Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora

+Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos

 

Catedral, 15 agosto 2003
Excelentísimo Cabildo Catedral
Excelentísimas Autoridades
Queridos hermanos y hermanas

1. Hoy es un día de gran fiesta en la Iglesia, en España y en Burgos. En la Iglesia, porque celebramos una de las cuatro grandes solemnidades de María. En España, porque son incontables los pueblos e iglesias que tienen como patrona a la Asunción. En Burgos, porque nuestra Catedral está dedicada a este misterio y porque el entero pueblo burgalés honra a la Virgen aquí, a través de la ofrenda que formulan sus autoridades. ¿Qué cosa más natural que festejar a la Virgen en el día de su glorificación plena –en cuerpo y alma– al Cielo, para compartir con su Hijo las primicias del Misterio Pascual? Ciertamente, desconocemos si María murió o no aunque enseguida se comenzó a celebrar su «dormitio», su «dormición». Pero todo esto es secundario. Lo importante es que la Iglesia celebra hoy el cumplimiento en María del Misterio Pascual, la glorificación plena de María en su cuerpo y en su alma.

2. No podía ser de otro modo. Si Ella era , la que no tenía ni la más leve sombra de pecado, el Padre tenía que asociarla a la Resurrección de Jesús. Y así lo hizo. Como dice la bula Munificentissimus Deus –con la que Pío XII proclamó el dogma asuncionista– «los santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y sermones que dirigían al pueblo en la fiesta de este día, hablaban de la Asunción de la Madre de Dios como de una doctrina viva en la conciencia de los fieles y ya creída por ellos. Y al explicar el significado de la fiesta… insistían en que ésta no sólo incluía que el cuerpo mortal de María estuviese preservado de la corrupción sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación celeste, para que la Madre reprodujese el modelo, es decir, imitase la suerte de su Hijo Jesús».

El más célebre panegirista de todos los padres y doctores, san Juan Damasceno, exclamaba con gran elocuencia: «La que había conservado su virginidad en el parto, tras la muerte debía conservar su cuerpo sin corrupción alguna. La que había llevado en su seno al Creador, hecho niño, debía habitar en los tabernáculos divinos. La que fue dada como Esposa al Padre, no podía vivir sino en las moradas celestes… Era justo que la Madre de Dios poseyese lo que pertenece al Hijo, y que fuera honrada por todas las criaturas como Madre y Esclava del Señor». San Germán de Constantinopla había rivalizado con él de este modo: «Tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto, todo perteneciente a Dios. Por esto, no podías gustar la corrupción del sepulcro, sino que, conservando las facciones naturales, debías transfigurarte en luces de incorruptibilidad, entrar en una existencia nueva y gloriosa, gozar de la liberación plena y de la vida perfecta».

Pero ya desde el siglo II, la Tradición había insistido, siguiendo las virtualidades de la Sagrada Escritura, en presentar a María como la nueva Eva, unida íntimamente al nuevo Adán, Cristo, aunque sujeta a Él. Madre e Hijo aparecen siempre asociados en la lucha contra el enemigo infernal; lucha que, como había anunciado el protoevangelio (cf. Gn 3, 15), concluiría con la victoria total sobre el pecado y la muerte, a quienes san Pablo siempre presenta unidos. Y así como la Resurrección de Jesucristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también la lucha común de Hijo y Madre debía concluir con la glorificación del cuerpo virginal de María. No en vano, el Hijo y la Madre están unidos desde toda la eternidad por el mismo decreto de predestinación.

Venció la muerte como su Hijo y fue glorificada en cuerpo y alma en la gloria del Cielo, donde resplandece como Reina a la derecha de su Hijo (cf. Munificestissimus Deus).

3. Las lecturas de la Misa nos presentan de forma muy viva y concreta los valores de la Asunción de María, el puesto que ocupa en el plano de la salvación y el mensaje que entrega a la humanidad.

María es la verdadera arca de la alianza, la mujer vestida del sol, imagen de la Iglesia (primera lectura) Así como el arca construida por Moisés estaba en el Templo, por cuanto era de la alianza de Dios con su Pueblo, del mismo modo, María está en el cielo en su integridad humana, porque es de la nueva alianza. El arca contenía la Ley. María nos ofrece a Jesús, el proclamador de la Ley del amor, el realizador de la nueva alianza de salvación. En Él, el Padre nos habla y nos escucha. María es figura y primicia de la Iglesia, Madre de Cristo y de los hombres que ha engendrado para Dios en el dolor y la cruz del Hijo; por tanto, preanuncio de la salvación total que tendrá lugar en el reino de Dios.

Esto se realizará por Cristo (segunda lectura), modelo y realizador de la resurrección final, comunicada a María antes que a los demás, gracias a su Maternidad divina. La Asunción es el preanuncio del resultado final de la redención: la glorificación de la humanidad en Cristo. María nos invita hoy a los cristianos a sentirnos metidos en la historia de la salvación y destinados a ser plenamente conformados con Cristo en la casa del Padre. Por eso, puede decir con razón el Vaticano II, que la Asunción es dada a los hombres como «signo de segura esperanza y consolación» (LG 68 y el prefacio). María Asunta al Cielo está, por tanto, muy cerca de nosotros y nos señala nuestro destino final y definitivo: moriremos, pero resucitaremos con Cristo y seremos glorificados. Como decía el Evangelio, las maravillas que Dios obró en María, llevándola Asunta al Cielo, las realizará también en nosotros. María Asunta es, pues, la garantía de que lo que Ella ya es, lo seremos un día nosotros. La victoria de la Resurrección de su Hijo, le ha alcanzado ya a Ella, pero un día nos alcanzará también a nosotros.

4. La Eucaristía, preparada con el fruto de la tierra y el trabajo del hombre, y trasformada por el Espíritu Santo en pan de inmortalidad, es la garantía diaria de que la salvación llega a cada hombre en la situación concreta, para librarlo de la muerte, la gran enemiga del hombre. Alegrémonos, hermanos, en el día de la Asunción y tengamos la gozosa certeza de que detrás de las debilidades y sinsabores de la vida, nos aguarda la felicidad plena en el Cielo.