Solemnidad de la Inmaculada Concepción

+Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos

 

Catedral - 8 diciembre
1. Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen o de la Purísima, como la llamamos en esta tierra. Una fiesta que está enraizada como pocas en nuestra Patria, que es llamada tierra de la Inmaculada. Una fiesta que es también la Patrona de algunas instituciones cívico‑militares de España. 

Fue tal día como hoy, hace siglo y medio, cuando el Papa Pío IX, recientemente beatificado por Juan Pablo II, proclamó como dogma de fe que debemos creer todos los católicos, que «la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano» (Bula Ineffabilis Deus). 

2. Culminaba así un largo camino, que se había ido esclareciendo poco a poco desde el primer capítulo del primer libro de la Sagrada Escritura –que hemos proclamado hace poco como primera lectura–, pasando luego por las profecías de los grandes profetas del Antiguo Testamento, el saludo del Ángel a María, la enseñanza de los Santos Padres, la práctica de la liturgia, la enseñanza de grandes doctores de la Iglesia, el Magisterio de los obispos y del Concilio Tridentino y la creencia general del pueblo cristiano. El pueblo español lejos de ser una excepción, fue un adelantado. Así, cuando todavía faltaban varios siglos para la definición dogmática, una villa castellana, Villalpando, hacía un voto colectivo para defender, incluso con su sangre, el privilegio inmaculista. Y en nuestras universidades se exigía admitir la doctrina de la Inmaculada como condición para obtener los títulos académicos superiores. 

3. Ahora, con el paso del tiempo, nos parece evidente que las cosas tenían que ser así. Porque, como luego proclamaremos en el prefacio, Dios preservó del pecado original a la Virgen María, «para que en la plenitud de la gracia fuese digna Madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura. Purísima había de ser la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima, la que entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad». María fue Inmaculada, porque Dios la eligió para que fuera su Madre. 

Y no podía permitir que antes que casa donde Él habitara, plantara sus reales el demonio, hallándola y ensuciándola, aunque hubiese sido un solo instante. Así lo entendió nuestro poeta, cuando escribió: «¿Quiso y no pudo? No es Dios ¿Pudo y no quiso? No es Hijo. Digamos, pues: pudo y quiso». Algo parecido había dicho muchos siglos antes san Juan Damasceno: «Convenía, pudo hacerlo, luego lo hizo». Hasta el sentido común nos dice que nosotros habríamos hecho lo mismo. 

4. ¿Qué lecciones cristianas nos enseña el dogma de la Inmaculada? La colecta que hemos rezado hace unos momentos hacía esta petición: «Oh Dios, …concédenos por su intercesión (de la Inmaculada) llegar a ti limpios de todas nuestras culpas». Librarnos de nuestras culpas, de nuestros pecados. ¿Qué culpas y qué pecados? Me gustaría destacar estos tres, relacionados precisamente con la concepción: la destrucción de embriones, clonación humana, el retraso y rechazo del Bautismo y el rechazo del volver a nacer por la Penitencia. 

1.° En primer lugar, el pecado de destruir los embriones. La ciencia más avanzada demuestra que el ser humano existe desde el momento de la concepción. Consecuente con esta realidad, el magisterio defiende al ser más desvalido que hay sobre la tierra: el embrión humano en sus primeros momentos. No sabemos si la clonación de embriones y su posterior destrucción para utilizar sus células puede ser útil para curar algunas enfermedades; sí sabemos, en cambio, que es un atentado a la dignidad humana y, por tanto, no puede ser consentida. 

No se trata de una postura sólo defendible desde el punto de vista católico, confesional. Si aceptáramos que el fin justifica los medios, no cabría hacer ningún planteamiento moral en la vida y la sociedad humanas. Una sociedad será tanto más democrática, cuanto más se asegure la defensa de los más débiles. Si dejara de hacerlo, estaría minando sus propios fundamentos para implantar simplemente la ley del más fuerte. 

La fiesta que hoy celebramos es una nueva oportunidad para recordar el respeto que se le debe y para condenar, como gravísimo pecado, los experimentos a los que –con pretextos de utilidad científica– se les está sometiendo. 

2.° El segundo pecado es el retraso indebido del sacramento del Bautismo. La Iglesia desea que los niños se bauticen dentro de las primeras semanas después de su nacimiento, consciente de que así se les limpia del pecado original, que la Inmaculada no contrajo. El Bautismo deja el alma de los niños limpísima, llena de gracia y de dones divinos. Si es pecado retrasar el Bautismo, con mayor razón y gravedad es rechazarlo. 

3.° El último pecado –muy extendido hoy día– es el rechazo del sacramento de la Penitencia, al que los santos Padres llamaban justamente ‘segundo bautismo’. No nos engañemos, el cristiano de hoy, como el de todos los tiempos, mancha su alma con el pecado grave. Necesita, por tanto, del sacramento de la Penitencia. Sobre todo, para acercarse a la comunión sacramental, pues no basta con estar arrepentido, sino que es necesario de todo punto –salvo que no sea posible– confesar a un sacerdote los pecados y obtener el perdón. Luego, con el alma limpia, hecha en cierto sentido ‘inmaculada’ por la absolución, podemos recibir el cuerpo del Señor. 

5. Queridos hermanos. Alegrémonos de celebrar hoy una fiesta tan señalada, que la Iglesia ha querido colocar en el Adviento, precisamente porque es la aurora que anuncia el día de la llegada del Salvador. Ese Salvador que a Ella le aplicó su redención para que no cayera y a nosotros para que, una vez caídos, nos levantáramos. ¡Ojalá que la celebración de la Eucaristía y, de modo especial, la comunión, «repare en nosotros, como pediremos en la oración poscomunión, los efectos de aquel primer pecado del que fue preservada la Inmaculada Virgen María».