mas también del Ecuador, de Filipinas, del Zaire... He quedado impresionado por la calidad de este encuentro, por la alegría que reinaba entre los congresistas y por su fervor en la celebración de la liturgia y en el rezo del Rosario.

Partiendo de situaciones reales, los congresistas han informado sobre el estado actual del apostolado del Rosario en su región, con una objetividad en la que no faltó ni el coraje ni el humor. Así se ha podido apreciar la diversidad de ambientes culturales, de situaciones pastorales, y la diversa sensibilidad de los religiosos mismos: unos más preocupados por la fidelidad a la tradición, otros más inclinados a buscar nuevas formas. Una tal diversidad es normal; una tal confrontación es sana y útil, cuando se hace - y tal ha sido el caso presente - dentro de una mutua confianza.

1. Fundamento doctrinal

Algunas veces se reprocha a la devoción mariana el ser más fervorosa que lúcida. Por lo cual, conscientes de predicar el Evangelio cuando predican el Rosario, los hermanos han querido confrontar su manera de actuar con la fe de la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a la Madre de Jesús: «La verdadera devoción procede de la verdadera fe».

Los congresistas han dedicado pues, toda una jornada a estudiar la exhortación «Marialis Cultus» (marzo 1974) que sitúa el Rosario en el contexto de una piedad mariana renovada a la luz del Vaticano II. En él María es contemplada en el misterio de Cristo y de la Iglesia (LG, c. VIII).

Se ha subrayado, no sin razón, que en pocos años, hemos pasado de un Rosario esencialmente mariano a un Rosario más netamente cristológico, centrado en la Encarnación y en el misterio pascual, en el que María tiene su puesto como esclava del Señor, modelo para los creyentes y Madre espiritual de los discípulos.

No dejamos de subrayar esta orientación que pone de relieve toda la riqueza doctrinal del Rosario. Esta debe ser, en forma simple pero auténtica, una presentación orgánica del contenido del misterio de la salvación. ¿No es el esquema de la predicación primitiva? ¿No descubrimos en él, la senda de una predicación realmente popular? El Rosario puede servir de marco a una verdadera catequesis y aún, en ciertos casos, a una primera evangeli zacién, carpo lo atestiguan ciertas experiencias. Por otra parte, no se puede por menos de advertir la insis tencia que hace la «Marialis Cultus» sobre «la misteriosa relación entre el Espíritu Santo y la Virgen de Nazaret y su acción en la Iglesia». Los congresistas del Rosario tuvieron muy en cuenta este aspecto del misterio cristiano y las resonancias muy actuales de una renovación en el Espíritu. Lejos de aparecer desfasado o caducado, el Rosario se encuentra, por el contrario, muy en su puesto dentro de este contexto. Los religiosos que asiduamente lo predican están más y más convencidos de ello. Los que no lo hacen ¿no será por prejuicios infundados sobre el mismo?

2. Base bíblica

La renovación de la piedad mariana y del apostodado del Rosario va estrechamente unida a la renovación bíblica. Se ha intentado incluso oponerlas... ¿Pero hará falta recordar, por ejemplo, la piedad mariana de un P. Lagrange? Después del Vaticano II, comprendemos mejor la profunda teología de Lucas y de Juan referente a María, Madre de Jesús, Hija de Sión, Esclava del Señor, Morada de la Gloria de Dios, la Mujer «Madre de todos los vivientes».

Me es grato constatar que, en todas las partes del mundo, el Rosario es presentado cada vez más como una oración auténticamente evangélica, e incluso como una iniciación de los fieles hacia una meditación de la Escritura que sea oración y fe en ella. ¿No es acaso ésta su naturaleza? Es evidente que ello exige de los predicadores del Rosario no sólo una humilde y ferviente piedad mariana, sino también una seria cultura bíblica constantemente renovada.

3. En el mundo actual

Como toda predicación evangélica, el apostolado del Rosario debe dirigirse al mundo de hoy..., un mundo que ha cambiado mucho en su forma de vivir y de pensar. Una de las Comisiones del Congreso ha reflexionado sobre «el Rosario y la vida cristiana en el mundo de hoy», y otra sobre «el Rosario y las perspectivas pastorales».

