PASTORAL
EN EL 150 ANIVERSARIO DE
LA DEFINICIÓN
DEL
DOGMA DE
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
“Bienaventurada
la que ha creído” Lc 1,45
I.- INTRODUCCIÓN
Queridos
diocesanos:
Llena
de amor filial y profunda veneración la Iglesia Universal conmemora
el CL aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada
Concepción de María. El Papa Juan Pablo II nos llamaba a preparar
este acontecimiento en el mensaje para la Jornada Mundial del
Enfermo de 2004, el 11 de febrero pasado en el Santuario de Nuestra
Señora de Lourdes, donde la Virgen María se manifestó a
Bernadette Soubirous como la “Inmaculada Concepción”.
1.-
Invitación a celebrar el CL aniversario de este dogma
Con
el sentir de todos los Obispos de
la Iglesia
en España os convoco a todos a la celebración de
un Año de
la Inmaculada
, que comienza el próximo día 8 de diciembre y
concluirá el 8 de diciembre de 2005. Es una ocasión providencial
para reflexionar “sobre el sentido de este dogma para nuestra vida
de fe y renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a
nuestra Madre,
la Virgen Inmaculada
”. “Esta conmemoración del dogma de
la Inmaculada
coincide con el Año
de
la Eucaristía
proclamado para toda
la Iglesia
por el Papa Juan Pablo II. “María guía a los
fieles a la eucaristía”[1].
“María es mujer eucarística con toda su vida”[2],
por ello, creceremos en amor a
la Eucaristía
y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el
culmen de nuestra vida cristiana[3],
si no abandonamos nunca la escuela de María: Ave verum Corpus natum de Maria Virgine!”[4].
2.-
El Dogma de
la Inmaculada
en el contexto general mariológico
El
8 de diciembre de 1854 el beato Pío IX con
la bula dogmática Ineffabilis Deus afirmó ser revelada por
Dios “la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue
preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer
instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios
omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador
del género humano...”[5].
Este dogma viene a sumarse a las múltiples
declaraciones doctrinales sobre María, las cuales tienen su origen
y su centro en la posición que ocupa en la historia de la salvación
y, de manera especial, en su relación con Jesucristo, el Hijo de
Dios hecho Hombre y Mediador de la salvación (María como virgen y
madre de Dios). A partir de aquí, la mirada se dirige al principio
absoluto de su existencia como persona humana preservada del pecado
original en la gracia de Cristo y a la plenitud definitiva, tras su
muerte, al ser asumida “en
cuerpo y alma” en la gloria celeste (asunción)[6].
3.-
Relevancia de la figura de María a través de la historia
Sin
embargo, no sólo en estas definiciones dogmáticas, sino que
durante toda la historia de la Iglesia, el nombre de María aparece
dentro de los textos oficiales de la liturgia ocupando un lugar
significativo ya sea en el credo o en la Eucaristía. No pocas
festividades y también los meses de mayo y octubre están dedicados
de forma especial a su persona. Esta especial atención que la
Iglesia muestra en su liturgia con respecto a la Madre de Dios,
encuentra una variada expresión en la piedad, en las oraciones, en
los himnos, en los cánticos del pueblo, dejando su impronta en sus
usos y costumbres. Desde siglos renombrados artistas se han esmerado
en proclamar su veneración a María a través de la palabra, de la
imagen y del sonido. Personas individuales, parroquias, órdenes
religiosas, seminarios diocesanos o pueblos se han consagrado a ella
o llevan su nombre. Santuarios marianos de peregrinación siguen
siendo ámbitos privilegiados de oración en la alegría y en el
dolor.
4.-
La ayuda de la piedad mariana
En
el contexto de la fe la piedad mariana es una ayuda eficaz para
reflexionar sobre el compromiso cristiano y motivar el deseo de
imitar a Cristo. La contemplación de María, en quien la salvación
no puede ser considerada en la forma de la promesa sino ahora ya en
la de la consumación, y el aspecto de intercesora maternal conducen
a la serenidad creyente y despiertan la confianza en las fuerzas
salvíficas. “El Evangelio nos describe una evolución en su vida,
pasando de la fe de Israel a la fe en Jesús, el Enviado del Padre.
Esta evolución sigue, como respuesta, a la progresiva revelación
que Cristo hace de si mismo: bajo la forma de Siervo, luego bajo la
de la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia
y de verdad (Jn 1,14)”[7].
Teniendo esto en cuenta, se puede decir que “sin
mariología el cristianismo amenaza convertirse en inhumano...”[8].
5.- Lugar central de la
Madre Dios en la Iglesia católica
“El
culto del pueblo de Dios hacia María ha crecido admirablemente en
veneración y amor, en oración e imitación, según sus palabras
proféticas: Me llamarán bienaventurada todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi (Lc 1,48)”[9].
Es precisamente por esto por lo que dentro de la Iglesia católica,
la Madre de Dios no ha ocupado nunca un lugar marginal, sino que María
es el fiel testimonio de la constitución humano-divina de su Hijo.
El misterio del Salvador, que es Dios y hombre, tiene su explicación
a partir de su origen. La Madre no está al margen del contenido de
esta fe, sino en el centro, como lo han afirmado ya desde los
inicios de la historia de la Iglesia los santos Padres y los
concilios de Éfeso[10]
y Calcedonia[11].
6.-
María, prototipo de la Iglesia
María
posee también una impronta eclesiológica, en cuanto es typus
ecclesiae, figura de la Iglesia en cuanto a la fe, al amor y a
la perfecta unidad con Cristo. En su fe, limpia de todo pecado, en
la Encarnación ha recibido y aceptado sin reserva la Palabra de
Dios y “en la santa Iglesia ocupa el lugar más alto después de
Cristo y el más cercano a nosotros”[12].
Es, pues, “el
fruto más espléndido de la redención y [la Iglesia] la contempla
gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda
entera, ansía y espera ser”[13].
Quien considere además los dogmas de la Inmaculada Concepción y de
la Asunción y los sitúe en el ámbito de la antropología o
escatología, comprenderá que María es asimismo un foco de la fe,
de forma que en “la Mariología convergen... casi todas las líneas
teológicas, la cristológica, la eclesiológica, la antropológica
y la escatológica... En la Mariología tienen lugar decisiones, que
son clarificadoras para la totalidad de la fe. Y viceversa, los
conocimientos teológicos de la Cristología, de la Eclesiología y
del tratado de la Gracia manifiestan su transcendencia en la
Mariología... En ella se cristaliza la autocomprensión del
creyente cristiano”[14].
