Virgen del Carmen, llevamos sobre nuestro pecho tu santo Escapulario,
signo de nuestra consagración a tu Corazón Inmaculado.
Madre querida, somos tus hijos: unos hijos de tu entera pertenencia.
Nuestra consagración Señora, nos exige una entrega sin reservas a tu
persona, una dedicación generosa a tu servicio, fidelidad inquebrantable
a tu amor y una solícita imitación a tus virtudes.
Queremos vivir conforme al ideal carmelitano, en ti por ti, contigo y
para ti.
Gracias a tu Escapulario, Virgen bendita, somos miembros de tu cuerpo
místico del Carmelo y participamos de la consagración comunitaria de la
Orden a ti, que eres su Cabeza. Nuestra consagración se une, pues, a la
de toda la familia carmelitana y acrecienta así su valor y su eficacia.
Santa María, Abogada y Mediadora de los hombres, no podríamos vivir
nuestra consagración con olvido de quienes son tus hijos y nuestros
hermanos. Por eso, nos atrevemos a consagrarte la Iglesia y el mundo,
nuestras familias y nuestra patria. Te consagramos especialmente los que
sufren en el alma o en el cuerpo: los pecadores; los tentados, los
perseguidos, los marginados, los hambrientos, enfermos que sufren.
Madre y Reina del Carmelo, por nuestra consagración somos del todo tuyo
ahora en el tiempo. Que lo sigamos siendo también un día en la
eternidad. Así sea.