El Don de Dios en la Inmaculada Virgen María y en la Eucaristía

+Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta.

 

Queridos diocesanos:

Al cumplirse el cincuenta aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, deseo compartir con vosotros su sentido y renovar con vosotros nuestra consagración personal y comunitaria a nuestra Madre, y contemplar al mismo tiempo, como el Papa nos lo pide, el misterio de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. (Si conociéramos el don de Dios! (cf. Jn 4, 10).

El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX(1), confiesa que Ala bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano"(2). Es lo que la Iglesia confiesa de María en su Concepción Inmaculada. Bien sabéis que todo dogma está siempre al servicio de la Palabra de Dios. Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados con la proclamación del dogma: la estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de su Iglesia, la plenitud de la obra redentora cumplida en María y su enemistad con el pecado.

No basta con decir la verdad de la revelación cristiana, sino que hay que decirla de manera que pueda ser comprendida. San Agustín, ya en el siglo V, escribía: "Nosotros no entregamos a María al diablo por razón del nacimiento, porque la condición del nacimiento se destruye por la gracia del renacimiento"(3). Los hermanos ortodoxos, allá por los siglos VII y VIII, habían introducido la fiesta de la Concepción de María y la celebración con todas las palabras disponibles: concepción santa, pura, inmaculada (4). Ser saludada por el ángel con el nombre de "llena de gracia" (Lc 1, 28), es darle a María el nombre de Agracia" en la creación, en la encarnación y en la resurrección.

I. EL DON DE DIOS EN LA INMACULADA VIRGEN MARÍA

Cuando hablamos de María Inmaculada, pensamos inmediatamente en su concepción sin pecado. Sin embargo, este misterio tiene y nos ofrece otra vertiente positiva: la Santidad de María. Decir, pues, que la Virgen es Inmaculada equivale a confesar su total y absoluta santidad. 

1.1 María Inmaculada en el misterio de Cristo y de la Iglesia


Elegida para ser la Madre del Salvador, María fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante (5). En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel la saluda como "Llena de gracia" (Lc 1, 28), y ella responde: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Preservada inmune de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la digna morada escogida por el Señor para ser la Madre de Dios. Y abrazando la voluntad salvadora de Dios, colaboró especialmente. En María, la Iglesia se encamina a la perfección "sin manchas ni arrugas ni cosa parecida" (Ef 5, 27). En María se realiza la esperanza del premio a cuantos dicen "Sí" a la llamada del Salvador. En María contemplamos una vida entregada al Señor y recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos llena de tristeza. En María reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras obras y agrandando nuestras esperanzas. También por María se nos manifiesta que Dios nos ha querido salvar realmente en Cristo; pues la redención ya se ha desencadenado en el mundo al ser María redimida de la manera más excelente, como primicia de esta humanidad, invitada eficazmente a la salvación.

El testimonio mariano de la Iglesia de España y de nuestra Diócesis ha sido una respuesta conmovedora a través de los siglos. La evangelización y la transmisión de la fe han ido siempre unidas a una veneración especial a la Virgen María. )Veis cómo no hay un rincón de nuestra geografía que no se encuentre coronado por una advocación mariana, "cuyo nombre repiten montes y valles"? 

Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos de su pontificado: "Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como "Tierra de María". María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella "enemistad" (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que nos persigue en la historia de la salvación".

En la solemnidad litúrgica del 8 de diciembre se celebra conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación a la primera venida del Salvador, el inicio de una Iglesia, caminante cuaresmal y pascual, a un tiempo "hasta que el Señor vuelva". Al inicio del año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada nos permite cada año entrar con María en la celebración de los misterios de la vida de Cristo.

Al mismo tiempo, en el año de la Eucaristía, ha querido el Papa Juan Pablo II que celebremos los católicos el gran misterio del amor de Jesucristo. La Virgen María guía a los fieles a la eucaristía, pues ella fue mujer eucarística con su vida, y por ella creemos en el amor que adora a la eucaristía, fuente y culmen de vida cristiana.

1.2 María, Madre de Jesús, de la vida consagrada y de los laicos

Durante el tiempo pascual, la Iglesia entona: "Reina del cielo, alégrate, aleluya. Porque el Señor, a quien has merecido llevar, aleluya. Ha resucitado según su palabra, aleluya. Ruega al Señor por nosotros, aleluya". María, la madre de Jesús, es la Señora del "Fiat" y de la Pascua.

Reflexionemos un poco. Primero sobre nuestra relación interior con María, nuestro amor y su desarrollo en la vida de consagración; segundo, sobre nuestra actitud pastoral sobre la verdadera devoción o culto a María; y, tercero, haciendo un alto en el camino para considerar hacia dónde vamos, hasta dónde hemos llegado y qué nos queda por hacer. 


En esta perspectiva mariana, filial e íntima, podemos expresar nuestra disponibilidad a la persona y el mensaje de Jesucristo. Por ello os invito a que recibáis el testimonio que ella nos ofrece, acogedlo y meditadlo en vuestro corazón mirando a la Madre de Jesús.



1.3 María Inmaculada es la Virgen oyente que escucha con fe la Palabra de Dios

Una fe, que para María fue preparación y camino hacia la maternidad divina: ella concibió creyendo al Jesús que dio a luz. Una fe, que fue para ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la Palabra del Señor (cf. Lc 1, 45). Una fe, con la que ella, protagonista y testigo de la encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, saboreándolos y confrontándolos entre sí en su corazón.

La persona bautizada o consagrada, como María, es una oyente de la Palabra, la acoge, la distribuye y la proclama a los fieles, interpretando los signos de los tiempos, viviendo con los hombres y mujeres de su entorno los acontecimientos de su historia. Es lo que, desde sus posibilidades, hizo María en su travesía de los treinta años de Nazaret.

1.4 María Inmaculada es también la Virgen orante

Virgen orante en la visita a su prima santa Isabel, en cuyo encuentro y saludo entona el Magníficat: "Engrandece mi alma al Señor" (Lc 1, 47). Virgen orante en Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1 11), donde con delicadeza manifiesta al Hijo una necesidad temporal, y con esta súplica Jesús realiza el primero de sus signos para la nueva dimensión de la fe mesiánica. Virgen orante "que está al pie de la cruz" (Jn 19, 25), acogiendo la redención. Virgen orante que acompaña a los discípulos en el cenáculo a la espera del Espíritu Santo y del inicio del envío apostólico (cf. Hch 1, 14).

Pienso que la persona bautizada o consagrada es también luz para el mundo cuando en la oración "con María, la Madre de Jesús" (Hch 1, 14), suplica, da gracias, pide perdón, contempla, hace silencio interior y dice a sus hermanos cuanto ha visto y oído. Como María, que por su fe y obediencia engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, sin contacto con hombre, sino por obra del Espíritu Santo, también la persona consagrada hace de su ofrenda una maternidad silenciosa, pues con su testimonio y evangelización engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos consagrados por la santa Trinidad en el bautismo. Verdadera fecundidad la de la persona consagrada: por su virginidad, por su celibato.


1.5. María Inmaculada es también la Virgen oferente

En el episodio de la Presentación del Señor la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado la continuidad de la oferta que el Verbo encarnado hizo al Padre al entrar en este mundo: "Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" (Hb 10, 7). Así ha proclamado la universalidad de la salvación, ha anunciado su pasión y se vislumbra ya que esta unión de Madre e Hijo en la obra de la redención alcanza su culminación en el calvario, donde Cristo se ofreció al Padre y donde María estaba.


También toda persona consagrada, como María, se ofrece y ofrece. Se ofrece cada día en la Eucaristía y ofrece en nombre de Cristo la Eucaristía.

1.6. María Inmaculada es también la Virgen de la Esperanza

Larga fue tu espera, Santa María de la Esperanza. A nosotros, en cambio, ricos de tiempo y sin suficiente aguante, nos cuesta esperar. Cuando todo parecía incomprensible, tú preguntabas humildemente y se te respondía, pero sin dejar tu hágase: así lo incomprendido desaparecía. Al silencio de Dios respondías con tu hágase, y el silencio se transformaba en presencia. La Madre medita, calla, aguarda, espera. De ti se dijo que todas las generaciones te llamarían bienaventurada. Tu vida no se diferenciaba mucho de la de tus allegados: ningún acontecimiento relevante, ninguna novedad se cernía sobre el horizonte de tu vida. Pero siempre supiste estar en vigilante espera a que llegara la hora de Dios. Tú, como Virgen prudente, siempre con la lámpara encendida y sin cansarte de esperar.