7.-
Relevancia histórica y teológica del dogma de la Inmaculada
El
dogma de la Inmaculada Concepción, según el cual María ha sido
concebida sin pecado original, tiene un significado histórico y
teológico de primera magnitud a la hora de percibir y comprender
todo el sentido de la antropología católica. La referencia a María
como Inmaculada no se puede separar de la relación con Cristo y la
Iglesia. En la intersección de estos caminos se eleva María como
persona inmaculada. “La
existencia de la Virgen-Madre es signo de todos los misterios
cristianos: del misterio trinitario, por ser Hija elegida del
Padre, madre santa del Hijo, esposa amorosa del Espíritu; del
misterio de la Encarnación, por su maternidad divina; del
misterio pascual-pentecostal, por haber estado como ‘socia
del Salvador’ bajo la cruz y compañera de los apóstoles en el
cenáculo; del misterio de la Iglesia, por ser su madre y su
modelo; del misterio del fin, por estar ya asunta en la gloria
trinitaria”[15].
8.-
Conexión entre la devoción a Cristo y la piedad mariana
En
este luminoso horizonte “María refleja las exigencias más
radicales de la fe. Al honrarla en la predicación y el culto, atrae
a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor
del Padre. Por eso también en su acción apostólica, la Iglesia
mira hacia aquella que engendró a Cristo concebido del Espíritu
Santo y nacido de la Virgen para que por medio de la Iglesia nazca y
crezca también en el corazón de los creyentes”[16].
No obstante, con respecto a este, sin lugar a dudas, decisivo
significado de María en la fe de la Iglesia con frecuencia se han
manifestado cierta distancia y escepticismo. Se defiende, por
ejemplo, un abandono del interés mariológico con el argumento de
que hoy existen problemas más importantes que la cuestión mariana,
como son las preguntas por Dios, Cristo y el hombre[17]
y que, en consecuencia, ante la importancia de estas cuestiones la
figura de María tiene que pasar a segundo plano. Sin embargo, con
respecto a que hay que colocar a Cristo en el centro y que María
entorpece la devoción a Cristo se debe reconocer que una sana
veneración de María siempre conduce a su Hijo, a quien en todo
momento abrió su mente, su voluntad y su corazón. Esta tesis se
clarifica por otra parte en el ejemplo de la Ilustración, que
manifestando sus reservas marianas no logró acrecentar la profunda
devoción a Cristo. El mismo Martín Lutero (+ 1546) tuvo que
reconocer maravillado que la limitación de la veneración mariana
no conduce a una más profunda devoción a Cristo[18].
Teniendo en cuenta esta realidad, el cardenal John H. Newman pudo
afirmar: “Una visión general ‑ al menos sobre Europa –
nos mostrará que no son las comunidades religiosas con una
acentuada devoción mariana las que cesaron de adorar a Cristo, sino
precisamente las comunidades que han abandonado la veneración
mariana”[19].
II
PROCESO HISTÓRICO DE LA DEFINICIÓN DEL DOGMA DE LA
INMACULADA CONCEPCIÓN
9.-
Dificultades para la explicitación del dogma
La
contemplación de la figura de la Virgen le llevo a escribir a
Dante: “Aquí está rosa en que el Verbo Divino se hizo carne”[20].
En verdad María recibió de Dios unos dones dignos de tan gran misión
como fue la de ser madre de Jesús. “No hay pues que admirarse de
que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios
toda santa, libre de toda mancha de pecado, como si fuera una
criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo. Enriquecida
desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente
santidad de todo singular, la Virgen de Nazaret es saludada por el
ángel de la Anunciación, por encargo de Dios, como llena de gracia
(Lc 1,28). Y ella responde al enviado del cielo: He aquí la esclava
del Señor, hágase en mi según tu palabra (Lc 1,38)”[21].
“Llena de gracia” es el nombre que Dios elige para María.
Aunque los santos Padres desde un principio consideran que María
nunca estuvo sometida al pecado, sin embargo no fueron pocos los
argumentos que dificultaron la explicitación de la doctrina de la
Inmaculada Concepción, ya que se había de tener en cuenta la
santidad propia y exclusiva de Cristo en razón de su unión hipostática
y la doctrina del pecado original. La doctrina de que María había
sido concebida sin mancha de pecado original tropezaba con la
dificultad de que tal afirmación parecía inconciliable con la
universalidad del pecado original, defendida por la tradición
agustiniana, y por tanto con la necesidad de redención de todos los
hombres. Tal posicionamiento cuestionaba el punto capital de la
cristología y de la soteriología de que en Jesucristo Dios había
redimido a todos los hombres. Creaba además dificultades la
aceptación general de la doctrina agustiniana sobre la transmisión
del pecado original a través del acto procreador de los padres, que
se suponía siempre en la concepción de María. Ante esta problemática
teológica no es de extrañar que, por ejemplo, grandes teólogos,
por otra parte también grandes devotos de la Virgen, como san
Anselmo de Canterbury (+ 1109), san Bernardo de Claraval (+ 1153),
Pedro Lombardo (+ 1160), san Alberto Magno (+ 1280), santo Tomás de
Aquino (+ 1274)[22]
–y con él la teología dominicana del período siguiente– y el
beato Raimundo Lulio (+1315) se opusieran a esta doctrina en función
de la necesaria redención universal.
10.-
La influencia orientadora del franciscano Juan Duns Escoto
En
este sentido no podemos olvidar que las preocupaciones teológicas
se viven en estrecha unión con los factores culturales de un tiempo
determinado. En la posición de los defensores de la Inmaculada
posteriores ejerció una influencia orientadora el teólogo
franciscano beato Juan Duns Escoto (+ 1308), que intentó resolver
la problemática soteriológica de la doctrina de la Inmaculada
mediante el desarrollo de la idea de una “prerredención” (praeredemptio)
o redención preventiva de María en consideración a los méritos
de Jesucristo y en forma de “preservación” (praeservatio)
del pecado original. Pese a esa salida teológica, la doctrina de la
Concepción Inmaculada de María continuó siendo objeto de
discusiones entre “maculistas” e “inmaculistas”. Aun así,
la fiesta litúrgica del nacimiento de María, celebrada el 8 de
diciembre en Inglaterra desde el siglo XI, aunque no estaba dedicada
expresamente a la Inmaculada Concepción, expresaba que la redención
realizada por Cristo comenzaba con María, impregnando cada vez más
la piedad popular mariana.
