PASTORAL
EN EL 150 ANIVERSARIO DE
LA DEFINICIÓN
DEL
DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

“Bienaventurada la que ha creído” Lc 1,45

I.-     INTRODUCCIÓN

Queridos diocesanos:

Llena de amor filial y profunda veneración la Iglesia Universal conmemora el CL aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. El Papa Juan Pablo II nos llamaba a preparar este acontecimiento en el mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo de 2004, el 11 de febrero pasado en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, donde la Virgen María se manifestó a Bernadette Soubirous como la “Inmaculada Concepción”.

1.- Invitación a celebrar el CL aniversario de este dogma

Con el sentir de todos los Obispos de la Iglesia en España os convoco a todos a la celebración de un Año de la Inmaculada , que comienza el próximo día 8 de diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005. Es una ocasión providencial para reflexionar “sobre el sentido de este dogma para nuestra vida de fe y renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada ”. “Esta conmemoración del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. “María guía a los fieles a la eucaristía”[1]. “María es mujer eucarística con toda su vida”[2], por ello, creceremos en amor a la Eucaristía y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana[3], si no abandonamos nunca la escuela de María: Ave verum Corpus natum de Maria Virgine![4].

2.- El Dogma de la Inmaculada en el contexto general mariológico

El 8 de diciembre de 1854 el beato Pío IX con la bula dogmática Ineffabilis Deus afirmó ser revelada por Dios “la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano...”[5]. Este dogma viene a sumarse a las múltiples declaraciones doctrinales sobre María, las cuales tienen su origen y su centro en la posición que ocupa en la historia de la salvación y, de manera especial, en su relación con Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre y Mediador de la salvación (María como virgen y madre de Dios). A partir de aquí, la mirada se dirige al principio absoluto de su existencia como persona humana preservada del pecado original en la gracia de Cristo y a la plenitud definitiva, tras su muerte, al ser asumida “en cuerpo y alma” en la gloria celeste (asunción)[6].

3.- Relevancia de la figura de María a través de la historia

Sin embargo, no sólo en estas definiciones dogmáticas, sino que durante toda la historia de la Iglesia, el nombre de María aparece dentro de los textos oficiales de la liturgia ocupando un lugar significativo ya sea en el credo o en la Eucaristía. No pocas festividades y también los meses de mayo y octubre están dedicados de forma especial a su persona. Esta especial atención que la Iglesia muestra en su liturgia con respecto a la Madre de Dios, encuentra una variada expresión en la piedad, en las oraciones, en los himnos, en los cánticos del pueblo, dejando su impronta en sus usos y costumbres. Desde siglos renombrados artistas se han esmerado en proclamar su veneración a María a través de la palabra, de la imagen y del sonido. Personas individuales, parroquias, órdenes religiosas, seminarios diocesanos o pueblos se han consagrado a ella o llevan su nombre. Santuarios marianos de peregrinación siguen siendo ámbitos privilegiados de oración en la alegría y en el dolor.

4.- La ayuda de la piedad mariana

En el contexto de la fe la piedad mariana es una ayuda eficaz para reflexionar sobre el compromiso cristiano y motivar el deseo de imitar a Cristo. La contemplación de María, en quien la salvación no puede ser considerada en la forma de la promesa sino ahora ya en la de la consumación, y el aspecto de intercesora maternal conducen a la serenidad creyente y despiertan la confianza en las fuerzas salvíficas. “El Evangelio nos describe una evolución en su vida, pasando de la fe de Israel a la fe en Jesús, el Enviado del Padre. Esta evolución sigue, como respuesta, a la progresiva revelación que Cristo hace de si mismo: bajo la forma de Siervo, luego bajo la de la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14)”[7]. Teniendo esto en cuenta, se puede decir que “sin mariología el cristianismo amenaza convertirse en inhumano...”[8].

5.- Lugar central de la Madre Dios en la Iglesia católica

“El culto del pueblo de Dios hacia María ha crecido admirablemente en veneración y amor, en oración e imitación, según sus palabras proféticas: Me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi (Lc 1,48)”[9]. Es precisamente por esto por lo que dentro de la Iglesia católica, la Madre de Dios no ha ocupado nunca un lugar marginal, sino que María es el fiel testimonio de la constitución humano-divina de su Hijo. El misterio del Salvador, que es Dios y hombre, tiene su explicación a partir de su origen. La Madre no está al margen del contenido de esta fe, sino en el centro, como lo han afirmado ya desde los inicios de la historia de la Iglesia los santos Padres y los concilios de Éfeso[10] y Calcedonia[11].

6.- María, prototipo de la Iglesia

María posee también una impronta eclesiológica, en cuanto es typus ecclesiae, figura de la Iglesia en cuanto a la fe, al amor y a la perfecta unidad con Cristo. En su fe, limpia de todo pecado, en la Encarnación ha recibido y aceptado sin reserva la Palabra de Dios y “en la santa Iglesia ocupa el lugar más alto después de Cristo y el más cercano a nosotros”[12]. Es, pues, “el fruto más espléndido de la redención y [la Iglesia] la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser”[13]. Quien considere además los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción y los sitúe en el ámbito de la antropología o escatología, comprenderá que María es asimismo un foco de la fe, de forma que en “la Mariología convergen... casi todas las líneas teológicas, la cristológica, la eclesiológica, la antropológica y la escatológica... En la Mariología tienen lugar decisiones, que son clarificadoras para la totalidad de la fe. Y viceversa, los conocimientos teológicos de la Cristología, de la Eclesiología y del tratado de la Gracia manifiestan su transcendencia en la Mariología... En ella se cristaliza la autocomprensión del creyente cristiano”[14].

7.- Relevancia histórica y teológica del dogma de la Inmaculada

El dogma de la Inmaculada Concepción, según el cual María ha sido concebida sin pecado original, tiene un significado histórico y teológico de primera magnitud a la hora de percibir y comprender todo el sentido de la antropología católica. La referencia a María como Inmaculada no se puede separar de la relación con Cristo y la Iglesia. En la intersección de estos caminos se eleva María como persona inmaculada. “La existencia de la Virgen-Madre es signo de todos los misterios cristianos: del misterio trinitario, por ser Hija elegida del Padre, madre santa del Hijo, esposa amorosa del Espíritu; del misterio de la Encarnación, por su maternidad divina; del misterio pascual-pentecostal, por haber estado como ‘socia del Salvador’ bajo la cruz y compañera de los apóstoles en el cenáculo; del misterio de la Iglesia, por ser su madre y su modelo; del misterio del fin, por estar ya asunta en la gloria trinitaria”[15].

