«Madre santísima, Reina y Señora de la Paz,
venimos tus hijos hasta ti, la más bella de las creaturas, la más amada
por Dios, la Inmaculada, transparencia y plenitud de gracia, a buscar
amparo bajo tu protección materna e implorar, con inmensa y filial
confianza, tu amorosa intercesión.
Unidos a las intenciones de nuestro amadísimo Papa, y contemplando las
profundas contradicciones por las que la humanidad camina, queremos consagrarte,
oh Virgen santa, la Iglesia y el mundo entero, a fin de que todos los
hombres, confiados a tus cuidados maternos, encuentren en tu hijo Jesús,
Verbo de Dios encarnado en tu seno, la paz, la reconciliación y la
salvación que anhelan.
No apartes nunca del Santo Padre tu tierna mirada:
confórtalo con tus consuelos en medio de las tribulaciones que la
Providencia permita, y, con tu eficaz intercesión, alcánzale del
Espíritu Santo los dones que más necesita para guiar a la Iglesia, la
caridad, la prudencia, la humildad y la fortaleza.
Al igual que el apóstol san Juan, queremos acogerte, Madre, en nuestras
familias, para aprender de ti a ser como tu Hijo. Haz que la semilla de
la gracia crezca en nuestros hogares hasta alcanzar plenamente la
santidad a la que todos estamos llamados. Y que en nuestros santuarios
domésticos surjan abundantes para la Iglesia las vocaciones que habrán
de llevar el reinado de tu Hijo a los corazones de los hombres hasta los
extremos confines de la tierra.
¡Oh, María, Reina y Madre de esta fecunda tierra de Cotija, meta de
peregrinos, cuna de santos y de misioneros, regada por la sangre de
innumerables mártires, que han entregado su vida por el Evangelio!, te
pedimos por las familias de esta tierra, para que sigan fieles al
patrimonio cristiano que les legaron sus antepasados y lo transmitan a
las generaciones venideras.
Te rogamos por el Papa, por los Obispos, por los sacerdotes esparcidos
por el mundo y muy especialmente por los sacerdotes Legionarios de
Cristo y por todos los miembros del Regnum Christi: enciende sus
corazones con el fuego del amor a Cristo para que se entreguen
ardorosamente a su misión evangelizadora con el mismo amor, obediencia y
celo con que tú, oh Madre, colaboraste en la obra salvadora de tu Hijo.
Oh María, Puerta del Cielo y Señora de nuestras almas, no permitas que
nos apartemos del camino que nos lleva hacia Dios; y acompáñanos en el
día de nuestra muerte, para que podamos contemplar tu belleza y contigo
gozar en el cielo de la posesión eterna de tu Hijo, en compañía de todos
los santos.
V. María, Reina y Señora de la Paz.
R. Ruega por nosotros.
V. María, Camino de salvación.
R. Ruega por nosotros.
V. María, Madre de los que sufren.
R. Ruega por nosotros.
V. Te consagramos, Madre, a los hombres,
R. haz que sobre ellos no prevalezcan las tinieblas, sino la luz.
V. Te consagramos, Madre, a la Iglesia,
R. hazla en el mundo sacramento eficaz de la redención.
V. Te consagramos, Madre, nuestras vidas,
R. llénalas de Cristo, luz del mundo y único Salvador,
V. que reina con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los
siglos,
R. Amén».