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"Santa María del Adviento, modelo de vigilancia, preparación
y acogida del Señor"
+ Mons. Antonio Ceballos Atienza,Obispo de Cádiz y Ceuta
Homilia. noviembre de 2006
Mis queridos diocesanos:
La Iglesia estrena año litúrgico con la llegada del Adviento. Un año
más nos disponemos a celebrar la venida del Señor, el misterio de la
Navidad. Todos seguimos caminando como siempre, entre el miedo y la
esperanza. Tal vez más cansados del camino, y la Iglesia nos pide
comenzar de nuevo, una vez más. El adviento es el tiempo que se nos
da para que aprendamos a esperar y para que aprendamos a vivir
esperando.
1. Adviento 2006
La Iglesia pide que nos preparemos a celebrar el misterio de Navidad
durante un breve período de cuatro semanas al que llamamos Adviento.
Como cristianos vivimos la tensión del tiempo presente en la actitud
de esperanza: entre el riesgo del propio fracaso, la inseguridad en
nosotros mismos ante el porvenir y la confianza en la promesa del
Dios que vendrá. Vivimos en un ambiente enrarecido, en una sociedad
secularizada, laicista, consumista, erotizada, materializada y
permisiva. En ella la Iglesia desea renovarse constantemente a la
luz del Evangelio.
2. Figura de María en el Adviento
En este tiempo de Adviento, la Iglesia centra nuestra atención en la
figura de la Santísima Virgen María. La Iglesia está en expectación
del parto de la Virgen. Ciertamente, como decía Juan Pablo II, de
feliz memoria, María es toda ella Adviento. En María se personifican
y concentran las actitudes propias del Adviento. Ante la proximidad
de la Navidad se nos invita ahora a reavivar esa actitud de espera y
esperanza. No debe ser una espera pasiva sino vigilante. Esta
vigilancia es paciencia, perseverancia y fidelidad. Es lucha contra
el propio sueño, contra la somnolencia de nuestra condición carnal,
y esta lucha va dando seriedad y profundidad a la opción que hemos
hecho de ser discípulos de Cristo, nos va haciendo madurar para el
encuentro con el Señor, porque es a Él a quien se espera.
3. Santa María en vigilante espera
María ha esperado vigilante, como nadie pudo hacerlo, la venida de
Jesús. Ella ha esperado con inefable amor de madre, como cantamos en
el prefacio. Ella ha llevado a Jesús encerrado en su vientre durante
nueve meses, y hora a hora, minuto a minuto, ha estado pendiente del
momento de su llegada. Ella le ha sentido vivir y crecer en su seno
hasta que en Belén se cumplió el tiempo del alumbramiento. Después,
en vigilante espera, suplicó y esperó en el cenáculo con los
discípulos esa nueva presencia de Cristo, que era la venida del
Espíritu. Y ya asunta al cielo, su maternidad espiritual, en la
economía de la gracia, que perdura hasta la consumación perpetua de
todos los elegidos, le hace interceder por la llegada de esa hora
del alumbramiento del Cristo total, en que Cristo sea todo de todos.
Nosotros debemos vigilar para que su llegada en la Navidad de 2006
no nos pase desapercibida. La Navidad no debe quedar reducida a
dulce nostalgia sentimental hogareña, bazar de luces y regalos. En
la Navidad, Cristo quiere nacer de nuevo en el corazón de los
hombres cada vez que la luz brilla en medio de las tinieblas, cada
vez que la verdad se impone sobre la mentira, el amor vence al odio
y la paz supera a la violencia.
Debemos vigilar porque, no sólo en Navidad sino constantemente,
Cristo está llegando a nosotros en todos los caminos de la vida, a
través de las personas, acontecimientos y signos, aunque muchas
veces no sabemos reconocer la venida del Señor.
4. María sigue preparando los caminos del Adviento del Señor
El grito del Bautista "preparar el camino del Señor" resuena también
hoy como una exhortación a anunciar a Cristo, a sembrar la semilla
del Evangelio en la familia y en el corazón de los hombres.
María, raíz de Jesé de la que brota el vástago de David, es la
preparación radical a la venida del Señor. Dios Padre ha preparado
el camino a su Hijo, santificando a María desde las raíces de su
ser, desde su misma concepción inmaculada para que el Verbo
encontrase la casa limpia y preparada a su venida. María es desde el
comienzo de su existencia don que el Padre y el Espíritu hacen al
Hijo; es un camino que Dios mismo prepara. Ella es la llena de
gracia. Sí, María está preparada cuando llega la hora de la
Anunciación. El Todopoderosos ha hecho en Ella obras grandes.
El camino por el que Jesús ha venido al mundo se llama María. Nadie,
pues, mejor que Ella nos puede enseñar cómo se preparan los caminos
para la venida del Señor. Ella, desde Nazaret a la montaña de Judea,
es portadora de Cristo, encerrado en su seno virginal, ante cuya
presencia Juan el Bautista saltó de gozo en el vientre de su madre.