8.- Conexión entre la devoción a Cristo y la piedad mariana

En este luminoso horizonte “María refleja las exigencias más radicales de la fe. Al honrarla en la predicación y el culto, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre. Por eso también en su acción apostólica, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen para que por medio de la Iglesia nazca y crezca también en el corazón de los creyentes”[16]. No obstante, con respecto a este, sin lugar a dudas, decisivo significado de María en la fe de la Iglesia con frecuencia se han manifestado cierta distancia y escepticismo. Se defiende, por ejemplo, un abandono del interés mariológico con el argumento de que hoy existen problemas más importantes que la cuestión mariana, como son las preguntas por Dios, Cristo y el hombre[17] y que, en consecuencia, ante la importancia de estas cuestiones la figura de María tiene que pasar a segundo plano. Sin embargo, con respecto a que hay que colocar a Cristo en el centro y que María entorpece la devoción a Cristo se debe reconocer que una sana veneración de María siempre conduce a su Hijo, a quien en todo momento abrió su mente, su voluntad y su corazón. Esta tesis se clarifica por otra parte en el ejemplo de la Ilustración, que manifestando sus reservas marianas no logró acrecentar la profunda devoción a Cristo. El mismo Martín Lutero (+ 1546) tuvo que reconocer maravillado que la limitación de la veneración mariana no conduce a una más profunda devoción a Cristo[18]. Teniendo en cuenta esta realidad, el cardenal John H. Newman pudo afirmar: “Una visión general ‑ al menos sobre Europa – nos mostrará que no son las comunidades religiosas con una acentuada devoción mariana las que cesaron de adorar a Cristo, sino precisamente las comunidades que han abandonado la veneración mariana”[19].

II     PROCESO HISTÓRICO DE LA DEFINICIÓN DEL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

9.- Dificultades para la explicitación del dogma

La contemplación de la figura de la Virgen le llevo a escribir a Dante: “Aquí está rosa en que el Verbo Divino se hizo carne”[20]. En verdad María recibió de Dios unos dones dignos de tan gran misión como fue la de ser madre de Jesús. “No hay pues que admirarse de que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa, libre de toda mancha de pecado, como si fuera una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad de todo singular, la Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Dios, como llena de gracia (Lc 1,28). Y ella responde al enviado del cielo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra (Lc 1,38)”[21]. “Llena de gracia” es el nombre que Dios elige para María. Aunque los santos Padres desde un principio consideran que María nunca estuvo sometida al pecado, sin embargo no fueron pocos los argumentos que dificultaron la explicitación de la doctrina de la Inmaculada Concepción, ya que se había de tener en cuenta la santidad propia y exclusiva de Cristo en razón de su unión hipostática y la doctrina del pecado original. La doctrina de que María había sido concebida sin mancha de pecado original tropezaba con la dificultad de que tal afirmación parecía inconciliable con la universalidad del pecado original, defendida por la tradición agustiniana, y por tanto con la necesidad de redención de todos los hombres. Tal posicionamiento cuestionaba el punto capital de la cristología y de la soteriología de que en Jesucristo Dios había redimido a todos los hombres. Creaba además dificultades la aceptación general de la doctrina agustiniana sobre la transmisión del pecado original a través del acto procreador de los padres, que se suponía siempre en la concepción de María. Ante esta problemática teológica no es de extrañar que, por ejemplo, grandes teólogos, por otra parte también grandes devotos de la Virgen, como san Anselmo de Canterbury (+ 1109), san Bernardo de Claraval (+ 1153), Pedro Lombardo (+ 1160), san Alberto Magno (+ 1280), santo Tomás de Aquino (+ 1274)[22] –y con él la teología dominicana del período siguiente– y el beato Raimundo Lulio (+1315) se opusieran a esta doctrina en función de la necesaria redención universal.

10.- La influencia orientadora del franciscano Juan Duns Escoto

En este sentido no podemos olvidar que las preocupaciones teológicas se viven en estrecha unión con los factores culturales de un tiempo determinado. En la posición de los defensores de la Inmaculada posteriores ejerció una influencia orientadora el teólogo franciscano beato Juan Duns Escoto (+ 1308), que intentó resolver la problemática soteriológica de la doctrina de la Inmaculada mediante el desarrollo de la idea de una “prerredención” (praeredemptio) o redención preventiva de María en consideración a los méritos de Jesucristo y en forma de “preservación” (praeservatio) del pecado original. Pese a esa salida teológica, la doctrina de la Concepción Inmaculada de María continuó siendo objeto de discusiones entre “maculistas” e “inmaculistas”. Aun así, la fiesta litúrgica del nacimiento de María, celebrada el 8 de diciembre en Inglaterra desde el siglo XI, aunque no estaba dedicada expresamente a la Inmaculada Concepción, expresaba que la redención realizada por Cristo comenzaba con María, impregnando cada vez más la piedad popular mariana.

11.- Establecimiento de la fiesta en la provincia eclesiástica compostelana

Para nuestra Archidiócesis Compostelana es motivo de especial satisfacción recordar que el Concilio Compostelano, celebrado en Salamanca en 1310, en la sesión del 29 de octubre estableciese que la fiesta de la Concepción de la Beatísima Virgen María se celebrara todos los años el 8 de diciembre[23].

12.- Las disposiciones del papa Sixto IV

Tras los debates medievales, debido quizás a que a comienzos del siglo XV el rey Alfonso V de Aragón elevó una súplica al emperador Segismundo para promover el dogma de la Inmaculada Concepción a ser posible en un concilio y a que la celebración de esta festividad era un hecho, el tema de la Inmaculada Concepción encontró su primer reconocimiento oficial en las disposiciones del papa Sixto IV (1471-1484), quien confirmó oficialmente la festividad y la dotó de dos nuevos oficios y una octava[24].

13.- El concilio de Trento

Este tema seguía manteniéndose vivo en el sentir de la Iglesia. Así, aunque el cardenal Pedro Pacheco, obispo de Jaén, propuso definir la Concepción Inmaculada de María el mismo día en que empezaron las deliberaciones sobre el pecado original (24 de mayo de 1546), el concilio de Trento añadió al decreto sobre el pecado original una aclaración, en la que, por un lado, se quiere respetar la neutralidad, pero que, por otro lado, suena a una toma de postura en favor de la posición inmaculista[25].

14.- Las universidades y la figura de María Inmaculada

Hay que resaltar en este contexto el hecho de que la universidad de Valencia había sido la primera de toda España que hizo promesa, juramento y voto en 1530. Más tarde el 25 de enero de 1663 mandó escribir con letras de oro la fórmula de este juramento a los pies de la imagen de María Inmaculada que preside en el salón de actos. Siguiendo el ejemplo de Valencia, otras universidades españolas y extranjeras hicieron lo mismo: Granada, Barcelona y Salamanca en 1617, a las que siguieron las portuguesas de Coimbra y Evora, la polaca de Cracovia, las italianas de Nápoles y Palermo y la francesa de Duay. Desde 1664 en España era ley del reino que en las universidades de Salamanca, Alcalá y Valladolid no se dieran grados a los que no juraran defender el misterio de la Purísima Concepción. Más tarde, en 1779 Carlos III extendió esta ley a todas las universidades de España[26].

15.- Disputas entre “maculistas” e “inmaculistas”

Entre tanto, el mundo católico se hallaba dividido en dos campos. El primero, el de los impugnadores de la Inmaculada Concepción, los maculistas, representados principalmente por los dominicos, siguiendo la enseñanza de santo Tomás de Aquino. El segundo, que constituía una gran mayoría cada vez más compacta, estaba representado por la escuela franciscana, a la que se unieron los jesuitas y que era sostenido sobre todo por el ambiente cada vez más popular. Las universidades, las instituciones, las ciudades, los príncipes y las personas particulares hacían voto especial de defender el privilegio de María[27].

16.- Disposiciones de los romanos pontífices y el apoyo de los reyes españoles

Los Papas fueron pronunciándose cada vez más favorablemente en pro de la Inmaculada Concepción de María, como es el caso de Pío V, quien renovó las disposiciones de Sixto IV y del concilio de Trento. En esta forma siguieron las cosas durante la segunda mitad del siglo XVI y primera del XVII. Innumerables teólogos y escritores católicos elaboraron importantes obras en defensa de la Inmaculada Concepción. Se llegó a veces, sobre todo en España desde 1615, a apasionadas contiendas entre los impugnadores y los defensores del privilegio mariano, y el pueblo cristiano manifestó tumultuosamente su entusiasmo por él, mientras los reyes insistían ante el Papa en la definición dogmática del misterio de la Inmaculada.

En este entusiasmo nadie aventajó a los reyes españoles, especialmente Felipe III y Felipe IV, quien estaba dispuesto a ir a Roma personalmente para obtener del Papa esta definición.

17.- La bula Sollicitudo omnium ecclesiarum de Alejandro VII

En estas circunstancias, apenas terminado este período, el papa Alejandro VII en 1661, por la bula Sollicitudo omnium ecclesiarum, daba una nueva confirmación a todas las disposiciones existentes, reconocía expresamente que el número de fieles que profesaban la doctrina de la Inmaculada había crecido de tal manera que ya “casi todos los católicos la abrazan” y ordenaba la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Las palabras con las que fundamenta el sentido de esta festividad están ya muy próximas a las de la definición de Pío IX: “El alma de ella [María] fue preservada inmune de la mancha del pecado original en el primer instante de su creación e infusión en el cuerpo, por especial gracia y privilegio de Dios, en vistas de los méritos de Jesucristo Hijo suyo, Redentor del género humano...”[28].

18.- Influencia decisiva de España en la definición

Pese a lo favorable de esta decisión, el pueblo español no cejó en su entusiasmo, como lo demuestran el que Felipe V y las Cortes (de Aragón y Castilla) de 1713 pidieran al papa Clemente XI la definición dogmática de este misterio y el mismo deseo mostró el rey al Papa Clemente XII en 1732. Esta vez, juntamente con el rey, pidieron la definición al Papa casi todos los obispos de España, las universidades y órdenes religiosas. Estas peticiones, que reunidas formaban dos volúmenes de documentos, sin lugar a dudas influyeron no poco en la definición del dogma en 1854 por Pío IX.

19.- Creación de comisiones preparatorias y la encíclica Ubi primum

A la vista de la larga discusión de la temática y de la siempre creciente corriente de los defensores de la Inmaculada Concepción, Pío IX consideró el tiempo lo suficientemente maduro para una definitiva y vinculante decisión. En comisiones propias, creadas en 1848 y que en modo alguno eran comisiones acordes, se oyeron de nuevo las distintas posiciones y fueron estudiadas ante todo dos cuestiones: la posibilidad de la definición (teniendo en cuenta la ausencia de claros testimonios bíblicos) y su oportunidad. En la encíclica Ubi primum de 1849 fueron consultados los obispos sobre su propio parecer, el de su clero y el de sus fieles. De las 603 respuestas 546 se manifestaron favorables al dogma, unas pocas en contra, algunas se abstuvieron y una minoría mostró reparos con respecto a la oportunidad. Pese al resultado positivo del episcopado mundial, se dejaron oír de nuevo voces relevantes, que recomendaban cautela. La discusión se centró especialmente en cuestiones del método del proceso probatorio teológico. Se resaltó siempre la lex orandi, el sensus fidelium y obre todo el factum ecclesiae, es decir, la doctrina y la praxis de la iglesia. En total, los esquemas para la preparación de la bula de definición fueron ocho, prevaleciendo siempre un clima favorable a la libertad de expresión[29].

20.- Definición del dogma de la Inmaculada Concepción

Como hemos visto de manera somera, el misterio de la Inmaculada había estado presente en la fe, la liturgia y las controversias doctrinales. El 8 de diciembre de 1854 en la basílica de San Pedro el Papa definía el dogma de la Inmaculada Concepción de María en los siguientes términos: “Por honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y honor de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles”[30].

21.- La bula Ineffabilis Deus

La bula Ineffabilis Deus resalta ante todo la situación especial de María en el plan salvífico: “Su creación fue determinada por Dios en uno y el mismo decreto de la Encarnación de la sabiduría divina”[31]. Como fundamento se hace referencia en primer lugar a la liturgia[32] (“la norma para la fe adquiere su fundamento por la norma del orar”) y a continuación a la prohibición de la doctrina contraria por los papas y por el concilio de Trento[33]. De la Sagrada Escritura fueron aducidos el “protoevangelio” (Gn 3,15)[34] y el saludo del ángel (“la llena de gracia”: Lc 1, 28). De la tradición se resalta el paralelismo Eva-María, la elevada concepción de María por parte de los Padres como la aplastadora de la serpiente y la veneración de la Inmaculada por parte de los antepasados. “En esta línea se acepta como criterio iluminador que sea el sentir de la Iglesia –su conciencia actual– y no el positivismo unilateral lo que prevalezca como base del contenido del documento”[35].

22.- Sentido y contenido de la definición

El sentido del dogma consiste en que María, por su posición privilegiada de Madre de Dios, fue redimida de una manera singular: no fue concebida separada de Dios por el pecado como todos los demás hombres. En su existencia no hubo ningún momento privado de gracia. El estado de gracia no comenzó con el nacimiento, sino que coincidió con el despuntar de su vida.

Por otra parte, el misterio de la Inmaculada Concepción no tiene nada que ver con la situación ético-religiosa de los progenitores de María al tiempo de la concepción. No se trata del estado o conducta de los padres, sino de la hija engendrada. María no se vio en ningún momento sumida en la condición de pecado de los demás hombres. La formulación dogmática no habla en ningún momento de la conducta de sus padres, pero el fruto de su acción vivió desde el primer momento en aquella íntima unión con Dios que poseyeron originariamente los primeros padres y que después perdieron. Si María se vio libre de pecado fue por una gracia de Dios, puesto que tampoco ella podía librarse por sí misma de él. También de suyo estaba sometida al pecado, porque era de la estirpe de Adán, era un miembro de la humanidad necesitada de la redención. Cuanto fue, no lo fue por desarrollo de su yo creador, sino por don de Dios[36]. El dogma de la inmunidad de María del pecado original no suprime la necesidad de redención del hombre, sino que la destaca, en cuanto que nos muestra a María como la primera redimida de su Hijo, como a la creación restaurada en medio de la creación corrompida. En este contexto son clarificadoras las palabras del teólogo K. Rahner: “No porque María no necesitase la redención, sino por ser la única redimida sin la cual la redención no puede concebirse como victoria. El dogma de la Inmaculada Concepción brota del corazón de la doctrina redentora sobre Jesucristo, único y exclusivo mediador, el Hijo de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó propter nos homines et propter nostram salutem”[37].

