Fiesta de la Sagrada Familia

+Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos

 

Parroquia de la Sgda. Familia - 28 diciembre 2003
Queridos hermanos.
1. Estamos celebrando ya la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia. Pablo VI quiso revalorizar esta fiesta, colocándola en el domingo que media entre la Navidad y la Maternidad de María, el día de Año Nuevo. Quería este gran Papa que la Familia nazaretana fuera el espejo de las virtudes domésticas, en el que miren las familias cristianas para vivir la alta vocación que Dios les ha asignado.

La primera realidad que aparece al contemplar a la Sagrada Familia es que se trata de una verdadera familia. Es decir, una realidad que brota del Matrimonio entre un hombre y una mujer. María y José, en efecto, estuvieron verdaderamente casados. Fueron verdaderos esposos. Contrajeron Matrimonio como lo hacían las parejas judías de su tiempo. Eso explica que primero celebraran los esponsales y luego el Matrimonio propiamente tal. Los esponsales se celebraban aproximadamente un año antes de la boda y era algo parecido a lo que en esta tierra se llama "la pedida" o "la petición de mano", aunque tenían mucha más importancia, puesto que tenían jurídicamente el valor del Matrimonio y ya desde ese momento era preciso el libelo de repudio en el caso de ruptura de relaciones. Las bodas propiamente tales consistían, entre otras ceremonias, en la conducción solemne y festiva de la esposa a la casa del esposo. El novio era considerado ya, en cierta medida, esposo; y la novia, como esposa.

El evangelio habla claramente de los esponsales y de las bodas entre José y María. A los esponsales se refieren estas palabras de san Mateo, tan conocidas de todos nosotros: «María, su Madre [de Jesús], estaba desposada con José, y antes de que convivieran se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18). José advirtió los síntomas de la maternidad que presentaba María y –añade el evangelio– «como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto» (v. 19). Estando cavilando estas cosas, Dios interviene para manifestarle que dé el paso que le falta y celebre la boda con María, llevándola a su casa: «José –le dice un ángel de parte de Dios-: no temas recibir [como esposa] a María, tu desposada, porque lo que en Ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo» (v. 20). El relato concluye de esta manera: José «hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado y la recibió como esposa» (v. 24).

José y María eran, por tanto, un verdadero Matrimonio, establecido de acuerdo con la Ley de Dios, que se convirtió en familia con la llegada de Jesús. ¡Importante lección que han de imitar todas las familias cristianas! El plan de Dios, es decir, lo que Dios quiere para todos los hombres, sean o no cristianos, es que su Matrimonio sea el resultado de unirse un hombre y una mujer para compartir toda la vida y para siempre. Dios no considera Matrimonio la unión entre dos personas del mismo género: entre dos hombres o entre dos mujeres. Más aún, dichas uniones las considera como gravemente contrarias a sus planes. Tal realidad no puede ser nunca equiparada legalmente con el Matrimonio, porque no es Matrimonio. Con ello, no sólo no se atenta contra la dignidad de la persona humana, sino que se la salvaguarda, porque la verdad de la persona humana es que el varón y la mujer son iguales en dignidad pero distintas en sus funciones. Hasta el punto de que, la mujer y el varón han de complementarse mutuamente en aquello para lo que han sido creados diferentes, es decir, como varón y hembra.

3. Tocamos aquí el núcleo de la cuestión. El hombre y la mujer han sido creados como tales por Dios, porque el plan de Dios es que la vida humana brote de la unión entre un hombre y una mujer, unidos en Matrimonio. El hombre y la mujer tienen sexos distintos, porque Dios quiere que de la unión de ambos surja la vida. El sexo –ser varón y hembra– no tiene como fin el disfrute y saciedad del apetito instintivo, sino la procreación. Ésta es la que da razón de ser al sexo y al goce que ello conlleva.

La vida humana, por tanto, brota en la familia y sólo en la familia. Dios –que es su autor– pide la colaboración de un hombre y una mujer para realizar el gran milagro de la vida. La vida humana es, en efecto, no sólo la concepción y alumbramiento de un ser. También otras especies conciben y alumbran seres semejantes a ellos. La vida humana requiere que sea concebida, nacida, educada en todas sus dimensiones y cuidada en todas sus fases.

También en esto Dios ha querido que la Sagrada Familia sea un ejemplo maravilloso. Él podía haber elegido otros modos para hacerse presente entre nosotros como hombre. Sin embargo, quiso nacer y crecer en una familia. Es verdad que Jesucristo no es fruto de la unión carnal entre José y María, sino consecuencia de la fecundación de María por el Espíritu Santo. Pero quiso que esta prodigiosa maravilla aconteciera dentro del Matrimonio entre José y María. Más aún, quiso que la gente pensara que Jesús era fruto de ese amor, puesto que todos creían –dice el evangelio– que era hijo de José y María (cf. Lc 4, 22). Por lo demás, ¿Jesús no vivió treinta años en Nazaret, formando un hogar con José y María? ¡Cuántas veces habrían visto a José ir los sábados a la Sinagoga de Nazaret para escuchar la proclamación y explicación de la Palabra de Yahvé! ¡Cuántas veces le vieron subir a Jerusalén con María y José para celebrar la Pascua! De una de ellas nos hablan los evangelios, cuando nos relatan su pérdida-hallazgo en el Templo. Cuando la vida nace y crece fuera de la familia, esa vida no responde a los planes de Dios y la existencia se encargará de dejarlo patente en carencias y adherencias fundamentales.

5. Pero la ley "no hay vida sin familia" tiene que ser completada con esta otra: "no hay familia sin vida". El Matrimonio ha sido creado por Dios para que sea fecundo. Jesucristo lo confirmó, cuando lo elevó a la categoría de sacramento. La vida es tan connatural al Matrimonio como las rosas al rosal o las uvas a la vid. Un Matrimonio cerrado a la vida es un contrasentido y está privado de su mayor y original tinte de gloria. Los hijos son la gran corona de los padres. No hay realidad más grande ni más noble para ellos. Los hijos son el gran regalo que ellos –y sólo ellos– pueden dar a la sociedad, pues ésta desaparece, se hace decrépita y decadente en todos los órdenes sin el aporte de nuevas vidas.

Hoy existe una cultura antivida, en la que se da como moneda de curso corriente que los hijos son una desgracia, una carga insoportable, un peligro que es preciso evitar a toda costa. Esta cultura no ha nacido por generación espontánea ni es fruto de un movimiento de la base. No. Es consecuencia de fortísimas campañas, creadas y costeadas por poderosos medios económicos y políticos, cuyo único objetivo es enriquecerse y dominar a los demás. Detrás de aparentes conmiseraciones, se esconde la mano del negocio económico y del poderío político.

5. La Sagrada Familia es modelo también en esto. Fue una familia que acogió la vida. Toda la vida que Dios había previsto. No tuvo muchos hijos, porque el hijo que a ellos les nació era el Hijo de Dios, que, por ser Dios, era único. Dios puede querer Matrimonios con muchos hijos o con pocos, de acuerdo con las diversas situaciones que concurren en cada caso. Lo que siempre quiere es que la familia se abra con generosidad a la colaboración con Él en la creación de la vida humana. ¡Es un honor, no una carga; un orgullo, no una infamia; un sacrificio, pero que está lleno de compensaciones!

Quiera la Sagrada Familia, precisamente mientras celebramos su fiesta, bendecir todas nuestras familias, sobre todo con el don inmenso de la vida.