Coronación de Nuestra Señora de los Ángeles

+ Excmo. y Rvdmo. Mons. José María Yanguas Sanz, Diócesis de Cuenca, España

 

Cañada del Hoyo, 4 de septiembre de 2005

Sé de la ilusión y entrega de todos los devotos de Nuestra Señora de los Ángeles, en la preparación y participación en el programa de actos que culminarán con esta celebración.

Saludo y felicito, en nombre del Señor y de su Santísima Madre, a todos los presentes, sacerdotes y fieles, pero de forma especial a su Párroco, Hermandad de la Virgen de Nuestra Señora de los Ángeles y Misioneros Oblatos de María Inmaculada, por su eficaz colaboración para la preparación espiritual de buen número de los fieles aquí presentes. Gracias también a las Autoridades que nos acompañan en este acto religioso.

La advocación de Nuestra Señora de los Ángeles en Cañada del Hoyo, y en esta Comarca, puede remontarse a tiempos anteriores a la invasión árabe, lo que fundamentaría el que su amor y devoción a la que es Madre de Dios y madre nuestra, se remonta a generaciones incontables de sus antepasados y que forme parte esencial de su cultura religiosa y devoción popular.

¡Cuántas oraciones y cantos, cuántas romerías, cuántos silencios mirando a los ojos del Hijo y de la Madre!

María, desde su imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, estoy seguro que ha venido presentando ante su Divino Hijo a los moradores de estas tierras, desde hace siglos, continúa haciéndolo y de vosotros depende que esta devoción se traslade también a las próximas generaciones, como la habéis recibido de vuestros padres y abuelos.

Quiero, por ello, daros la enhorabuena a todos, por esta iniciativa tan hermosa en el Año de la Inmaculada Concepción y de la Eucaristía, porque coronar al Hijo y a la Madre es ofrenda, homenaje, entrega, promesa, ofrecimiento y plegaria de vuestras vidas al que desde las entrañas de María Virgen nació y murió por nosotros los hermanos y camina a nuestro lado a lo largo de la historia desde su presencia, sobre todo, en la Eucaristía y su Palabra.

A cambio de tanta bondad y amor, esta tarde les ofrecéis al Hijo de Dios y a su Madre, nuestra Madre, unas preciosas coronas que son símbolo de vuestro amor recio y profundo, expresión de vuestra gratitud y reconocimiento de cristianos católicos, que saben de quién se fían y quién guía sus pasos.

Queridos fieles, que sentís el imán y el calor de Nuestra Señora de los Ángeles, que lleva en sus brazos al Hijo Redentor y Salvador de nuestras vidas, poneos también, pongámonos todos en sus brazos de Madre, como gesto de consagración, para ratificar vuestra voluntad decidida de mantenernos siempre fieles a las tradiciones religiosas de nuestros antepasados; sentiros hasta orgullosos de ser cristianos, y, sin miedos y a cara descubierta, comprometer y dirigir vuestras vidas por el camino del Evangelio de Jesucristo.

Pero atendamos también lo que acaba de decirnos y recordarnos el Señor en las Lecturas proclamadas:

En la primera, del Libro del Eclesiástico, nos invitaba el Señor con estas palabras: “Venid a mí los que me amáis y saciaros de mis frutos… El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed. El que me escucha no fracasará… Mi nombre es más dulce que la miel”.

Preciosas palabras del Buen Pastor que busca y cuida de sus ovejas, ofreciéndonos los buenos pastos y alimento para saciar el hambre y la sed. Sólo el que ha pasado por la experiencia de que Dios le ama, le acompaña, le quiere y respeta, y se decide a seguirle es el que siente hambre y sed de Dios; no el harto de cosas materiales o del que no sabe mirar a lo alto, al infinito.

“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, escribía San Pablo a su discípulo Timoteo en la segunda Lectura que hemos escuchado hace unos momentos; y añadía: “Quiero que sean hombres que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de divisiones”.

Alcanzar la verdad – Que oren en cualquier lugar – Manos limpias sin divisiones – Que todos se salven. He aquí unas propuestas que nos hace el Apóstol.

La lectura del Evangelio, finalmente, es una oración de Jesús por todos nosotros: “Padre Santo… ruego por los que crean en mí… para que sean uno… y el mundo crea que tú me has enviado”. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy, y contemplen mi gloria”.

Pide nuestra unidad con Él y la comunidad en esta vida, y nuestro triunfo y glorificación con Él, después del paso de la muerte. Preciosa oración de Cristo por nosotros.

También, seguro que Nuestra Señora de los Ángeles se une a esta invitación y oración de Jesús, por todos los aquí reunidos, para ser Madre de nuestras vidas, de nuestros hogares, familias y parroquias. Madre de los niños que la aclaman con sus primeras oraciones. Madre de los jóvenes que necesitan invocarla para mantener el vigor y arrojo de guardar y conseguir la limpieza de su corazón y conciencia, fuente de la verdadera alegría. Madre de los esposos cristianos que les fortalece en su recíproca fidelidad y les alienta para sacar adelante a sus hijos. Madre de los necesitados, enfermos, ancianos, que necesitan de su aliento protector y compañía muy especial.

Hoy todos hacemos votos para que por maternal intercesión de Nuestra Señora de los Ángeles alcancemos la gracia de que así, como nosotros la coronamos aquí en la tierra, merezcamos un día ser por Ella coronados en el Cielo.

Hoy escribimos una nueva página hermosa en la historia secular de esta advocación. Hágase crónica del acto en el Archivo Parroquial, y pidamos juntos que la que es pura y bella como ninguna mujer, la que es Madre de Dios, porque llevó en su seno al Redentor del género humano, nos prepare a recibir en nuestro interior, por la Comunión eucarística, a su mismo Hijo, para ser evangelios vivos de su amor, de su verdad y su vida; misioneros y mensajeros de paz, en medio de la sociedad en que nos toca vivir; sal que sane y luz que brille, pan que se reparte con amor.

Que así sea.