III   VALOR ANTROPOLÓGICO DEL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

23.- El misterio de la Inmaculada y su importancia antropológica

El enunciado de fe relativo al misterio de la Inmaculada Concepción es importante desde el punto de vista antropológico para la comprensión de la elección y la gracia, y para la realización de la libertad humana. “Esto es bueno y grato ante Dios nuestro salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,3-4). Pero la libertad creada no se ve limitada o entorpecida por la predeterminación de todos los hombres a la salvación en virtud de la gracia, sino que es activamente motivada para llegar a la consumación plena que le es propia. De este modo en María la humanidad encuentra el ejemplo de realización de su vocación. “La realidad en que creía se convirtió en contenido de su existencia inmediata, en una unidad que era tanto gracia como naturalidad, obediencia como cumplimiento, realización con belleza”[38].

24.- De la dimensión cristológica a la dimensión antropológica

De esta forma, la reflexión mariológica tras la larga etapa de los primeros tiempos de la Iglesia, en los que se reflexionó prioritariamente sobre la dimensión cristológica, con el dogma de la Inmaculada Concepción da prioridad a la perspectiva antropológica, es decir, a las cuestiones sobre el estado original, la donación de la gracia, el desarrollo de la vida cristiana y el destino final del hombre[39].

25.- Razones para el cambio de perspectiva

Este cambio de perspectiva tiene lugar dentro de un contexto cultural y espiritual de la exaltación moderna del hombre en su subjetividad, llevada hasta el punto de eliminar todo interlocutor teológico y toda salvación procedente de lo alto, por un lado, y la exaltación que hace la Reforma de la gloria de Dios, con una concepción negativa y pasiva del obrar del hombre, por otro. Entre estos dos extremos –la gloria del hombre a costa de la muerte de Dios y la gloria de Dios a costa de la negación del hombre– se sitúa la fe eclesial, en continuidad con el difícil equilibrio del dogma cristológico calcedonense, que une lo humano y lo divino en Jesús “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”[40], en la unidad de la persona divina del Verbo encarnado. Si en los primeros momentos la mariología había estado al servicio del mantenimiento del dogma cristológico, en la edad moderna se convierte en generador de luz para iluminar la antropología tan debatida actualmente.

26.- El dogma de la Inmaculada en el trasfondo polémico moderno

El dogma de la Inmaculada Concepción de María se sitúa, pues, en el trasfondo polémico del espíritu moderno y viene a significar la absoluta primacía de la iniciativa de Dios en la historia de la redención, manifestada de forma singular en la historia de María en contra de la idea del hombre como árbitro absoluto de su propio destino y artífice único del propio progreso. En contraposición a una concepción pelagiana de la libertad como facultad esencialmente autosuficiente, capaz de optar incondicionalmente por el bien, sin necesidad de instancias exteriores de apoyo, y al predominio de la subjetividad humana –que alcanzó las más elevadas cotas en la Ilustración – el misterio de la Inmaculada pretende reafirmar la primacía de la trascendencia, el absoluto “pre-venir” (praevenire) de Dios. El Mediador único y perfecto Jesucristo escogió para su Madre un acto perfectísimo de mediación, como fue el de haber querido preservarla del pecado original. Con esta concepción quedaba a salvo la necesidad universal de la redención realizada por Cristo, a la vez que surgía la de la elección absolutamente libre y gratuita de María por parte de Dios, en la que ella había podido consentir libremente en la previsión del Eterno y en la realización histórica de su existencia.

27.- Carácter “personalista” de la definición

Presupuesta la primacía de Dios, la definición presenta además un carácter “personalista”, en cuanto que la persona de María (y no sólo su “alma”, como decía Alejandro VII) tiene una relación preeminente con Dios Trino en el proyecto salvífico. “Redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo y unida a El de manera íntima e indisoluble, está enriquecida con este don y dignidad: es la Madre del Hijo de Dios. Por tanto es la hija predilecta del Padre y el templo del Espíritu Santo. Debido a esta gracia tan extraordinaria, aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la tierra”[41]. El misterio de la gracia es, pues, el que domina la economía de la salvación.

28.- María Inmaculada, germen positivo de gracia

Esta afirmación absoluta de la primacía de la iniciativa divina, fundamento de todo misterio de la salvación, muestra claramente que el dogma de la Concepción Inmaculada de María es “un capítulo de la doctrina misma de la redención y su contenido constituye la manera más perfecta y radical de redención”[42]. El misterio de María Inmaculada pertenece al ámbito de la historia de la salvación. Por gracia ella consigue romper la herencia de pecado de la historia, naciendo sin pecado original y por gracia se ha mantenido siempre en gracia. En el diálogo con el ángel (Lc 1,26-38) se manifiesta el misterio de gracia de María, en cuanto que para ser madre de Cristo pudo dialogar con Dios en actitud de gracia. No se encontraba, pues, inmersa en el pecado, sino que sólo como limpia e inmaculada pudo mantener en plenitud su alianza de amor con Dios, apareciendo así como la elegida, la amada, la “llena de gracia”. Por todo esto, el misterio de la Concepción Inmaculada de María, lejos de ser una excepción carente de sentido, viene a desvelarse como una realidad muy relevante de la historia de la salvación. Sobre el estado de pecado de la humanidad, que amenaza con romper y destruir todo lo humano, Dios ha tomado la iniciativa y ha querido suscitar un nuevo tipo de existencia. Para hacerlo humanamente no ha querido introducirse por la fuerza, verticalmente desde arriba, como si obligara a los hombres a salvarse en contra de su voluntad, sino que quiere salvarnos a través de nuestra misma historia humana y por eso ha introducido en ella un germen positivo de gracia, una semilla de esperanza que ha venido a culminar en Cristo. Para ello, a través de María establece un dialogante humano que recibe su palabra final y le responde, de forma que su salvación, siendo divina, es al mismo tiempo salvación humana. María Inmaculada escucha la palabra de Dios y le responde de forma plena, haciendo así posible la salvación del hombre.

29.- La Inmaculada Concepción como la suprema comunicación de Dios a una persona

En el saludo del ángel: “Alégrate, llena de gracia”, la idea fundamental de gracia podría concretarse como santidad del hombre por la comunión con Dios mismo. Designar la santidad de María como “gracia” indica que la persona y la identidad de María deben ser entendidas a la luz de la comunicación de Dios a María. Sin embargo, puesto que todos los cristianos son llamados “santos” y herederos de la “condición de hijos de Dios” (Gál 4,5), es preciso buscar una expresión que resalte la condición eminente de María porque ella es la “llena de gracia”, la “favorecida en grado sumo”. Puesto que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre y María su verdadera Madre, no parece pretencioso considerar esta realidad como la suprema comunicación de Dios a una persona humana.

