Solemnidad de Sta. María, Madre de Dios

+ Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Francisco Gil Hellín

 

Catedral - 1 enero

1. Hoy coinciden muchas cosas. Celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia; la Jornada Mundial de la Paz; el comienzo del Año nuevo; y la circuncisión e imposición del nombre al Niño Jesús. Es también el día de la Octava de Navidad.

2. Entre todas, destaca la Solemnidad de la Maternidad divina y eclesial de María. La fiesta que nos invita a «celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la que merecimos recibir al Autor de la Vida» (Pablo VI, MC 5). María tuvo en el misterio de la salvación una parte no marginal o secundaria sino absolutamente central. Tan central que cuando Dios vino al encuentro del hombre e hizo su entrada en nuestra historia, lo hizo por medio de María. Fue en sus entrañas donde el Espíritu Santo formó la humanidad santísima que asumió el Verbo, haciendo posible que Dios realizara nuestra salvación, muriendo y resucitando por nosotros. Ciertamente, es el Hijo de Dios hecho hombre el que nos ha salvado y nos sigue salvando. Pero ese Hijo ha querido tener una Madre que le diera la carne que necesitaba para asumir nuestra condición.

María no es, por tanto, una figura decorativa en la historia de la salvación, sino que ocupa un lugar tan singular en ese misterio, que nadie puede salvarse al margen de Ella o prescindiendo de Ella. Querer a María no es algo que queda al gusto de cada uno; no es una devoción; es una necesidad.

Es bueno, por tanto, comenzar el Año Nuevo recordando y celebrando a María, como Madre de Dios y Madre nuestra. Un recuerdo y una celebración que no debe limitarse a esta misa, sino que ha de prolongarse al resto de los días del año que hoy empieza y debe modelar nuestra vida familiar, profesional y social. Ya que Dios ha querido colocar a María en el centro de la Iglesia, nosotros hemos de colocarla en el centro de nuestra vida y en el centro de la nueva evangelización.

¿Cómo llevar esto a la práctica? El evangelio nos daba la clave: «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». María vivía los acontecimientos de Belén no de una manera superficial o puramente sentimental, sino que los interiorizaba, les daba vueltas, los meditaba, procuraba entenderlos cada vez más y mejor.

Ésta es la actitud con la que nosotros hemos de vivir. No basta contemplar lo que pasa a nuestro alrededor, en nuestra familia o en nuestro trabajo. No basta ver la televisión o leer el periódico. No basta decir que las cosas van mal. No podemos pasar los días y los años en lamentos estériles. No puede darnos igual que la gente venga a misa o no venga, que los jóvenes sean o no creyentes, que de lo único que se hable en las conversaciones sea de dinero, que los sueños de todos se acaben en ganar más y vivir una vida más cómoda, que se cometan miles de abortos cada año y no pase nada, que los políticos dicten leyes con las que violan derechos fundamentales de la persona, que la riqueza esté tan mal distribuida, que gastemos tanto en futilidades y seamos tan remisos en la ayuda a los necesitados.

¡Es hora de despertar del sueño de la pereza, del lamento estéril, del individualismo, de la comodidad, de la falta de vibración cristiana! Necesitamos asumir la actitud de María y preguntarnos qué mensaje nos está mandando Dios a través de todo esto, qué respuesta espera de nosotros y qué podemos hacer para reevangelizar las personas y ambientes que frecuentamos.

3. Junto a la solemnidad de la Maternidad divina de María celebramos hoy la Jornada de la Paz, que este año lleva como lema «En la verdad, la paz». Este lema expresa la convicción de que cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz. Expresa también otra convicción: la paz no puede reducirse a una simple ausencia de conflictos armados, sino que debe entenderse como el fruto de un orden asignado a la sociedad humana por su divino Fundador.

Precisamente, por ser el resultado de un orden diseñado y querido por Dios, la paz tiene su verdad intrínseca e inapelable y reclama conformar la historia humana con el orden divino. «Cuando falta la adhesión al orden trascendente de la realidad –dice Benedicto XVI en su Mensaje para este día– […]; cuando se obstaculiza y se impide el desarrollo integral de la persona y la tutela de sus derechos fundamentales; cuando muchos pueblos se ven obligados a sufrir injusticias y desigualdades intolerables, ¿cómo se puede esperar la consecución del bien de la paz?» En todos esos supuestos no puede haber paz, porque falta la situación que permite respetar y realizar por completo la verdad del hombre.

Por eso, el Papa no duda en afirmar que la mentira es un gran enemigo de la paz y ha causado y sigue causando «efectos devastadores en la vida de los individuos y de las naciones». El siglo pasado es un ejemplo paradigmático de ello. Baste pensar en el nazismo y en el comunismo marxista. Dos «sistemas ideológicos y políticos aberrantes» que tergiversaron «de forma programada la verdad, y llevaron a la explotación y exterminio de un número impresionante de hombres y mujeres, e incluso de familias y comunidades enteras». ESTOS EJEMPLOS DEBERÍAN PONERNOS EN GUARDIA FRENTE A QUIENES TRATAN DE ARRANCAR A DIOS DE LA VIDA DE LOS PUEBLOS. CUANDO ESTO OCURRE, ESTAMOS A LAS PUERTAS DEL TOTALITARISMO Y DE LA GUERRA SOCIAL.

La verdad de la paz exige también que ningún tipo de falsedad contamine las relaciones económicas, sociales y, sobre todo, políticas. Esa verdad queda vulnerada cuando impera el fraude en las relaciones comerciales, cuando existe corrupción en el manejo y empleo de los bienes comunes del pueblo o cuando exalta de modo exasperado las propias diferencias, como ocurre en los nacionalismos excluyentes. En este sentido, es preciso «recuperar la conciencia de estar unidos por un mismo destino –en última instancia trascendente– para poder valorar mejor las propias diferencias históricas y culturales, buscando la coordinación, en vez de la contraposición, con los miembros de otras culturas».

A nadie se nos escapa que la paz sigue siendo un bien tan necesario como todavía lejos de haberse alcanzado. Se han dado, ciertamente, pasos importantes. Pero nadie puede olvidar que las guerras siguen presentes en muchas partes de la tierra, que el terrorismo nacional e internacional nos amenazan e inquietan, que se están despertando los demonios del odio y el revanchismo, que la convivencia se está cuarteando, que son demasiados los pueblos y naciones que pasan hambre y sufren opresiones completamente injustas.

Volvamos nuestro corazón y nuestra oración al Príncipe de la Paz y a la Reina de la Paz para que huya del odio, la envidia, la malquerencia y la confrontación y aspire siempre a la reconciliación, a la pacífica convivencia y a la colaboración solidaria. Nuestra oración, para que concedan a nuestra Patria el cese del terrorismo y los enfrentamientos ideológicos y políticos; y al mundo, el debido desarrollo y la implantación de la justicia.

María, Reina y Madre de la Paz ¡ruega por nosotros, ruega por todos los hombres y mujeres del mundo!