Año de la Inmaculada y Año Eucarístico

+ Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Francisco Gil Hellín

 

12 de diciembre de 2004

El pasado 25 de noviembre, los obispos de España tomamos la resolución de celebrar un año especial dedicado a la Inmaculada. Hace ahora 150 años que el Papa Pío IX definió que la Virgen fue concebida sin pecado original y nos parecía que el arraigo popular de este misterio y la situación que está viviendo la Iglesia en España, pedían un gesto de este relieve. 

El Año de la Inmaculada comenzó con la Vigilia y celebración de la Fiesta de este año y se prolongará hasta la Vigilia y la Fiesta de 2005. Tendrá tres momentos estelares: la Peregrinación nacional al Pilar de Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo; la Consagración de España al Inmaculado Corazón de María y la exposición del patrimonio artístico sobre la Inmaculada en la Catedral de la Almudena, desde el 1 de mayo al 12 de octubre de 2005.

Este año “nacional” dedicado a la Virgen coincide con el año “eclesial” dedicado a la Eucaristía, año que dio comienzo el pasado octubre y concluirá el 29 de octubre de 2005, coincidiendo con la clausura del Sínodo de los Obispos en Roma. Aparentemente, es una albarda sobre otra, pues da la impresión de que ambos se solapan o interfieren. Incluso puede parecer que sobrecargan los hombros de los cristianos con excesivas celebraciones extraordinarias. En realidad no es así, sino que el Año Eucarístico y el Año de la Inmaculada se armonizan y complementan de modo sumamente armonioso.

En efecto, María es siempre la aurora que anuncia el día de Jesucristo; el indicador que señala el camino para no errar la senda que concluye en su Hijo. María remite siempre a Jesús, que es quien da vida y contenido a la Eucaristía. Por su parte, la Eucaristía remite también a María. Porque remite al misterio de la Encarnación, obrado en las entrañas de María. Fue allí donde el Verbo de Dios se hizo hombre y asumió verdaderamente la naturaleza humana. Sin esa encarnación o humanización, no habría sido posible el sacrificio redentor de Jesucristo en la Cruz –previsto en los planes salvadores del Padre- ni su actualización sacramental en la Eucaristía. En el ‘hoy’ de la Iglesia, María y Cristo Eucaristía siguen siendo inseparables.

Por eso, la celebración de un Año de la Inmaculada, lejos de ser un obstáculo para la celebración del Año Eucarístico es su mejor aliado. Si lo celebramos bien, la que es toda limpia, inmaculada y santa no dejará de repetirnos: «limpiad vuestra alma para que podáis recibir santamente el Cuerpo y la Sangre de mi Hijo, que necesitáis para ser verdaderos discípulos suyos». De este modo, María nos llevará al sacramento de la Reconciliación y al banquete eucarístico.

Ahora bien, cuando una persona, parroquia o comunidad cristiana colocan en el centro de su vida y acción el sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía y la figura de María, aquella comunidad, parroquia y persona producen frutos cuajados de santidad y apostolado. Si esto no ocurre, en el mejor de los supuestos habrá árboles frondosos, pero estériles.

Bienvenido sean, por tanto, el Año de la Inmaculada. Estoy seguro de que la presencia de María en nuestras vidas será soplo benéfico sobre las cenizas que la rutina, la flojera y el acomodamiento han ido depositando sobre nuestra fe y nuestro testimonio. ¡Los frutos van a ser abundantísimos!

† Francisco Gil Hellín

Arzobispo de Burgos