Larga fue tu espera, Santa María de la Esperanza, en tu silenciosa vida de Nazaret, hasta que el Señor "miró la pequeñez de su esclava" (Lc 1,48).

Larga fue tu espera desde la Anunciación hasta el nacimiento de Jesús.

Larga fue tu espera en la noche del destierro a Egipto; en Jerusalén, buscando al niño perdido; en Caná, ignorando la hora de Dios; en el calvario, esperando amargamente la muerte de tu Hijo; en el Cenáculo, esperando su Resurrección, y, más tarde, la venida del Espíritu Santo.

Larga fue tu espera desde la Ascensión de tu Hijo hasta tu Asunción.
Tú, Santa María de la Esperanza, nos muestras el camino de la alegre esperanza. Eres, María, Señora de la paz y de la espera. Eres, María, Señora de todos los que parten y Señora del Camino de la Pascua.

1.7. María es la Virgen creyente: "Dichosa tú que has creído" (Lc 1, 45)

La vida de fe de María, la Madre de Jesús, puede iluminar nuestra vida de laicos y consagrados. Su travesía silenciosa en la vida doméstica puede iluminar nuestra travesía actual, nuestra misión.

Avance de María en la Peregrinación de la fe, sobre todo en el calvario: AY mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, se condolió... Y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación engendrada por ella misma" (6).

Sin duda, la prueba de la fe en María estuvo en el calvario. No obstante, probó el silencio durante treinta años con la cotidiana monotonía del desgaste. También a nosotros nos visita la prueba: llega la fatiga, la noche oscura del alma, el silencio de Dios. Y resulta entonces penoso ser fiel y seguir adelante, porque escasea la frescura del primer amor. Pero ahí tenemos a María: su modelo, su coraje y su fe adulta nos librarán de la desidia y del inevitable agobio.

1.8. En la escuela de María, mujer "eucarística"

"Desde la cruz, Jesús exclama: "Mujer, ahí tienes a tu Hijo. Después dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26 27). Son palabras que determinan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo y expresan su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo. Una maternidad que ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete celebración litúrgica del misterio de la Redención , en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente. Con corazón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos e incluso los juveniles y en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía" (7).

Juan Pablo II recuerda que ha incluido la institución de la Eucaristía entre los misterios de Luz del Rosario. La Virgen tiene una relación profunda con la Eucaristía. Ella está presente en la comunidad primitiva que celebra la fracción del pan (Hch 1, 14; 2, 42). También el Magnificat de María es un canto de acción de gracias que se podría meditar con perspectiva eucarística. Ella es modelo del discipulado de Cristo que da gracias y vive en comunidad eclesial. Ella venera, escucha, adora, comporta, medita, vive el misterio de la cruz salvadora, que se renueva en el sacrificio de la Misa.

1.9. La orientación pastoral de la devoción a la Virgen María

Pero hay que mostrar la verdadera orientación y acciones pastorales en la devoción a la Virgen María:

La norma conciliar prescribe armonizar los ejercicios marianos con la liturgia en general, no confundirla con ellos.

Una clara acción pastoral debe, por una parte, distinguir y subrayar la naturaleza propia de los actos litúrgicos; por otra, valorar los ejercicios piadosos para adaptarlos a las necesidades de cada comunidad eclesial, y hacerlos auxiliares válidos de la liturgia comunitaria.

Dos ejercicios de piedad: El Ángelus y el Rosario. Es necesario mantener su rezo acostumbrado, donde y cuando sea posible. Renovación del piadoso ejercicio del Rosario, que ha sido llamado "compendio de todo el Evangelio", que es reconocido para desarrollar la oración contemplativa de nuestra Historia de Salvación; que ayuda a la evangelización; que es oración de alabanza y súplica al mismo tiempo; que es recordado, dada su connatural eficacia, para promover la vida cristiana y el empeño evangelizador.

Frente a esos criterios hay que guardar vigilancia sobre actitudes negativas o erróneas, como las siguientes:


Menosprecio de los ejercicios piadosos que, en las formas debidas, son recomendadas por el Magisterio; no se deben abandonar, porque crean un vacío que no prevén colmar. Olvidan que el Concilio Vaticano II ha dicho que hay que armonizar los ejercicios piadosos con la liturgia, no suprimirlos.