30.- La “plenitud de gracia” punto culminante de la historia de la salvación

La “plenitud de gracia” implica así la dialéctica entre la soberanía divina y la condición histórica del hombre. Hablar de la “plenitud de gracia” de María quiere expresar el hecho de su maternidad al mismo tiempo como punto culminante de la historia de la salvación y como acción personal de María. No de otra forma piensa K. Rahner cuando afirma que la “maternidad divina, según el testimonio de la Escritura, no se identifica simplemente con el hecho biológico de que María, en cierto modo ‘pasivamente’, es la madre de Jesús –y Jesús el Hijo de Dios‑. La Escritura, en san Lucas, declara expresamente, además de esto, que la maternidad es libre acto de fe de la Virgen. Este acto es causa de la maternidad, y ambas realidades forman una unidad. No podemos interpretar ese ‘sí’ creyente de María que narra san Lucas como un mero capítulo de la biografía privada de la Virgen; desprovisto, por tanto, para nosotros de mayor interés. Este ‘sí’, por el contrario, [...] es un acontecimiento solemne en la historia pública (‘oficial’) de la salvación. Por eso lo relata san Lucas, no como idilio religioso y edificante de una vida privada, sino como historia de la salvación de la humanidad. María es bienaventurada porque creyó y porque su vientre bendito portó lo santo. Su ‘sí’ en la Anunciación no puede, por tanto, interpretarse como mera condición previa, externa, a un acontecimiento que como humano [...] sería exactamente el que es, aunque este ‘sí’ no hubiera existido. María es madre en sentido personal y no solamente biológico. Así considerada, su maternidad divina personal precede –hablando un poco audazmente‑ a la filiación divina de su hijo. No es que un proceso biológico de María tenga por objeto [...] una persona divina, sin que la Virgen haya tomado parte alguna en él. La fe dócil de la Virgen –sin la cual no sería madre de Dios‑ es en verdad pura gracia divina. [...] Por todo ello hay que decir con toda verdad que María, por nosotros y por nuestra salvación, franqueó al Verbo eterno la entrada en nuestra carne de pecado”[43].

31.- La gracia individual de María es gracia para todos

La concepción del Verbo, sin dejar de ser acto personal de María, es pura gracia. Pero Dios quiso añadir, como condición necesaria a este don concedido a la Virgen, la palabra libre de su fe. “[María] es el lugar de la fecundidad superabundante. La encarnación del Verbo se produce gracias a la fe de la Virgen”[44]. La Inmaculada Concepción constituye la indispensable preparación de dicha fecundidad. En consecuencia, María ha sido redimida de la manera más perfecta, en cuanto que la redención como gracia individual es siempre bendición para otros. Siendo así que la redención acaece como acogida de Cristo en la fe, este acto de acoger es también gracia. Por ello, la redención más perfecta consiste en “concebir” a Cristo en la fe[45] y en el cuerpo para la salvación de todos, en el acto más santo de la libertad, que es al mismo tiempo gracia. Por su situación precisa en el punto de la historia de la salvación en el que se realiza definitiva e irrevocablemente la salvación del mundo, a través de su libertad, como obra de Dios, la Inmaculada es, por tanto, el prototipo por antonomasia de la redención. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que su cooperación no es constitutiva de la redención, pues ella no se convierte nunca en “don”, aunque sin ella el don no hubiera podido realizarse[46].

32.- El dogma de la Inmaculada y la concepción antropológica

Además de la exaltación moderna del hombre en su subjetividad, llevada hasta el punto de eliminar todo interlocutor teológico y toda salvación procedente de lo alto, el pesimismo frente al hombre, establecido por la Reforma, contribuyó de forma decisiva en el desarrollo del dogma mariano de la Inmaculada Concepción en la época moderna. La cuestión clave para Lutero era: o Dios o el hombre y, ante esta alternativa, opta por Dios: “sola fe”, “sola gracia”, “solo Cristo”, “solo Dios”[47]. A partir de este momento, la conciencia, ciegamente entregada en las manos de Dios, deja de sentirse aterrada por la incapacidad de merecer la salvación y se crea una situación nueva, caracterizada por un sentido de liberación, de paz interior y de confianza en la misericordia divina. Dios tiene la absoluta primacía en la obra de la salvación, por lo que se rechaza toda posible mediación humana.

El dogma mariano de la Inmaculada Concepción, sin desconocer la indiscutible primacía de la gracia, nos ofrece de forma paradigmática una visión de la antropología en la que Dios no sólo no rivaliza con el hombre sino que conforma plenamente su vida: “La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios. Si la manifestación que hace de si mismo creándolas confiere la vida a todas las creaturas que viven sobre la tierra, cuanta más vida da la manifestación del Padre por su Verbo a los que ven a Dios”, escribía san Ireneo[48].

33.- La referencia cristológica de María Inmaculada

La formulación dogmática de que María ha sido concebida sin pecado original, por un lado, nos habla de Dios, quien mediante la Inmaculada Concepción de María posibilitó la reanudación del diálogo con el hombre, que había quedado roto con la intervención de Eva, signo de la madre pecadora, de manera que los hombres pudieran buscar y de alguna forma lograr suscitar la salvación sobre la tierra.

Por otro lado, hace referencia a Cristo, en cuanto que, según la definición dogmática, “Dios ha preservado a María de pecado en atención a los méritos de Cristo”. Con esto se expresa que no es Inmaculada por sí misma, sino por los méritos de Cristo. Lo que equivale a decir que sólo se le puede comprender desde Cristo. El que no comparta la verdad de que el Verbo divino se encarnó en la carne de Adán para asumir redentoramente al mundo entero en la vida misma de Dios, tampoco puede comprender el dogma la Inmaculada Concepción de María. La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II dice que en la Anunciación le fue revelado a María quién era el único mediador entre Dios y los hombres: aquel que sería el hijo de sus entrañas por obra del Espíritu. Al aceptar sin condiciones la maternidad, María aceptó al Mediador, al Hijo del Altísimo. De esta forma, se sometió totalmente a la voluntad de Dios (Lc 1,38). Este es “el primer momento de sumisión a la única mediación, a la de Jesucristo: la aceptación de la maternidad por parte de la Virgen de Nazaret”[49].

Por su fe, María fue “la compañera singularmente generosa” de Jesús. Le siguió radical y totalmente. Su vida fue un constante asociarse a Jesús, como la primera discípula y seguidora. De este modo, “entraba de manera muy personal en la única mediación entre Dios y los hombres, que es la mediación del hombre Cristo Jesús”[50]. Sin Jesucristo, habría sido como un sarmiento cortado de la vid, como una esclava sin redentor, como un vientre materno sin fruto, como una mujer sin gracia. Todo lo que ella era, lo había recibido de Dios por medio de Jesús. María está total y completamente sumergida en el misterio de Cristo. Una falsa interpretación de Cristo conduce forzosamente a una falsa interpretación de María. Y a la inversa, en María se pone de manifiesto quién es Cristo. En este sentido se puede entender el antiguo dicho de que María es la vencedora de todas las herejías cristológicas.

