|
El escapulario del Carmen
Padre
Angel Peña O.A.R
La
devoción a la Virgen del Carmen es una de las más
populares de la Iglesia y comenzó a extenderse por Europa,
a partir del siglo XIII, cuando los ermitaños, que vivían
en el monte Carmelo de Palestina, huyendo de las
persecuciones de los musulmanes, llegaron a Europa. El hecho
fundamental de la devoción ocurrió el 16 de julio de 1251.
La Virgen, nuestra Madre, se apareció al general de la
Orden de los carmelitas san Simón Stock y le dio el
escapulario como señal de su protección y característica
de su Orden. Por eso, la fiesta de la Virgen del Carmen se
celebra cada año el 16 de julio.
María
le dijo a san Simón Stock: Recibe, hijo mío, muy
amado, el escapulario de tu Orden, privilegio para ti y para
todos los carmelitas. Quien muriere vistiéndolo, no padecerá
el fuego del infierno. A
partir de ese momento, el escapulario se extendió
incontenible por toda Europa y los Papas fomentaron su
devoción, que lleva la promesa de salvación para quienes
lo lleven con devoción en la hora de la muerte.
En
las apariciones de María en la Salette (Francia), aprobadas
por la Iglesia, se apareció en 1878 como Virgen del Carmen
con el escapulario. La última de las apariciones de Lourdes
fue el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen. Y en Fátima,
en la ultima aparición del 13 de octubre, se apareció
también como Virgen del Carmen.
Sobre
la importancia del escapulario hay muchos testimonios que
demuestran su eficacia. Veamos algunos.
-
En la revista La semana católica
de Madrid, número 22, de septiembre de 1889, se relata un
suceso de la vida de Don Francisco Javier Zaldúa,
ex-presidente de la República de Colombia. No era un buen
cristiano y había tomado parte en la expulsión de los
jesuitas de su país y en otros asuntos en contra de la
Iglesia católica. Pero tenía un hijo, muy devoto de la
Virgen, que llegó a ser sacerdote. Este hijo sacerdote hacía
todo lo posible por alcanzar la conversión de su padre,
pero no lo conseguía.
Y,
estando ya desahuciado y cerca de la muerte y sin quererse
confesar, el hijo consiguió que aceptara colocarse el
escapulario de la Virgen del Carmen. Ese mismo día, el
padre decidió confesarse y afirmar su fe católica, que
durante años había perseguido; expirando después de
recibir la sagrada comunión.
-
En la revista La lectura popular de
Orihuela (Alicante-España), del 5 de febrero de 1896, el
director Adolfo Claravana publicaba la siguiente noticia:
Hace
unos días ha ocurrido en Rojales, pueblo de esta provincia
de Alicante, un hecho singular. Una niña de tres años se
extravió a media tarde del sábado 18 de enero (año 1896).
La buscaron por todas partes, pero no apareció. La noche
fue una de las más frías del año, pero no la encontraron.
Al día siguiente por la tarde, unos tíos de la niña la
vieron junto a un precipicio de muchos metros de
profundidad, cortado casi verticalmente. Al acercarse, ella
se levantó tranquilamente y, al preguntarle qué había
pasado, si había tenido mucho frío, respondió:
-
No he tenido frío, porque ha estado conmigo
una mujer y me tapaba con el delantal.
Trasladada
la niña al pueblo, se celebró al día siguiente una misa
de acción de gracias. Y la niña, al entrar en el templo y
ver la imagen de la Virgen del Carmen, exclamó:
-
Mamá, esa es la mujer que me tapaba con el
delantal.
Terminada
la misa, fue a la casa del párroco y, al entrar en el
despacho, donde había un cuadro de la Virgen del Carmen, de
nuevo la niña dijo:
-
Esa es la mujer que me tapaba con el delantal.
Ya
no cabía la menor duda de que había sido la Virgen, quien
la había protegido con su escapulario del Carmen, que la niña
llamaba delantal.
-
En la ciudad de Antequera (España), el día 13 de noviembre
de 1924, la señora Rosario Narbona estaba barriendo la
cocina, cerca de la cual había un pozo de agua. Su hija de
corta edad cayó al pozo. En ese momento desgarrador, la señora
invocó con toda su alma a la Virgen María. Avisaron al
padre de la niña que se metió al pozo, donde creía que la
encontraría ahogada, pues habían pasado ya unos quince
minutos del suceso. Pero vio con asombro que la niña estaba
tranquila, agarrada a un tubo. La niña dijo que una señora
muy hermosa le había tomado sus manitas y se las había
puesto sobre aquel tubo, acariciándola y diciéndole que no
tuviera miedo. Todos creyeron que había sido la Virgen del
Carmen, por llevar la niña el santo escapulario. Los padres
de la niña publicaron este suceso milagroso el 27 de enero
de 1926[1].
-
Un joven marinero, natural de Salamanca (España) y
domiciliado en la calle Fontana Nº 6, había ido a su casa
durante las Navidades de 1948 y, antes de regresar de nuevo
a su trabajo de marinero, quiso que el sacerdote le
impusiera el escapulario de la Virgen del Carmen. Se lo
impuso el Padre Manuel Ibáñez. Antes de despedirse, el
sacerdote le dijo que fuera siempre muy devoto de la Virgen
del Carmen, patrona de los marineros, y que la invocara en
los momentos difíciles.
