La Gloria de María

+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería y Administrador A. de Ávila

 

Con la Virgen de agosto el estío hace pausa en su trayecto ante la Asunción de María y hace que los creyentes se vuelvan hacia ella para contemplar su gloria. Si julio se señala por las fiestas del Carmen y septiembre por la Natividad de Santa María, agosto, el mes tórrido del verano, está marcado por la pausa de la Asunción.

Son múltiples las advocaciones marianas que jalonan los tres meses estivales en tanto llega la otoñada aminorando fuego y luz. Por eso es bueno parar mientes en la figura de la Madre del Redentor para descubrir en ella algo más que la glorificación de la mujer virgen y madre. El cristianismo no se mueve por mitos estacionales, celebra misterios de fe que hunden su contemplación en la experiencia de la salvación acontecida en la historia de Jesús, muerto y resucitado.

El cristianismo no glorifica de forma ingenua el eterno femenino como paradigma de ensoñación del hombre, porque contempla la relación recíproca de los sexos a la luz de la fe en la Trinidad, comunión divina de personas, a cuya imagen hemos sido creados. Por eso la Congregación para la Doctrina de la fe se ha visto obligada a recordarlo estos días atrás en la reciente Carta a los Obispos sobre la colaboración entre el hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo. El ser humano es varón y es mujer y el oscurecimiento de esta diferencia tiene gravísimas repercusiones sobre la estabilidad de la familia y, por eso mismo, sobre la salud de la especie. 

Vivimos, en efecto, bajo la presión de una lucha de los sexos como si hubiera ocupado ideológicamente la lucha de clases que durante décadas de fricción y violencia socialha marcado el ritmo del progreso; la luchaatizada por un ideología que veía en las contradicciones el caldo de cultivo de la liberación de toda opresión. Pareciera que este esquema se ha trasladado a un feminismo radical, antagónicamente opuesto al varón pero al mismo tiempo haciendo de él erróneamente el paradigma de identificación de la mujer. Parece como si se pretendiera borrar la idea de que el ser humanoincluye en sí mismo diferenciación desexos y recíproca voluntad de comunión y colaboración; y que, ciertamente, “la defensa y promoción de la idéntica dignidad del hombre y de la mujer, y de los valores comunes deben armonizarse con el cuidadoso reconocimiento de la diferencia y la reciprocidad” (Carta, n.14).

Después de recordar textos fundamentales de la Escritura y de la tradición de fe, la Cartahace caer en la cuenta de que cuando Dios ha querido expresar su amor por la humanidad se ha servido de la imagen nupcial del amor humano desvelando así que el misterio de la felicidad de la humanidad reside en el amor irrevocable de Dios por ella. Se comprende que, por revelación divina, la Iglesia se haya considerado una comunidad generada por el amor de Cristo y vinculada a Él por una relación de amor que se expresa en la relación conyugal de los esposos(Carta, n. 15).

Pero es aquí donde hemos de volvernos a Santa María, para contemplar en ella la disposición receptiva y amorosa de la mujer agraciada por el designio de amor divino por la humanidad. María se convierte en figura de la Iglesia anticipándose en ella la suerte de los fieles que la contemplan. La Carta nos coloca ante el valor de la mujer cuando dice que ésta “conserva la profunda intuición de que lo mejor de su vida está hecho de actividades orientadas al despertar del otro, a su crecimiento y a su protección”; para añadir que “esta intuición de la mujer está unidad a su capacidad física para dar la vida” (Carta, n. 13). No dejando de explicar claramente que no basta sólo la biología y que muchos han querido hacer de ella la prisión de la mujer. Es preciso que esta cercanía de la mujer a la vida se con vierta en realidad espiritual, lo que permite decir con toda razón que maternidad y compromiso laboral han de combinarse en la ordenación de una sociedad que quiera hacer justicia a la mujer.

La gloria de María, lejos de cualquier representación mitológica, tiene su expresión histórica y de fe en su vocación y destino como Madre del Dios humanado. Abierta al designio de Dios para ella como nueva Eva, María da a luz a la humanidad nueva mediante l dolor de su generosa entrega hasta la cruz de su Hijo, para ser asociada por él en su resurrección gloriosa y poder ser contemplada por nosotros, sus hijos, como la madre asunta a los cielos y glorificada, figura de la Iglesia y esperanza nuestra.

Almería, 15 de agosto de 2004

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería