Acto de Consagración de todos los jóvenes del mundo a la Virgen María
Siervo de Dios SS. Juan
Pablo II
Homilía. Santuario de Czestochowa, Polonia.
15-VIII-1991
Sub
tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genetrix...
(«Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios...»).
Nosotros,
jóvenes de todo el mundo, venimos a ti, Madre de Cristo y
Madre de la Iglesia. Madre de la fe, de la esperanza y del
amor. Te traemos toda nuestra juventud.
Venimos
a ti, Madre de Dios, Madre de la Vida, Madre del Amor
hermoso.
Venimos
aquí, donde desde hace siglos los hombres recurren a ti,
para recibir la libertad; junto ti, incluso en la
esclavitud, se han sentido libres. Hoy, esta casa tuya se ha
convertido en la casa de todos nosotros, de los jóvenes de
todo el mundo. Czestochowa en este momento es la capital de
la juventud.
Venimos
a ti, que eres nuestra Madre y, mediante tu intercesión,
pedimos a Cristo la libertad verdadera, la fe verdadera y
los motivos de vida y esperanza. Tú, Madre, conoces
nuestros límites, y también todos nuestros sueños,
nuestros proyectos para el futuro, y nuestras posibilidades.
Haz que sepamos hacer fructuosa la esperanza que está en
nosotros (cf. 1P 3, 15).
Nostras
deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a
periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et
benedicta.
(«No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras
necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita»).
Llevamos
en nosotros grandes anhelos. Queremos vivir para Cristo. Nos
dirigimos a ti, la Maestra más segura por los caminos
humanos... Ayúdanos a vencer todas las desesperaciones. Ayúdanos
a ser más fuertes que todo lo que parece asediarnos.
Nuestra vida cotidiana es diversa, como diversas son también
tus imágenes en nuestros países. Ayúdanos a ser auténticos.
Te
confiamos lo que en nosotros está amenazado desde dentro y
desde fuera: cúranos de los pecados y de las debilidades, líbranos
de la derrota y del error, protégenos del desprecio de la
vida y de todo lo que amenaza la salud y la vida.
Defiéndenos
de la soledad que no proviene de una elección y que muchos
no logran vencer. Haz que no se transforme jamás en
desesperación.
Te
confiamos a los que deben afrontar la desocupación, la
falta de casa y el temor ante al futuro.
Ayúdanos
a salvar al mundo y a nosotros mismos de la violencia y de
las diferentes formas de totalitarismo contemporáneo en el
que no tenemos influencia inmediata.
Te
confiamos a ti, Madre, a las familias jóvenes y a los que
se han entregado exclusivamente al servicio de Dios. A ti,
Madre, te confiamos la vocación de cada hombre. Haz que la
vida de cada uno, de cada uno de nosotros, dé frutos
producidos por el Evangelio.
Queremos
rezar contigo por quienes buscan los caminos de tu Hijo, y
también por los que no saben y no quieren saber nada acerca
de nuestro encuentro. Por los que no conocen ni a Dios, ni a
Cristo, ni a ti.
Domina
nostra, Advocata nostra, Mediatrix nostra, Consolatrix
nostra. Tuo Filio nos reconcilia, tuo Filio nos recomenda,
tuo Filio nos repraesenta.
(«Señora nuestra, Abogada nuestra, Mediadora nuestra,
Consoladora nuestra. Reconcílianos con tu Hijo, recomiéndanos
a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo»).
Enséñanos
tu fe, tu esperanza y tu amor. Enséñanos a salir al
encuentro de tu Hijo. Guíanos hacia él. Que él sea la
respuesta a todas nuestras preguntas. Enséñanos a ir al
encuentro de los demás hombres, quizá más pobres y más
solos que nosotros.
Enséñanos
a servir a la vida desde su concepción hasta su muerte
natural. Enséñanos a acoger esta vida.
Que
nuestros corazones estén abiertos; que estén abiertas las
casas y los países. Líbranos del temor, a fin de que no
teniendo miedo de los pobres del Evangelio de Jesús —niños,
ancianos, enfermos y extranjeros— podamos abrir las
puertas al Salvador del mundo y del hombre.
Devuelve
el misterio a la vida y a todo lo que la genera, lo que le
da sentido. Devuelve el misterio al amor y hazlo mediante la
pureza. A través de ti la pureza se convierte en una
respuesta al misterio: «Bienaventurados los limpios de
corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Tú
sabes que la corrupción mayor del hombre es la impureza, de
la que nacen el odio, los homicidios y las guerras.
Deseamos
asumir nuestra responsabilidad con respecto a nuestro futuro
y al futuro de la Iglesia y del mundo, en el umbral del
tercer milenio, para estar capacitados a fin de trasmitir a
nuestros hijos la fe en Dios y el sentido de la vida.
Enséñanos
a estar presentes en la Iglesia y en la vida social. Enséñanos
a asumir la responsabilidad con respecto al destino del
mundo y de nuestras patrias aquí en la tierra.
Madre
de la Sabiduría, enséñanos a crear una cultura y una
civilización que, basándose en las leyes de Dios, sepan
servir al hombre. Enséñanos el espíritu de reconciliación
y perdón. Haz que no escapemos ante las nuevas tareas. Toda
la realidad contemporánea espera la evangelización plena.
Deseamos ser, cada uno a su modo, misioneros de esta obra
junto con Cristo, santificador y transformador de este
mundo.
Guíanos
hacia tu Hijo, reconcílianos con él, encomiéndanos a él
y devuélvenos a él.
Amén.
Fuente:
vatican.va
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