La actitud de quienes dentro de la misma celebración del sacrificio eucarístico introducen elementos propios de novenas u otras prácticas piadosas, con el peligro de que el memorial del Señor no represente el momento culminante del encuentro de la comunidad cristiana con Cristo, sino como ocasión para cualquier práctica devota.

II. EL DON DE DIOS EN EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

Bien sabéis hermanas y hermanos, que la Eucaristía de la Cena del Señor, es el don de Dios en Jesucristo. El Papa nos invita a contemplar, especialmente durante este año, el don de Dios en Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. La meditación de los relatos eucarísticos del Nuevo Testamento ilumina la fe en el gran Misterio de Cristo, muerto y resucitado, que se celebra en la Eucaristía. La plegaria eucarística, después de la consagración, proclama: "Este es el sacramento de nuestra fe".

2.1. "Haced esto en memoria mía" (Lc 22, 19 20; 1Co 11, 24 25)

Jesús se encuentra con sus amigos y comparte la Mesa de la Cena Pascual y les manda: "Haced esto en memoria mía" (1Co 11, 25). Jesús encarga a los suyos la preparación de la cena de pascua. Se esmera en los detalles y envía a Pedro y Juan diciendo: "encargaos de preparar la cena de pascua" (Lc 22, 7 13), les indica el lugar y la sala donde se van a encontrar. Llegada la hora, Jesús se sienta a la mesa con sus discípulos y les dice: "(Cuanto he deseado celebrar esta pascua con vosotros, antes de morir!" (Lc 22, 15). Ha llegado su hora, quiere celebrar con sus amigos la culminación de su historia humana. Había anunciado a los hombres la Buena Noticia del amor de Dios al mundo, había subido a Jerusalén con sus amigos, sabiendo que le esperaba la muerte. Por el camino, más de una vez, había dicho a los suyos: "El Hijo del hombre va a ser entregado en mano de los hombres y le darán muerte, pero al tercer día resucitará" (Mt 17, 22 23). Los discípulos se ponían tristes, no entendían su discurso.

2.2. "Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros!" (Lc 22, 15)


La víspera de su muerte celebra una fiesta, la cena pascual judía. Los invitados han acudido y están sentados a la mesa. La cena está centrada en los manjares, pero también en los motivos por los que se celebra la cena y en las circunstancias que la rodean. Los comensales están desconcertados. Jesús está alegre porque se encuentra con sus amigos, y repite: "Cuanto he deseado celebrar esta pascua con vosotros antes de morir!" (Lc 22, 15). La narración tiene matices que enriquecen la Cena y nos invitan a recrearla en situaciones diversas. La Pascua judía se convierte en escenario de una nueva Pascua. Judas se despide y consuma su traición. Pero Jesús se levanta de la mesa, se ciñe una toalla y lava los pies a los comensales: Pedro, que le va a negar, se opone a que Jesús le lave los pies, pero Jesús le dice: "Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora, lo comprenderás después" (Jn 7, 13). Lo esencial de la Cena es Jesús compartiendo el pan y el vino. "Mientras cenaban, Jesús tomó pan, pronunció la bendición y se la dio a sus discípulos diciendo: tomad y comed, esto es mi cuerpo. Tomó luego una copa y, después de dar gracias, se la dio diciendo: bebed todos de ella, porque esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Os digo que yo no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que lo beba, con vosotros, en el reino de mi Padre" (Mt 26, 26).

En la celebración de la Cena, Jesús repasa el pasado, ha llegado su hora, en la que brota una alianza nueva que tendrá lugar después. El pan y el vino con los que Jesús se identifica es ya alimento de la nueva alianza, Jesús, pan y vino, se convierte en fuente de Vida para quienes comen y beben el pan bajado del cielo, el que come de este pan vivirá siempre. "Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo... Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros, el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día" (Jn 6, 51 55).

2.3. Del abandono sentido a la entrega consumada

En las celebraciones de la Eucaristía está siempre un crucifijo. Nos acercamos a la cruz en la que Jesús fue crucificado. Su historia termina en el último suspiro humano, cuando un soldado romano traspasa su corazón con una lanza. Antes de morir, clavado en la cruz, nos dice sus siete Palabras recogidas en los evangelios. Destacamos tres de estas palabras: "Dios mío, Dios mío, )por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46). Lo humano de Jesús que se siente dejado de la mano de Dios tiene un lugar en su corazón para el perdón de quienes le ofenden: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 24). Ya veis hermanas y hermanos, su misión divina ha sido siempre la del perdón. "Todo está cumplido" (Jn 19,30), es la culminación de su historia y de su misión, es la fidelidad hasta la muerte.