11.-
Establecimiento de la fiesta en la provincia eclesiástica
compostelana
Para
nuestra Archidiócesis Compostelana es motivo de especial satisfacción
recordar que el Concilio Compostelano, celebrado en Salamanca en
1310, en la sesión del 29 de octubre estableciese que la fiesta de
la Concepción de la Beatísima Virgen María se celebrara todos los
años el 8 de diciembre[23].
12.-
Las disposiciones del papa Sixto IV
Tras
los debates medievales, debido quizás a que a comienzos del siglo
XV el rey Alfonso V de Aragón elevó una súplica al emperador
Segismundo para promover el dogma de
la Inmaculada Concepción
a ser posible en un concilio y a que la celebración
de esta festividad era un hecho, el tema de
la Inmaculada Concepción
encontró su primer reconocimiento oficial en las
disposiciones del papa Sixto IV (1471-1484), quien confirmó
oficialmente la festividad y la dotó de dos nuevos oficios y una
octava[24].
13.-
El concilio de Trento
Este
tema seguía manteniéndose vivo en el sentir de la Iglesia. Así,
aunque el cardenal Pedro Pacheco, obispo de Jaén, propuso definir
la Concepción Inmaculada de María el mismo día en que empezaron
las deliberaciones sobre el pecado original (24 de mayo de 1546), el
concilio de Trento añadió al decreto sobre el pecado original una
aclaración, en la que, por un lado, se quiere respetar la
neutralidad, pero que, por otro lado, suena a una toma de postura en
favor de la posición inmaculista[25].
14.-
Las universidades y la figura de María Inmaculada
Hay
que resaltar en este contexto el hecho de que la universidad de
Valencia había sido la primera de toda España que hizo promesa,
juramento y voto en 1530. Más tarde el 25 de enero de 1663 mandó
escribir con letras de oro la fórmula de este juramento a los pies
de la imagen de María Inmaculada que preside en el salón de actos.
Siguiendo el ejemplo de Valencia, otras universidades españolas y
extranjeras hicieron lo mismo: Granada, Barcelona y Salamanca en
1617, a las que siguieron las portuguesas de Coimbra y Evora, la
polaca de Cracovia, las italianas de Nápoles y Palermo y la
francesa de Duay. Desde 1664 en España era ley del reino que en las
universidades de Salamanca, Alcalá y Valladolid no se dieran grados
a los que no juraran defender el misterio de la Purísima Concepción.
Más tarde, en 1779 Carlos III extendió esta ley a todas las
universidades de España[26].
15.-
Disputas entre “maculistas” e “inmaculistas”
Entre
tanto, el mundo católico se hallaba dividido en dos campos. El
primero, el de los impugnadores de la Inmaculada Concepción, los maculistas,
representados principalmente por los dominicos, siguiendo la enseñanza
de santo Tomás de Aquino. El segundo, que constituía una gran
mayoría cada vez más compacta, estaba representado por la escuela
franciscana, a la que se unieron los jesuitas y que era sostenido
sobre todo por el ambiente cada vez más popular. Las universidades,
las instituciones, las ciudades, los príncipes y las personas
particulares hacían voto especial de defender el privilegio de María[27].
16.-
Disposiciones de los romanos pontífices y el apoyo de los reyes
españoles
Los
Papas fueron pronunciándose cada vez más favorablemente en pro de
la Inmaculada Concepción de María, como es el caso de Pío V,
quien renovó las disposiciones de Sixto IV y del concilio de
Trento. En esta forma siguieron las cosas durante la segunda mitad
del siglo XVI y primera del XVII. Innumerables teólogos y
escritores católicos elaboraron importantes obras en defensa de la
Inmaculada Concepción. Se llegó a veces, sobre todo en España
desde 1615, a apasionadas contiendas entre los impugnadores y los
defensores del privilegio mariano, y el pueblo cristiano manifestó
tumultuosamente su entusiasmo por él, mientras los reyes insistían
ante el Papa en la definición dogmática del misterio de la
Inmaculada.
En
este entusiasmo nadie aventajó a los reyes españoles,
especialmente Felipe III y Felipe IV, quien estaba dispuesto a ir a
Roma personalmente para obtener del Papa esta definición.
17.-
La bula Sollicitudo omnium ecclesiarum de Alejandro VII
En
estas circunstancias, apenas terminado este período, el papa
Alejandro VII en 1661, por la bula Sollicitudo omnium ecclesiarum,
daba una nueva confirmación a todas las disposiciones existentes,
reconocía expresamente que el número de fieles que profesaban la
doctrina de la Inmaculada había crecido de tal manera que ya
“casi todos los católicos la abrazan” y ordenaba la celebración
de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Las palabras con las que
fundamenta el sentido de esta festividad están ya muy próximas a
las de la definición de Pío IX: “El alma de ella [María] fue
preservada inmune de la mancha del pecado original en el primer
instante de su creación e infusión en el cuerpo, por especial
gracia y privilegio de Dios, en vistas de los méritos de Jesucristo
Hijo suyo, Redentor del género humano...”[28].
18.-
Influencia decisiva de España en la definición
Pese
a lo favorable de esta decisión, el pueblo español no cejó en su
entusiasmo, como lo demuestran el que Felipe V y las Cortes (de Aragón
y Castilla) de 1713 pidieran al papa Clemente XI la definición dogmática
de este misterio y el mismo deseo mostró el rey al Papa Clemente
XII en 1732. Esta vez, juntamente con el rey, pidieron la definición
al Papa casi todos los obispos de España, las universidades y órdenes
religiosas. Estas peticiones, que reunidas formaban dos volúmenes
de documentos, sin lugar a dudas influyeron no poco en la definición
del dogma en 1854 por Pío IX.
