Con el Rosario en las manos... y en el corazón

Dr. Alberto Gutiérrez T. Formoso

 

Es un hecho comprobado la devoción que los santos canonizados formalmente, y el pueblo de Dios como Iglesia, han profesado en honor de la Santísima Virgen María. Mas en el fondo, esa devoción al Rosario conlleva un hondo sentido cristocéntrico por la meditación de los momentos claves de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo.

El Evangelio en el Rosario

Así lo llama el Papa Paulo VI en su Exhortación Apostólica Marialis Cultus («Sobre el culto Mariano», 1974): «El Rosario: compendio de todo el Evangelio». Y del mismo modo lo había manifestado, en 1963, en su primera audiencia general al empezar su Pontificado: «El Rosario como oración contemplativa, de alabanza y de súplica». Y también en 1966, cuando hizo pública su Encíclica Christi Matri, («A la Madre de Cristo»), para implorar la paz. Pero especialmente con la exhortación apostólica Recurrens Mensis October («Acercándose el mes de octubre»). Era 1969 y se celebraba el IV centenario de la solemne Carta Apostólica Consueverunt Romani Pontifices («Acostumbraron los Romanos Pontífices»), escrita por el Papa San Pío V, quien fue «en cierto modo quien definió la forma tradicional del Rosario». Por esa razón, el 7 de octubre se celebra en todo el mundo, la festividad de Nuestra Señora del Rosario, con motivo del triunfo cristiano en la Batalla de Lepanto contra las fuerzas sarracenas, en 1571.

“Remanso” en el corazón de una Madre

Lo interesante del Rosario no es sólo la secuencia cronológica temporal de la Vida de Jesús, sino el hecho de que refleja también el orden del Mensaje Primitivo, Kerygma, de la Iglesia en tiempos apostólicos. El Rosario es una oración evangélica, centrada en Cristo Nuestro Señor. Es de alabanza, decíamos. «La repetición del Avemaría constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los Misterios de Jesús», dice Paulo VI. Su rezo, por ser contemplación, pide un ritmo tranquilo como un «remanso» en el Corazón de la Santísima Virgen, Madre.

Es, además, oración litúrgica y trinitaria. Sus 150 Avemarías quieren recordar los 150 Salmos bíblicos considerados como oración. Se le llama por ello «El Salterio de la Virgen», cántico de alabanza. Así se formalizó desde tiempos de San Pío V sobre los elementos que ya se acostumbraban. Y es oración trinitaria, por su inicio –los Gloria intermedios y sus tres Avemarías finales–.

Oración para siempre

San Bernardo le había añadido la Salve. El Rosario nos lleva al domingo, Día del Señor, con la oración del Padrenuestro. De ese modo lo predicaba Santo Domingo de Guzmán y así lo enseñaron, por siglos, los Padres Dominicos misioneros. Así lo propagó el Papa León XIII, «Papa del Rosario», a través de doce encíclicas sobre el Rosario. Así lo inculcó el Papa Pío XI, Aquiles Ratti, el «Papa Misionero», con el Rosario Misionero. Y hoy, S.S. Juan Pablo II, desde el inicio de su Pontificado en 1979, lo ha calificado así: «Mi oración preferida es el Rosario. Cuando lo rezamos, está la Santísima Virgen rezando con nosotros».

Pero muy especialmente nos lo ha pedido la misma Santísima Virgen en sus apariciones últimas, en Lourdes, Fátima y Medugorie. Sus videntes lo han recalcado. Escuchémosla.

Fuente: Semanario. Arquidiócesis de Guadalajara. México