Ha acompañado a su Hijo engendrado por la fuerza del Espíritu, y que ahora se encuentra con la muerte, colgado de una cruz. Antes de expirar Jesús, su Madre está al pie de la cruz con otras mujeres y Juan: "Estaba la Dolorosa / junto al leño de la Cruz. / (Qué alta palabra de luz! / (Qué manera tan graciosa / de enseñarnos la preciosa / lección del callar doliente! /... María / estaba, sencillamente" (8). Y María muere la muerte de su Hijo. Juan discípulo amado acoge a María en su casa y se deja coger por Juan para ser la Madre de todos los hombres de todos los tiempos. Jesús entrega con su último suspiro la historia del hombre que ha vivido desde su nacimiento en los avatares de su vida y en la tragedia de su muerte. Ha llegado a su término, ha realizado la misión que el Padre le ha confiado. Puede decirle: "No has querido ni sacrificios ni ofrendas, pero me has formado un cuerpo, no has aceptado holocaustos expiatorios, entonces yo dije: aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" (Hb 10, 5 7).

Los relatos de la Cena y de la cruz son dos gestos que tiene lugar en la vida y en la historia del hombre Jesús, el hijo de María, imagen visible de Dios invisible. Son pilares para comprender el sentido cristiano que se celebra en la Eucaristía: (Qué grande es el sacramento de nuestra fe! Jesús que muere en la cruz después de haberse reunido con sus amigos en la Cena pascual, es la transparencia de la divinidad encarnada y dicha en la Cena del Señor y en la Cruz del Cristo de Dios y por su identificación plena con su Hijo en la historia y en la cruz.

2.4. "Resucitó como dijo" (Jn 20, 10). AHe visto al Señor" (Jn 20, 18)


Jesús ha resucitado. Lo había anunciado repetidas veces a sus amigos que al tercer día de su muerte resucitaría. Se recuerda para quienes habían puesto en él su fe y sus esperanzas, a pesar del desconcierto y del alejamiento de muchos de los suyos. La palabra humana de Jesús se dirige ahora a ellos y a todos los hombres de todos los tiempos: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).

El primer día de la semana, después de la muerte de Jesús, mujeres de su entorno se acercaron al sepulcro con aromas y flores, pero lo encuentran vacío. Jesús no está en el lugar de los muertos, ha resucitado. La noticia llega a sus discípulos que la reciben con cautela, Pedro y Juan se acercan al sepulcro vacío, Juan "vio y creyó" (Jn 20, 8). Lo que ve Juan en el sepulcro le lleva a creer que Jesús ha resucitado. La resurrección de Jesús transforma la fe de Juan y la fe de los discípulos. Se abre camino una fe nueva, la fe cristiana. Quienes eran judíos creen que el Mesías esperado es Jesús Muerto y Resucitado, el Hijo de María.

Así la resurrección de Jesús es vivida como experiencia de fe de un hecho que comparten entre sí sus amigos y que se transmite a lo largo de los siglos. Se da noticia de dos narraciones, la del sepulcro vacío y la de las apariciones de Jesús después de su muerte. Las apariciones de Jesús confirman la existencia de la resurrección y se convierte en camino para convertirse con Jesús resucitado, que la muerte ya le alcanza. En las apariciones los discípulos y amigos ven a Jesús con señales de su muerte, pero lleno de vida, de Palabras de Vida y objetos de una fe nueva. Pero Tomás, a quien sus amigos informan de una de las apariciones de Jesús, se niega a "creer", es invitado a ver sus llagas y a meter la mano en su costado para experimentar su resurrección, a Ano ser incrédulo sino creyente" (Jn 20, 27). Tomás supera la increencia, expresa con precisión la profecía de una fe nueva: "(Señor mío y Dios mío!" (Jn 20, 28).

2.5. Ahora se cumple el "por vosotros" y por todos

En este misterio van entrando los amigos de Jesús. En el libros de los Hechos de los Apóstoles se narra la historia de los primeros cristianos. Los apóstoles identificados con Jesús, creyendo en su divinidad, habiendo experimentado su resurrección le han tocado, le han visto, le han oído incorporan al grupo de los creyentes bautizándoles a quienes creen en Cristo. Así, la última Cena de Jesús se prolonga en la fracción del pan que es primera expresión cristiana de la Eucaristía, el Misterio de Cristo. Los cristianos respondían a la invitación de Jesús, reunidos en las casas y partiendo el pan. "Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría, sencillez de corazón, agradaban a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo" (Hch 2, 46 47).