34.- María, acueducto de la santidad del Salvador

En este contexto no debe haber temor alguno a que, venerando a la Virgen, se caiga en la idolatría. Lo que nosotros veneramos en la Inmaculada es simplemente la gloria que Dios promete a toda criatura. No hay, por tanto, lugar para temer que le atribuyamos a ella la gloria únicamente debida a Dios (Is 42,8 y 48,11). Asimismo, María no es la fuente de la gracia. Este título le pertenece únicamente a su Hijo. Ella es, según las palabras de san Bernardo, el acueducto por el cual la santidad del Salvador se expande por toda la humanidad salvada, puesto que ella permanecerá para siempre aquella en quien y por quien Jesús hizo nuestra humanidad suya. Por todo ello, “María no es tanto la única cuanto la primera. La gracia que hace a María la mujer bendita es la misma gracia que hace bendita a la humanidad. En este sentido, María no es una privilegiada, una excepción, sino la expresión máxima de la benevolencia amorosa de Dios Padre sobre el mundo”[51].

IV      SIGNIFICADO DEL DOGMA DE LA INMACULADA PARA EL HOMBRE ACTUAL

35.- Florecimiento de la reflexión teológica mariana

A mediados del siglo XX, la mariología, como reflexión teológica sobre la figura de la madre de Nuestro Señor, al menos desde el punto de vista cuantitativo, era el campo más cultivado de la teología católica[52]. El elenco bibliográfico relativo a temas marianos hacia 1959 contaba con unos 100.000 títulos de libros. Hacia finales del pontificado de Pío XII abundaron las jornadas y congresos marianos y mariológicos. Sólo en 1954, proclamado “Año Mariano”, tuvieron lugar 43 congresos. Objeto de estudio fue todo lo que podría tener relación con María. Baste citar, como ejemplo significativo, los abundantes congresos internacionales marianos que tuvieron lugar entre 1950 y el final del Concilio Vaticano II. De ellos el congreso celebrado en Roma publicó sus actas que en 1950 comprendían trece considerables volúmenes. El congreso siguiente del año 1954 alcanzó el número de dieciocho voluminosos tomos.

36.- Retroceso actual en el número de publicaciones mariológicas

Si comparamos estos fríos datos estadísticos con la realidad actual, comprobamos que el número de publicaciones marianas o mariológicas ha sufrido un retroceso. Por lo que respecta a la piedad y a la devoción marianas, se puede constatar que, si bien el número de peregrinos a Lourdes, a Fátima y a otros santuarios marianos se incrementa, el de los participantes en otras formas de devoción, como actos dedicados a María o rezo del santo rosario, ha decrecido en el proceso de secularización de nuestra sociedad.

37.- Motivos del decaimiento

Ciertamente esta caída en la devoción a la Madre de Dios es motivo de inquietud y hay que encuadrarla dentro del espíritu de la denominada “segunda Ilustración” y de un descomedido celo que tal vez, dentro de la Iglesia, ha presentado una imagen desfigurada de María. El mismo papa Pablo VI, a la hora de determinar los motivos de la disminución del interés por la figura de María, se ha referido a esta circunstancia, exhortando a todos los responsables para remediar la situación, puesto que “ante todo, la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y, tanto menos, por el ambiente socio-cultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes, sino porque en sus condiciones concretas de vida ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios (Lc 1, 38); porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio: porque, es decir, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente”[53].

38.- Importancia histórico-salvífiva de María para el hombre de hoy

Hemos de hacer referencia a la importancia histórico-salvífica de la Inmaculada Concepción para el hombre de nuestros días. En María Inmaculada nos sale al encuentro una visión del hombre conforme al designio de Dios. El representar Ella a la humanidad perfecta conforme al plan divino conlleva que no puede ser considerada aisladamente en un único tratado teológico, sino en todos los lugares donde la ciencia de la fe hable del hombre. En el misterio de la Inmaculada Concepción se concretan de forma visible las cuestiones de la relación entre la actividad divina y humana, de la esencia y sentido de la justificación y santificación, del estado del hombre perfecto. En esta definición dogmática no se trata sólo de María, sino de Cristo, de la Iglesia, del hombre en gracia, es decir, de la inteligencia de toda la revelación. María Inmaculada no es sólo un individuo, sino también una figura de significación típica en la historia de la salvación. Por esta razón, cae dentro del misterio de la Inmaculada Concepción todo el contenido de nuestra fe, pudiendo también decir que los contenidos cristológicos, eclesiológicos, escatológicos y los relativos a la doctrina de la gracia descubren todo su alcance en este misterio. Esta es la razón por la que esta verdad tiene fuerza existencial para la fe en Cristo y para el hombre cristiano actual. En ella cristaliza la automanifestación del cristiano. “María es el sitio en que Dios nos dice: He aquí el hombre. Estando en máximo contacto con el Verbo, ella es lo más completamente humano, lo humano sin la frustración del pecado que velaría la aparición del Icono de Dios. La gracia que María recibió en lo secreto de su ser aparece luego cuando ella efectúa el don de su persona en el seguimiento de su Hijo. Así manifiesta que en todo hombre existe secretamente, velado por el mal, lo que en ella quedó revelado: el Icono del Verbo. En todo ser, aun en el peor de los pecadores, permanece el sello de Dios. Nadie, pues, tiene el derecho de desesperar de su hermano, cualquiera que sea; en nombre de aquello que en él queda de santo. María muestra por excelencia eso que en cada uno subsiste, frágil y quebrado. Cuando se cree esto, la Inmaculada Concepción lleva al respeto por el otro y a la esperanza compartida”[54].

39.- María Inmaculada como la medida de la distancia entre el “ser” y el “deber”

En la figura de María Inmaculada se puede constatar la magnificencia del plan salvífico y nuestro camino hacia Dios. María se expropia plenamente de si misma para que Dios sea su Señor y acepta colaborar en la fe en el proyecto divino que se le va manifestando. Los ecos de esta actitud los encontramos en el Canto del Magníficat. La Inmaculada tiene para el creyente un significado ejemplar, en cuanto que en ella se hace visible la figura de la Iglesia y, con ella, el amor de Dios en Cristo. Por ella nos hacemos conscientes de quién somos nosotros, los miembros de esta Iglesia, y cómo seremos en el futuro. Ella es para nosotros la medida que nos muestra la distancia entre el “ser” y el “deber”, la garantía de la fidelidad del amor de Dios y el signo de esperanza, puesto que “en ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (Ef 5, 27), por eso acude a ella como ‘modelo perenne’, en quien se realiza ya la esperanza escatológica”[55].

V       CONCLUSIÓN

40.- La necesidad de María en la historia de la salvación

Una consideración cabal y completa del contenido de nuestra fe tiene que incluir necesariamente la figura de María. Nosotros, cristianos de comienzos del siglo XXI, hemos de sentir la necesidad de reflexionar sobre dicho contenido y de ponerlo en práctica. Puesto que la fe no es ninguna ideología ni ninguna concepción del mundo, sino la aceptación de la salvación de Dios que se ofrece en la historia, no se puede perder de vista la historia de esta salvación. En todo caso, la teología tiene que hablar de María, la espiritualidad tiene que estar impregnada de ella, la existencia cristiana la ha de tener como referente. Ciertamente no se puede ser en Cristo, si no se afirma la totalidad de su obra. Y María Inmaculada es la más elevada realización de su obra salvífica. Por tanto, cristocentrismo y mariología, devoción a Cristo y piedad mariana no se oponen entre sí, puesto que en la historia hay testimonios suficientes de que la mejor forma de llegar al Hijo, Cristo, es hacerlo a través de la Madre, María.