Esa función la sigue cumpliendo María a través de la historia.
María sigue preparando los caminos del Adviento del Señor en
nuestros corazones. No se puede separar a la Madre del Hijo, donde
Ella está trae siempre consigo a Jesús, porque en Ella todo se
refiere a Cristo, todo depende de Él. Por María somos siempre
conducidos a Jesús. Ella cumple siempre una doble función, como en
Caná; una función de intercesora que expone nuestras necesidades:
"No tienen vino", y una función que consiste en mostrarnos el camino
hacia el Maestro: "Haced lo que Él os diga".
Nosotros en este Adviento volvemos a escuchar: "Una voz grita en el
desierto. Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos".
Preparad el camino es terraplenar baches, allanar molestos relieves,
quitar estorbos y obstáculos, hacer más transitable el paso del
caminante que llega, y mucho de todo esto hay en cada uno de
nosotros que nos impide recibir con gozo y alegría la venida del
Señor. Por eso se nos invita a la conversión.
El Adviento es un tiempo fuerte y privilegiado para la penitencia y
la conversión del corazón, por la sencilla razón de que es un tiempo
preparatorio para la celebración de uno de los misterios centrales
de nuestra fe: La Navidad. La celebración de este misterio será, por
tanto, más rica y fructífera cuanto mejor preparado y purificado
estemos para sentir la gracia que brota de este misterio.
La oración prepara el camino del Señor. La oración personal que nos
pone a la escucha de la Palabra. La oración de petición en la que,
conforme a lo que nos enseñó Jesús, suplicamos venga a nosotros tu
Reino. También nuestro sencillo trabajo cotidiano nos ayuda de algún
modo a preparar el camino al Señor.
5. María ha acogido al Señor
Cristo viene ahora a nosotros en la Navidad. Mejor dicho, está
llegando constantemente a nosotros a lo largo del camino de nuestra
vida.
María ha acogido al Señor como no lo ha hecho ni hará criatura
humana alguna. El Sí de María al ángel de la Anunciación, es el
Amén, la aceptación más plena e incondicional que se haya dado a
Dios por parte humana. Ese Sí, pronunciado en el silencio de la
casita de Nazaret, se contrapone al No de todas nuestras rebeldías,
y resonará siempre a través de los siglos, de generación en
generación, como un eco de la misericordia de Dios Salvador que se
ha fijado en la pequeñez, mil veces bendita en su esclava. Esa
respuesta de María de Nazaret, ese hágase en mí según tu palabra,
nos manifiesta una disponibilidad total a los planes de Dios. Son
como un cheque en blanco que se va a llevar, por caminos
desconcertantes, hasta el pie de la Cruz.
Bienaventurada tú que has creído, le dice su prima Isabel. Aceptar
la palabra es creer. Y María ha aceptado, ha acogido la Palabra
hasta el punto de que la Palabra se ha hecho carne. Ninguna persona
humana ha tenido tal actitud de entrega y sumisión confiada a las
promesas de Dios como María. Ella es la tierra óptima que acoge la
semilla de la Palabra.
Ojalá en esta Navidad, y siempre es Navidad, Cristo encuentre
acogida cálida en nuestros corazones. Debemos procurar y rogar al
Espíritu Santo nos conceda una actitud abierta que nos permita ser
interpelados por Él. Son los pobres quienes mejor acogen el Reino,
por eso debemos estar desnudos de todo oculto interés, ser limpios y
humildes de corazón para ver al Señor que se acerca. Debemos
mantenernos en actitud de búsqueda continúa, conscientes de que
nunca acabamos de encontrarle del todo.
Jesucristo está siempre presente entre nosotros, nuestra fe lo sabe,
pero al propio tiempo está escondido. El Señor se esconde y se
manifiesta a la vez. Ello es exigencia de la fe, inherente a nuestra
condición de peregrinos, que caminamos sin ver más que en espejo y
en enigma.
El Señor está presente entre nosotros con una presencia que es real
y sustancial bajo los velos del pan y el vino eucarísticos. Con una
presencia que es fuerza eficaz bajo los velos de los Sacramentos o
de la Palabra. Con una presencia que es orientación y guía bajo los
velos del Magisterio de la Iglesia. Con una presencia que es
compañía fraterna bajo los velos de nuestras reuniones y asambleas
en el nombre del Señor. Con una presencia que nos pide amor y
compromiso bajo los velos del prójimo, de modo especial del prójimo
que sufre: los desfavorecidos, los sin techo, los inmigrantes, los
pobres y marginados de todas las clases. Con una presencia que es
interpelación del Espíritu a nuestra conciencia personal. En medio
de la noche se oye este otro grito: ¡Es el Señor!
Acojamos al Señor Jesús, tal y como lo hizo la Virgen Santa María de
la Esperanza.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
Mons. Antonio Ceballos Atienza,Obispo de Cádiz y Ceuta
noviembre de 2006
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