19.-
Creación de comisiones preparatorias y la encíclica Ubi primum
A
la vista de la larga discusión de la temática y de la siempre
creciente corriente de los defensores de la Inmaculada Concepción,
Pío IX consideró el tiempo lo suficientemente maduro para una
definitiva y vinculante decisión. En comisiones propias, creadas en
1848 y que en modo alguno eran comisiones acordes, se oyeron de
nuevo las distintas posiciones y fueron estudiadas ante todo dos
cuestiones: la posibilidad de la definición (teniendo en cuenta la
ausencia de claros testimonios bíblicos) y su oportunidad. En la
encíclica Ubi primum de 1849 fueron consultados los obispos
sobre su propio parecer, el de su clero y el de sus fieles. De las
603 respuestas 546 se manifestaron favorables al dogma, unas pocas
en contra, algunas se abstuvieron y una minoría mostró reparos con
respecto a la oportunidad. Pese al resultado positivo del episcopado
mundial, se dejaron oír de nuevo voces relevantes, que recomendaban
cautela. La discusión se centró especialmente en cuestiones del método
del proceso probatorio teológico. Se resaltó siempre la lex
orandi, el sensus fidelium y obre todo el factum
ecclesiae, es decir, la doctrina y la praxis de la iglesia. En
total, los esquemas para la preparación de la bula de definición
fueron ocho, prevaleciendo siempre un clima favorable a la libertad
de expresión[29].
20.-
Definición del dogma de la Inmaculada Concepción
Como
hemos visto de manera somera, el misterio de la Inmaculada había
estado presente en la fe, la liturgia y las controversias
doctrinales. El 8 de diciembre de 1854 en la basílica de San Pedro
el Papa definía el dogma de la Inmaculada Concepción de María en
los siguientes términos: “Por honor de la santa e indivisa
Trinidad, para gloria y honor de la Virgen Madre de Dios, para
exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión
cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los
bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra,
declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que
la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de
culpa original en el primer instante de su concepción por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos
de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por
Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos
los fieles”[30].
21.-
La bula Ineffabilis Deus
La
bula Ineffabilis Deus resalta ante todo la situación
especial de María en el plan salvífico: “Su creación fue
determinada por Dios en uno y el mismo decreto de la Encarnación de
la sabiduría divina”[31].
Como fundamento se hace referencia en primer lugar a la liturgia[32]
(“la norma para la fe adquiere su fundamento por la norma del
orar”) y a continuación a la prohibición de la doctrina
contraria por los papas y por el concilio de Trento[33].
De la Sagrada Escritura fueron aducidos el “protoevangelio” (Gn
3,15)[34]
y el saludo del ángel (“la llena de gracia”: Lc 1, 28). De la
tradición se resalta el paralelismo Eva-María, la elevada concepción
de María por parte de los Padres como la aplastadora de la
serpiente y la veneración de la Inmaculada por parte de los
antepasados. “En esta línea se acepta como criterio iluminador
que sea el sentir de la Iglesia –su conciencia actual– y no el
positivismo unilateral lo que prevalezca como base del contenido del
documento”[35].
22.-
Sentido y contenido de la definición
El
sentido del dogma consiste en que María, por su posición
privilegiada de Madre de Dios, fue redimida de una manera singular:
no fue concebida separada de Dios por el pecado como todos los demás
hombres. En su existencia no hubo ningún momento privado de gracia.
El estado de gracia no comenzó con el nacimiento, sino que coincidió
con el despuntar de su vida.
Por
otra parte, el misterio de la Inmaculada Concepción no tiene nada
que ver con la situación ético-religiosa de los progenitores de
María al tiempo de la concepción. No se trata del estado o
conducta de los padres, sino de la hija engendrada. María no se vio
en ningún momento sumida en la condición de pecado de los demás
hombres. La formulación dogmática no habla en ningún momento de
la conducta de sus padres, pero el fruto de su acción vivió desde
el primer momento en aquella íntima unión con Dios que poseyeron
originariamente los primeros padres y que después perdieron. Si María
se vio libre de pecado fue por una gracia de Dios, puesto que
tampoco ella podía librarse por sí misma de él. También de suyo
estaba sometida al pecado, porque era de la estirpe de Adán, era un
miembro de la humanidad necesitada de la redención. Cuanto fue, no
lo fue por desarrollo de su yo creador, sino por don de Dios[36].
El dogma de la inmunidad de María del pecado original no suprime la
necesidad de redención del hombre, sino que la destaca, en cuanto
que nos muestra a María como la primera redimida de su Hijo, como a
la creación restaurada en medio de la creación corrompida. En este
contexto son clarificadoras las palabras del teólogo K. Rahner:
“No porque María no necesitase la redención, sino por ser la única
redimida sin la cual la redención no puede concebirse como
victoria. El dogma de la Inmaculada Concepción brota del corazón
de la doctrina redentora sobre Jesucristo, único y exclusivo
mediador, el Hijo de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó propter
nos homines et propter nostram salutem”[37].
III
VALOR ANTROPOLÓGICO DEL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
23.-
El misterio de la Inmaculada y su importancia antropológica
El
enunciado de fe relativo al misterio de la Inmaculada Concepción es
importante desde el punto de vista antropológico para la comprensión
de la elección y la gracia, y para la realización de la libertad
humana. “Esto es bueno y grato ante Dios nuestro salvador, el cual
quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de
la verdad” (1Tim 2,3-4). Pero la libertad creada no se ve limitada
o entorpecida por la predeterminación de todos los hombres a la
salvación en virtud de la gracia, sino que es activamente motivada
para llegar a la consumación plena que le es propia. De este modo
en María la humanidad encuentra el ejemplo de realización de su
vocación. “La realidad en que creía se convirtió en contenido
de su existencia inmediata, en una unidad que era tanto gracia como
naturalidad, obediencia como cumplimiento, realización con
belleza”[38].
24.-
De la dimensión cristológica a la dimensión antropológica
De
esta forma, la reflexión mariológica tras la larga etapa de los
primeros tiempos de la Iglesia, en los que se reflexionó
prioritariamente sobre la dimensión cristológica, con el dogma de
la Inmaculada Concepción da prioridad a la perspectiva antropológica,
es decir, a las cuestiones sobre el estado original, la donación de
la gracia, el desarrollo de la vida cristiana y el destino final del
hombre[39].
25.-
Razones para el cambio de perspectiva
Este
cambio de perspectiva tiene lugar dentro de un contexto cultural
y espiritual de la exaltación moderna del hombre en su subjetividad,
llevada hasta el punto de eliminar todo interlocutor teológico y
toda salvación procedente de lo alto, por un lado, y la exaltación
que hace la Reforma de la gloria de Dios, con una concepción
negativa y pasiva del obrar del hombre, por otro. Entre estos
dos extremos –la gloria del hombre a costa de la muerte de Dios y
la gloria de Dios a costa de la negación del hombre– se sitúa la
fe eclesial, en continuidad con el difícil equilibrio del dogma
cristológico calcedonense, que une lo humano y lo divino en Jesús
“sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”[40],
en la unidad de la persona divina del Verbo encarnado. Si en los
primeros momentos la mariología había estado al servicio del
mantenimiento del dogma cristológico, en la edad moderna se
convierte en generador de luz para iluminar la antropología tan
debatida actualmente.