41.- La Inmaculada y la armonía entre la lex credendi y la lex orandi

De la necesidad del discurso teológico sobre María surge la exigencia de su veneración. Sólo de esta forma la teoría tiene repercusión en la práctica y se consigue aquella armonía entre la lex credendi y la lex orandi, que es vital para la existencia cristiana. En este sentido, afirma Pablo VI que “la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar -desde la bendición de Isabel (Lc. 1, 42-45) hasta las expresiones de alabanza y súplica de nuestro tiempo- constituye un sólido testimonio de su ‘lex orandi’ y una invitación a reavivar en las conciencias su ‘lex credendi’. Viceversa: la ‘lex credendi’ de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su ‘lex orandi’ en relación con la Madre de Cristo”[56].

42.- España, tierra de María Inmaculada

En una fecha tan señalada como es el CL aniversario de la definición del Dogma de María Inmaculada no debemos olvidar tampoco el amor singular que en nuestras tierras de España se ha profesado siempre a la Madre de Dios. A ello se refirió Juan Pablo II ya en los inicios de su pontificado: “Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como tierra de María[57]. Y lo reiteró en su primer viaje apostólico a nuestra patria en el otoño de 1982: “El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción”[58]. La comunidad cristiana mira a María “como modelo de todas las virtudes”. “En ella la naturaleza humana alcanzó su expresión más alta, inferior sólo a la perfección del Hijo, el Verbo encarnado. María está delante de nosotros como el modelo de una vida que supo crecer hasta la madurez plena”[59]. Juan Pablo II, dirigiéndose a los jóvenes, decía: “Este es el compromiso que la Virgen os deja: creced como personas, desarrollando los talentos del cuerpo y del espíritu; creced como cristianos, tratando de ser santos; creced como testigos de Cristo, luz del mundo… Sed exigentes con el mundo que os rodea; sedlo en primer lugar con vosotros mismos. Sed hijos de Dios. ¡Sentíos orgullosos de ello!... No os resignéis a la mediocridad; no os rindáis a los condicionamientos de los modos corrientes que imponen un estilo de vida no conforme con los ideales cristianos”[60].

43.- María Inmaculada, “icono escatológico de la Iglesia”

“La Madre de Dios es figura de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio: en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo”[61]. Teniendo en cuenta que María Inmaculada es la perfecta redimida por la gracia, aquella en la cual está realizado y representado perfectamente lo que la gracia de Dios obra en la humanidad y en la Iglesia, Juan Pablo II habla también de “María, icono escatológico de la Iglesia”[62]. María Inmaculada “precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor”[63]. Ella no es “el Dios del templo, sino el templo de Dios”[64] y transluce en cierta manera la belleza divina. “La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo”[65]. Como tal, a todos los que recurren a ella, los guía hacia el encuentro con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

“Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada”[66]. Uniéndonos a todas las iglesias diocesanas de España, también los que formamos nuestra Iglesia diocesana peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

¡Santa María, Madre Inmaculada, recordando tu presencia alentadora al Apóstol Santiago, en este atardecer del Año Santo Compostelano, te siento de manera especial como Madre de la divina Gracia en los peregrinos diocesanos y tantos otros venidos de otras Iglesias particulares.

Peregrina de la fe, que fuiste, nos vas indicando el camino para encontrarnos con quien es el Camino, tu Hijo, nuestro Salvador Jesucristo, que vino para tuviéramos vida en abundancia y que fortalece nuestra esperanza en las vísperas de amaneceres sin horizonte, vividos en la tensión de la debilidad y fragilidad.

Nos alegra contemplarte como Inmaculada porque nos ayudas a entender que lo que a nosotros nos parece imposible en medio de las soledades de nuestra peregrinación terrena, para Dios no lo es.

Al amarte como Madre, Maestra y Esclava del Señor, nos haces reconocer hijos, discípulos y servidores, y adentrarnos en el misterio de Dios, único Padre, único Maestro y único Señor.

Hoy llego a Ti con el alma agradecida, con amor filial y con la mente confiada en tu acogida maternal, encomendándote a todos los que formamos esta Iglesia diocesana que te saluda gozosamente diciendo: “Ave María Purísima, sin pecado concebida”.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María en el Año Santo Compostelano 2004.

V Julián BARRIO BARRIO
Arzobispo de Santiago de Compostela



[1]    JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris Mater, 44.

[2]    JUAN PABLO II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 53.

[3] Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 11; Decreto Presbyterorum ordinis, 5.

[4]   Mensaje de la Asamblea Plenaria en el CL aniversario de la definición del dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María , Madrid 25 de noviembre de 2004, nº 11.

[5]  H.DENZINGER-P. HÜNERMANN, El magisterio de la Iglesia. Enchiridion Symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Barcelona 1999, 2803 (=DH).

[6]    Cf. G.L. MÜLLER, Teoría y práctica de la teología (Barcelona, 1998), 482.

[7]     ALBERT ROUET, María, la aventura de la fe, Santander 1980, 38.

[8]     Cf. HANS URS VON BALTHASAR, Klarstellungen (Freiburg, 1971, 72.

[9]     CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia , 66.

[10]    DH 251.

[11]    DH 301.

[12]    Ibid., 54.

[13]    CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, 103.

[14]     Cf. M. SCHMAUS, Teología dogmática, Vol: VIII: La Virgen María , Madrid 21963, 36 s.

[15]    M.G. MASCIARELLI, “Il futuro, categoria determinante del presente ecclesiale, realizzato en Maria glorificata”, C. CARVELLO – S. DE FIORES, Maria, icona viva della Chiesa futura, Roma 1998, 31.

[16]    CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia , 65.

[17]   Cf. K. RIESENHUBER, Maria im theologischen Verständnis von K. Barth und K. Rahner, Freiburg-Basel-Wien 1973, 7.

[18]    Predigt am Tage Annunciationis / 25. März 1532, en Weimarer Ausgabe 36, 152.

[19]  Cit. por L. GOVAERT, Kardinal Newmans Mariologie und sein persönlicher Werdegang, Salzburg-München 1975, 78 s.

[20] DANTE ALIGHIERI, Divina Comedia, Canto XXIII, 73.

[21] CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia , 56.

[22]    S.Th. III, q. 27, a . 2: “De la santificación de la beata Virgen, en cuanto hubiese sido santificada in utero, nada dice la Escritura canónica, la cual no menciona ni siquiera su nacimiento. Pero, como dice Agustín, razonablemente se argumenta que ha ascendido al cielo en cuerpo, lo que tampoco nos dice la Escritura. Así también podemos argumentar razonablemente que ha sido santificada in utero”.