Nos debemos preguntar sinceramente: El Rosario, tal como nosotros lo predicamos, ¿no corre a veces el riesgo de convertirse en una huída, en un refugio, en una «fosilización»? ¿No corre el riesgo de entrenarnos en una espiritualidad desencarnada, lejos de lo que constituye la vida real, las esperanzas, los gritos, las luchas de los hombres de hoy? ¿Estamos atentos a las aspiraciones de los hombres hacia una mayor responsabilidad de participación fraternal, de libertad espiritual? ¿Sabemos animar suficientemente a los cristianos a trabajar por una plena liberación de sus hermanos? Todos estos problemas y otros de este género fueron abordados. La lectura del dossier y de las conclusiones del Congreso demuestran con cuanta lucidez fueron tratados.

4. Una escuela de vida cristiana

Por último, el Rosario es apto para constituir una pedagogía de la vida de fe, una escuela de vida cristiana y de oración.

En una época en la que poco a poco se redescubren los méritos de la piedad y de la religión populares, el Rosario aparece como un precioso instrumento. De una parte, a través de la meditación de los «misterios» de la vida de Jesús y de María, él mete sus raíces en el corazón mismo del misterio de Dios. Por otra parte, gracias a la sencillez de su método, el Rosario habla directamente al corazón de las personas sencillas y sin complicaciones. El constituye también, en verdad, un motivo de fe y una adhesión a la fuente.

Esto explica el por qué, según lo han demostrado conmovedoras experiencias, los pueblos cristianos, privados de los ordinarios sacramentos, aislados en sus contornos, sin obispos y sin sacerdotes, se han mantenido firmes en la fe gracias al Roario.

El carácter sencillo y directo del Rosario hace que pueda servir de marco para una catequesis de la fe para muchos bautizados que no la han recibido, y para muchos bautizados no practicantes. El notable desarrollo de los Equipos del Rosario y de las otras modernas agrupaciones pone bien de relieve su valor catequético.

Como escuela de vida abierta a las almas más simples, el Rosario, lejos de detenerlas en los rudimentos, las introduce progresivamente por los caminos de la meditación, de la oración y de la intimidad con el Señor. Las enseña a orar más allá de las palabras. Es una escuela de vida contemplativa.

Además, si el Papa Pablo VI, recuerda en la «Marialis Cultus» los elementos del Rosario tal como fueron definidos por San Pío V -cita que permanece indispensable-, exhorta también a una «celebración del Rosario» inspirada en el esquema de las celebraciones de la Palabra de Dios. Los esfuerzos de búsqueda y de creatividad en este campo han de alentarse. Durante estos días y en el Congreso se han hecho experiencias a este propósito.

5. Conclusión

Una tradición firmemente establecida, no solamente en la Orden sino también en toda la Iglesia, nos considera los herederos de la misión confiada por María a nuestro P. Domingo: «Ve y predica mi Rosario».

Es una herencia de la que podemos estar orgullosos y de la que debemos ser los primeros beneficiarios en nuestra vida, en nuestra oración. ¿Cuántos dominicos podrían atestiguar que el rezo y la contemplación del Rosario han sido para ellos una verdadera «escuela de oración» en los primeros años de su vida religiosa; la única tal vez? ¿Sucede hoy así en la Orden? ¿No haría falta que nuestros jóvenes, y aquellos que están encargados de su formación, «osasen» de nuevo reemprender este camino?

El Rosario es también una herencia de la que tenemos que mostrarnos dignos. Nuestra misión de predicadores la ejercemos según muy diversas formas. Desde la enseñanza en las más brillantes cátedras universitarias, la investigación exegética, teológica y filosófica más sabia, hasta las misiones populares y las catequesis más elementales -pasando por el servicio cotidiano del pan de la Palabra y la meditación constante de los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos-: es la misma Palabra de Dios que nosotros proclamamos, es la misma misión profética la que nosotros ejercemos.

Nuestro P. Domingo no podía ver tres personas juntas sin que enseguida pensase que era un auditorio suficiente para su palabra apostólica. Predicar el Rosario, explicar el Rosario, hacer rezar el Rosario, ¿no es un poco la misma cosa?


Fuente: op.org