26.-
El dogma de la Inmaculada en el trasfondo polémico moderno
El
dogma de
la Inmaculada Concepción
de María se sitúa, pues, en el trasfondo polémico
del espíritu moderno y viene a significar la absoluta primacía
de la iniciativa de Dios en la historia de la redención,
manifestada de forma singular en la historia de María en contra de
la idea del hombre como árbitro absoluto de su propio destino y artífice
único del propio progreso. En contraposición a una concepción
pelagiana de la libertad como facultad esencialmente autosuficiente,
capaz de optar incondicionalmente por el bien, sin necesidad de
instancias exteriores de apoyo, y al predominio de la subjetividad
humana –que alcanzó las más elevadas cotas en
la Ilustración
– el misterio de
la Inmaculada
pretende reafirmar la primacía de la
trascendencia, el absoluto “pre-venir” (praevenire) de
Dios. El Mediador único y perfecto Jesucristo escogió para su
Madre un acto perfectísimo de mediación, como fue el de haber
querido preservarla del pecado original. Con esta concepción
quedaba a salvo la necesidad universal de la redención realizada
por Cristo, a la vez que surgía la de la elección absolutamente
libre y gratuita de María por parte de Dios, en la que ella había
podido consentir libremente en la previsión del Eterno y en la
realización histórica de su existencia.
27.-
Carácter “personalista” de la definición
Presupuesta
la primacía de Dios, la definición presenta además un carácter
“personalista”, en cuanto que la persona de María (y no sólo
su “alma”, como decía Alejandro VII) tiene una relación
preeminente con Dios Trino en el proyecto salvífico. “Redimida de
la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo y
unida a El de manera íntima e indisoluble, está enriquecida con
este don y dignidad: es la Madre del Hijo de Dios. Por tanto es la
hija predilecta del Padre y el templo del Espíritu Santo. Debido a
esta gracia tan extraordinaria, aventaja con mucho a todas las
criaturas del cielo y de la tierra”[41].
El misterio de la gracia es, pues, el que domina la economía de la
salvación.
28.-
María Inmaculada, germen positivo de gracia
Esta
afirmación absoluta de la primacía de la iniciativa divina,
fundamento de todo misterio de la salvación, muestra claramente que
el dogma de la Concepción Inmaculada de María es “un capítulo
de la doctrina misma de la redención y su contenido constituye la
manera más perfecta y radical de redención”[42].
El misterio de María Inmaculada pertenece al ámbito de la historia
de la salvación. Por gracia ella consigue romper la herencia de
pecado de la historia, naciendo sin pecado original y por gracia se
ha mantenido siempre en gracia. En el diálogo con el ángel (Lc
1,26-38) se manifiesta el misterio de gracia de María, en cuanto
que para ser madre de Cristo pudo dialogar con Dios en actitud de
gracia. No se encontraba, pues, inmersa en el pecado, sino que sólo
como limpia e inmaculada pudo mantener en plenitud su alianza de
amor con Dios, apareciendo así como la elegida, la amada, la
“llena de gracia”. Por todo esto, el misterio de la Concepción
Inmaculada de María, lejos de ser una excepción carente de
sentido, viene a desvelarse como una realidad muy relevante de la
historia de la salvación. Sobre el estado de pecado de la
humanidad, que amenaza con romper y destruir todo lo humano, Dios ha
tomado la iniciativa y ha querido suscitar un nuevo tipo de
existencia. Para hacerlo humanamente no ha querido introducirse por
la fuerza, verticalmente desde arriba, como si obligara a los
hombres a salvarse en contra de su voluntad, sino que quiere
salvarnos a través de nuestra misma historia humana y por eso ha
introducido en ella un germen positivo de gracia, una semilla de
esperanza que ha venido a culminar en Cristo. Para ello, a través
de María establece un dialogante humano que recibe su palabra final
y le responde, de forma que su salvación, siendo divina, es al
mismo tiempo salvación humana. María Inmaculada escucha la palabra
de Dios y le responde de forma plena, haciendo así posible la
salvación del hombre.
29.-
La Inmaculada Concepción como la suprema comunicación de Dios a
una persona
En
el saludo del ángel: “Alégrate, llena de gracia”, la idea
fundamental de gracia podría concretarse como santidad del hombre
por la comunión con Dios mismo. Designar la santidad de María como
“gracia” indica que la persona y la identidad de María deben
ser entendidas a la luz de la comunicación de Dios a María. Sin
embargo, puesto que todos los cristianos son llamados “santos” y
herederos de la “condición de hijos de Dios” (Gál 4,5), es
preciso buscar una expresión que resalte la condición eminente de
María porque ella es la “llena de gracia”, la “favorecida en
grado sumo”. Puesto que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre y
María su verdadera Madre, no parece pretencioso considerar esta
realidad como la suprema comunicación de Dios a una persona humana.
30.-
La “plenitud de gracia” punto culminante de la historia de la
salvación
La
“plenitud de gracia” implica así la dialéctica entre la
soberanía divina y la condición histórica del hombre. Hablar de
la “plenitud de gracia” de María quiere expresar el hecho de su
maternidad al mismo tiempo como punto culminante de la historia de
la salvación y como acción personal de María. No de otra forma
piensa K. Rahner cuando afirma que la “maternidad divina, según
el testimonio de la Escritura, no se identifica simplemente con el
hecho biológico de que María, en cierto modo ‘pasivamente’, es
la madre de Jesús –y Jesús el Hijo de Dios‑. La Escritura,
en san Lucas, declara expresamente, además de esto, que la
maternidad es libre acto de fe de la Virgen. Este acto es causa de
la maternidad, y ambas realidades forman una unidad. No podemos
interpretar ese ‘sí’ creyente de María que narra san Lucas
como un mero capítulo de la biografía privada de la Virgen;
desprovisto, por tanto, para nosotros de mayor interés. Este ‘sí’,
por el contrario, [...] es un acontecimiento solemne en la historia
pública (‘oficial’) de la salvación. Por eso lo relata san
Lucas, no como idilio religioso y edificante de una vida privada,
sino como historia de la salvación de la humanidad. María es
bienaventurada porque creyó y porque su vientre bendito portó lo
santo. Su ‘sí’ en la Anunciación no puede, por tanto,
interpretarse como mera condición previa, externa, a un
acontecimiento que como humano [...] sería exactamente el que es,
aunque este ‘sí’ no hubiera existido. María es madre en
sentido personal y no solamente biológico. Así considerada, su
maternidad divina personal precede –hablando un poco
audazmente‑ a la filiación divina de su hijo. No es que un
proceso biológico de María tenga por objeto [...] una persona
divina, sin que la Virgen haya tomado parte alguna en él. La fe dócil
de la Virgen –sin la cual no sería madre de Dios‑ es en
verdad pura gracia divina. [...] Por todo ello hay que decir con
toda verdad que María, por nosotros y por nuestra salvación,
franqueó al Verbo eterno la entrada en nuestra carne de pecado”[43].
31.-
La gracia individual de María es gracia para todos
La
concepción del Verbo, sin dejar de ser acto personal de María, es
pura gracia. Pero Dios quiso añadir, como condición necesaria a
este don concedido a la Virgen, la palabra libre de su fe. “[María]
es el lugar de la fecundidad superabundante. La encarnación del
Verbo se produce gracias a la fe de la Virgen”[44].
La Inmaculada Concepción constituye la indispensable preparación
de dicha fecundidad. En consecuencia, María ha sido redimida de la
manera más perfecta, en cuanto que la redención como gracia
individual es siempre bendición para otros. Siendo así que la
redención acaece como acogida de Cristo en la fe, este acto de
acoger es también gracia. Por ello, la redención más perfecta
consiste en “concebir” a Cristo en la fe[45]
y en el cuerpo para la salvación de todos, en el acto más santo de
la libertad, que es al mismo tiempo gracia. Por su situación
precisa en el punto de la historia de la salvación en el que se
realiza definitiva e irrevocablemente la salvación del mundo, a
través de su libertad, como obra de Dios, la Inmaculada es, por
tanto, el prototipo por antonomasia de la redención. Hay que tener
en cuenta, sin embargo, que su cooperación no es constitutiva de la
redención, pues ella no se convierte nunca en “don”, aunque sin
ella el don no hubiera podido realizarse[46].
32.-
El dogma de la Inmaculada y la concepción antropológica
Además
de la exaltación moderna del hombre en su subjetividad,
llevada hasta el punto de eliminar todo interlocutor teológico y
toda salvación procedente de lo alto, el pesimismo frente al
hombre, establecido por la Reforma, contribuyó de forma
decisiva en el desarrollo del dogma mariano de la Inmaculada
Concepción en la época moderna. La cuestión clave para Lutero
era: o Dios o el hombre y, ante esta alternativa, opta por Dios:
“sola fe”, “sola gracia”, “solo Cristo”, “solo Dios”[47].
A partir de este momento, la conciencia, ciegamente entregada en las
manos de Dios, deja de sentirse aterrada por la incapacidad de
merecer la salvación y se crea una situación nueva, caracterizada
por un sentido de liberación, de paz interior y de confianza en la
misericordia divina. Dios tiene la absoluta primacía en la obra de
la salvación, por lo que se rechaza toda posible mediación humana.
El
dogma mariano de la Inmaculada Concepción, sin desconocer la
indiscutible primacía de la gracia, nos ofrece de forma paradigmática
una visión de la antropología en la que Dios no sólo no rivaliza
con el hombre sino que conforma plenamente su vida: “La gloria de
Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de
Dios. Si la manifestación que hace de si mismo creándolas confiere
la vida a todas las creaturas que viven sobre la tierra, cuanta más
vida da la manifestación del Padre por su Verbo a los que ven a
Dios”, escribía san Ireneo[48].
33.-
La referencia cristológica de María Inmaculada
La
formulación dogmática de que María ha sido concebida sin pecado
original, por un lado, nos habla de Dios, quien mediante la
Inmaculada Concepción de María posibilitó la reanudación del diálogo
con el hombre, que había quedado roto con la intervención de Eva,
signo de la madre pecadora, de manera que los hombres pudieran
buscar y de alguna forma lograr suscitar la salvación sobre la
tierra.
Por
otro lado, hace referencia a Cristo, en cuanto que, según la
definición dogmática, “Dios ha preservado a María de pecado en
atención a los méritos de Cristo”. Con esto se expresa que no es
Inmaculada por sí misma, sino por los méritos de Cristo. Lo que
equivale a decir que sólo se le puede comprender desde Cristo. El
que no comparta la verdad de que el Verbo divino se encarnó en la
carne de Adán para asumir redentoramente al mundo entero en la vida
misma de Dios, tampoco puede comprender el dogma la Inmaculada
Concepción de María. La encíclica Redemptoris Mater de
Juan Pablo II dice que en la Anunciación le fue revelado a María
quién era el único mediador entre Dios y los hombres: aquel que
sería el hijo de sus entrañas por obra del Espíritu. Al aceptar
sin condiciones la maternidad, María aceptó al Mediador, al Hijo
del Altísimo. De esta forma, se sometió totalmente a la voluntad
de Dios (Lc 1,38). Este es “el primer momento de sumisión a la única
mediación, a la de Jesucristo: la aceptación de la maternidad por
parte de la Virgen de Nazaret”[49].
Por
su fe, María fue “la compañera singularmente generosa” de Jesús.
Le siguió radical y totalmente. Su vida fue un constante asociarse
a Jesús, como la primera discípula y seguidora. De este modo,
“entraba de manera muy personal en la única mediación entre Dios
y los hombres, que es la mediación del hombre Cristo Jesús”[50].
Sin Jesucristo, habría sido como un sarmiento cortado de la vid,
como una esclava sin redentor, como un vientre materno sin fruto,
como una mujer sin gracia. Todo lo que ella era, lo había recibido
de Dios por medio de Jesús. María está total y completamente
sumergida en el misterio de Cristo. Una falsa interpretación de
Cristo conduce forzosamente a una falsa interpretación de María. Y
a la inversa, en María se pone de manifiesto quién es Cristo. En
este sentido se puede entender el antiguo dicho de que María es la
vencedora de todas las herejías cristológicas.
34.-
María, acueducto de la santidad del Salvador
En
este contexto no debe haber temor alguno a que, venerando a la
Virgen, se caiga en la idolatría. Lo que nosotros veneramos en la
Inmaculada es simplemente la gloria que Dios promete a toda
criatura. No hay, por tanto, lugar para temer que le atribuyamos a
ella la gloria únicamente debida a Dios (Is 42,8 y 48,11).
