Síntesis de la Carta Apostólica "Rosarium Virgini Mariae"

Lic. Arturo Moreno Samaniego

 

Una moción divina me ha impulsado a escribir este artículo. Como devoto del Santo Rosario por más de 10 años, sin dejar de acudir a él un solo día, quiero compartir lo que más me ha llegado e integrado de estas palabras del Santo Padre Juan Pablo II, emitidas al epicospado, al clero y a los fieles el pasado 16 de octubre de 2002. No olvidemos que a fines del siglo XII, en una visión, la Santísima Virgen le encargó a Santo Domingo de Guzmán difundir el rezo del Santo Rosario. 

La Carta Apostólica consta de tres capítulos y 43 números. El Papa termina su carta (n. 43) con una oración del Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario, compuesta por él en 1883. Para que seamos iluminados por la Santísima Virgen María en la asimilación de lo propuesto por el Papa, la invoco en este momento con esa oración: “Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo”. 

En el capítulo I, se nos dice que en 1978 el Papa testimonió que el Rosario es su oración predilecta por su sencillez y profundidad (n. 2), expresando el concepto de que “el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana”, para armonizarla con el ritmo de la vida divina en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia (n. 25). Recitar el Rosario es, en realidad, contemplar con María el rostro de Cristo (n. 3). El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización (n. 3). Por eso, el Papa proclama el año que va del 16 de octubre de 2002 al 16 de octubre de 2003, Año del Rosario. Con esta oración se invocará especialmente la paz amenazada en el mundo y en la familia (n. 39). 

A fin de evitar su infravaloración injusta y una disminución de su importancia, el Papa considera que esta oración del Rosario no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda (n. 4). El culto a la Madre de Dios es cristológico y el Rosario, comprendido adecuadamente, es una ayuda, no un obstáculo para el ecumenismo. El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana (n.5). Fomentar el rezo del Rosario en las familias cristianas, es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de la actual crisis de la familia, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras (n. 6). 

Las apariciones de Lourdes y Fátima, en los siglos XIX y XX, han hecho notar de algún modo la presencia y la voz de la Santísima Virgen para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa (n. 7). Innumerables Santos han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación, como san Luis María Grignion de Montfort, san Pío de Pietrelcina o el beato Bartolomé Longo, quien difundía que “quien propaga el Rosario se salva”(n. 8). Con sus “Quince Sábados”, Longo desarrolló el meollo cristológico y contemplativo del Rosario, alentado y apoyado en particular por León XIII, el “Papa del Rosario”. 

La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable (n. 10). Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Su mirada no se apartará jamás de Él. Su mirada es interrogadora (Lc 2,48), penetrante (cf. Jn 2,5), dolorida (cf. Jn 19, 26-27), radiante y ardorosa (cf. Hch 1,14). María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo (n. 11). 

El Rosario es una oración marcadamente contemplativa (n. 12). Pablo VI subrayó: “Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad” (Mt 6,7). Por su naturaleza, el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza”. 

Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la “escuela” de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje (n. 14). En el Rosario comprendemos a Cristo desde María y nos configuramos a Cristo con María (n. 15), encomendándonos en particular a la acción materna de la Virgen María. Siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo (n. 15). En el Capítulo II, el Papa nos repite lo descrito por el Papa Pablo VI, de que el Rosario, oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora es, pues, una oración profundamente cristológica (n. 18). Y para resaltar el carácter cristológico del Rosario, el Papa incorpora, dejando a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión (n. 19). Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: “Mientras estoy en el mundo, Soy luz del mundo”, (Jn 9,5). Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los “misterios de la luz” (n. 21). En realidad, todo el misterio de Cristo es luz porque Él es “la luz del mundo” (Jn 8,12). El Papa indica cinco momentos significativos –misterios luminosos- de esta fase de la vida de Cristo: 1. su Bautismo en el Jordán (Mt 3,13-16); 2. su auto revelación en las bodas de Caná (Jn 2,1-11); 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión (Mc 1,14-15); 4. su Transfiguración (Mt 17,1-8); 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del Misterio Pascual (Mt 26). Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el sábado y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter mariano, parece aconsejable –indica el Papa en el n. 38-trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los misterios de la luz. No obstante, no se limita una conveniente libertad en la meditación personal y comunitaria según las exigencias espirituales y pastorales. Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo (ibid). 

En el Capítulo III, el Papa nos indica que para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor (n. 26). Si la repetición del Ave María se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero ‘programa’ de la vida cristiana. El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad. A la luz del Ave María, se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y exalta (n. 33). Repetir en el Rosario el Ave María nos acerca a la complacencia de Dios. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario (ibid). 

El Rosario no debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular (n. 28). La experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. El Rosario no reemplaza la lectio divina, sino que la supone y la promueve (n. 29). Meditando los misterios del Rosario debemos llegar a “imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen” (n. 35). El Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace madre, maestra, guía y sostiene al fiel con su poderosa intercesión (n. 37). 

El Rosario es una oración orientada, por su naturaleza, hacia la paz (n. 40), por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y “nuestra paz” (Ef 2,14). Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso- aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave María, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado (cf. Jn 14, 27; 20,21). El n. 40 continúa diciendo que es además oración por la paz, por la caridad que promueve. Si se recita bien, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la paz en el mundo. 

El Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia (n. 41). Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas y ciertamente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria. La familia que reza unida, permanece unida. La Liturgia de las Horas y el Rosario no son dos caminos alternativos, sino complementarios de la contemplación cristiana. La Pastoral de las familias debe recomendar con convicción el rezo del Rosario. El Rosario es el itinerario de la vida de Cristo (n. 42). Hay que rezar con el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos. Nada impide que para los jóvenes, el rezo del Rosario –tanto en familia como en los grupos- se enriquezca con oportunas aportaciones simbólicas y prácticas que favorezcan su comprensión y valorización. El Papa afirma que si el Rosario se presenta bien, está seguro de que los jóvenes mismos serán capaces de hacer propia esta oración y de recitarla con el entusiasmo típico de su edad. 

Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece ser recuperada por la comunidad cristiana (n. 43). El Papa confía en esta Carta Apostólica, a los teólogos, para que ayuden a descubrir los fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de esta oración tradicional. 

Finalmente, el Papa nos convoca a todos a tomar con confianza entre las manos el Rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana (n. 43). “Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios”.