Consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María
Siervo de Dios SS. Juan
Pablo II
Angelus
16-X-1983
1.
"Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de
Dios". ¡Oh Madre de los hombres y de los pueblos!, tú
que "conoces todos sus sufrimientos y esperanzas",
tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien
y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo
contemporáneo, acoge nuestro grito que, como movidos por el
Espíritu Santo, elevamos directamente a tu corazón y
abraza, con el amor de la Madre y de la Sierva, este nuestro
mundo humano, que ponemos bajo tu confianza y te
consagramos, llenos de inquietud por la suerte terrena y
eterna de los hombres y de los pueblos.
De
manera especial ponemos bajo tu confianza y te consagramos
aquellos hombres y naciones, que necesitan especialmente
esta entrega y esta consagración.
¡"Bajo
tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios"!
¡No
deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras
necesidades!
¡No
deseches!
¡Acoge
nuestra humilde confianza y nuestra entrega!
2.
"Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito
Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que
tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).
Precisamente
este amor hizo que el Hijo de Dios se consagrara a Sí
mismo: "Yo por ellos me santifico, para que ellos sean
santificados en la verdad" (Jn 17, 19).
En
virtud de esta consagración, los discípulos de todos los
tiempos están llamados a entregarse por la salvación del
mundo, a añadir algo a los sufrimientos de Cristo en favor
de su Cuerpo que es la Iglesia (cf. 2 Cor 12,
15; Col 1, 24).
Ante
ti, Madre de Cristo, delante de tu Corazón inmaculado, yo
deseo en este día, juntamente con toda la Iglesia, unirme
con nuestro Redentor en esta su consagración por el mundo y
por los hombres, la única que en su Corazón divino tiene
el poder de conseguir el perdón y procurar la reparación.
La
fuerza de esta consagración dura para siempre y abarca a
todos los hombres, pueblos y naciones, y supera todo el mal,
que el espíritu de las tinieblas es capaz de despertar en
el corazón del hombre y en su historia y que, de hecho, ha
despertado en nuestros tiempos.
A
esta consagración de nuestro Redentor, mediante el servicio
del Sucesor de Pedro, se une la Iglesia, Cuerpo místico de
Cristo.
¡Oh,
cuán profundamente sentimos la necesidad de consagración
para la humanidad y para el mundo: para nuestro mundo
contemporáneo, en la unidad con el mismo Cristo! En verdad,
la obra redentora de Cristo debe ser participada por el
mundo por medio de la Iglesia.
¡Oh,
cuánto nos duele, por tanto, todo lo que en la Iglesia y en
cada uno de nosotros se opone a la santidad y a la
consagración! ¡Cuánto nos duele que la invitación a la
penitencia, a la conversión y a la oración no haya
encontrado aquella acogida que debía!
¡Cuánto
nos duele que muchos participen tan fríamente en la Obra de
la redención de Cristo! ¡Que se complete tan
insuficientemente en nuestra carne "lo que falta a las
tribulaciones de Cristo"!
¡Dichosas,
pues, todas las almas que obedecen la llamada del Amor
eterno! Dichosos aquellos que, día a día, con generosidad
inagotable acogen tu invitación, oh Madre, a realizar lo
que dice tu Jesús y dan a la Iglesia y al mundo un
testimonio sereno de vida inspirada en el Evangelio.
¡Dichosa
por encima de todas las criaturas Tú, Sierva del Señor,
que de la manera más plena obedeces a esta Divina llamada!
¡Te
saludamos a Ti, que estás totalmente unida a la
consagración redentora de tu Hijo!
¡Madre
de la Iglesia, ilumina al Pueblo de Dios por los caminos de
la fe, la esperanza y la caridad! ¡Ayúdanos a vivir, con
toda la verdad de la consagración de Cristo, en favor de
toda la familia humana, en el mundo contemporáneo!
3.
Al poner bajo tu confianza, Madre, el mundo, todos los
hombres y todos los pueblos, te confiamos también la misma
consagración en favor del mundo, poniéndola en tu corazón
maternal.
¡Corazón
Inmaculado, ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente
se arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que sus
efectos inconmensurables pesa ya sobre nuestra época y da
la impresión de cerrar el camino, hacia el futuro!
¡Del
hambre y de la guerra, líbranos!
¡De
la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de
todo tipo de guerra, líbranos!
¡De
los pecados contra la vida del hombre desde sus primeros
instantes, líbranos!
¡Del
odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de
Dios, líbranos!
¡De
toda clase de injusticia, nacional e internacional, líbranos!
¡De
la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!
¡De
los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos! ¡Líbranos!
¡Acoge,
Madre de Cristo, este grito cargado del sufrimiento de todos
los hombres, cargado del dolor de la sociedad entera!
¡Se
manifieste, una vez más, en la historia del mundo el
infinito poder del Amor misericordioso! ¡Que este amor
detenga el mal! ¡Que transforme las conciencias! ¡En tu
Corazón Inmaculado se revele a todos la luz de la
Esperanza!
Amén.
Fuente:
vatican.va
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