Asimismo, María no es la fuente de la gracia. Este título le
pertenece únicamente a su Hijo. Ella es, según las palabras de san
Bernardo, el acueducto por el cual la santidad del Salvador se
expande por toda la humanidad salvada, puesto que ella permanecerá
para siempre aquella en quien y por quien Jesús hizo nuestra
humanidad suya. Por todo ello, “María no es tanto la única
cuanto la primera. La gracia que hace a María la mujer bendita es
la misma gracia que hace bendita a la humanidad. En este sentido,
María no es una privilegiada, una excepción, sino la expresión máxima
de la benevolencia amorosa de Dios Padre sobre el mundo”[51].
IV
SIGNIFICADO DEL DOGMA DE LA INMACULADA PARA EL HOMBRE ACTUAL
35.-
Florecimiento de la reflexión teológica mariana
A
mediados del siglo XX, la mariología, como reflexión teológica
sobre la figura de la madre de Nuestro Señor, al menos desde el
punto de vista cuantitativo, era el campo más cultivado de la
teología católica[52].
El elenco bibliográfico relativo a temas marianos hacia 1959
contaba con unos 100.000 títulos de libros. Hacia finales del
pontificado de Pío XII abundaron las jornadas y congresos marianos
y mariológicos. Sólo en 1954, proclamado “Año Mariano”,
tuvieron lugar 43 congresos. Objeto de estudio fue todo lo que podría
tener relación con María. Baste citar, como ejemplo significativo,
los abundantes congresos internacionales marianos que tuvieron lugar
entre 1950 y el final del Concilio Vaticano II. De ellos el congreso
celebrado en Roma publicó sus actas que en 1950 comprendían trece
considerables volúmenes. El congreso siguiente del año 1954 alcanzó
el número de dieciocho voluminosos tomos.
36.-
Retroceso actual en el número de publicaciones mariológicas
Si
comparamos estos fríos datos estadísticos con la realidad actual,
comprobamos que el número de publicaciones marianas o mariológicas
ha sufrido un retroceso. Por lo que respecta a la piedad y a la
devoción marianas, se puede constatar que, si bien el número de
peregrinos a Lourdes, a Fátima y a otros santuarios marianos se
incrementa, el de los participantes en otras formas de devoción,
como actos dedicados a María o rezo del santo rosario, ha decrecido
en el proceso de secularización de nuestra sociedad.
37.-
Motivos del decaimiento
Ciertamente
esta caída en la devoción a la Madre de Dios es motivo de
inquietud y hay que encuadrarla dentro del espíritu de la
denominada “segunda Ilustración” y de un descomedido celo que
tal vez, dentro de la Iglesia, ha presentado una imagen desfigurada
de María. El mismo papa Pablo VI, a la hora de determinar los
motivos de la disminución del interés por la figura de María, se
ha referido a esta circunstancia, exhortando a todos los
responsables para remediar la situación, puesto que “ante todo,
la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la
imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que
ella llevó y, tanto menos, por el ambiente socio-cultural en que se
desarrolló, hoy día superado casi en todas partes, sino porque en
sus condiciones concretas de vida ella se adhirió total y
responsablemente a la voluntad de Dios (Lc 1, 38); porque acogió la
palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por
la caridad y por el espíritu de servicio: porque, es decir, fue la
primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor
universal y permanente”[53].
38.-
Importancia histórico-salvífiva de María para el hombre de hoy
Hemos
de hacer referencia a la importancia histórico-salvífica de la
Inmaculada Concepción para el hombre de nuestros días. En María
Inmaculada nos sale al encuentro una visión del hombre conforme al
designio de Dios. El representar Ella a la humanidad perfecta
conforme al plan divino conlleva que no puede ser considerada
aisladamente en un único tratado teológico, sino en todos los
lugares donde la ciencia de la fe hable del hombre. En el misterio
de la Inmaculada Concepción se concretan de forma visible las
cuestiones de la relación entre la actividad divina y humana, de la
esencia y sentido de la justificación y santificación, del estado
del hombre perfecto. En esta definición dogmática no se trata sólo
de María, sino de Cristo, de la Iglesia, del hombre en gracia, es
decir, de la inteligencia de toda la revelación. María Inmaculada
no es sólo un individuo, sino también una figura de significación
típica en la historia de la salvación. Por esta razón, cae dentro
del misterio de la Inmaculada Concepción todo el contenido de
nuestra fe, pudiendo también decir que los contenidos cristológicos,
eclesiológicos, escatológicos y los relativos a la doctrina de la
gracia descubren todo su alcance en este misterio. Esta es la razón
por la que esta verdad tiene fuerza existencial para la fe en Cristo
y para el hombre cristiano actual. En ella cristaliza la
automanifestación del cristiano. “María es el sitio en que Dios
nos dice: He aquí el hombre. Estando en máximo contacto con el
Verbo, ella es lo más completamente humano, lo humano sin la
frustración del pecado que velaría la aparición del Icono de
Dios. La gracia que María recibió en lo secreto de su ser aparece
luego cuando ella efectúa el don de su persona en el seguimiento de
su Hijo. Así manifiesta que en todo hombre existe secretamente,
velado por el mal, lo que en ella quedó revelado: el Icono del
Verbo. En todo ser, aun en el peor de los pecadores, permanece el
sello de Dios. Nadie, pues, tiene el derecho de desesperar de su
hermano, cualquiera que sea; en nombre de aquello que en él queda
de santo. María muestra por excelencia eso que en cada uno
subsiste, frágil y quebrado. Cuando se cree esto, la Inmaculada
Concepción lleva al respeto por el otro y a la esperanza
compartida”[54].
39.-
María Inmaculada como la medida de la distancia entre el “ser”
y el “deber”
En
la figura de María Inmaculada se puede constatar la magnificencia
del plan salvífico y nuestro camino hacia Dios. María se expropia
plenamente de si misma para que Dios sea su Señor y acepta
colaborar en la fe en el proyecto divino que se le va manifestando.
Los ecos de esta actitud los encontramos en el Canto del Magníficat.
La Inmaculada tiene para el creyente un significado ejemplar, en
cuanto que en ella se hace visible la figura de la Iglesia y, con
ella, el amor de Dios en Cristo. Por ella nos hacemos conscientes de
quién somos nosotros, los miembros de esta Iglesia, y cómo seremos
en el futuro. Ella es para nosotros la medida que nos muestra la
distancia entre el “ser” y el “deber”, la garantía de la
fidelidad del amor de Dios y el signo de esperanza, puesto que “en
ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga
(Ef 5, 27), por eso acude a ella como ‘modelo perenne’, en quien
se realiza ya la esperanza escatológica”[55].
