María nos llama a ser consecuentes

+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería y Administrador A. de Ávila

 

Queridos diocesanos:

La fiesta de la Patrona viene este año de la Inmaculada a resucitar los sentimientos religiosos de generaciones de almerienses. Es una ocasión de gracia que no podemos dejar pasar, porque en ella es Dios quien sale a nuestro encuentro, para recordarnos que él siempre está ahí, que la maternidad divina de María es consecuencia de su amor irrevocable por el hombre, al que nunca deja perdido.

Los católicos vivimos tiempos de dificultad y una sociedad como la nuestra, de inspiración cristiana mantenida a lo largo de siglos, en la que los católicos no se encuentren a gusto, por muchas apelaciones al pluralismo democrático que quieran hacer sus líderes y gobernantes, es una sociedad en la que falta ciertamente democracia. Falta cuando se trata de imponer desde el poder una concepción determinada del hombre y de la sociedad, al margen de su inmensa mayoría, por quienes no tienen legitimidad para hacerlo. Los gobernantes, en efecto, no tienen legitimidad para imponer una determinada concepción del hombre a los ciudadanos, ya que las concepciones de la vida y de la muerte, del amor y del desamor pasan por las ideas que libremente se generan en el ámbito genuino de la libertad como es la sociedad y que no son “competencias del Estado”; sobre todo, cuando está en juego la dignidad de la persona y el acervo común de conceptos e ideas sobre esa dignidad acorde con la razón natural.

Cuando en una sociedad hay ideas que son ampliamente compartidas se gesta una forma de cultura que da sentido global a la existencia de los individuos y cohesión a la sociedad. Está en juego un modo de ver y vivir. De ahí que nada sea más contrario a la libertad que el directorio ideológico de quienes se creen a sí mismos inspirados por el concepto ecuánime de lo justo y de lo correctamente certero. Lo que puede paradójicamente suceder, como sucede al presente, mientras se sostiene a la par que es imposible saber nada cierto sobre la verdad si no es un mero atisbo de algo que cualquiera puede discutir.

El cristianismo ha sido y es una realidad entre nosotros, aun cuando haya minorías sociales que no comparten el ideario cristiano de la vida, e incluso sean muchos los cristianos que no obran de modo consecuente con la fe que profesan. Pretender acorralar la fe cristiana desde el dirigismo que es posible ejercer sobre la sociedad gracias al poder no es ciertamente respetuoso con la realidad social en sí misma. El inolvidable Papa Juan Pablo II habló ya al final de su vida de la «cristofobia» que hoy se percibe en Europa. Constataba el Papa ese sentimiento anticristiano que algunos grupos filosóficos y de influencia mediática y política pretenden extender desde instancias de poder a toda la sociedad europea mientras “filtrean” con ideologías minoritarias o sencillamente fracasadas de forma palmaria, como lo acredita la historia reciente, cuando no verdaderamente adversas a la inspiración espiritual que ha hecho de Europa lo que de verdad ha llegado a ser. Europa debe mucho a Grecia y a Roma, tambien a la Ilustración, pero debe mucho más a Cristo.

Se trata de reprimir la concepción cristiana de la vida, sin dudar siquiera en promover opciones antropológicas que no tienen, hoy como ayer, cabida, en la recta razon, porque no la han tenido en veinte siglos de filosofía occidental y de religión cristiana. Al menos, conforme a los parámetros de argumentación que han determinado su ejercicio hasta el presente. Lo grave del asunto es que a quienes no se pliegan al nuevo ejercicio de lógica impuesta, hoy al uso, se les reprende como faltos de madurez democrática y menguados en el uso correcto de la razón, declarándolos contrarios a unos supuestos derechos; sin otra fundamentación que la declaración de estar admitidos como tales “en la calle” mientras se silencia, claro está, que previamente se ha usado el poder mediático y el político para cambiar el “pensamiento” de la calle.

Sucede hoy que la fiesta de la Virgen nos plantea, por todo lo dicho, a bocajarro si tiene sentido reclamarnos una vez más de unos sentimientos religiosos que parecen no compadecerse con el modo de pensar y conducirse de tantos. Por lo menos, si la fiesta sirviera para hacernos pensar en ello, la Virgen se vería ciertamente muy honrada como Patrona y Señora nuestra, Madre bendita de Dios y Estrella luminosa de los mares que circundan nuestras costas. Así se lo pido para todos y cada uno de los católicos. Como le pido que bendiga a quienes no lo son y son de buena voluntad, a los que Dios ama. Como le pido que asista a cuantos tienen pensamientos de paz y propósitos de convivencia, y nos libre a todos de innecesarios desencuentros, olvidos imperdonables de la historia que es la nuestra y mal querencias que solo se superan con generosidad de corazón.

Que su protección nos acoja bajo su manto recién restaurado y sintamos el efecto de su maternidad espiritual y bienhechora, y nos alleguemos a Cristo sin desdecirnos de él.

Almería, 17 de agosto de 2005.

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería