Triduo de Consagración a la Virgen Peregrina de la Familia

 

Padre Juan Pablo Ledesma, L.C.

 

 

Presentación:

“La familia que reza unida, permanece unida”. La consagración, además de oración, es verdadero acto de amor y de entrega. Es crecer en el amor, en la generosidad y donación. Es  abrir el corazón y buscar la voluntad de Dios sobre la propia vida. Para la consagración no hay edades, porque se trata de dar un “sí” definitivo a Cristo, por manos de María. Es una alianza, un pacto, algo íntimo entre Cristo y yo. Es una promesa. Es la renovación de mis compromisos bautismales con Cristo a través de María.

Consagrarse es entregarme enteramente a la Santísima Virgen para ser totalmente de Jesucristo por medio de Ella. Con esta consagración le estoy diciendo: te entrego mi cuerpo, mi alma, con todo lo que soy: mi inteligencia y voluntad, mi pensar, mi querer, mi hablar, mi sentir; mis bienes, mis cualidades y defectos, mis méritos, mis virtudes, mi pasado, mi presente y mi futuro: todo en tus manos. Soy todo tuyo. Soy toda tuya. ¡Que honra pertenecer a Jesús por María!  

Por eso, en familia, todos reunidos, pero de modo personal elevo mi oración…  

ORACIÓN INICIAL: (los tres días)

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Para unirnos espiritualmente a las intenciones del Santo Padre y ganar la indulgencia, rezamos ahora todos juntos, en familia, la oración del Papa Benedicto XVI a la Virgen de Guadalupe:


Santa María, que bajo la advocación
de Nuestra Señora de Guadalupe
eres invocada como Madre
por los hombres y mujeres
del pueblo mexicano y de América Latina,
alentados por el amor que nos inspiras,
ponemos nuevamente
en tus manos maternales nuestras vidas.

Reina en el corazón

de todas la madres del mundo
y en nuestros corazones.
Con gran esperanza,
a ti acudimos y en ti confiamos.

Dios te Salve, María,
llena eres de gracia, el Señor está contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres

y bendito es el fruto
de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Nuestra Señora de Guadalupe
Ruega por nosotros.

 

(Primer día): Virgen peregrina de Guadalupe, madre de la familia y de la vida.  

La palabra de Dios: Del Evangelio de San Lucas, 1, 30-32: “El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo”  

Meditación: Momento sencillo y solemne de la Anunciación del ángel a la Virgen Santísima. Es el anuncio de la maternidad, de la vida que nacerá. Misterio de Dios. El Creador y Señor del mundo y de la historia se encarna. Nace en una familia humana. Se hace uno de nosotros, para acompañarnos en este camino, para ensañarnos el camino que lleva al cielo. Como familia, como la Virgen peregrina, también nosotros debemos acoger la vida. A veces nos asaltan temores. Pero, como María Santísima, confiamos. La gracia y la Providencia de Dios nos guían. Nos espera «un cielo nuevo y una tierra nueva » (Ap 21, 1). Por eso dirigimos la mirada a aquélla que es para nosotros «señal de esperanza cierta y de consuelo», María, Virgen de Guadalupe. Ella es mujer. Es esposa. Es madre. Es educadora y maestra de la fe. Es peregrina. Ella supo acoger la vida y mantener unida la familia. Ella es también nuestra madre. En este peregrinar de nuestra vida terrena experimentemos la necesidad vital de acudir a María Santísima para confortarnos ante las dificultades. Sintamos su manto amoroso y maternal, su abrazo y calor de Madre. Como ella, respetemos la vida, mantengamos unida la familia, acojamos el amor.  

Oración: Oh María, aurora del mundo nuevo, Madre de los vivientes, a Ti confiamos la causa de la vida: mira, Madre, el número inmenso de niños a quienes se impide nacer, de pobres a quienes se hace difícil vivir, de hombres y mujeres víctimas de violencia inhumana, de ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia o de una presunta piedad. Haz que quienes creen en tu Hijo sepan anunciar con firmeza y amor a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la vida. Alcánzales la gracia de acogerlo como don siempre nuevo, la alegría de celebrarlo con gratitud durante toda su existencia y la valentía de testimoniarlo con solícita constancia, para construir, junto con todos los hombres de buena voluntad, la civilización de la verdad y del amor, para alabanza y gloria de Dios Creador y amante de la vida. Amén. (Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 105)

 

2 (Segundo día): Virgen peregrina de Guadalupe, madre de la Iglesia, de nuestros pastores y de las vocaciones. 

La palabra de Dios: Del Evangelio de San Lucas, 1, 37-38: “¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!”  

Meditación: Santa María de Guadalupe dijo a Juan Diego, como lo repite también a cada cristiano: ¿“No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. La Virgen se presentaba así como Madre de Jesús y de todos los hombres. Juan Diego pudo contemplar el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac ¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijo en él? Porque era sencillo y humilde y acogió con docilidad la llamada de Dios. Dios habla y llama a los que Él quiere. La Virgen María, la esclava “que glorifica al Señor” (Lc 1, 46), se manifestó a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regaló, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descurbrió grabada en su tilma la imagen bendita de Nuestra Señora. Así actúa Dios: habla, sugiere, invita, propone y espera. Dios se vale de instrumentos dóciles, de la Iglesia, del Papa, de los obispos, de los sacerdotes, de los consagrados y consagradas para darnos su gracia y salvarnos. Ellos son sus manos, sus pies, su boca, sus ojos, su corazón.  

Oración: ¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la Causa de Cristo y a la extensión de su Reino. ¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz. ¡Amado Juan Diego, el “águila que habla”! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios. (Juan Pablo II, canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, México, 31 de julio de 2002).

 

3. (Tercer día): Virgen peregrina de Guadalupe, madre y modelo de todas virtudes.  

La palabra de Dios: Del Evangelio de San Mateo, 12, 47-50: “Alguien le dijo: «Ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte».Pero él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».  

Meditación: Todo hombre y mujer es familia de Dios. Somos más que su imagen y semejanza. Por el bautismo nos hemos convertido en sus hijos: somos hijos de Dios. ¡Qué grandeza, qué belleza, qué valor el de nuestras almas! El bautismo es la puerta de los sacramentos y nos incorpora al Cuerpo Místico de Cristo. Es un regalo, pero también un compromiso. Bastaría esta gracia para vivir eternamente felices y agradecidos. Del bautismo el cristiano recibe no sólo toda su dignidad, sino también su compromiso de santidad y de evangelización. Ser “madre”, “hermano o hermana” de Cristo significa ser como Cristo, como María Santísima. Un buen hijo se manifiesta más cercano a su madre cuanto más se parece a ella, en su pensar, en su querer y en su hacer. Por eso, la verdadera devoción consiste en la imitación de las virtudes. La Santísima Virgen es el modelo más acabado de amor a Jesucristo, de dedicación apasionada a su servicio, de colaboración leal a su obra redentora. María Santísima es la Virgen Peregrina en la fe. María, una escuela de virtudes. María, la Madre amorosa a quien pedir y rogar con sencillez y espontaneidad, sin poesías ni falsos misticismos. María, la poderosa Madre, que desea llevar más hijos a su Hijo, Jesucristo.

 

Consagración personal a la Santísima Virgen:

Madre santísima de Guadalupe, Reina y Señora de mi familia, vengo hasta ti, la más bella de las creaturas, la más amada por Dios, la llena de gracia, a buscar amparo bajo tu protección materna e implorar, con inmensa y filial confianza, tu amorosa intercesión.

Unido a las intenciones de nuestro amadísimo Papa, y contemplando las profundas contradicciones por las que la humanidad camina, quiero consagrarte, oh Virgen santa, la Iglesia, el mundo entero y mi familia, a fin de que todos los hombres, confiados a tus cuidados maternos, encuentren en tu hijo Jesús, Verbo de Dios encarnado en tu seno, la paz, la reconciliación y la salvación que anhelan.

No apartes nunca del Santo Padre tu tierna mirada: confórtalo con tus consuelos en medio de las tribulaciones que la Providencia permita, y, con tu eficaz intercesión, alcánzale del Espíritu Santo los dones que más necesita para guiar a la Iglesia, la caridad, la prudencia, la humildad y la fortaleza.

Al igual que San Juan Diego quiero acogerte, Madre, en mi familia, para aprender de ti a ser como tu Hijo. Haz que la semilla de la gracia crezca en mi hogar hasta alcanzar plenamente la santidad a la que todos nosotros estamos llamados. Y que en nuestro santuario doméstico surjan abundantes para la Iglesia las vocaciones que habrán de llevar el reinado de tu Hijo a los corazones de los hombres hasta los extremos confines de la tierra.

Te ruego por el Papa, por los Obispos, por los párrocos, por los sacerdotes esparcidos por el mundo: enciende sus corazones con el fuego del amor a Cristo para que se entreguen ardorosamente a su misión evangelizadora con el mismo amor, obediencia y celo con que tú, oh Madre, colaboraste en la obra salvadora de tu Hijo.

Oh, María, Puerta del Cielo y Señora de mi alma, no permitas que me aperte del camino que me lleva hacia Dios; y acompáñame en el día de mi muerte, para que pueda contemplar tu belleza y contigo gozar en el cielo de la posesión eterna de tu Hijo, en compañía de todos los santos.

 

V. María, Virgen Peregrina de Guadalupe.

R. Ruega por mí. 

V. María, Camino de salvación.

R. Ruega por mí. 

V. María, Madre de los que sufren.

R. Ruega por mí. 

V. Te consagro, Madre, mi familia.

R. Haz que reine en ella la unidad, la concordia y el amor. 

V. Te consagro, Madre, a la Iglesia.

R. Hazla en el mundo sacramento eficaz de la redención. 

V. Te consagro, Madre, toda mi vida.

R. Llénala de Cristo, luz del mundo y mi único Salvador, 

V. que reina con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos,

R. Amén.