V
CONCLUSIÓN
40.-
La necesidad de María en la historia de la salvación
Una
consideración cabal y completa del contenido de nuestra fe tiene
que incluir necesariamente la figura de María. Nosotros, cristianos
de comienzos del siglo XXI, hemos de sentir la necesidad de
reflexionar sobre dicho contenido y de ponerlo en práctica. Puesto
que la fe no es ninguna ideología ni ninguna concepción del mundo,
sino la aceptación de la salvación de Dios que se ofrece en la
historia, no se puede perder de vista la historia de esta salvación.
En todo caso, la teología tiene que hablar de María, la
espiritualidad tiene que estar impregnada de ella, la existencia
cristiana la ha de tener como referente. Ciertamente no se puede ser
en Cristo, si no se afirma la totalidad de su obra. Y María
Inmaculada es la más elevada realización de su obra salvífica.
Por tanto, cristocentrismo y mariología, devoción a Cristo y
piedad mariana no se oponen entre sí, puesto que en la historia hay
testimonios suficientes de que la mejor forma de llegar al Hijo,
Cristo, es hacerlo a través de la Madre, María.
41.-
La Inmaculada y la armonía entre la lex credendi y la lex orandi
De
la necesidad del discurso teológico sobre María surge la exigencia
de su veneración. Sólo de esta forma la teoría tiene repercusión
en la práctica y se consigue aquella armonía entre la lex
credendi y la lex orandi, que es vital para la existencia
cristiana. En este sentido, afirma Pablo VI que “la piedad de la
Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del
culto cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre
del Señor en todo tiempo y lugar -desde la bendición de Isabel
(Lc. 1, 42-45) hasta las expresiones de alabanza y súplica de
nuestro tiempo- constituye un sólido testimonio de su ‘lex
orandi’ y una invitación a reavivar en las conciencias su ‘lex
credendi’. Viceversa: la ‘lex credendi’ de la Iglesia requiere
que por todas partes florezca lozana su ‘lex orandi’ en relación
con la Madre de Cristo”[56].
42.-
España, tierra de María Inmaculada
En
una fecha tan señalada como es el CL aniversario de la definición
del Dogma de María Inmaculada no debemos olvidar tampoco el amor
singular que en nuestras tierras de España se ha profesado siempre
a la Madre de Dios. A ello se refirió Juan Pablo II ya en los
inicios de su pontificado: “Desde los primeros siglos del
cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción
mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se
reconoce como tierra de María”[57].
Y lo reiteró en su primer viaje apostólico a nuestra patria en el
otoño de 1982: “El amor mariano ha sido en vuestra historia
fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una
devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María,
sobre todo en su Inmaculada Concepción”[58].
La comunidad cristiana mira a María “como modelo de todas las
virtudes”. “En ella la naturaleza humana alcanzó su expresión
más alta, inferior sólo a la perfección del Hijo, el Verbo
encarnado. María está delante de nosotros como el modelo de una
vida que supo crecer hasta la madurez plena”[59].
Juan Pablo II, dirigiéndose a los jóvenes, decía: “Este es el
compromiso que la Virgen os deja: creced como personas,
desarrollando los talentos del cuerpo y del espíritu; creced como
cristianos, tratando de ser santos; creced como testigos de Cristo,
luz del mundo… Sed exigentes con el mundo que os rodea; sedlo en
primer lugar con vosotros mismos. Sed hijos de Dios. ¡Sentíos
orgullosos de ello!... No os resignéis a la mediocridad; no os rindáis
a los condicionamientos de los modos corrientes que imponen un
estilo de vida no conforme con los ideales cristianos”[60].
43.-
María Inmaculada, “icono escatológico de la Iglesia”
“La
Madre de Dios es figura de la Iglesia, como ya enseñaba San
Ambrosio: en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con
Cristo”[61].
Teniendo en cuenta que María Inmaculada es la perfecta redimida por
la gracia, aquella en la cual está realizado y representado
perfectamente lo que la gracia de Dios obra en la humanidad y en la
Iglesia, Juan Pablo II habla también de “María, icono escatológico
de la Iglesia”[62].
María Inmaculada “precede con su luz al peregrinante Pueblo de
Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue
el día del Señor”[63].
Ella no es “el Dios del templo, sino el templo de Dios”[64]
y transluce en cierta manera la belleza divina. “La Madre de Jesús,
glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y
comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo
futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor,
brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza
cierta y de consuelo”[65].
Como tal, a todos los que recurren a ella, los guía hacia el
encuentro con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
“Estamos
convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como
cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no
podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana
de nuestra Madre la Virgen Inmaculada”[66].
Uniéndonos a todas las iglesias diocesanas de España, también los
que formamos nuestra Iglesia diocesana peregrinaremos a la Basílica
del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para
honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su
Corazón Inmaculado.
¡Santa
María, Madre Inmaculada, recordando tu presencia alentadora al Apóstol
Santiago, en este atardecer del Año Santo Compostelano, te siento
de manera especial como Madre de la divina Gracia en los peregrinos
diocesanos y tantos otros venidos de otras Iglesias particulares.
Peregrina
de la fe, que fuiste, nos vas indicando el camino para encontrarnos
con quien es el Camino, tu Hijo, nuestro Salvador Jesucristo, que
vino para tuviéramos vida en abundancia y que fortalece nuestra
esperanza en las vísperas de amaneceres sin horizonte, vividos en
la tensión de la debilidad y fragilidad.
Nos
alegra contemplarte como Inmaculada porque nos ayudas a entender que
lo que a nosotros nos parece imposible en medio de las soledades de
nuestra peregrinación terrena, para Dios no lo es.
Al
amarte como Madre, Maestra y Esclava del Señor, nos haces reconocer
hijos, discípulos y servidores, y adentrarnos en el misterio de
Dios, único Padre, único Maestro y único Señor.
Hoy
llego a Ti con el alma agradecida, con amor filial y con la mente
confiada en tu acogida maternal, encomendándote a todos los que
formamos esta Iglesia diocesana que te saluda gozosamente diciendo:
“Ave María Purísima, sin pecado concebida”.
Solemnidad
de la Inmaculada Concepción de la Virgen María en el Año Santo
Compostelano 2004.
V
Julián BARRIO BARRIO
Arzobispo de Santiago de Compostela