[23]    “Statuimus quod festum Conceptionis beatae Virginia gloriosae per totam compostelanam provinciam singulis annis VI idus decembris solemniter celebretur”: Vid. F. FITA Y COLOMÉ, Actas inéditas de siete concilios españoles: celebrados desde el año 1282 hasta el de 1314, Imp. de F. Maroto e Hijos; Madrid 1882, 73. Vid. también J. JUSTO FERNÁNDEZ, Los concilios medievales compostelanos (1120-1563): estudio y edición crítica, Salamanca 2000.

[24]     DH 1400: “Cuando indagando con devota consideración, escudriñamos las excelsas prerrogativas de los méritos que la reina de los cielos, la gloriosa Virgen Madre de Dios, levantada a los eternos tronos, brilla como estrella de la mañana entre los astros...: Cosa digna, o más bien cosa debida reputamos, invitar a todos los fieles de Cristo con indulgencia y perdón de los pecados, a que den gracias al Dios omnipotente (cuya providencia, mirando desde la eternidad la humildad de la misma Virgen, con preparación del Espíritu Santo, la constituyó habitación de su Unigénito, para reconciliar con su Autor la naturaleza humana, sujeta por la caída del primer hombre a la muerte eterna, tomando de ella la carne de nuestra mortalidad para la redención del pueblo y permaneciendo ella, no obstante, después del parto, virgen sin mancilla), den gracias, decimos, y alabanzas por la maravillosa concepción de la misma Virgen inmaculada y digan, por tanto, las misas y otros oficios instituidos en la Iglesia y a ellos asistan, a fin de que con ello, por los méritos e intercesión de la misma Virgen, se hagan más aptos para la divina gracia”. Cf. G. SÖLL, Mariologie, en Handbuch der Dogmengeschichte, III/IV, Freiburg 1978, 180s. y 188s.

[25]  DH 1516: “Declara, sin embargo, este mismo santo Concilio que no es intención suya comprender en este decreto, en que se trata del pecado original a la bienaventurada e inmaculada Virgen María, Madre de Dios, sino que han de observarse las constituciones del Papa Sixto IV, de feliz recordación, bajo las penas en aquellas constituciones contenidas, que el Concilio renueva”.

[26]    J.B. FERRERES, María por España y España por María, Barcelona 1910, 209 ss.

[27]    Este voto incluía en el caso concreto del profesado por Juan IV de Portugal obligarse a defender la Concepción Inmaculada de María “hasta derramar la propia sangre, si necesario fuera”. Este mismo voto de defender esta verdad vita et morte lo profesaron también las órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara: cf. J.B. FERRERES, Ob. cit., 216 ss.

[28]      DH 2915. 

[29]    En los trabajos finales de la elaboración de la bula tuvo una significativa intervención el Cardenal Arzobispo Compostelano D. Miguel García Cuesta. “En el verano del mismo año [1854] era reclamado a Roma por el Papa Pío IX en los últimos trabajos preparatorios de la Definición del Dogma de la Inmaculada Concepción […]. Estuvo ausente [de la diócesis] por este motivo hasta marzo de 1855 […]. Según cuenta el Señor Labín Cabello, el discurso en latín que pronunció en la Congregación Preparatoria hizo que se modificase la redacción de la Bula Ineffabilis definitoria del Dogma en cuatro puntos” J. J. CEBRIAN FRANCO, Obispos de Iria y Arzobispos de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela 1997, 282; cf. Historias de las diócesis españolas, XIV: Santiago de Compostela y Tuy-Vigo, BAC, Madrid 2002, 421.

[30]     DH 2803.

[31]    Cf. R. GRABER – A. ZIEGENAUS, Die marianischen Weltrundschreiben der Päpste von Pius IX. bis Johannes Paul II, Regensburg  31997, nº 6.

[32]    Ibid., nº 7, 8.

[33]    Ibid., nº 9, 11.

[34]   Gn 3,15: “Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; él te aplastará la cabeza mientras tú te abalances a su calcañal”.

[35]   Cf. . M. PONCE CUÉLLAR, María, madre del Redentor y madre de la Iglesia , Barcelona 22001, 407. Vid. también M. SEYBOLD, “Unbefleckte Empfängnis”, Lexikon der Marienkunde 6, 522 s.

[36]    Escribió San Ireneo: “El puro abriría de una manera pura el seno puro que regenera a los hombres en Dios, y al que él mismo había hecho puro” Adversus Haereses, IV, 33, 11.

[37]    Cf. K. RAHNER, Escritos de teología, t. I, Madrid 1963, 236.

[38]       Así lo expresaba Romano Guardini. Cf. ANGELES GALINO, La vocación de María: Bienaventurada, ed. Joaquín Luis Ortega, B.A.C., Madrid 2001, 122.

[39]    Cf. B. FORTE, María, la mujer icono del misterio. Ensayo de mariología simbólico-narrativa, Salamanca 1993, 135.

[40]       DH 302.

[41]   CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia , 53.

[42]   Cf. K. RAHNER, Ob. cit., 235.

[43]    K. RAHNER, Ob. cit., 225 s.

[44]   HANS URS VON BALTHASAR, La Gloire et la Croix , I, París 1965, 286.

[45]   Escribe san Agustín que María concibió a Cristo antes con la mente que en el útero: “Creditur Christus et fide concipitur. Fit prius adventus fidei in cor virginis et sequitur fecunditas in utero materno”: Sermo CCXLIII: PL 38, 1327.

[46]    Cf. K. RIESENHUBER, Ob. cit., 77-97.

[47]    Cf. W. STAEHLIN, “Allein”. Recht und Gefahr einer polemischen Formel, Stuttgart 1950.

[48]    SAN IRENEO DE LYON, Adversus haereses, 4,20,7.

[49]    JUAN PABLO II, Redemptoris Mater, n. 39.

[50]    Ibid.

[51]    Cf. J.C.R. GARCÍA PAREDES, Mariología, Madrid 1999, 353.

[52]   G. BESSUTTI, Bibliografía mariana, 3 vols., Roma 1950-1958.

[53]    PABLO VI, Exhortación apostólica Marialis cultus, n. 35.

[54]   ALBERT ROUET, María, la ventura de la fe, 75.

[55]   Cf. Mensaje de la Asamblea Plenaria en el CL aniversario de la definición del Dogma de la Inmaculada Concepción de María. Madrid, 25 de noviembre de 2004, nº 4.

[56]   PABLO VI, Marialis cultuss, n. 56.

[57] JUAN PABLO II, Mensaje a los Congresos Mariológico y Mariano de Zaragoza (12.10.1979).

[58]   JUAN PABLO II, Alocución en el acto mariano celebrado en Zaragoza (6.11.1982), 3.

[59]   Saludo final del Papa a los jóvenes en Czestochowa, 15-8-1991: JUAN PABLO II, Queridísimos jóvenes, Barcelona 1995, 25.

[60]    Ibid.

[61]   CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia , 63.

[62]  Alabanza a la Trinidad. El hombre y su encuentro con Dios. Catequesis del gran jubileo (Madrid, 2002), 165.

[63]    CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia , 68.

[64]    SAN AMBROSIO, De Spititu Sancto III, 11, 80.

[65]    CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia , 68.

[66]     Mensaje de la Asamblea Plenaria …, nº 13.