Así, pues, todo lo que es Jesús en su historia, a la luz de la resurrección, tiene sentido sacramental y es parte de su Misterio. El significado sacramental de la vida y la muerte de Jesús es la Verdad de Dios encarnada en su carne y su sangre. El misterio culmina en su resurrección donde Jesús no se despoja de su historia humana, de su condición de judío, oriundo de Nazaret, hijo de María. Quienes le han conocido como hombre, desde la experiencia de su resurrección, le confiesan Hijo unigénito de Dios. Dios Anos ha dado a conocer sus planes más secretos, los que había decidido realizar en Cristo, llevando su historia a su plenitud al constituir a Cristo cabeza de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra" (Ef 1, 9 10). Los cristianos creemos que en Cristo está el Misterio del Dios de la creación, de la redención y de la salvación.


2.6. Asumir el misterio de Cristo

No es fácil, queridos diocesanos, en nuestro tiempo de cultura "global" y de fuerte secularización, asumir el misterio de Cristo, el creer que Dios se está revelando en su vida y en su muerte ejemplares. No es fácil decir al mundo de hoy la Palabra que Dios dice en la vida y la muerte de Jesús para divinizar lo humano. El camino de la evangelización pasa por el testimonio de los creyentes en Cristo. Nuestro tiempo se resiente de increencia, de ateísmo, de agnosticismo y de indiferencia ante la confesión de la divinidad de Jesucristo. Estamos sufriendo el primer tiempo después de Jesús sin Jesús. Resulta hoy extraño y, sin embargo, él configura la herencia cristiana de nuestra cultura milenaria.

Quienes creemos en la divinidad de Jesús como don del Padre, Sacramento del Dios Creador y Salvador del mundo y de su historia, tenemos la misión de ser testigos en el tiempo y en el lugar donde vivimos nuestra particular historia. "No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios" (9). La Iglesia celebra la Eucaristía y da sentido a todos los gestos de Jesús. La celebración de la misa tiene sentido cuando se transparenta el misterio de Cristo, cuando es "fuente y culminación de la vida cristiana" y de la entera humanidad (10).

La Iglesia como Cuerpo de Cristo y comunidad creyente se reúne, convocada por Jesús para reunir a sus amigos y celebrar la Cena Pascual. Es posible y normal que, en nuestras celebraciones, como en las celebraciones de la Cena de Jesús asistamos con expectativas o intereses personales, con motivaciones inconfesables, con adhesiones superficiales. Es posible también que algo de la traición de Judas se dé en las celebraciones de nuestras misas.

Sin embargo, la Eucaristía que se celebra a diario o cada domingo es el momento de la fe en Jesucristo que está con nosotros cada día hasta el fin de los tiempos. Se prolonga en otros signos como el sagrario, la bendición con el Santísimo, la procesión del Corpus. Pero estos y otros signos eucarísticos reciben su significado de la celebración de la Misa.

2.7. )Cómo vivir la Eucaristía en nuestro tiempo?

Desde el Concilio Vaticano II se han dado pasos significativos para la celebración de la Eucaristía. También Juan Pablo II ha escrito recientemente documentos sobre la Eucaristía, su sentido teológico y su práctica pastoral, que constituyen un gran apoyo para entrar en el sentido sacramental de la Eucaristía, pues está en el corazón de la pastoral cristiana. Mas hay grandes tentaciones que amenazan la pastoral de la Eucaristía: la de reducirla a simple rito donde el "Misterio de la fe" se diluye porque no se explica suficientemente el sentido teológico y la Vida que entraña. La Eucaristía se mostraría pobremente si no la sabemos asumir pastoralmente: porque las celebraciones sólo tienen sentido cuando se celebran, pues de otra manera no serían fuente de nueva humanidad.


Jesús ha sido fiel al mensaje divino y ha sabido acoger desde la particularidad de cada persona y de cada grupo social, religioso o político de su tiempo. Seguir a Cristo es asumir nuestra pobreza, ser fieles a su Misterio, actualizarlo en nuestro mundo y en nuestro tiempo teniendo "fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por el gozo que le esperaba soportó sin acobardarse la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios" (Hb 12, 2).

