Un signo de amor

Padre Eusebio Gómez Navarro

 

Unos años antes de morir, Mons. Oscar Arnulfo Romero presidió la fiesta del Carmen en una parroquia salvadoreña. Al día siguiente, declaraba: “¡Qué fiesta tan hermosa! Todos rodeando la imagen de la Virgen en la procesión, rezando y cantando. Era gente sencilla, muy alejada de esas preocupaciones políticas y revolucionarias que a tantos preocupan. Yo me decía: ¡Éste es el verdadero Pueblo de Dios!” Y el Pueblo de Dios canta: “Es la Virgen del Carmelo la que más altares tiene; / su sagrado Escapulario no hay pecho que no lo lleve”.

Es cierto lo que dice la canción. La advocación del Carmen es una de las devociones más populares de la Virgen. En cada capilla, en cada hogar católico hay alguna imagen o estampa de la Virgen del Carmen. Muchos cristianos se han sentido protegidos por María con el Escapulario. El escapulario es un signo especial de la protección de María, madre y hermana nuestra. El Escapulario del Carmen nos compromete a vivir como María, a ser personas orantes, a estar abiertos a Dios y a las necesidades de los hermanos.

La advocación del Carmen viene del Monte Carmelo. El Carmelo ha sido siempre un monte sagrado. En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Señor y su pueblo (1R 18,39). Por eso, la Orden del Carmen se ha puesto bajo el patrocinio de la Virgen del Carmen. San Juan de la Cruz convertirá el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios.

En 1Reyes 41-47 se nos habla del fin de la sequía. El cielo estaba cerrado hacía más de tres años, no llovía ni una gota. Fue entonces cuando Elías mandó a su criado para que se asomara a ver si veía signos de lluvia. Fue a la séptima vez cuando el criado dijo: “Hay una nube como la palma de un hombre, que sube del mar”. Y la lluvia fue abundante. En esta historia bíblica, el pueblo cristiano ve a la Virgen.

Los Carmelitas han difundido esta devoción de la Virgen del Carmen. Los monjes que habitaban el Monte Carmelo se lanzaron por Europa a principios del siglo trece. En medio de las persecuciones de que fueron objeto, san Simón Stock pidió la protección de María. En respuesta a su oración, el 16 de julio de 1251 se le apareció la Virgen y le dio el escapulario para la Orden, con la siguiente promesa: “Éste debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno”. Desde entonces, el escapulario del Carmen, sustituido también con la medalla supletoria, se lleva en millones de pechos cristianos. Ese escapulario bendito es signo de protección de la Virgen María para todos los que lo llevan y lo besan con amor. Es signo de nuestra entrega al amor de la Virgen, a la que nos confiamos con amor de hijos. Es signo de nuestra consagración al Corazón de nuestra Madre celestial. Es signo de la vida cristiana que queremos llevar para ser dignos hijos de la Virgen.

En 1950 el Papa Pío XII escribió “que el escapulario sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos”. Quien usa el escapulario debe ser consciente de su consagración a la Virgen y debe comportarse como ella, fiel discípulo de Jesús, a la escucha de la palabra, atento a Dios y a las necesidades de los humanos. El buen hijo de María, perseverará en el camino de Jesús hasta el final. Quien lleva el escapulario ha de comportarse como hijo de María.

El escapulario no es un amuleto, algo mágico. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden, dice: “No lleguemos a la conclusión de que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos… Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia”.

El primer escapulario debe ser bendecido e impuesto por un sacerdote con estas palabras: “Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal y te lleve a la vida eterna”. En 1910, a petición de los misioneros en los países del trópico, donde los escapularios de tela se deterioran pronto, el Papa Pío X declaró que una persona que ha recibido el escapulario de tela puede llevar la medalla-escapulario en su lugar, si tiene razones legítimas para sustituirlo.

La Virgen del Escapulario es María, la favorecida de Dios, la “llena de gracia”. Estaba arropada por la fuerza de Dios. No podía temer a nada ni a nadie. María conocía el corazón de Dios, sabía de su infinita misericordia. María fue una mujer sencilla. Todos los necesitados tenían cabida en su corazón. Sin demora ni tardanza se puso en camino para atender a su pariente Isabel, para llevarle al Dios de la vida, para asistirla y ayudarla. El escapulario es un signo de amor que ha de ser llevado con dignidad, como un fiel discípulo de Jesús e hijo de María.