Así
fue. A los cinco días ya estaba en aguas de Cádiz a bordo
del Artabro. La mar
estaba gruesa y con fuerte marejada. Era noche cerrada,
cuando el joven marinero tuvo la desgracia de caer desde
cubierta al mar, sin que nadie se percatara del hecho. El
barco se alejó rápidamente del lugar y se quedó solo
entre las olas en medio de la borrasca. Entonces, le pidió
ayuda a la Virgen con todo su fervor. Así estuvo diez
terribles horas de angustia hasta que una ola gigante lo
lanzó a tierra.
María
lo había salvado por llevar con devoción el escapulario. Y
él, agradecido, publicó este suceso milagroso en el periódico
La Gaceta, de
Salamanca[2].
-
Terry Ross, de 23 años, era sargento de alpinistas
escoceses, en la segunda guerra mundial. Al momento de
desembarcar en Normandía, se dirigió con sus compañeros a
eliminar una estación de radio en Bruneval. Una explosión
lo dejó inconsciente y recobró el conocimiento en el
hospital. Al decirle los médicos que no recuperaría la
vista, se puso a llorar desconsolado. Pero, en un momento de
calma, se agarró del escapulario del Carmen, que llevaba al
cuello, y empezó a rezar avemarías.
En
ese momento, sintió que una mano apretaba la suya y una voz
dulce de mujer le decía:
-
Terry, ¿me
llamas?
-
No, no estaba
llamando a nadie; pero, hermana, por favor, hágame compañía
un rato, porque me siento horriblemente solo.
Y
Terry empezó a desahogarse y a contarle sus problemas y lo
triste que se sentía al pensar que nunca más iba a poder
ver. ¿Qué sería de su futuro? Poco a poco, se tranquilizó
y se quedó dormido. Cuando despertó, la venda de los ojos
se había caído y se dio cuenta de que podía ver de nuevo.
Los médicos acudieron a hacerle un examen riguroso y se
dieron cuenta de que había ocurrido un milagro. Entonces,
él pidió ansiosamente que viniera la enfermera que estaba
anoche de servicio. Pero le dijeron que no había habido
ninguna enfermera. Sin embargo, él sabía que no había
sido un sueño y que, rezando el avemaría, ella se había
acercado para consolarlo. Por eso, quedó convencido de que
había sido la misma Virgen María, que lo había curado
milagrosamente[3].
-
El cardenal Enrique y Tarancón, cuando era obispo de
Solsona (España), publicó una pastoral sobre el
escapulario, donde da fe del siguiente suceso:
En
1938, en plena guerra civil, me tocó asistir
espiritualmente a quienes iban a ser ejecutados. Había uno
muy culto que no quería saber nada de confesarse. Después
de hablar con él una media hora, me dijo:
-
Mire, padre, yo le agradezco sinceramente lo
que está haciendo por mí, pero no voy a confesarme. Yo he
perdido la fe.
-
¿Me permitiría, al menos, que le impusiera
el escapulario del Carmen?
-
No tengo ningún inconveniente. A mí no me
dicen nada esas cosas; pero, si con ello le voy a complacer,
puede hacerlo.
Le
impuse el escapulario y me retiré a orar por él. Él fue a
sentarse en un rincón de la celda. Aún no habían pasado
ni cinco minutos, cuando oí como una especie de rugido y
unos sollozos fuertes y entrecortados, que me alarmaron.
Entré de nuevo en la celda y vi a aquel hombre que me decía
entre lágrimas:
-
Quiero confesarme, quiero confesarme. No me
merezco esta gracia de Dios. La Virgen me ha salvado.
Poco
antes de la ejecución, me abrazó y me besó, mientras decía:
-
Gracias, padre, gracias por el bien inmenso
que me ha hecho. En el cielo rogaré por usted. Gracias, ¡hasta
el cielo!
-
Otro suceso parecido sobre el efecto maravilloso de llevar
el escapulario lo cuenta el que sería beato obispo Manuel
González, cuando él era capellán del asilo de ancianos de
Málaga en 1903. dice:
Había
un anciano, a quien todos llamaban el judío por su carácter
reservado y hosco. Siempre se estaba quejando y estaba
molesto con todo el mundo. Tampoco asistía a misa ni
comulgaba nunca. Pero una mañana, después de tanto
hablarle, conseguí que me aceptara el escapulario de la
Virgen del Carmen y que siempre lo llevara consigo.
Un
buen día, recibo aviso urgente de que el judío se había
tirado por las escaleras, y miro hacia arriba, al último
piso, y veo a un grupo de ancianos, tirando de un hombre,
amarrado a la cintura y colgando sobre el hueco de la
escalera. ¿Qué había pasado? El judío, en un arranque de
desesperación, se había tirado de la parte más alta de la
escalera; pero, cuando ya su cuerpo estaba todo en el aire,
se salió el cordón del escapulario y, como si fuera una
cadena, se enredó entre sus dedos y la muñeca, formando un
círculo con el brazo alrededor de uno de los hierros de la
baranda y lo había retenido y dejado colgado en el vacío
del último piso. Entonces, empezó a gritar y acudieron
para ayudarlo, admirados por el gran prodigio que su
celestial protectora la Virgen María había realizado. No
hay que decir que el judío dejó de serlo y el poco tiempo
que después vivió, fue un buen cristiano.
|
|