Desde hace siglos, en el sagrario se reserva el pan consagrado para que los cristianos, impedidos de hacerse presentes en la misa, pudieran participar en la comunión. Hoy el sagrario es lugar permanente de la presencia eucarística de Cristo y en él se prolonga la Eucaristía como se prolonga en la bendición, en la exposición y en las procesiones del Santísimo Sacramento. Dios nos hace partícipes de los bienes eternos de su reino por medio de este sacramento en el que nos da el cuerpo glorioso de su Hijo, nuestro muy amado Señor Jesucristo (11).

III. CONCLUSIÓN: MARÍA, CAMINO DE LA IGLESIA PARA LLEGAR A LA EUCARISTÍA

Hermanas y hermanos: ANo os canséis ni perdáis ánimo" (Hb 12, 3); "Tomad conmigo parte en los trabajos del Evangelio, según las fuerzas de cada uno" (2Tm 8 9); "No veis cómo un poco de levadura fermenta toda la masa? Celebremos nuestra Pascua con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad" (1Co 5, 6 8); "No serán nuestros ojos aún capaces de reconocer al Señor?" (Lc 24, 14).
He necesitado extenderme algo más de lo habitual con motivo de la feliz coincidencia de estos dos grandes acontecimientos que celebramos como Pueblo de Dios en este año de gracia del 2005: el don de Dios en la Inmaculada Virgen María y en el misterio de Jesucristo por el sacramento de la Eucaristía. Todo lo que se refiere a María entra en el Misterio de Cristo y hace que la Iglesia sea Cuerpo de Cristo. 

En su Carta Apostólica Mane Nobiscum Domine ("Quédate con nosotros, Señor"), Juan Pablo II, con ocasión de este año de la Eucaristía, nos ha mostrado a María como camino de la Iglesia para entrar en la Eucaristía y cómo Jesús es el camino de Dios para entrar en la historia de los hombres.

Los retos que se nos presentan como cristianos, en un mundo necesitado de la luz del Evangelio, no podrían ser afrontados sin la experiencia de fe en el sacramento de la Eucaristía, ni tampoco sin la protección de la Virgen Inmaculada.

Por todo ello, renovamos el memorial y el mandato nuevo de Jesús en la última cena, al mismo tiempo que reiteramos nuestra consagración al Inmaculado Corazón de María, acogiéndonos a su protección, cuantos hombres y mujeres pertenecemos a la Iglesia de Cristo que camina en nuestra Diócesis de Cádiz y Ceuta.

En la Pascua de Resurrección del Señor de 2005.


NOTAS

1. Catecismo de la Iglesia Católica, 491.
2. Pío IX, Bula AIneffabilis Deus" (8 12 1854).
3. San Agustín, AContra Iulianum opus imperfectum IV, 22. También en su tratado De natura et gratia 42 (ASCII, n1 2470; TM 3, p. 327), dice: ASi exceptuamos a la Santa Virgen María, de la cual no quiero, por el honor debido al Señor, suscitar cuestión alguna cuando se trata de pecados (porque ahora sabemos que a ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció concebir y dar a luz al que consta no tuvo pecado alguno); exceptuando, digo, a esta Virgen, si hubiéramos podido congregar a todos los santos y santas cuando aquí vivían, y preguntarles si estaban sin pecado, )qué nos hubieran respondido? )No es verdad que unánimemente hubieran clamado : Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos y no hay verdad en nosotros?".
4. Puede verse el himno AAkáthistos" (Ala Toda Santa"), considerado el himno mariano más bello de todos los tiempos. Desde hace siglos los cristianos de tradición bizantina lo repiten para dar gracias a la Virgen y pedir que sean salvaguardados en la fe de los Apóstoles.
5. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 61.
6. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 58.
7. Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris Mater, 44. Esta Encíclica profundiza la realidad de María en el misterio de Cristo y en la vida de la Iglesia peregrina, de acuerdo, sobre todo, con el Capítulo VIII de la Lumen Gentium, y de la Exhortación Apostólica AMarialis cultus", de Pablo VI.
8. José María Pemán, "Lo que María guardaba en su corazón".
9. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 22.
10. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 11.
11. Oración de Postcomunión, II Domingo de Cuaresma.