Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.

Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, en la Catedral Metropolitana de México, 15 de Agosto de 2004



"Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos... Primero Cristo, después los que son de Cristo". Así San Pablo nos ha iluminado para encontrar el verdadero y auténtico sentido a esta nuestra fiesta Patronal en esta santa Iglesia Catedral. Entre aquellos que son de Cristo, hay una persona que lo es de una manera única e irrepetible, la Madre de Dios, la siempre Virgen María, la Inmaculada. Nadie como María ha estado tan íntimamente ligada al misterio de Cristo, ya que no sólo lo llevó en su seno, sino que toda la vida la compartió con Él, hasta llegar al pie de la cruz, donde consumó la obra de nuestra redención. Esta es nuestra convicción de fe que la Iglesia celebra hoy con una antiquísima fiesta, que se volvió más solemne desde que el Santo Padre Pio IX declaró el dogma de la Asunción de María, con estas palabras: "Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial". 

El libro del Apocalipsis nos ha presentado una figura prodigiosa: "Una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo los pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza... La mujer dio a luz un hijo varón... y su hijo fue llevado hasta Dios y hasta su trono". Estas palabras las ha entendido la tradición de la Iglesia en el sentido de que san Juan ha visto en su visión a María en el cielo, o dentro del cielo, o simple y sencillamente en la esfera de lo celeste o de lo divino. Esto es lo que han querido plasmar miles de artistas como el magnífico autor de esta imagen que preside nuestra celebración eucarística: María glorificada, María llevada a los cielos; una mujer, una criatura ha sido llevada a la esfera de lo divino, ha participado de la glorificación de Cristo. Dios no ha permitido que su elegida conociese la corrupción y se la ha llevado a participar de su gloria. 

María es, de manera distinta pero unida a Cristo, primicia y modelo de la Iglesia. En ella, Dios ha anticipado y ha anunciado lo que será la Iglesia y lo que seremos nosotros si pertenecemos y permanecemos en Cristo. Por esto San Juan nos ha hablado, en la primera lectura, de la Iglesia celeste con la imagen de la mujer vestida de sol y por esto la tradición de la Iglesia ha entendido esta imagen al mismo tiempo de sí misma y de María que anuncia el destino de la Iglesia. 

En María Dios ha querido mostrarnos cuan grande y profunda ha sido la obra de la redención realizada por Cristo y cual es la gloria que puede alcanzar aquel que se deja invadir por los méritos obtenidos por nuestro Redentor. Al mismo tiempo María nos enseña el camino para vivir en profundidad el misterio de nuestra redención: la fe y la humildad de nuestra Señora, tal y como han sido proclamadas en el evangelio de hoy. 

"Bienaventurada tú que has creído". María es la virgen fiel porque supo creer en el anuncio de la Encarnación respondiendo con generosidad con su "fiat"; supo creer en la grandeza y en la fecundidad del silencio de Nazaret; supo creer en la necesidad de la cruz y del calvario para llegar a la resurrección; supo creer aún cuando parecía contradictorio, aún cuando no comprendía, se dejó conducir dócilmente por Dios en la vida, como cordera que sigue al Cordero destinado al sacrificio.

"Mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava". María quiso hacer en su vida esta maravillosa experiencia que cantó en el Magnificat, hacerse la esclava, la servidora, la que se reconoce criatura, la que reconoce que todo lo ha recibido, la que cumple el himno de la jubilación proclamado por Cristo: "Te doy gracias Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los humildes". La humildad es la explicación del misterio de María y de su grandeza, porque supo vaciarse de sí misma pudo ser "llena de gracia". Para que Dios pueda hacer "grandes cosas" en nosotros y conducirnos a la plenitud de toda grandeza es necesario vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios llene nuestra vida. 

La fiesta de hoy nos lleva a contemplar la obra maravillosa de nuestra redención realizada por Cristo. Nos invita a reconocer y admirar las maravillas que hizo en nuestra Madre la Virgen María. Nos hace ver cuál es nuestra vocación y nuestro destino si permanecemos con Cristo. Nos indica el camino para encontrar nuestra plena realización humana.