El Santo Rosario

Movimiento de Schoenstatt, Argentina

 

“Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios”. Terminando en este número con el tercer envío de las reflexiones sobre la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, esperamos que las mismas hayan sido un aporte para el crecimiento en el amor hacia nuestra querida Madre, a quien desde el rezo del Santo Rosario, podremos acercarnos más a su infinito corazón. Para el Santo Padre el Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y “nuestra paz”. Además de oración por la paz el Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. La familia que reza unida, permanece unida. Reproduce un poco el clima de la casa de Nazareth: Jesús esta en el centro, se comparten con El alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de El la esperanza y la fuerza para el camino. Es hermoso y fructuoso confiar también a esta oración el proceso de crecimiento de los hijos. Rezar con el Rosario por los hijos, y mejor aún con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de “intervalo de oración” de la familia, no es ciertamente la solución de todos los problemas, pero es una ayuda espiritual que no se debe minimizar. Una oración tan fácil y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. El Santo Padre propone este tesoro para recuperar, como una consolidación de la línea trazada de la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, en la cual se han inspirado los planes pastorales de muchas Iglesias particulares al programar los objetivos para el próximo futuro. Las familias cristianas, enfermos, ancianos y jóvenes deben tomar con confianza entre las manos el Rosario a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia. La Carta Apos- tólica, termina haciendo suyas las palabras del beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario en Súplica a la Reina del Santo Rosario: “Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Angeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro en nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo”.